02:02
【Nunca me mirarás como si te perteneciera. Lo sé.】
Había algo distinto en el aire. Algo que no podía ser descrito. Hasta YoonGi estando dormido sabía que algo andaba mal.
Los primeros pensamientos vinieron a él. Eran recuerdos de JiMin sujetando su mano y llamándolo hermano mayor, recuerdos dolorosos que lo hicieron gruñir y tirar de los cobertores sobre su cuerpo. El peso de las cobijas sólo confirmó su nueva teoría. Algo estaba fuera de lugar, el calor de la habitación era distinto y el olor a perfume caro en el aire totalmente abrumador.
Averiguaría el problema tan pronto como tuviera la fuerza para salir de la cama y afrontar un mundo donde JiMin no lo quería románticamente.
Probablemente eso tardaría un rato.
Agregaría a los minutos de espera un par más, gracias al latido doloroso que lo golpeó cuando tensó uno de sus músculos. Era un entumecimiento desconocido. YoonGi únicamente podía compararlo con el escozor que tuvo la mañana después del concierto en Brasil. Los fans de ese lugar eran tan apasionados que lo obligaron a hacer su baile con más fuerza, dejándolo desecho una vez que la adrenalina murió.
En este instante no tenía idea de cuál era el motivo y sería difícil averiguarlo si no tenía la fuerza suficiente para levantar los párpados.
Prefirió centrarse en las sensaciones que lo rodeaban, aprovechando la obscuridad. Estaba bastante seguro que durmió sobre su billetera. Podía sentir los bordes duros de cuero presionándose contra su pobre trasero.
Posiblemente no se tomó la molestia de desvestirse para irse a la cama. YoonGi no recordaba exactamente el motivo, pero podía ser inteligente y adivinar que se trataba de su nuevo rechazo.
Se sentía tan frustrado.
El amor era un desastre y lo estaba convirtiendo en uno.
—Buenos días, señor Min —dijo una voz firme, viniendo de algún lado de la habitación. Acompañado del sonido de las cortinas deslizándose de par en par.
De golpe, los ojos de YoonGi se abrieron y la confusión lo emborrachó. No fue la mujer al pie de la cama lo que lo desconcertó. Podía tratarse de una de las mujeres de limpieza que PD-nim seleccionaba cuidadosamente para el grupo cada tres días.
Lo extraño fue el lugar donde despertó.
Intentó levantarse rápidamente, pero el desconcierto lo dejó tambaleándose sobre las almohadas.
—¿Dónde...?
¿Dónde estoy? Él quería preguntar eso, excepto que su lengua no se coordinó correctamente con su cerebro.
YoonGi tenía la impresión que adivinar su ubicación sería lo más difícil de todo. Podía empezar descartando obviedades. Ese no era su cuarto, en la casa que todo Bangtan compartía. No era su habitación convenientemente frente a la de JiMin, en donde podía verlo siempre que el vocalista dejara su puerta abierta.
En cambio, el lugar en el que despertó se sentía la anti naturalidad hasta en las sábanas. Todo estaba espeluznantemente en su lugar, cada libro en su estantería, cada prenda de ropa colorida en su ropero. El decorado de las paredes era obscuro. La paleta de colores gritaba soledad disfrazada de seriedad.
Si hubiera despertado en su dormitorio normal. Habría encontrado su teclado arrimando en la esquina del cuarto y los muebles llenos de regalos de los fans.
La mujer que lo despertó, se movió sobre sus zapatillas. Atrayendo su atención.
—Buenos días, señor Min. ¿Requiere una pastilla para la migraña? —YoonGi la miró fijamente, sin pestañear. Trató de encontrar un rasgo familiar en su dura expresión y falló—. ¿No es lo que necesita? Le ruego me disculpe. Me guíe por la hora en que despertó. No suele hacerlo tan tarde a menos que tenga... Resaca.
YoonGi luchó por encontrar algo que lo ubicara. Algo que le diera una pista.
