Capítulo 9
Me toqué los labios, aun calientes, hinchados por el caluroso beso de Joaquín.
Tuve ganas de gritarle al mundo que lo amaba con toda mi alma, y que nadie nos separaría nunca jamás...
Pero eran ganas, solo ganas. Nunca podría hacerlo, nunca me entenderían. Nunca lo harían sin juzgarme violenta y cruelmente.
Éramos dos almas solitarias unidas por un amor prohibido, por un tormento diario que nos impedía avanzar. El tiempo había pasado, y vaya que sí... doce años transcurrieron entre nosotros. Y estábamos en el mismo lugar.
Cuando dejamos a Lola y a sus amigas, la intimidad de aquel momento me congeló la sangre; inocentemente (o no tanto, no lo sé con seguridad) intenté despegarle de su (hermoso) rostro los brillos del maquillaje de mi hermana, que lo había besuqueado adrede para que sucediese exactamente lo que quería: dejarlo en ridículo.
Ambos las vimos irse salticando como unas nenas, pero vestidas de mujeres. Me recordé a mí misma a su edad y los temblores me surcaron la columna vertebral; con 15 años, ya llevaba sobre mis hombros la pesada carga de sentirme atraída por mi hermanastro de una forma absurda, casi enfermiza.
─No puedo creer que ya tenga 15 años ─Joaquín también se asombraría por el paso del tiempo.
─Sí...el tiempo pasa volando.
─A veces en vano─remarcó acertadamente, y giré la mirada descubriendo el significado de su frase.
Encendí la luz del techo de la camioneta en donde nos encontrábamos para verlo más nítidamente, el reflejo de la noche me dejaba ver los contrastes de su piel y su barba recién crecida. De repente, no pude evitar reír.
─¡Estás lleno de brillos! ─ le limpié con mis pulgares el exceso de brillos que se le pegaban en toda la cara. ─. ¡Parecés una vedette de la Avenida Corrientes! ─ seguí riendo, contagiándolo.
Lo observé por dos segundos que me parecieron eternos; era tan sensual, más bello de lo que lo recordaba. Las yemas de mis dedos se calcinaban al contacto con su incipiente barba, mientras que mis ojos anidaban pedazos de mi corazón en los suyos.
Para mi sorpresa me tomó de la muñeca izquierda retorciendo su nariz y acariciándose con mi mano, la dio vuelta y la besó con dulzura.
Morí y volví a nacer con ese gesto que me llegó al fondo del alma. Joaquín seguía siendo el mismo adolescente suave, dedicado y sensible que me supo cautivar siendo una púber; ahora, su versión adulta, continuaba arrollándome de igual forma.
Me temblaban las rodillas derritiéndome bajo el calor de su contacto. Respiré fuerte porque sentí que me ahogaba; él adulteraba mis sentidos, empastaba mi capacidad de razonar como una mujer normal.
Quise decirle que no me importaba nada más en el mundo que él, que estaba cansada de esconderme ante todos, que lo nuestro merecía acariciar la luz...pero instantáneamente, me dije que no era justo arruinarle la vida a tantas personas. No era sólo un tema de nosotros dos: Lola, mamá y papá,la propia Krista, la oma Irene...mucha gente nos señalaría con su dedo acusador sin siquiera pensar por un segundo qué es lo que realmente nos sucedía.
Joaquín estaba confundido, yo lo sentía acá, en el pecho, donde se siente el amor, donde se lastima al corazón. Nos habíamos convertido en un hombre y una mujer con un pasado errante y un futuro entre signos de interrogación. Mi historia con Lisandro había tocado fondo, ya no tenía solución, pero Joaquín...la vida de Joaquín no transcurría acá en Acassuso; su vida profesional, su vida sentimental estaba en otro lado, a miles de kilómetros de Buenos Aires. Él ya había elegido estar con alguien, convivir y de seguro, avanzar en esa dirección; el reconocer un altibajo no significaba caer definitivamente sino tan solo tropezar para fortalecerse y seguir adelante.
