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|23|Dos bestias peculiares
Sus pisadas apresuradas resonaban por todo el pasillo solitario del teatro de la academia, no era el único que buscaba con desesperación a su adorada Giselle; todos los bailarines buscaban por cada rincón a la protagonista del próximo recital. Muchos de ellos esperan la oportunidad de que Alice se retire para suplantarla. Todas las bailarinas desearían ocupar su lugar, pero el profesor principal –quien dirigía todo el espectáculo desde lo más alto– había asegurado que nadie remplazará a la rubia, dejándoselo muy en claro a la maestras de danza. Nadie se podría comparar a las habilidades únicas de aquella bailarina de pies ligeros.
Alberto seguía recorriendo aquellos pasillos olvidados, hasta llegar a los baños más alejados. Mordió con fuerza su labio inferior, al saber que su amiga podría ocultarse allí. No era la primera vez que lo hacía y para su desgracia sabia el motivo porque lo hace. Respiró hondo abriendo de manera lenta la puerta de los baños de las hembras, aun sabiendo que era imposible que otra chica este en el lugar. Esos baños solo eran ocupados cuando el teatro estaba abierto al público y las bailarinas preferían ir a los que estaban al lado de los vestuarios para mejor comodidad. Sus sospechas se confirmaron al momento de cerrar suavemente la puerta detrás de él una vez que escucho arcadas y un escupitajo en uno de los cubículos.
No hizo ningún ruido. Solo espero pacientemente, con el ruido de la palanca llevándose el vómito. Odiaba que ella hiciera eso, aunque no era la única de todas las bailarinas que lo hacía; incluso compartiendo consejos para vomitar voluntariamente. ¿Luca sabrá de estas acciones?
Exhaló con pesar observando con indiferencia como la puerta del cubículo se abría y de ella salía la rubia, que parecía no haber notado su presencia. Se veía agotada y casada, su perfecto cabello era desastroso ese día, su piel se notaba más pálida. Parecía enferma.
–¿Vas hablar o te quedaras ahí parado como idiota? –exclamó cortante en lo que abría la llave del lavamanos para después agacharse y limpiar su boca.
Alberto no contesto solo la miro con seriedad mientras que Alice lo miraba por el reflejo del espejo. Mostrándose aún más demacrada.
–Hoy no es mi turno de ensayar, ¿qué haces aquí?
–Todos están preocupados por ti, por la manera en la que te saliste tan de repente –respondió serio y preocupado acercándose a ella. Haciendo resonar sus pasos por toda la habitación–. Odio cuando vomitas a propósito, te hará mal.
Alice gruñó, clavando con fuerza sus garras en el borde del lavamanos mientras el agua seguía cayendo.
–Sabes muy bien que una bailarina jamás debe engordar y menos la jodida protagonista –se defendió, cerrando la llave para voltear a verlo con molestia–. ¡Sabes lo que he sacrificado y sacrificare para ser Giselle!
Él paró sus pasos mirándola con atención por unos segundos para después desviar la mirada. Ella bufó, se recordó de espaldas contra el lavamanos y cruzo sus brazos contra su pecho.
–Termine con Luca –dijo cortante.
–¿Qué? –la miro incrédulo.
–¡¿Cuándo planeabas decirme que eras el puto destinado de él?! ¡Por eso me decías que no me convenía que era un niñato! –le gritó realmente furiosa acercándose a él a pasos pesados mientras sus ojos se cristalizaban.
–¡No, no! ¡No es lo que piensas! ¡Espera!
–¡No quiero escucharte! –le gritó adolorida con los ojos repleto de lágrimas que hacía que sus escamas escarlatas relucieran en su mejillas– Vete a la mierda, eres un maldito idiota.
Enojada salió del baño, empujándolo de paso con su hombro. Ella tenía muchos sentimientos encontrados y a pesar de que no quería estar enojado con él, tampoco dejaría que se involucrara en sus nuevos problemas. Ella misma había dejado claro que nada la detendría para ser la protagonista...nada.
Con una mano en su vientre cerró la puerta dejándolo solo en el lugar. Alberto miro su propio reflejo en el espejo, sintiéndose mal consigo mismo al sentirse feliz de que ellos no estén juntos.
–"No quería dañarla, por más feliz que este en mi interior, mi cerebro me decía que ella tenía razón al llamarme idiota. Luca, por más que quería que fueras para mí, también sabía que ella te quería demasiado para sufrir por ti."
[...]