En la costosa mesita de noche a su costado, descansaba un reloj, un gran celular y un viejo whiskey a medio cerrar. Ignoró la bebida y el aparato, prefiriendo centrarse en la hora. Pasaban de las 11:13 AM.
No era un sueño.
En los sueños, las horas nunca tenían sentido. Las letras no podían ser leídas y las sensaciones no eran tan reales. YoonGi podía oler un perfume desconocido, escuchar las pisadas de la mujer y sentir bastante calor de los rayos del sol.
Un fuerte pellizco de miedo le corrió toda la espina dorsal.
—Necesito esa pastilla —masculló. Fue tan difícil hablar, su garganta estaba demasiada apretada.
—En seguida, señor Min.
Los pasos de la mujer resonaron por todo el mármol hasta desaparecer. Una vez que ella estaba lo suficientemente lejos, YoonGi buscó en sus bolsillos.
Bendito su cansancio emocional que le evitó cambiarse la ropa antes de dormir. Todavía tenía los pantalones negros con un montón de bolsas y botones que lo hacían ver más elegante.
Eso fue lo que JiMin dijo una vez y el motivo por el que decidió usarlos en el día de su confesión.
—Concéntrate —se dijo a sí mismo.
Su pulso se disparó al no encontrar su teléfono. Debió dejarlo en su chaqueta.
Cuando dio con su billetera, suspiró de alivio. Había un par de billetes, su licencia de conducir y dos fotografías secretas. Una de ellas era de todo Bangtan justo después de debutar, con la ropa negra y el estilo de hip hop en sus poses. La otra era de... JiMin. Una photocard con su cabello rojo y el traje de oficinista. Nadie sabía que guardaba eso por obvias razones.
YoonGi se aferró a la fotografía del vocalista con sus dedos temblorosos. Esa era la prueba que necesitaba para recordar su vida de siempre.
Ligeramente más tranquilo, miró a su alrededor con una nueva perspectiva. No estaba loco y su vida de idol no fue un sueño, realmente pasó.
Mientras movía la mano con algo de culpa para conseguir el teléfono desconocido junto a él, la mujer regresó.
—Aquí tiene.
Como si ella estuviera tratando al presidente, le entregó un vaso de agua y una pastilla. YoonGi se la tragó en seco y le dio un largo trago al agua. No notó que estaba tan sediento hasta ese momento.
—Gracias...
—¿Gracias? —Ella preguntó con una extraña cara de sorpresa. Rápidamente recompuso su gesto— Estoy lista con su informe diario, ¿desea escucharlo en este momento?
Él pensó que podría ser una gran pista para saber a qué iba todo esto.
—Por favor —suplicó.
—Su madre llamó puntual como siempre. Le dije que usted no tenía tiempo para atenderla, ya que no se encuentra trabajando. Pero hablaba de un rechazo de su tarjeta. Ya lo solucioné
YoonGi no tenía idea de que estaba hablando. En lo único que tenía razón era en la tarjeta que le regaló a su madre, hace mucho tiempo. Cuando comenzó a ganar el suficiente dinero para ayudarla.
—Ah.
Su boca realmente no quería cooperar para decir algo coherente.
—Después le llamaron los repartidores del cedro. Me han asegurado que estarán puntuales para su nuevo proyecto.
—Bien.
—¿Es todo lo que tiene que decir?
Si la mujer esperaba que le diera todo un discurso certero sobre el cedro, tal vez debería intentarlo en otro momento.
—Por el momento, sí.
YoonGi la observó titubear unos segundos antes de recuperar toda su formalidad y darle una inclinación llena de respeto.
—El desayuno está listo. Puede bajar al comedor en cualquier momento.
Aunque su estómago aprobó la idea, YoonGi la rechazó. Con mucha concentración, encendió el teléfono ajeno. Necesitaba llamar a su manager o SeokJin quien siempre lo ayudaba. Quizás a JiMin, el amor de su vida correría a cualquier lugar sabiendo que alguno de sus amigos se encontraba en problemas. Tenía ese tipo de corazón.
