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|10|Dos hilos rojos sin atar (parte 1)
–"Cuando uno crece y ve como parejas surgían. La curiosidad de saber si alguien me amara me atormenta.
Odio los teléfonos, ¿sabes? La simple idea de tener uno me inquieta, porque siempre esperare mensajes y llamadas que nunca aparecerán. Luca, la simple idea de tener tu número me atormenta. ¿Cómo inicio una conversación? ¿Cómo sabré si te llamo en un buen momento?
O ¿Cómo reaccionaría si tu número es falso?
Con cosas tan simples me pones tan nervioso que no sé qué hacer, ¿es esto normal?"
En algún lugar en el sur de Italia, xxxxx, 1989
Las teclas de piano resonaban por toda la enorme sala de la mansión de estilo barroco. Su padre, abuelos y los empleados admiraban con asombro como el pequeño de ocho años recién cumplidos tocaba con profesionalismo cada una de las teclas del enorme piano antiguo. Sus pequeños dedos se movían con rapidez, que era simplemente admirable de ver como a su corta edad dominaba aquella complicada partitura en frente de él.
Su abuela se abrigaba con su rebozo blanco, realmente sorprendida por el enorme talento de su adorado nieto bastardo. Por otro lado, su esposo se mantenía siempre alejado de aquel pequeño que lo miraba con seriedad y firmeza. Alberto era una pequeña copia idéntica de él cuando tenía su edad –que la única diferencia que los separaba era esos hermosos ojos verdes esmeralda que portaba–, que verlo con tan magnifico talento era un golpe duro a su ego. Ese pequeño bastardo era el mismo que provocó ese tremendo odio hacia su propia hija.
–Sin duda es idéntico a Bianca –musitó sin pensar llamando la atención de su mujer; quien sonrió encantada.
–¿Te sorprende? Él es un Fiore de sangre, la música está en su sangre.
Al terminar de tocar la complicada pieza, el pequeño casi termina callándose del banquillo ante el cansancio, pero rápidamente es sostenido por el único brazo de su padre adoptivo. Massimo le sonrió con orgullo, a lo que Alberto le devolvió la sonrisa mostrando la usencia de uno de sus colmillos.
No obstante rápidamente padre e hijo voltearon la mirada al escuchar los pausados aplausos de la mujer de piel blanca y arrugada. El pequeño sonrió aún más en grande al ver la sonrisa de su abuela. Por ella se esforzaba mucho en el piano.
–Alberto, eso estuvo magnifico, tienes un gran talento, no dudo que algún día tocaras en uno de los más grandes teatros de la familia.
El niño exhaló con asombro levantándose rápidamente –y con mucho cuidado– del banquillo alto; Massimo se procuraba que él no cayera de cara contra el suelo, como la última vez. Desde que los abuelos del niño se involucraron en su vida cuando tenía tres años, hacían aquellas visitas mensuales en la mansión de los Fiore. No le molestaba en lo absoluto que su pequeño estuviera muy unido a su familia biológica, es mas era un gran apoyo a la hora de tener que educarlo como la bestia que era. Se puso de pie y se acercó a ellos, justo en el momento en que la mujer se agachaba para tomar el rostro de su nieto y llenarlo de besos, todo bajo la mirada fulminante de su abuelo.
–Haz hecho un magnífico trabajo, señor Marcovaldo, Beto se encuentra en perfecta salud.
–Grazie a usted por los recetarios y guías –agradeció con un ligero movimiento de cabeza, provocando una alegre risa en la anciana.
–No es nada, todo está correcto en su educación que lo único que me preocupa es la ausencia de su hilo rojo –expresó preocupada mirando los bracitos delgados del niño, al igual que sus tobillos.
–¿Hilo rojo?
–Es una tradición de las bestias portar uno –dijo firmemente el hombre canoso arremangando la maga de su camisa azulada rebelando su propio hilo rojo con el símbolo de la estrella al igual que su esposa que lo tenía en su cabello.
Alberto miraba ambos hilos con asombro y una enorme sonrisa, a lo que su malhumorado abuelo soltó un gruñido antes de acercarse a él mientras sacaba su anticuada billetera. Su esposa se puso a la defensiva, sabiendo el odio que le tenía hacia el inocente pequeño, pero rápidamente se quedó sin palabras al ver como él se agachaba también en frente de su nieto para abrir su billetera y sacar un hilo rojo que estaba perfectamente cuidado envuelto en un delicado pañuelo blanco con el bordado dorado de la "F" de su familia: era el hilo rojo de la madre de Alberto.