–"Ustedes terminaron...realmente terminaron. Me cuesta procesarlo, ¿me elegiste a mí? ¿O no querías sentirte culpable? "
Parado en el último escalón de la entrada del teatro, observando con tristeza y preocupación como la chica que había considerado su amiga casi desde que se mudó a la ciudad, ahora lo odiaba. Bajo el atardecer Alice caminaba tranquila al lado del único profesor que compartían ambos, la bestia ya de avanzada edad hablaba con seriedad con su protagonista mientras se dirigían al área de aparcamiento. Nada fuera de lo normal, su profesor era alguien demasiado estricto y lo más seguro que quería que ella se aplicara al cien por ciento al recital que no tardaba en presentarse.
Apretó sus puños intentando calmar aquella vocecita que le molestaba en la cabeza y hacia que sintiera un malestar en su estómago. Desde lo sucedido con Alice, no puede dejar de pensar en Luca.
–"Realmente estas soltero, realmente puedo acercarme a ti sin problemas...no, por más que quisiera ir a mas allá contigo, no sería muy bien visto ni correcto, sin importar que seamos destinados. Tú me pediste que fuéramos lento y yo lo acepte. Quiero ser un buen partido para ti, que haya valido la pena dejar a una bestia tan única como Alice. Quiero tocar el piano solo para ti, que solo tú me escuches e intentes seguir mi ritmo como yo el tuyo.
¿Por qué no puedo dejar de sentirme tan feliz, sabiendo que mi amiga sufre por ti? ¿Seré un egoísta por aprovechar que ya no está en nuestro camino? Me doy asco a mí mismo."
Con su hombro recargado en el pilar del edificio, su mirada estaba perdida en el atardecer llenando de colores rojos, amarillos, rosados y anaranjados toda la ciudad. Las aves volaban en enormes parvadas dirigiéndose a lo más alto de los montes verdes que rodeaban la ciudad. Hace días que no veía el cielo ante las constantes lluvias de la temporada.
La imagen de las escamas de Luca invadió su mente. ¿Una bestia descendiente de las profundidades?
–"Tal vez no tenga mucho conocimiento de mi propia especie, pero algo que aprendí observando mi alrededor era ese repudio hacia las bestias de las profundidades.
Deformados, ciegos, asquerosos, unos monstruos a todo su resplandor. Eran lo que siempre decían cuando salían el tema.
Por las mismas profundidades aquellas bestias que crecieron en la oscuridad desarrollaron con el tiempo deformaciones para poder sobrevivir...
Mientras que las bestias de zonas iluminadas eran seres de gran belleza y encanto, las de las zonas oscurecidas eran adefesios andantes que jamás podrán sobrevivir en la superficie ni en las zonas iluminadas. Entonces... ¿por qué eres el monstruo de las profundidades más bello de todos? ¿Será por eso que no te alarmó ser el destinado de un bastardo?"
Estaba tan metido en su mente en todo lo que podía ocurrir entre ellos dos; un bastardo que no debió naces y un monstruo de las profundidades que no debió salir de su pueblo en las montañas. ¿Será la razón de por qué le aterraba mostrar sus escamas en público?
Más curiosidad tenía en verlo en su forma verdadera. Ver sus escamas, su cola y sus ojos en ese tono amarillento. Sonrió tontamente.
–"Verte siendo tu realmente...mi Poseidón, serias aún más hermoso de lo que ya lo eres.
Quiero quitarte ese miedo. Quiero ser yo el que admire tus escamas en primera fila."
Desató su cabello para observar aquel hilo rojo que le había entregado el menor a cambio del suyo, la figurita del pez morado giraba con suavidad con el sol detrás de él. Siempre cuidaba de él. Lo colocó sobre la palma de su mano, acaricio la figurita con delicadeza mientras el húmedo y frio viento de octubre movía sus cabellos hacia el horizonte. Su pecho sentía una calidez. Cerró sus ojos y suspiró suavemente antes de bajar las escaleras con intenciones de irse a su departamento a estudiar un poco si quería estar preparado para el concurso de mañana. Amarró devuelta su esponjoso cabello con el hilo rojo, asegurándolo con un buen amarre –como siempre–.
No obstante cuando su pie llego al último escalón; de la nada fue derrumbado con fuerza de pecho contra el suelo del camino. Antes que pudiera maldecir y correr al idiota que chocó con él. Se quedó sin palabras al ver a Luca abrazándolo con fuerza su pecho. Giro su vista a un costado notando que incluso había dejado caer al suelo el preciado estuche de su violín. Bajo la mirada a Luca –quien no despegaba su rostro del pecho ajeno–, sorprendiéndose al ver que de nuevo tenía su sudadera puesta, incluso cuando esta ya había perdido mucho su aroma. No lo culpaba, siempre guardaba el suéter de Luca en su casillero para evitar que su dulce aroma de café y lluvia desaparezca.
Rio suavemente acariciando con una sonrisa tierna los risos del menor.
–Ciao, Lucas –bromeó con su nombre, sabiendo con exactitud que él odiaba cuando pronunciaba así su nombre.