El patrón de contraseña en la pantalla apagó sus esperanzas. Nunca podría adivinar el código y nunca podría usar el teléfono.
Tratando de hacer algo con su ansiedad, sujetó sus mechones violetas y pensó.
YoonGi no esperaba que cuando su dedo tocara el sensor en la parte inferior del teléfono por accidente, el aparato se desbloqueara. Contuvo el aliento, mirando la pantalla encendida.
Lo primero que hizo fue abrir Kakaotalk. Encontrando un montón de chats de negocios, mensajes que él envió y no recordaba. Nada que pareciera importante, para YoonGi todo lo era, sin embargo. Una vida se deslizaba en mensajes que escribió. En un mundo en el que era un hombre firme y todos se dirigían hacia él con un doloroso respeto. Señor Min parecía ser su seudónimo en lugar de Suga.
Parecía una locura decir que en este lugar nadie lo conocía por su vida de artista. No quedaba rastro de ello.
Lleno de desesperación, hizo que algo que jamás pensó.
Teclear BTS en el espacio de Google parecía una maldita locura.
Pero las locuras estaban a la orden del día. Porque no hubo ningún resultado al presionar el botón de buscar.
Ninguno.
YoonGi se congeló mirando el buscador vacío, preguntándole si se había equivocado de palabra.
Entonces él recordó su propia voz diciendo "Desearía que nuestra vida no fuera así". Sus pasadas palabras hicieron eco en su mente.
Se negó a creer que tenía la fuerza suficiente para manipular el universo. No, simplemente no era posible.
No, no, no.
No podía cambiar el mundo con un par de palabras, sin importar que todas las pruebas apuntaran hacia eso. Porque si fuera capaz de hacer eso, JiMin le habría correspondido sus sentimientos desde muchos años atrás.
Dejó de respirar, confirmando que no había ningún problema con el servidor un par de veces. Cuando fueron suficientes, tomó el primer par de zapatos que encontró y salió de la habitación.
Contó a tres personas en los pasillos que parecían estar a cargo del aseo y todos lo saludaron con mucho respeto. En otro momento, YoonGi habría detenido eso para dejar de sentirse incómodo.
—¿Dónde puedo salir de aquí? —preguntó a una de chica al azar. Ella lo miró como si le hubiese crecido una segunda cabeza.
—Segunda puerta en el primer piso, señor Min.
YoonGi no estaba seguro si le agradeció a la mujer o no. Era un recuerdo confuso, sólo pensaba en salir de ese extraño lugar. Corrió las escaleras de caracol, mareándose con cada paso que daba al descender. No importaba si llegaba a tropezones. Nada era lo suficientemente vital en ese momento.
Cuando estuvo afuera. El sol le calentó la piel, recordándole que todo era real y aterrador.
Estaba en Seúl, eso era evidente. La cantidad de personas y los característicos edificios lo señalaron. Pero, la ciudad se sentía tan distinta. No había ninguna pancarta o anuncio con la cara de algún miembro de Bangtan. Los rostros de los famosos eran de bandas que YoonGi no conocía.
Se acercó a un adolescente, luchando por colocar una expresión que no fuera aterradora. El chico usaba el uniforme de secundaria y de su bolso escolar colgaban llaveros de anime. YoonGi pensó que, si alguien podría reconocerlo de inmediato, sería alguien así de joven.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —El joven lo miró indiferente y asintió demostrando mucha calma. No gritó, no chilló como cuando era reconocido como Suga— ¿Puedes... Decirme la hora?
—Van a ser las doce en cinco minutos. —Su tono fue increíblemente distante.
—Ah, de acuerdo. Gracias. —YoonGi permaneció de pie durante largos momentos. Observando la gran ciudad, se sentía como si pudiera ser absorbido por la multitud de transeúntes yendo y viniendo. No había nada que cubriera su rostro de celebridad y aun así nadie se acercó escandalizado para pedirle un autógrafo—. Si Bangtan no existe... ¿Cuál es mi vida ahora?