Soltó mi mano con cuidado y el abandono de su piel, de su rasposa barba, asaltó mi garganta dejándola con ansias de llorar. Pero me contuve. Dando marcha a la camioneta, nos encaminamos hacia Avenida Santa Fe; pasando semáforos en verde con bastante rapidez, el tráfico fluía a pesar de la cantidad de coches que se desplazaban por la calle a las 12 de la noche. El hipódromo de San Isidro quedaba a pocas cuadras de casa, pero el rumbo era distinto; a priori desconocido.
Llegando a Santa Fe y Dorrego el semáforo nos detuvo con su destello rojo; las luces de "La Farola" permanecían encendidas, las luces de aquel sitio que sin proponérselo, había marcado nuestra historia.
Joaquín me dedicó una mirada serena, complaciente. Le respondí de igual forma, estábamos sincronizando los pensamientos.
Devolví mi vista hacia la ventanilla cuando arrancó para introducirse en el tráfico y retomar la avenida hacia el otro lado retrocediendo en dirección a Acassuso, volviendo a nuestra casa. Me abracé a mi misma porque estaba haciendo algo de frío; una campera de jean acompañaba mi vestido rojo, una elección acertada de parte de la mismísima Lola quien me lo había regalado el verano pasado, en navidad. No solo me sentaba muy bien sino que además era bonito, sobrio, y por lo que había notado, a Joaquín también le agradaba.
Dibujé una sonrisa mental cuando me confesó que lucía hermosa. Él tenía la capacidad de hacerme sentir así: bella, segura de mí misma.
Tamborileé mis dedos sobre el apoyabrazos de mi puerta, perdiendo la mirada en los edificios nuevos y los negocios que ya habrían cerrado sus puertas después de las 10 de la noche. Desde nuestro contacto en el hipódromo, no volví a dirigirle la palabra; absorta en mis culpas, nadando en las olas de mi autocompasión, me mantuve en silencio hasta llegar a casa.
Me desajusté el cinto de seguridad porque lo único que deseaba era irme a dormir o al menos intentar hacerlo para olvidarlo todo tal como me propondría cada noche de mi vida por más de una década, sin resultados favorables; pero su mano en mi muslo me detuvo, echando por tierra cualquiera de mis planes.
Sentí que sus dedos formaban llagas en mi piel. El vestido se habría subido ligeramente, todo lo que tocaba era piel desnuda. Lo miré con determinación, sus ojos eran dos piedras.
─Te juro que lo intento─me dijo y comprendí que era cierto porque a mí me pasaba lo mismo.
─Ya lo sé. Yo también─confesé, murmurándolo con un hilo de voz.
─¿Y qué hacemos?
─Aguantarnos, supongo.─respondí estúpidamente. ¿Aguantarnos? ¡No podía estar hablando en serio!... ¡La densidad del aire se cortaba con un papel y se me ocurría decir que lo mejor era aguantar!
─Pedíme que no te bese y no lo hago ─se acercó peligrosamente a mí, ya sin cinto de seguridad de por medio. Me desvistió la boca con su mirada potente, azul oscura, sin darme lugar al oxígeno.
Mi cabeza volaba a millones de metros de altura, incapaz de hacer pie en sitio firme.
─ Sería engañarnos un rato más─sostuve, dándole a entender que yo percibía lo mismo que él, deseando terminar con esta agonía dolorosa.
Entonces, me besó.
Un dejà vú se apoderó de mi mente. Me besó como aquella noche, la de su cumpleaños; tierno, suave, estudiando mi reacción. Me sujetó la cara entre sus manos delicadas y de la calidez y sumisión de su beso, pasaríamos a la pasión desinhibida.
Mi boca le daba la bienvenida abriéndose gustosa, saboreando su exquisitez. Necesitaba tomar de él, acallar mi sed; él era el oasis en mi desierto. Como una brisa fresca, su lengua recorrió la mía, jugueteó con ella, la humedeció con su encantadora armonía.
