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129cm De Maldad

"Extrañar a una vieja amistad"

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"¡Es una mocosa mal educada!" Se escuchaba desde todas los rincones. El señor Myoui estaba furioso, y con razón. La pequeña le habría pintado su coche lujoso, y luego, escaparse por unas horas. Por suerte, su nana la encontró en el parque antes de que los oficiales lleguen a la casa de los Myoui. "¡Su estúpida niñera no la educa como corresponde!, ¡Y también es tu culpa!" Seguía gritando, dirigiéndose a su mujer.

Mina tenía los ojitos cristalizados, pero no se llegaban a escapar lágrimas. Seguía comiendo su merienda mientras escuchaba todo el griterío.

"¡Si se quiere ir que se vaya, pero mi coche nadie lo toca!"

"Solo tiene nueve años. Es nuestra hija. No se irá, aunque tenga ganas..." Por fin la voz angelical de su madre se hizo presente, haciendo que las comisuras de los labios de la jovencita se eleven un poco.

"¡¿Y qué si tiene nueve años?! ¡Pintó el coche!, ¡Se escapó del hogar!, ¡¿Y si nuestros vecinos se enteran de ello?!, ¡Quedaremos como unos horribles padres!"

— Eres un horrible padre... — Musitó Minari luego de unos suspiros pesados.

Se cansó de escuchar tanto. Se levantó de la mesa y fue hacia su cuarto. Los gritos, al subir las escaleras, se iban disminuyendo. Y cuando entró a su habitación y cerró la puerta, apenas se podía escuchar la voz de él, pero no lo que decía.

La joven se tiró en su cama; miró a su al rededor, viendo los juguetes y aparatos electrónicos que tenía. Aunque podía usarlos para matar su aburrimiento y poder escaparse un poco de la realidad, le faltaban las ganas.

Recordaba cuando le regalaban esas cosas. Ella miraba propagandas de juguetes "inalcanzables" para muchos, pero ella al otro día ya los tenía en brazos. Solo con largar un par de lágrimas, obtenía lo que quería... Y a veces ni tenía que llorar. Ella estaba acostumbrada a tener todo. Pero eso le jugó en contra al crecer un poco, cuando la joven empezó a pedir atención. Sus progenitores siempre ocupados, sin darle importancia a la muchacha, y cada vez que quería jugar con ellos o pasar el rato, le daban algo: Una computadora. Una Xbox. Una casita del árbol. Un coche a batería. Lo que sea, con tan solo de sacarla del medio.

Y sí, Mina disfrutaba de todas esas cosas, pero a veces envidiaba el amor familiar ajeno. Lo llegó a envidiar tanto, que cuando veía una madre abrazar a su hijo, le daban ganas de romper algo.

Fue ahí, mientras miraba sus objetos, cuando recordó a Sana.

Ella y Sana eran inseparables. Sus madres fueron amigas desde la universidad, así que las niñas se conocían desde que andaban en pañales. Nadie vencía aquella amistad llena de unicornios y de pétalos de rosa.

Sus progenitoras tomaban el té mientras las niñas vivían fantaseando en el patio de Mina. Pero siempre había algo que incomodaba a la pequeña Minari: La madre de Sana. Ésta estaba pendiente a su hija en todo momento; Si la diminuta Minatozaki lloraba, la mayor aparecía rápidamente para calmarla; Si las niñas tenían hambre, era la única adulta que les daba dulces; Y claro, cuando la señora dejaba a su hija para jugar, siempre le daba un enorme abrazo antes de ir a dar largas charlas con su amiga. Todo eso pasaba, mientras Mina miraba y esperaba a que su madre hiciera lo mismo, pero nunca sucedía.

Y en una tarde soleada, cuando las peques se encontraban dibujando en el pasto, fue cuando Mina estalló.

La madre de Sana fue a "espiarlas" para ver cómo se encontraban. Se acercó a ésta y miró el dibujo que hizo.

— Es pada ti, mami. — Le dijo la niña al notar la presencia.

— ¡Woah! Pequeña, eres una gran artista. — Mina veía cómo la mujer sonreía al contemplar la hoja llena de rayas. — ¡Me encanta!, ¡Y de seguro que quedará genial en la sala del living!

Minari dirigió su mirada hacia la puerta corrediza de cristal, esperando a que su madre salga para darle el dibujo.

Pero, cómo era de esperarse, no apareció.

— Niñas, quería ver cómo estaban. Iré de nuevo adentro, cualquier cosa me avisan. — Indicó la señora Minatozaki, mientras daba caricias a la cabellera de su hija. — Pórtense bien.

La mujer entró cómo había dicho, y Mina al echarle un ojo a su amiga vio a ésta con una enorme sonrisa mirándola.

Y no sabía ni el por qué, pero solo salió de su boca algo que a Sana no le agradó para nada oír. —: Tu mamá me da asco.

— ¿Pod? — Preguntó con seriedad al cruzar sus brazos.

— Pod qué... — Empezó a pensar, pero en ese momento no sabía el motivo. Así que recordó lo que siempre decía la madre en la mesa:

"Los Minatozakis son pobres al lado de nosotros"

— ¿Y?, ¿Pod qué mi madre te da asco? — La apuró.

No lo pensó mucho, solo respondió con soberbia. —: Pod qué es pobre. Al igual que tú.

Desde ese momento, la amistad se terminó. La jovencita acusada de ser una persona de bajos recursos se fue de allí, para ir a los brazos de su amada madre.

La niña Myoui miraba desde el cristal de la puerta cómo su "amiga" sollozaba sin responder las preguntas de la mayor.

La de 129cm de Maldad zamarreó su cabeza para salir de sus pensamientos. Sin darse cuenta, había derramado lágrimas.

Mina se maldecía al recordar aquel momento. Ahora son rivales. Se odian, y hubo algunos golpes y tiraderas de cabello de por medio.

En la actualidad contaba con dos amigas y una mejor amiga que, siendo sinceros, solo estaba al lado de Mina por el dinero. Siempre resaltaban que eran amigas de una Myoui, y la nombrada no era ninguna idiota. Podía ser pequeña, pero sabía de la gente falsa porque sus padres eran igual a las amigas que tiene. Ellos solo se fijan en el dinero y en tener amistades con buenas ganancias; no querrían juntarse con gente común.

Se limpió su rostro con la manga de su abrigo, mientras la angustia le pesaba. Ella "no sabría" el motivo del por qué se sentía así, pero estaba más que claro. Al ser más grande, la culpa la invadía; perdió una amistad de oro por sus celos.

«Cuando venía esa idiota, la pasaba bien»

A sus nueve años, Mina se dio cuenta que sus padres no eran lo mejor cómo solían decir todo el mundo, y que su única amiga ya no estaba con ella.

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