Su pregunta ni si quiera se escuchó. YoonGi no podía oír su propia voz, sólo las conversaciones de las personas. Las risas, las voces de los niños, los adolescentes saliendo de sus escuelas. El mundo se sentía tan ajeno a él.
Al regresar a la casa. Se encontró con su secretaria en el comedor. Eso parecía ser, en este punto ya nada era seguro.
—Necesito... Un auto, por favor. —La timidez en su petición debió sorprender a la mujer. Tenía sentido, si todos los empleados en esa gran casa lo consideraban su jefe, ser tímido no encajaba en su nuevo perfil.
—¿No tomará su desayuno?
—Más tarde, necesito un auto.
Se aseguró de sonar mucho más firme que la primera vez. Para que la mujer encontrara la urgencia en la situación.
—Por supuesto, señor Min. Sígame. —Ella se movió ágilmente por los pasillos. YoonGi reconoció que estaba guiándolo hacia la cochera del hogar—. Me sorprende que no quiera conducir por su cuenta. ¿Se encuentra bien, señor?
Le cuestionó tan respetuosamente como pudo, al mismo tiempo que le habría la puerta de un mercedes negro.
—No —susurró. No esperaba que su secretaria lo escuchara, no lo hizo. La mujer se encargó de conducir el auto despertando la curiosidad de YoonGi. Parecía que su vida estaba organizada gracias a ella.
—Si me permite opinar —dijo, pronunciando más fuertemente las palabras. Como YoonGi no la detuvo, debió interpretar un pase libre para hablar—. Unas vacaciones no arreglarán todo el cansancio que ha acumulado por tantos años. Podría permitirme que le contrate un conductor confiable y ayudarle.
—Ah, lo pensaré —prometió. A pesar de toda la formalidad, la mujer verdaderamente buscaba ayudarlo. Sus buenas intenciones le recordaron a su vocalista favorito. Siempre que hacía un gesto dulce para preocuparse por él en silencio, formaba una sonrisa maravillosa.
JiMin.
Su JiMin debía estar en alguna parte del mundo y era deber de YoonGi encontrarlo. Lo haría. Buscaría en todo el mundo y debajo de cada piedra si era necesario.
—¿Cuál es su destino, señor Min? —La mujer preguntó, rompiendo el ruido de sus pensamientos caóticos. YoonGi que no podía observarla bien desde su sitio, se dedicó a dictarle la dirección del edificio de Hybe. La sabía de memoria, pero eso no evitó que sus palabras chocaran las unas con las otras.
—Después... Vas a conducir un poco lejos, lo siento.
Enterró las uñas sobre sus muslos al sentir el coche arrancar. Esperaba una buena noticia. Podía ser que Bangtan nunca existió y algunos otros grupos si lo hicieron. Eso le daría más respuestas a YoonGi, le hacían falta muchas de ellas.
Su cara cayó cuando cruzaron la conocida calle familiar y encontraron simplemente un viejo edificio con una cinta amarilla que evitaba su paso. Ni si quiera quedaban las letras del viejo logotipo de Big Hit.
Nada quedaba.
—¿Eso es todo, señor Min? ¿Quería revisar los nuevos planos?
—¿Qué planos? —balbuceó.
—¿No? Disculpe mi atrevimiento.
YoonGi frunció el ceño. Si recordaba las anteriores palabras de su asistente y algunos de los mensajes, podría sumar dos más dos y concluir algo obvio. Era un interiorista y su próximo trabajo era el antiguo edificio de Hybe.
Un dato abrumador lo golpeó.
Sin BTS, la empresa no sobrevivió a la quiebra.
¿Qué pasó con todos los trabajadores? Se preguntó, presionando sus dedos en sus rodillas. El remordimiento lo aplastó tan fuerte que podría haberse caído si estuviera de pie.
