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|33|Igual que ella

El vino y el café se mesclaban debajo de la lluvia que inundaban la ciudad dormida, sus miradas seguían cerradas ante la danza dulce de aquellos dos labios que tanto se anhelaban. Alberto sujetó con la mayor de las delicadezas su mejilla mientras que a ciegas colocaba su instrumento a un costado. Luca se acercó más y más a su cuerpo al mismo tiempo que su cola suavemente soltaba su cadera para poder entrelazarla con la cola ajena.

Cuando el aire comenzaba a fallarles, lentamente se separaron. Ambos se miraron con incredulidad, perdiéndose con facilidad en el negro de sus pupilas cuales brillaban con intensidad con las luces de la calles reflejándose como estrellas. Se sonrieron tontamente, desviando a la par su mirada, pero sin llegar a desenredar sus colas.

–Perdón, no debí hacer eso –musitó Luca avergonzado por besarlo de la nada.

–No, no, está bien –habló nervioso al igual que apenado, pero aun así le sonrió realmente gustoso de haberlo besado de nuevo y en especial verlo por fin con aquellas escamas que parecían gemas brillantes–...yo también quería besarte.

Él lo miro de reojo, con clara ilusión reflejada en su mirada amarillenta. Con cierto temor y nerviosismo clavó sus garras en el borde de la azotea, tenerlo así de cerca y que le dijera aquellas cosas tan...lindas. Lo inquietaba, no quería perder aquella bestia que lo atontaba con una simple sonrisa o mirada.

No obstante todos sus pensamientos fueron interrumpidos al recordar que no tenía la capucha del impermeable puesta, paranoico tocó su rostro dándose cuenta que sus escamas y cabellera habían perdido el camuflaje y aquellas escamas bioluminiscentes resaltaban por varias partes de su cuerpo en colores verdes y azules. Avergonzado soltó su cola de la de Alberto e intento ponerse de pie mientras se colocaba la capucha con intenciones de huir, pero justo antes de correr hacia la salida, fue detenido por el mayor que sostuvo de su muñeca.

Luca volteó a verlo con miedo suplicando con su mirara que lo soltara, a lo que Alberto poniéndose de pie le quitó en silencio su impermeable. Siendo cuidadoso como delicado para no espantarlo más; quería verlo como realmente era.

–Eres...eres realmente bello –musitó con una sonrisa enorme y temblorosa al momento en que la prenda cayó al suelo.

–No mientas –dijo molesto zafándose de su agarre de forma brusca–, soy un monstruo de las profundidades.

–Y yo un bastardo con demasiada suerte, eres increíble.

–Alberto, pará, no es gracioso.

–No bromeo –se acercó a él para tomar sus manos y entrelazarlas con las suyas mientras su cola se movía alegremente (semejante a un gran perro)–, por mi Poseidón, quiero que nuestros hijos se parezcan a ti.

–Y-ya basta –volvió a soltarse al mismo tiempo que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

Confundido y triste ante las emociones tan dolorosas que podía sentir de su acompañante retrocedió. ¿Se había pasado con sus palabras? ¿Fue muy brusco?

–Luca –musitó arrepentido–...yo...lo siento.

–Per favore, cállate –suplicó adolorido y devastado–, s-sólo...cállate.

Alberto no dijo nada, aun sentía ese dolor de Luca por su culpa. Desvió la mirada, a lo que el menor al darse cuenta que lo arruinó, rápidamente tomó su impermeable y salió corriendo de allí. Dejando a la bestia que amaba parado bajo la tormenta.

–"¿Por qué no entiendes, Alberto? Cada maldita palabra hermosa que salía de tu boca era un clavo más para mi ataúd. Estoy enamorado de ti, que me aterra que me odies por un error que cometí.

Perdóname por ser tan cobarde..."

{...}

Sus dedos se movían con gran agilidad acompañados por los complicados pasos de los bailarines, poco a poco subía el ritmo junto a los complicados a la vez que delicados pasos de Alice; quien se movía como un ángel –un ángel que tienta a la misma muerte– al mismo ritmo que Alberto.

A pesar de haber roto su amistad ella seguía bailando como una profesional ante su ritmo y Alberto la animaba ante cada tocada. Ambos eran profesionales y dedicados. Algo que él más amaba ver de ella; era su falda amarilla pálida se movía con agilidad ante todo aquellos saltos y caídas calculadas. Siempre pensó que no había mujer más perfecta para ser Giselle como Alice, que a pesar de los murmullos no muy discretos que criticaban su subida de peso estas últimas semanas, ella seguía bailando mejor que nadie. Con su mirada cerrada y sus movimientos tan fluidos. No faltaba mucho para que ella protagonice el escenario y se lleve los aplausos. Como ahora donde todos los alumnos quedaron cautivados ante "la muerte de Giselle".