Recorrió mis labios con tenues mordiscos, provocándome unas cosquillas imposibles de explicar; me sentí en casa, pero no porque estuviéramos besándonos en el garaje, sino porque su boca lo era para mí. Era el lugar de donde nunca querría escapar.
Embriagada por recuperar la memoria de sus besos, decidí alejarme por un momento; no estábamos haciendo bien las cosas...si alguien por casualidad bajaba por el ruido de la camioneta al llegar, estaríamos abriendo la caja de Pandora, pero sin siquiera poder quedarnos con la esperanza entre las manos.
A desgano, despegué mis labios de los suyos, un tanto aturdida por haber transgredido otra vez los límites del autocontrol.
Pase el cinturón por detrás, soltándolo para que retomara su rigidez a un costado del asiento. No había nada que agregar, cualquier cosa que dijéramos sobraba. Por el momento, era mejor dejar las cosas así.
─Hasta mañana─saludé solo con dos palabras, las únicas que cabían en ese momento.
─Hasta mañana─respondió.
Cerré despacio la puerta para no hacer barullo pero él no bajó; supuse que se quedaría un rato más en la camioneta luchando contra sus propios temores. No sería fácil sin dudas para él tampoco; era injusto pensar que solo yo sufría en toda esta historia.
Intenté dormir, y otra vez el sueño me resultaría esquivo.
Pasé una mano por detrás de la cabeza e inspirando profundo miré al techo, mi aliado de los últimos días para comenzar a llorar; pero no por angustia, sino por liberación.
A pesar de haberme lavado las manos antes de recostarme, las olí recordando el aroma de la piel de Joaquín; él se había acariciado con ellas, las rozaría con esa barba endemoniadamente sensual que le daba un aspecto más descuidado. Tendría que dejársela así, como esos pantalones de vestir y esa camisa negra... ¡ay por Dios! recordar esa camisa negra con broches de nácar que le quedaba tan pero tan bien me provocó calor en mis muslos.
Lacrimosa, me sonreí por aquel comentario mental tan adolescente y hormonal; yo era un desastre con todas las letras.
Desastre...
Esa era la palabra preferida de Joaquín con la que solía llamarme durante un pasaje de nuestra adolescencia; en relación a mi torpeza, al movimiento discordante de mis manos para hablar y los problemas de control corporal que tenía por atropellada.
Muchas veces cuando estaba obsesionada con conseguir algo, mis niveles de persuasión eran intolerables, ¡no sé ni siquiera como me soportaban! La estrategia era ganar por cansancio...casi siempre lo lograba, excepto con el cara de piedra de Joaquín, que jamás daba el brazo a torcer, eferveciéndome la sangre.
─¡Sos un desastre nena! ─me gritaba bajando las escaleras, mientras yo intentaba juntar las 700 partes en que había roto el jarrón del pasillo; en mi afán de convencerlo a Joaquín que me llevara en moto a Barisidro, un restaurante muy bonito en San Isidro, recostado sobre la ribera norte. Abrí mis brazos, gesticulando más de la cuenta y ¡al demonio el jarrón!
El agua, y las azucenas que papá le compraría a mamá el día anterior... ¡Y ni qué hablar del partido improvisado de tenis en el living cuando mamá estaba en el Hospital con Lola recién nacida! Olga sería nuestra cómplice, prometiendo no abrir su boca.
Desastre también me diría la noche en que hicimos el amor por primera vez.
Esa noche habría estado marcada por varias cosas; primero, Joaquín había aceptado de mala gana que tanto Mariana, Ingrid y yo estuviésemos en su fiesta de 18 años. Fue entonces cuando a cambio de ello y gracias a mi persistencia, lógicamente, lograría convencerlo de limpiar, ordenar y lavar todo; de otro modo papá lo colgaría de la palmera del patio y le negaría hacer cualquier otra fiesta. Eso sin dudas repercutiría en mi futuro, el que quería asegurarme por mi buena conducta ya que en tres semanas más cumpliría 16 y tenía pensado invitar a las chicas del colegio y las de patín artístico.