La mujer se quedó callada al ver a su amado amarrando con sumo cuidado el hilo rojo en la muñeca del pequeño. Los ojos verdes de Alberto se abrieron con asombro, miro a su abuelo y él solo le dedico una mirada muerta.
–No tenemos problemas que Alberto sea criado por humanos, el problema es cuando no sigue las costumbres de su raza –habló seriamente mirando al humano; quien solo desvió la mirada–. Le entregaremos algunos libros sobre la historia y costumbres de las bestias.
Fue todo lo que dijo antes de ponerse de pie –con una y otra leve queja ante las marcas de la vejez–, no miro a su nieto y solo se largó de la sala, bajo la mirada decepcionada de su mujer. Ella miro con pena al padre adoptivo y suspiró.
–El tema de los destinados aun es delicado entre nosotros –bajó la mirada hacia Alberto, el pequeño los ignoraba y solo miraba con asombro la gema de la estrella–...Alberto es un bastardo y no sabemos si tenga un destinado –sonrió melancólicamente–, pero tengo fe de que encontrara a alguien perfecto.
Massimo miro a su hijo con tristeza. Los hijos bastardos no deberían existir, pero Alberto era un pequeño milagro. Sin importar el historial de sus padres biológicos.
{...}
Portorosso, Italia, septiembre de 2003
Un quejido salió de sus labios al momento de llegar a las escaleras de piedra del atelier y ver el rostro inexpresivo de su "cuñado"; quien sostenía a su hermana de la cintura para evitar que ella se lanzara a atacarlo –como en varias ocasiones en el pasado–. Giulietta estaba claramente molesta, dejando en claro que ya se enteró de su teléfono nuevo. Paró sus pasos en el último escalón para luego cerrar su mirada y respirar hondo, teniendo cuidado que el pastel de sus manos no sufriera las consecuencias.
–No entiendo como logras aguantarla, ella ya ha estado en la cárcel por disturbios –bromeó con una sonrisa ladeada, volviendo a bajar con cuidado las escaleras.
–Ella da buenas mamadas –le devolvió la jugada tomando el mentón de su amante con una sonrisa juguetona; provocando que ella se quedara sin palabras mientras que la bestia gruñía ferozmente. No le gustaba como la trataba, pero Giulia era igual (incluso peor) que él. Ercole beso la punta de la nariz de la pelirroja antes de soltarla de una manera algo brusca, pero que hizo que ella se perdiera en su mundo por unos segundos–. Ella aguanta mi arrogancia, así que es justo que aguante su descontrol –se encogió de hombros.
Más calmada, la mujer dejo salir un suspiro sin separarse mucho del cuerpo de su amante.
–¿Por qué compraste un teléfono? Creí que los odiabas –dijo en un tono tranquilo, pero serio a la vez.
Alberto no pudo evitar morderse levemente el labio inferior teniendo una batalla interna si decirle o no. Termino exhalando y bajó las escaleras para tomar asiento en los últimos escalones, quedando en frente de ellos. Dejó el pastel a su lado y miro con seriedad a su hermana mayor.
–No me gustan los celulares, pero –rascó su mejilla desviando su mirada a un punto muerto del callejón–...pero necesitaba uno para poder volver a llamar a –cerró sus ojos con fuerza esperando cualquier reacción de la mayor al susurrar–...mi destinado.
Al no escuchar nada ni sentir algo cayendo encima de él, abrió lentamente su mirada para ver de reojo las expresiones anonadadas del par de humanos. Sus ojos estaban bien abiertos intentando procesar la información, Giulia miro todo su alrededor para luego suspirar. Lo miro con seriedad y lentamente se acercó a él, Alberto esperaba de todo viniendo de la energética mujer, pero rápidamente retiro esos pensamientos al sentir como ella sin aviso lo abrazo con ¿suavidad?
No sabía cómo reaccionar, miro a la pelirroja, pero ella se mantenía callada acurrucada en su pecho con un semblante triste.