–Bravísimo, bravísimo, muchachos –aplaudió la profesora subiéndose al escenario acompañada por su colega y anfitrión del teatro–, ¿usted no lo cree profesor Greco? –dijo gustosa la mujer volteando a ver a su acompañante de vestimentas finas.

El pelinegro le dedico una mirada de desagrado a su bailarina, ella lo ignoró con orgullo mientras se levantaba con cuidado del suelo. Su embarazo no la iba a detener y ella misma sabía que él no podía conseguir un remplazo a tan solo días de la primera función. Nadie era tan buena como ella.

–Estuvo...decente –expresó con desagrado–, me preocupa mucho el peso de la señorita Conte. No es digno de una bailarina profesional subir kilos antes de la fusión. Será caro confeccionar un nuevo traje.

Algunas risas para nada discretas se hicieron presente, Alberto pudo notar como su ex amiga gruñó e intento aguantarse los comentarios.

–Yo puedo confeccionar su vestuario sin ningún precio –exclamó serio al levantarse del banquillo para protegerla–. Sería muy contraproducente cambiar de bailarina a tan solo cuatro días del primer recital.

Alice lo miro de reojo, estaba sorprendida de que él la defendiera, no obstante desvió su mirada. El profesor al escucharlo gruñó con disgusto, se acercó a él para tomarlo con fuerza del mentón.

–Tienes agallas, muchacho, pero sabes bien el disgusto que causa una mujer obesa en el escenario –lo soltó de manera brusca, provocando que él sobara su mentón adolorido–, no querrás que la señorita Conte cometa el mismo jodido error que Bianca Fiore.

Tanto a la rubia como el pecoso le dio personalmente aquellas palabras, provocando que él sonriera complacido de ello.

–Esta es una institución profesional, no es un recital para niños de prescolar –volteó a ver a los demás alumnos con firmeza–, si creen que están aquí por ser "especiales" –hizo comillas con sus dedos–; ahí está la puerta. Solo trabajo con profesionales, no con crías que siguen creyendo en los cuentos de hadas.

Dicho eso, se retiró detrás de los telones dejando a todos en un silencio tenso. La maestra dio un fuerte aplauso con una de las sonrisas más falsas e incomodas que hayan visto en sus vidas, tratando de apaciguar el ambiente mando a todos a descansar antes de volver a practicar. Alberto aprovecho que la mayoría comenzó a dispersarse para ir hacia la rubia.

–Alice...–intentó tomarla del hombro, pero ella se apartó antes que la tocara.

–Berto, per favore, no te metas en problemas por mí –dijo volteándolo a verlo con pesar.

–No voy a dejar que te insulten así. Sé que me odias por ser el destinado de Luca, pero yo aún siento aprecio y respeto por ti.

Ella sonrió de manera rota, se acercó a él para acariciar su mejilla.

–Yo no te odio, pero tampoco te quiero cerca. Ame y aun amo a Luca; que aún me duele que el destino te eligió a ti para ser su acompañante –bajó la mirada al igual que alejo su mano de su rostro para suspirar con pesar–. Si aún me tienes respeto, per favore, dame mi espacio.

–Te lo daré...pero enserio dime si algo te pasa o quieres hablarlo conmigo.

–¿Hablas de mi peso? –inquirió con una sonrisa burlona, pero igual de rota.

–Se nota que subiste algo, tu misma me has dicho que las bailarinas no deben ser gordas.

–Y no deben serlo...escucha, no es algo que me sienta cómoda en decírtelo. Al menos no por el momento. Sólo quiero estar sola –dio un paso hacia él para ponerse de puntillas y besar su mejilla con cariño–. Estoy bien o al menos es algo que quiero manejar sola.

Él la miro alejarse de manera lenta, con una última sonrisa agradecida ella tomó su bolso y se alejó, dejándolo solo. Tocó con delicadeza su mejilla en la zona besada, sintiendo un muy mal sabor de boca ante el aura que desprendía la joven bailarina.

[...]

El teatro de la academia quedo en completa soledad y oscuridad, solo el proyector detrás de él que plasmaba las imágenes del mar, lo lograban calmar al igual que el eco de las teclas del piano; al cual no quería tocar. Era un idiota, ya son cinco días donde Luca lo evitaba. Tal vez exagero con sus palabras o lo presionaba con ser su esposo y madre de sus crías...

Una nota alta resonó con pesar antes de derrumbarse sobre el piano y maldecirse a sí mismo, ¿Por qué no pudo ocultar la emoción que sentía al saber que tenía un alma gemela? Toda una vida creyendo que nadie lo amaría y ahora que él destino los junto lo arruinaba.