Luca se tensó por unos segundos antes de levantar su rostro para mirarlo de manera fulminante. Causándole otra risa relajada al mayor.
–Jódete –exclamó Luca empujándolo sin fuerza, pero sin bajarse de su regazo.
Ambos se miraron y no pudieron evitar reírse juntos. Alberto lo miro con atención apreciando que los colores del atardecer iluminaran el rostro de su acompañante.
–¿Qué haces aquí? Creí que nos veríamos mañana.
Un leve sonrojo invadió las mejillas de Luca, mordió el interior de su mejilla antes de mirar a su acompañante a los ojos, como si no le importara que los dos juntos estén en el suelo en frente del teatro.
–Creí que podríamos practicar hoy, los dos juntos –musitó suavemente y avergonzado–, termine rápidamente mis deberes y ayude a los chicos en el atelier...pensé que podríamos estar un momento juntos...no quiero irme a mi departamento.
Lo miro sorprendido y algo sonrojado; lo cual no duro mucho y una risa relajada apareció en su rostro. Luca era alguien realmente único para sus ojos. Miro a todo su alrededor para asegurarse que nadie los vea; no quería que los interrumpieran en su momento. Donde el viento los envolvía llevándose su cabello junto con las hojas secas que caían de los arboles sin mucho follaje. Luca se sonrojo aún más al ver la cara tan calmada de su acompañante mirada hacia el ocaso entre los edificios al final de la avenida, al otro lado de las rejas de la universidad. Su mirada solo se ablandó al momento en que vio todos los aretes negros y uno de plata de su oreja izquierda. Se le veía tan bien y le daba ese toque de "chico malo" que siempre cargaba junto con su ropa.
Inconscientemente acercó su mano a los pendientes y los tocó con delicadeza; provocando un escalofrió en el mayor, que lo asustó y rápidamente alejo su mano. Completamente rojo Alberto lo miro.
–¡Y-yo...Lo siento! –exclamó con prisas el menor con intenciones de alejarse de él y pararse, pero Alberto lo detuvo, sosteniéndolo de su cintura para que no fuera.
Sorprendido volvió a colocarse encima de él. Ninguno de los dos se atrevía a verse, sus corazones latían con fuerza que sentían que el otro lo podía escuchar.
–¿Te dolieron? –susurró Luca mirando de nuevo sus pendientes.
–Unos más que otros –respondió con el mismo tono y mirándolo de reojo.
Luca tomo el valor de volver a acercar su mano y poder acariciar aquel arete negro de su lóbulo.
–Me gustaría hacerme uno como los tuyos o los de Giulia.
–¿Hablas los aretes de sus pezones? –bromeó Alberto, provocando que Luca se sonrojara a mas no poder soltando de inmediato su oreja.
Él rio burlonamente, a lo que el otro lo volvió a empujar ante sus idioteces.
–Hablaba el de su ceja –dijo pellizcándose con fastidio la fuente de su nariz.
–Lo sé, lo sé –le sonrió mostrando parte de su filosa dentadura–. Podríamos ir a que te pongan uno, el nuevo compañero de piso de Giulia nos hizo nuestras perforaciones a ella y a mí, es alguien agradable y bueno en su trabajo. También nos ha tatuado a ambos.
–Podría intentarlo con uno pequeño –susurró pensativo tocando su propia oreja–, aunque no sé si Ercole me deje.
Una mueca se figuró en los labios de Scorfano, al recordar que Luca no tenía mucha libertad con su propio cuerpo con todo eso de ser modelo. Tampoco le insistiría que se animara; siendo una de las fuentes de ingresos de Luca. No obstante su mirada verdosa se abrió al momento en que recordó algo que le podría ayudar. A todas prisas se quitó su mochila, desconcertando a su compañero al ver como Alberto dejaba caer –sin ningún cuidado– todas sus pertenencias y basura que cargaba: desde libros, envolturas de dulces, papeles inservibles e incluso su propio piano de aire cayó al polvoso suelo.
Luca ladeó la cabeza al ver que también salieron entre las cosas el viejo walkman adornado con estampillas dañadas de E.T. o Terminator o la misma serie de las tortugas ninjas de hace unos años junto también con varios cassettes de sus bandas de rock preferidas. Alberto al verlas se alarmo un poco al tener miedo de dañarlas dejo a un lado su mochila para verlas, suspirando de alivio que no había mucho daño.
–¡Oh, cierto! –exclamó al ver uno de los cassettes– Este es tuyo –como si nada le entregó uno de los que tenía antes de seguir buscando en su mochila–, las grabe para ti.