—Podemos ir al siguiente lugar. Busan, por favor —pidió, luchando contra la resequedad de su boca. La mujer no se mostró sorprendida por su petición. Como si no fuera difícil conducir de una ciudad a otra, lo hizo sin romper su línea de respeto.
YoonGi sabía que era un bastardo egoísta por tratar de localizar a JiMin primero. Pero no podía evitarlo. ¿Su JiMin estaría bien? En este extraño mundo no podía estar seguro y tenía que estar seguro para su tranquilidad.
Después de encontrarlo, se aseguraría de rastrear a los demás y resolver todo este lío. Todavía era increíble pensar que él cambió todo un estilo de vida. Pero ahí estaba, sentado en un coche desconocido siendo un extraño diseñador de interiores.
En las calles de Busan no había ninguna fotografía de JiMin o de JungKook.
—¿A dónde conduzco, señor Min?
YoonGi rascó el material caro del asiento nerviosamente. Podía darle la dirección de los padres de JiMin, excepto que no era tan probable que el chico se encontrara ahí. Ni si quiera era probable que los papás Park vivieran en la casa grande que JiMin les consiguió.
Una idea lo atravesó, haciendo que sus ojos brillaran. Sabía exactamente a dónde tenía que conducir, un presentimiento lo confirmó.
Frente al restaurante del papá de JiMin, el coche se detuvo. YoonGi apenas tuvo tiempo para agradecerle a la mujer, brincó del asiento y observó el lugar con su estómago apretándose. La cafetería no era para nada como lo recordaba. Magnate siempre fue un lugar elegante, tenía unas perfectas letras doradas colgadas en la pared y un increíble olor a pan recién horneado.
Este local, era distinto para mal. La pintura azul del exterior estaba totalmente carcomida por el tiempo. Las puertas chirriaron terroríficamente en el momento en que YoonGi las empujó, aunque ni si quiera ese sonido opacó el de sus latidos violentos.
El interior de la cafetería era sólo era un poco mejor. Las sillas estaban alineadas perfectamente con las mesas y el piso se veía bien limpio.
YoonGi contuvo el aliento cuando la familiar figura apareció en su campo de visión. Podía no ser JiMin, la construcción ósea de la persona detrás del mostrador era distinta a la del bailarían. Existía la alta probabilidad que se tratara de un empleado, no tenía que ser el dulce vocalista.
Obtuvo la respuesta una vez que se acercó lo suficiente. El tiempo pareció ralentizarse, mientras estudiaba el perfil que tanto amaba.
Definitivamente era JiMin, pero no existía rastro del dulce chico que conoció toda su vida. Quedaba un hombre con algo cruelmente endurecido en sus ojos almendrados. No era sólo la cicatriz que cruzaba su mejilla, no era la torcedura en el puente de su nariz que indicaba una fractura antigua. No era el corte de su cabello negro que lo hacían ver como un militar.
El aspecto gritaba chico malo y su mirada lo hacía al doble. A YoonGi se le esfumó su sonrisa al notarlo.
JiMin estaba limpiando un vaso. Cuando notó que había alguien más ahí, se detuvo y miró en la dirección de YoonGi.
La forma en que su cabeza cayó ligeramente hacia atrás para mirarlo, expuso todo su perfecto cuello. Ese gesto tan desinteresado fue suficiente para condenar a YoonGi.
Incluso en otra realidad, JiMin seguía consiguiendo que las primeras impresiones fueran mágicas.
—Buenos días. ¿Va a pedir algo? —preguntó finalmente, masticando goma de mascar de manera lenta. Sí, esa era la voz de JiMin. Algo que YoonGi siempre podía oír, pero la desconfianza en ella se sentía tan antinatural.
Cuando JiMin sonrió y el gesto no llegó hasta sus ojos. El estrés que YoonGi estuvo guardando desde el inicio del día, lo consumió. Lo último que supo era que su visión se volvía obscura y la cara del menor desaparecía lentamente.
Esperaba que cuando despertara, su vida de idol regresara a él.
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