Mamá no aceptaría de buenas a primeras, pero papá pensó que era algo inocente quedarme con ellos; después de todo a muchos de sus amigos los conocía del club o del colegio y tampoco se trataba chicos desquiciados o que pudieran causar muchos problemas. Por el contrario, el que estaría al borde de armar tremendo escándalo había sido el siempre correcto Joaquín.
Mariana estaba súper enamorada de él, pero yo la convencía sistemáticamente que mi hermanastro no era para ella; casi siempre de un modo cruel. No quería que nadie me lo sacase.
Así de posesiva, así de celosa.
Esa misma tarde me taladraría la cabeza con que quería darle una carta en la que confesaba que estaba loca por él y esas cosas cursis que mil veces estuve tentada por hacer yo misma y me detuve solo para recordarme que quería dejar de ser una nena, condenando a esas actitudes al baúl de los intentos.
Antes de que llegase la mayoría de sus amigos (ya estaban los Diegos, Luis y un par de chicos más que conocía a simple vista) Joaquín pasaría revista por mi habitación amenazándome con respecto a la ropa con la que debía vestirme. Resultaría gracioso el modo perturbador en que lo dijo; siempre serio, con el ceño fruncido y preocupado. Eso, le añadía un toque especial a su cara...lo hacía ver mayor, más adulto. Pero lo cierto era que me gustaba todo de él.
Tras las indicaciones de moda de su parte, opté por mis jeans preferidos, unos que me quedaban muy cómodos, mis zapatillas todo terreno negras y un sweater de hilo color turquesa que Joaquín me había regalado para mi cumpleaños del año anterior.
Bajé por la escalera desfilando cual modelo exagerando mi andar, mirándolo sobre mis pestañas, haciéndole mohines con la cara y burlándome del modo rígido en que me escrutaba. Le dije unas palabras que desaprobaría, obviamente, para ir a la cocina donde mis amigas preparaban unos cuencos con snacks, cortaban el queso en dados y sacaban aceitunas de los grandes frascos de vidrio.
─¿Es verdad que tu hermano no tiene novia? ─ insistía Mariana, ruborizada al extremo.
─Ya te dije que no...aunque Clara, la de cuarto año lo merodea en todos los recreos ─ la fulminé con la vista dándole a entender que no estaba dispuesta a hacerle gancho y que estaba "ocupado".
─No creo que le de bola a esa ─ agregó Ingrid, sumando (inconscientemente) agua para mi molino.
─¿Por qué? ─inquiría Mariana mientras sacaba escarbadientes y los pinchaba sobre el queso, las rebanadas de salame y las aceitunas.
─Porque te das cuenta a la legua que Joaquín es más sereno; Clara es quilombera y además se dice que ya debutó con Jeremías, del otro curso.
─ ¿Jeremías? ¿Ponce? ¿El rubiecito agrandado que practica hockey? ─ese era un dato interesante.
─Sí. Se rumorea que fue en la fiesta de egresados del hermano de él; ¿viste que el año pasado Mateo terminó quinto año? Bueno...ahí parece que... ─Ingrid dejó lo que estaba haciendo para mostrar el gesto obsceno de introducir su dedo índice en un círculo hecho con su otra mano.
─ ¡No te puedo creer! ─ Mariana abría los ojos como monedas y yo no me quedé atrás.
─O sea que no le da cabida a las facilonas ─siguió persistentemente Mariana.
─Eso lo tendrías que decir vos Gigi, sos su hermana, debés saber si sale con alguien...cómo es su tipo de chica... ─fui arrinconada en mi propia tela de araña.
─No tengo idea, él es muy reservado ¿viste? Nunca lo veo yendo a otro lado que no sea el club. Desde que le regalaron la moto el año pasado que va para allá y después cuando llega a casa, cae muerto de cansancio por la práctica. Come y duerme. Es un zombie ─ confirmé riendo y rogué que se terminara el interrogatorio de una vez por todas.