–¿En serio? –musitó sorprendido mirando el cassette; donde el mismo Alberto había escrito en un pedazo de hoja de libreta con su hermosa letra todo el listado de canciones de bandas de rock que apenas iba explorando. Todo bajo el escrito "Canciones que me recuerdan a Lucas...". A pesar del apodo, era un gesto ¿lindo?
Alberto le sonrió y le pasó su walkman.
–Puedes quedártelo para que las escuches –algo avergonzado por lo que hacía rasco su mejilla–. Tarde varios días en buscar cada una de esas canciones para ti. Desde que te enseñe a Bon Jovi u Ozzy Osbourne, se me ocurrió recapitular todas las que a ti te podrían gustar.
–Es un hermoso gesto, Berto, no tenías que hacerlo.
–Quería hacerlo, me emociona demasiado que te gusten las mismas canciones que a mí. Sé que es tonto –expresó inquietó mirándolo de reojo–, pero en muy especial para mí.
Luca sonrojado y feliz, bajo su mirada al walkman y el cassette, volviendo a experimentar aquel cardumen de pececillos nadando en su estómago. Antes de que pudiera agradecérselo, Alberto se le adelanto con un fuerte y eufórico:
–¡Lo encontré! –comentó alzando una bolsita de plástico donde se podría observar un pequeño pendiente negro en forma de estrella. Luca lo miro con curiosidad, a lo que Alberto solo le sonrió en grande– Es un pendiente de imán, no es necesario una perforación y es muy resistente. Lo tenía porque me gusto cuando lo vi, además me ayudo a ver si me perforaría aquí –señaló el pendiente de plata del lóbulo de su oreja derecha–. Así ya no me sirve a mí, pero a ti sí. ¿Lo quieres?
Asombrado dejo rápidamente los otros objetos sobre su regazo para tomarlo con cuidado. Una enorme sonrisa se formó en su rostro y con una emoción genuina le pidió:
–¿Me la puedes poner?
Alberto asintió con mucho gusto, tomó la bolsita para sacar con cuidado la pieza. Acercándose a la cara de Luca, mordió su lengua para no perder las partes. Paguro solo cerraba con fuerza sus ojos esperando que terminara, pero al no sentir las manos de Alberto en su oreja abrió lentamente sus ojos encontrándose con el rostro de su compañero a escasos centímetros donde sus alientos se mesclaban y podían jurar que sus ojos brillaban más que nunca bajo las luces blancas de los faroles que se iban encendiendo a su alrededor. Ambos miraron los labios del contrario y luego sus ojos, sin saber si era correcto besarse o no. Aun sabiendo que Luca ahora está soltero, no creían que era un buen momento.
Nervioso Alberto alzó su mano lentamente para acariciar con delicadeza su mejilla. Luca solo dejo caer su rostro en la palma de su mano. Con su pulgar acarició su piel porcelana. Mientras que sus ojos se iban cerrando lentamente, conforme que se iban acercando, pero justamente en el momento en que sus labios se juntaron en un casto beso. Los dos se sobresaltaron ante la fuerte melodía del teléfono de Alberto; quien de mala gana se separó del menor para sacarlo del bolsillo de su pantalón.
En que lo sacaba, Luca toco con la yema de sus dedos sus propios labios, sin poder creerse que tan rápido se iba a besar a Alberto con solo haber pasado un día de su rompimiento. Era una bestia horrible y sin compasión de quien fue su novia por más de cinco años.
Por otro lado Alberto frunció el ceño al ver que por la pequeña pantalla de la tapa de su teléfono el nombre del contacto: Camaleón. Desconcertado e inquieto, destapó su teléfono y presiono el botón de aceptar llamada. Él y Camilo tenían una buena relación, pero no tanto para ser considerados amigos o para llamarse fuera del trabajo. Justamente cuando acepto la llamada un grito desesperado y molesto provocó que alejara el aparato de su rostro.
–DIME, POR FAVOR, QUE TIENES EL NUMERO DE LUQUITA –gritó desesperado, lo que hizo que la bestia la pusiera en altavoz y lo colocara en medio de él y Luca.
–Mejor aún, aquí está conmigo, ¿para que lo quieres? –dijo cortante y molesto por haberle gritado e interrumpido su momento con él.
–¡¿Luca, estas ahí?! –exclamó aliviado e ignorando la pregunta de Alberto; quien blanqueo su mirada con fastidio.
–¿Eh, si? Aquí estoy –respondió preocupado y desconcertado tomando el teléfono de Alberto, pero sin quitar el altavoz–, ¿qué pasa, Cami?
–¿Estas ocupado ahora? –soltó una risa nerviosa.
Luca miro a su compañero, Alberto solo chasqueó la lengua y desvió la mirada molesto.
–No estoy ocupado, ¿qué necesitas?
–Te necesito a ti, necesito un modelo, AHORA.
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