–Sin duda eres idéntico a tu madre –aquella voz gruesa y masculina que se escuchaba a sus espaldas; lo tensó y provocó que voltease rápidamente hacia la sombra de su profesor que se acercaba a él.

El eco de cada pisada sobre la madera del escenario era notorio, Alberto se puso a la defensiva al verlo, aun sin levantarse del banquillo del piano. Frunciendo el ceño solo observaba su elegante, formal figura y su mirada más muerta que la misma Giselle. Odiaba admitir que teniendo su edad se veía demasiado joven.

–Creo que es algo que ya me ha dicho –dijo seriamente al mismo tiempo que cruzaba sus brazos sobre su pecho.

Él sonrió como un felino y en un movimiento fugaz acorraló al menor sobre el piano; asustándolo un poco.

–Perdón por olvidar aquella noche, donde te hice mío en este mismo piano –susurró coquetamente mientras acariciaba su pierna.

El menor comenzó a tensarse al sentir su aliento cálido sobre su cuello; acción que hizo que su piel se erizara. Intentando salir del shock, lo empujo con fuerza, haciendo que él retrocediera, pero aun sin borrar su sonrisa burlona.

–¡Tú mismo me dijiste que no volvería a pasar! –furioso se puso de pie– ¡Simplemente me buscaste como si fuera el maldito remplazo de mi madre! ¡¿Se acabaron tus bailarinas o que mierda te pasa?!

–Como si tuvieras más opciones, eres un jodido bastardo.

–Pueda que sea un bastardo, pero no estoy tan desesperado para andar con un imbécil como tú –recalcó apretando su mandíbula y sin despegar su mirada de la de él–. Me utilizaste, ¿solo por qué te querías desquitar por lo que te hizo ella? NO SOY ELLA Y JAMÁS SERÉ COMO ELLA. Puedes irte a revolcar con cualquiera, no me interesa.

–Tal vez tu no, pero ¿qué hay de la señorita Conte? –le preguntó mientras lo rodeaba como un depredador a su presa.

–¿Alice? ¿Qué mierda tiene que ver ella con todo esto? –expresó de una manera amenazante mientras lo seguía con la mirada.

–Una joven tan talentosa como dedicada como haría cualquier cosa para mantener su figura, incluso vomitar por su propia cuenta, ¿por qué ahora esta gorda?

–¡Ella no está gorda! –le gruñó apretando sus propios puños– Solo eres un maldito que quieres que todas ellas estén como un palillo.

–PIENSA, ALBERTO, ¿por qué jodidos una mujer como Conte subiría de peso estando a días de su estelar?

Él bajo la mirada, lo sospechaba, pero no podía...simplemente no.

–Luca será un gran padre, ¿no lo crees?

–N-no –levantó su mirada con desespero mientras su labio inferior temblaba–. N-no...no pueden. ¡¿Cómo mierda sabes esto?!

–¿Con quién crees que vino para pedir ayuda para deshacerse de esa cosa? –se encogió de hombros como si fuera lo más obvio–. Es una lástima que ella decidiera conservarlo, ahora engordara más y será remplazada a la primera caída, creí que deberías saberlo, ¿no eras amigo de Paguro? Serás un gran tío, felicidades –fingió alegría antes de reírse al ver como el menor caía al banquillo del piano–. Un inútil más a la lista que arruinan los sueños de sus padres.

Fue todo lo que dijo antes de irse y llevándose consigo el eco de cada una de sus pisadas, pero Alberto dejo de escuchar su voz, dejo de prestar atención a todo su alrededor. Un fuerte dolor en su pecho comenzó a surgir y la ansiedad y desesperación lo inundaban. No sabía cómo reaccionar o que decir, se recargo de espaldas contra el piano intentando regular su respiración y los fuertes latidos de su corazón. La imagen de su madre haciéndole la vida imposible incluso después de la muerte, lagrimas comenzaron a escurrir por sus ojos, intentó limpiarlas, pero salían cada vez más. ¿Por qué no puede ser una bestia normal? ¿Por qué no puede vivir en paz sin el miedo de quedarse solo en este mundo? ¿Acaso no merece el amor? ¿Por eso Luca lo evitaba tanto?

Una bestia que rechaza a un destinado para irse a vivir con "el amor de su vida", ¿en donde había escuchado esa historia antes?

[...]