Afortunadamente, el recusatorio policial terminó gracias a que los chicos entraron a la cocina a llevarse los platos y las bandejas con comida que acabábamos de preparar. Diego tendría en su poder las hamburguesas y los chorizos en el quincho, así que en teoría todo estaba dado para comenzar con el cumpleaños.
La música estaba fuerte, no tanto, porque papá había insistido en que no quería escuchar quejas de los vecinos; por suerte los números árboles que cercaban el terreno actuaban de gran fuelle, sin dudas. La música de Soda Stereo resonaba, los chicos cantaban (y desafinaban terriblemente) excepto por Facundo y Nico, que habían traído sus guitarras criollas y cantaban algún que otro acorde decente y entonado.
Nosotras corríamos de un lado al otro poniendo bebidas en la heladera, llenando cubeteras con agua y organizando los platos con la comida como así también nos encargaríamos del lavado de vasos y el rejunte de las botellas. Nos tomamos muy en serio las tareas encomendadas por el anfitrión, todo con tal de poder festejar mi cumpleaños número 16 de igual forma 24 días más tarde.
Espumando los vasos, levanté la vista para encontrar en dirección recta a Joaquín, que hablaba, gesticulaba mucho y tomaba Fernet. Se lo veía feliz disfrutando de su fiesta y eso me contentaba. En numerosas oportunidades hallaría sus ojos esquivando a sus amigos, para fijarse en mí. Automáticamente, yo bajaba la mirada y seguía concentrada enjabonando la vajilla, sumergiéndonos en un juego peligroso, audaz e infantil.
Alrededor de 4 de la madrugada, la bebida alcohólica ya no corría con tanta velocidad, los platos y utensilios usados para la cena se habían lavado, secado y guardado en el cajón del bajo mesada, por lo que nos dimos el gusto de salir a la puerta de la cocina, que coincidía con un extenso ventanal de vidrio para menear nuestras caderas coreográficamente al compás de la música de Los Redonditos de Ricota.
Del grupo de 10 chicos, entre los que estaba Joaquín, uno alto de nombre Manuel avanzaba con el vaso en una mano en tanto que extendía la otra invitándome a bailar.
No me gustaba mucho; era un poco desprolijo en su aspecto general y olía a alcohol, pero ante su insistencia acepté. Alguna vez me toca perder a mí en el juego de la persuasión, me dije de mala gana. Por un instante, de reojo, miré a Joaquín quien observaba fijamente mi actitud. Me propuse desafiarlo...me gustaba que perdiese su rigidez y medir hasta dónde llegaba su límite.
Mi falta de coordinación era evidente; mis piernas iban para un lado, mis manos para el otro, pero a Manuel no le interesaba porque era tan o más patadura que yo. Terminaría riéndome de mi misma y de él, que tampoco emitía muchas palabras y las pocas que liberaba, eran cerca de mi oreja.
Pasarían entonces "Tarea fina" un tema musical que dio rienda suelta a nuestro baile en la puerta de la cocina, "Barbazul versus el amor letal", "Superlógico" y "La Bestia pop", clásicos del rock nacional.
Sin reparar en la música que sonaba en ese momento, Manuel me sujetó del codo y un poco a la fuerza, me llevó hacia el sector más oscuro del parque donde un par de árboles ensombrecían las luces del extenso patio trasero. Acorralada de espaldas a la pared, no quise gritar para no armar un escándalo ni deseaba parecer una nena histérica que no supiese defenderse sola por lo que esquivé estoicamente cada uno de sus intentos por besarme. Fue para entonces cuando él iría más lejos: pasó la mano por detrás de mi cintura, lista para tocarme el culo.
Recordé la repugnancia al sentirlo apoyarse en mí, rozándome desagradablemente. Es cierto, sin embargo, que nunca había visto un chico desnudo en vivo y en directo sino sólo en alguna película XXX en lo de Mariana, incautada a su hermano mayor. Fuera de eso, la sensación no era placentera y menos aun si ese chico no me gustaba y estaba repasado de alcohol.
