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129cm De Maldad

"Osito"

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Chae-Young estaba consciente que Mina era mala. Muy mala.

Pero a pesar de eso, le gustaba mucho. Cada vez que la veía, si bien el miedo la invadía un poco, también sentía cómo su corazoncillo revoloteaba sin cesar. 

Era más que sabido que la japonesa no era como las típicas chicas que te puedes encontrar en un colegio. Ella era cool a su manera, no dejaba que nadie la lastime y Chae por ello la admiraba un poquito. Hasta quizá ese aspecto rebelde es lo que le llamaría tanto la atención.

Si bien Myoui era demasiado tosca, Chae moría por ser —al menos— su amiga. Quería jugar; reír; pasar tiempo juntas; ¡Hasta hacer una guerra de eructos!; y claro, darle muchos besos en la mejilla a la niña un tanto mayor. Pero todo eso solo se podía plasmar en la imaginación de la menor, ya que tenía por seguro qué no pasaría en la vida real.

— Chae, ¿Me estás prestando atención? — La pequeña miró con disimulo al rostro del mayor. Su padre se encontraba sentado en la cama con cobijas rosadas, al lado de ella. El hombre había entrado al cuarto de su dulce princesa para poder hablar seriamente. 

— N-no. — Le fue sincera. Él solo resopló.

— Te dije que tu hermano vino a pedirte unas disculpas, ¿Le dejas pasar?

"hermano". Infló sus mejillas regordetas, se cruzó de brazos, y le dio la espalda a su padre. — ¡N-no!

— Está bien. — El hombre le depositó un beso a su hija en la frente, y se fue del cuarto para poder comunicarle a su primogénito que era imposible hacerle cambiar de decisión a la niña.

La pequeña Chae al ya estar sola en su habitación, se recostó en su cama. Empezó a pensar nuevamente en Mina, como era de costumbre.

— Tan guapa, unnie... — Pensó en voz alta.

"Chae..." Se escuchó, haciendo que la pequeña frunciera el ceño al oír la voz de su hermano mayor. ¿Qué es lo que quería?, ¡¿Acaso no entendía que no quería hablar con él?! Además, estaba muy ocupada pensando en el amor de su vida. Aun así, le respondió con un tono enojado:

— ¡¿Q-qué quieres?! 

"Tengo algo que te va a gustar, chae..." 

«¿Fresas?» Toda persona que conocía a Chae-Young sabía que ella moría por las fresas. Y a decir verdad, tenía ganas de comer algunas.

La pequeña se levantó de la cama y apoyó sus piecitos en el suelo para encaminar hacia la puerta y abrirle a su hermano. 

El muchacho estaba frente a la puerta, con una sonrisa enorme y con sus brazos escondidos hacia atrás. La pequeña miró hacia todos lados, pero no veía fresas en ninguna parte. Arrugó su naricita al notar que no había. —: ¿Y m-mi rega-lo?

 — Chae, te gusta una chica ¿Verdad? — El muchacho dejó salir una sonrisa enorme y brillante, esperando con ansias la respuesta de la contraria.

La niña asintió, sospechando de la conducta del mayor.

— Bueno, he comprado esto... — Puso sus manos a la vista de chae y la niña vio cómo TaeTae sostenía un oso de peluche bastante bonito. — Creo que le puedes regalar esto a esa niña que tanto te gusta. Quizás así la enamores...

La infante colocó su dedito indice en el mentón y miraba hacia el techo mientras pensaba en si era una buena idea regalarle algo a Mina para poder acercarse.

¿Lo aceptaría? La japonesa era muy ruda, realmente no la vería con un osito. Pero, quizás tenía un lado oculto y adoraba los peluches. 

Terminó de pensar y agarró el osito. A decir verdad, ¡Le gustaba demasiado! ¿Por qué TaeTae no compró dos? Uno para Mina y otro para ella.

— Gla-glacias...

— Chae, aunque te gusten las niñas te voy a amar. Eres mi hermana ¡Y te amo con locura! — La niña al escuchar esas bonitas palabras saliendo de la boca de su hermano, sonrió. Con el peluche en su mano, le dio un enorme abrazo al mayor, haciendo que éste se sintiera aliviado de saber que su hermanita lo perdonase.

— Yo también, TaeTae.

Por fin, hubo una reconciliación de hermandad.