El clic de los cerrojos se hizo presente al momento de cerrar las enormes puertas del teatro. La tarde caía con fuerza y el cielo al fin se encontraba despejado después de días largos de pura tormenta. Ahora mostraba un bello azul pálido donde las aves podían observarse sobre la ciudad. Con pesar y sin ánimos miro a la avenida fuera de la academia una vez que guardo su juego de llaves, estaba hecho mierda. No tenía ánimos de nada, pero aun así iría a su departamento para verterse y arreglarse lo mejor que pudiese e ir a la gran gala donde desfilaran los atuendos de su hermana y su equipo.

Bajo la mirada al pensar que vera a Luca, no sabía si lo que dijo ese infeliz era cierto o no. ¿Y por qué demonios sabría que Luca era su destinado?

El hilo rojo de los Fiore es único en el mundo...

–Mierda –talló su rostro con fuerza– ¡Soy un maldito imbécil! –gruñó en la palmas de sus manos.

Aunque nadie sabía si la dependencia de los Fiore aún seguían vivos, era obvio que relacionarían a Luca con su familia biológica solo por el maldito hilo al aparecer en la portada. Aunque a pesar de ser ya una semana la salida de la revista no hay información de ello, ¿sus abuelos interfirieron...?

No sería la primera vez que ellos luchan contra los medios, tras lo sucedido con su única hija. Tendría que ser cuidadoso ahora en adelante, odiaría arruinar el legado de su familia si los medios se enteraran que la desastrosa Bianca Fiore tuvo un hijo bastardo. ¿Su vida no podría empeorar más?

Sentía que volvería a llorar de la frustración. Él solo quería pasar desapercibido y tener un amor...un amor que al parecer no le interesaba tanto como suponía. Mientras encaminaba por los pasillos hacia la salida norte de la institución, donde había dejado su vespa. ¿No era un buen partido?

Entre más caminaba más se rompía su cabeza, tratando de pensar en que se equivocó. Lo apoyó, le daba su espacio como le pidió y aun así sabiendo que detestaba la idea de los bastardos embarazó a su ex novia. Estaba tan perdido en su mente que no le prestó atención a todos aquellos pasos apresurados que se dirigían hacia él.

–¡ALBERTO! –gritaron Ciccio y Guido con desesperación.

Él volteó a verlos con desconcierto, ¿no se suponía que deberían estar preparando sus cosas para el desfile de moda?

Los dos hombres de vestimentas formales –parecidos a los barmans de un bar de lujo–, se encontraban desesperados y ansiosos. Algo que lo desconcertó aún más.

–¿Qué pasa? ¿No deberían estar arreglando a Luca? –exclamó algo alterado, mirando como ellos intentaban recuperar el aire. Ya no les importaba si se encontraban despeinados.

Guido exhalaba e inhalaba con fuerza levantó su mano en forma de pausa. Alberto preocupado guio al rubio –quien estaba peor que su mejor amigo ante su falta de condición física– a uno de los bancos más cercanos para que se recuperase.

–¡Hablen mierda! –les gritó poniéndose ansioso.

Ambos humanos se miraron e intentaron calmarse lo mejor posible, pero al momento de que el castaño abrió la boca escucharon una cuarta voz.

–¡¿La encontraron?! –la voz desesperada y ¿temerosa? De Ercole los interrumpió.

Alberto volteó su mirada encontrándose con un aún más despertado Ercole; vistiendo un traje mucho más formal que los otros dos, el humano del bigote tenía en su espalda a un preocupado Luca en bata y con varios tubos en su cabello. Él quiso ver a Alberto, después de tanto tiempo sin verlo, pero el pecoso lo miro con enojo y resentimiento, que no pudo evitar ignorarlo de manera grosera para luego dirigir devuelta su mirada a Guido y Ciccio.

–¿Qué está pasando? –exclamó esta vez molesto y serio, ya no le gustaba nada lo que sucedía.

–Alberto, ¿sabes dónde está Giulia? –preguntó Ciccio de manera más calmada y entrecortada al recuperar el aliento.

–¿Giulia? –se ablando al instante ante aquella pregunta– ¿No está con ustedes? Debería estar con ustedes.

–No, no está en ningún lado –respondió desesperado Guido mirando a su amigo.

Se quedó callado, tratando de recordar si su hermana le mando un mensaje o algo que le indicara su ausencia, pero nada.

–¿No está en su departamento?

–Ese es el problema –habló fuerte Luca, provocando que el mayor lo mirase con molestia e irritación, pero el menor lo ignoro por el momento–, Giulia no ha llegado al departamento desde hace tres días, solo dijo que necesitaba un momento sola y se fue con una pequeña maleta.

–Llame a su madre y a tu padre, pero ninguno sabe de su paradero –aclaró Ercole mirando a Alberto con seriedad.

–La llamamos y masajeamos, pero nada –volvió hablar Guido poniéndose nervioso–, simplemente desapareció.

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