–Tienes destinado...–musitó, no como una duda, sino que le costara procesarlo.
Al escucharla, Alberto sintió su mirada cristalizarse y abrazó con fuerza a su hermana mayor.
–Creí que los bastardos no tenían un destinado –comentó realmente sorprendido al igual que perdido el hombre del bigote.
–Ni yo lo sabía –susurró con la mirada en el suelo–, creí que toda mi vida moriría solo. Realmente no esperaba encontrármelo, tenía todos mis planes y ahora ¡Puff! –hizo un ruido con sus labios al mismo tiempo que hacia una explosión con sus manos.
Giulietta se separó de él hincándose en el escalón debajo de él para poder sonreírle realmente feliz, sabía que significaba mucho para su hermano saber que tenía un destinado. Normalmente la mayoría de los bastardos se suicidaban al no tener uno y que no podían quitarle un destinado a otra bestia. Todo por culpa de los padres que creían que podían superar al destino. Estaba realmente feliz por él, que sus ojos marrones oscuros comenzaron a cristalizarse. Alberto al verla sonrió con tristeza, a lo que ella de manera algo maternal movió uno de sus mechones bolndes detrás de su oreja adornada de percings negros y plateados.
–Estoy realmente feliz por ti, Berto –susurró con cariño.
Él rio avergonzado, sus mejillas pecosas se sonrojaron levemente, rascó su nuca, sintiéndose tan tonto en ponerse nervioso con solo pensar en Luca.
–¡¿Cómo es ella o él?! ¡¿Es lindo?! ¡¿Qué le gusta?! –interrogaba eufórica la pelirroja tomándole de sus hombros y sacudiéndole con emoción– ¡Por, Dios, Alberto, necesito detalles!
–Por suerte es él –dijo sonriente, suspirando de alivio, pero aun así no puedo evitar sonreír tontamente–, apenas hablamos por segunda vez en la fiesta de ayer, pero...no sé –rascó su brazo avergonzado–. Me parece una bestia realmente linda e increíble, Giulia, Luca tiene unos ojos preciosos con si fueran cuarzos, es inteligente, su piel se ve tan delicada y su cabello chocolate, unos rulos tan perfectos que pareciera que tiene un croasen en su frente.
Ante el nombre y la descripción ambos humanos parecían sorprendidos, aunque Giulia mostraba aún más emoción reflejado en sus ojos.
–¡Te gusta, Luca!
Los ojos esmeraldas del menor se abrieron con algo de miedo ante aquella declaración. Miro a su hermana que parecía una más alegre como si fuera una adolecente hablando con su mejor amiga de su crush.
–Aún es muy pronto para decir que me gusta...–musitó sonrojada e incómodo.
–Pero si es tu destinado, significa que no tardaran en tener un hijo. Estar juntos solo elevara su necesidad de procrear –expresó inquieto Visconti mirando al menor.
–Sí, lo sé, pero yo no quiero hijos...o al menos no ahora.
Giulia bajo la mirada pensativa mirando a su hermano de reojo.
–Sabes cómo son las cosas en tu especie –comento en un tono bajo y preocupante–, para ustedes es normal embarazarse luego, luego que encuentran a su pareja.
–Pero normalmente las bestias normales la encuentran ya adultos, hay demasiadas bajas probabilidades de encontrarlo a mi edad y peor siendo yo un bastardo –comenzó a alterarse–. ¡Oh, por mi Poseidón! No sé qué hacer si Luca se entera que soy un bastardo, creerá que no soy un buen partido para ser el padre de sus hijos.
De un momento a otro empezaba a alterarse al darse cuenta de las consecuencias de su sola existencia. Luca era un gran partido para él y él era un asco de bestia. Al verlo tan ansioso y asustado de lo que pudiera pasar en el futuro o en el mismo momento en que Luca se entere; ella volteo a ver a su socio con una sonrisa inquieta. Ercole al entender que pedía su ayuda, gruñó en bajo, cerró su mirada y cruzándose de brazos, expresó con hartazgo:
–No te va a dejar, imbécil –pellizcó la fuente de su nariz para no ser tan grosero, ya tuvo un día tedioso como para aguantar más mierda–, solo háblalo con él. Se agradecido que tienes a alguien.
Giulia asintió tomando sus mejillas para tranquilizarlo, junto su frente con la de su hermano para tranquilizarlo, como cuando él era un niño pequeño.
–Todo va a salir bien, no te agobies. No creo que Luca te aleje –musitó dulcemente, sonriendo al sentir como la ansiedad del menor se tranquilizaba–. Ven, entremos y toquemos nuestra favorita, eso siempre te anima.
Alberto rio sutilmente al momento en que ella se separó.
–Ya no tengo diez años, Giulia.
La pelirroja lo miro haciendo un puchero. Haciendo aún más feliz al menor; quien rodeo la mirada antes de levantarse –ya más calmado– y tomar el pastel para la celebración del nuevo modelo.
[...]
–"She's got a smile that it seems to me. Reminds me of childhood memories" –la melodiosa voz de la pelirroja resonaba junto con el ritmo del piano. Cantaba de manera angelical como si fuera una canción clásica–. "Where everything was as fresh as the bright blue sky. Now and then when I see her face. She takes me away to that special place. And if I stare too long, I'd probably break down and cry."
Alberto concentrado en las teclas del piano la seguía con el coro, riéndose cada rato ante las miradas que compartía con su hermana. Hace años que no cantaban juntos que había olvidado la bella voz de su hermana que exageraba sus movimientos como si estuviera en un concierto; zapateando a cada rato donde solo se escuchaba el piano. Era algo especial para ambos; siendo la canción que cantaban a todo pulmón cuando eran jóvenes. Tan era su amor a la canción que Alberto a una corta edad la trascribió para poderla tocarla en piano.
–"Where do we go? Where do we go now? Where do we go? Ooh, oh, where do we go? Where do we go now?" –abrazó de los hombros a su hermano mientras cantaba apasionadamente, provocando que Alberto rodeara la mirada y siguiera concentrado en la melodía– "Oh, where do we go now? Where do we go? Where do we go now? Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay" –con una gran sonrisa beso la mejilla del pecoso dejando una marca de labial en su mejilla– "Where do we go now? Ah, ah."
Los dos hermanos estaban tan concentrados en su propio show que no se habían dado cuenta la presencia del pequeño Paguro que se encontraba sin palabras ante la manera en la que ambos interactuaban. Giulietta al notar la mirada asombrada de la bestia menor, sonrió mostrando sus dientes y mirándolo termino la canción junto a su hermano; quien exhausto casi termina derrumbándose en el piano mal cuidado del atelier. Rio de forma agotada, con gotas de sudor adornando su rostro; haciendo que diminutas manchas de escamas puérperas se hicieran presentes. Con una gran sonrisa peino su cabellera hacia atrás.
No obstante toda diversión y alegría se esfumo al momento en que escucho la voz coqueta de su hermana decir:
–¿Te gusto, Luca?
Sintió como su mundo se derrumba al momento de girar su mirada con miedo, solo para encontrar esa mirada castaña. Ahí estaba el menor con ropas que hacían resaltar aún más su delicada figura. Sus mejillas se encontraban sonrojadas y sus ojos completamente brillantes –como si pudiera ver las mismas constelaciones en ellas–.
La piel bronceada de Alberto se puso pálida, sus manos temblaron en ese momento en que vio su sonrisa nerviosa. Luca se acercó lentamente e indeciso como si no pudiera creerse lo que veía. Con una sonrisa complacida Giulietta se levantó para darle el pase libre a quien sería su cuñado.
De un salto Alberto se puso de pie, sonrojado y apenado de ser descubierto se quedó parado en frente de él. Ambos compartieron una tonta sonrisa mientras sus miradas se desviaban por la vergüenza de que uno lo viera con su vestuario y el otro lo escucharan tocar una canción roquera en un piano.
–Ciao, Luca –susurró en medio de una risa nerviosa mientras rascaba su nuca.
El menor oculto su sonrisa tonta bajo su guante negro y sin verlo le devolvió un tímido:
–Ciao, Alberto, me da gusto verte de nuevo.
Él rio suavemente, compartiendo una mirada discreta con él.
–"No eres cualquier persona, Luca, nunca te espere, jamás creí encontrarte, pero allí estabas. Las palabras se me iban y mis manos temblaban al igual que sudaban. A veces sigo temiendo no ser lo suficiente a ustedes dos".
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