Sin embargo, podría ver una sombra acercarse pesadamente convirtiéndolo todo en confusión, porque instintivamente cerré los ojos y para cuando los abrí, vi que el Gordo, el mejor amigo de Joaquín, sacaba a la rastra a Manuel el cual forcejeaba en vano ante los dos metros del gigante jugador de Rugby.
Joaquín me abrazó, me besó la cabeza protectoramente y mi respiración se tranquilizó.
Había sido un momento horrible, pero por suerte yo ya estaba con él, donde nada malo podía sucederme. Se preocupó por saber si me había pasado algo, pero negué diciéndole que solo había sido un intento y punto.
En ese preciso instante de tensión, Joaquín me miró de un modo distinto: no era paternal, ni tampoco como el hermano guardabosques...no, por el contrario, poseía la misma mirada iracunda que al mostrarle el short blanco, la misma mirada de aquella tarde del incidente de la pileta y la misma mirada que encontraría vagando por el patio mientras yo lavaba los vasos minutos atrás.
A Joaquín también le sucedían cosas; descarté que sólo fuese producto de la imaginación de mi cabeza inmadura.
─¡Sos un desastre bailando! ─dijo rompiendo mis deducciones. Me tomó de la mano para devolverme a la fiesta.
─Bueno... ¡no sabía que vos eras John Travolta! ─revoleé los ojos consiguiendo borrarle ese gesto simpático.
Tironeó de mí atrayéndome a su pecho como un remolino, para besarme la frente.
Así como me tomaría por sorpresa ese movimiento, también lo haría cuando me soltó a merced de mis amigas, que seguían canturreando "Sin documentos" de Los Rodríguez.
Todavía no era de día a pesar de tocar las 5 de la madrugada; siendo otoño el sol saldría más tarde. Para ese entonces, Mariana tendría toda la intención de quedarse a dormir en casa pero su mamá se lo negaría ya que tendrían que ir a misa dominical muy temprano.
Papá prohibiría la estadía de alguno de los amigos de Joaquín por miedo a que alguno se sobrepasara conmigo; estando yo en casa, evitaría con esta medida que las cosas se prestaran a confusión.
¡Pobre Claudio!... desconocía que la confusión sería ocasionada ni más ni menos que por sus hijos y no por los de afuera.
Apagué las luces de planta baja, dejando únicamente encendida una lamparita de bajo voltaje en la cocina; Joaquín ya se habría despedido para ir a su cuarto a dormir. Muy pocas veces bebía alcohol y eso tendría acción sedativa casi instantánea, pensé para mí misma.
Caminé por las escaleras con cuidado de no tropezar, muy común en mí, y mucho menos tirar jarrones, cuadros o elementos que hiciesen ruido.
De puntitas de pie por las maderas que rechinaban al pasar sobre ellas, llegué a mi habitación sana y salva. Estiré mis brazos, me quité la ropa y me puse los pantalones largos grises con cordón en la cintura y una musculosa de bretel fino a juego, regalo de cumpleaños anticipado de la abuela Irene. Todos solían llamarla oma por su ascendencia alemana, pero fiel a mi estilo, yo castellanizaba su vínculo para conmigo.
Como un agente del recontra espionaje, me deslicé suavemente por el parquet para regresar al baño a lavarme los dientes. Al finalizar, salí en silencio. Giré el picaporte con cuidado de no hacer más ruido del hecho hasta entonces y al voltearme, el cuerpo de Joaquín interrumpió el trayecto y los planes del mío.
─¡Me asustaste! ─ le dije e inmediatamente me abracé disimuladamente; estaba sin corpiño y con "mis chicas" al viento debajo de la musculosa. ─ ¿No podés dormir? ─ lo miré avergonzada. Joaquín estaba sin remera, exponiendo su torso marcado el cual me secó la boca; una línea de vello dorado se esparcía tímidamente por su pecho. No había un musculo que no estuviese delineado en su cuerpo. Felicité mentalmente al CASI por el entrenamiento impartido a sus jugadores, daba sus frutos sin dudas. Lucía los mismos joggings grises de siempre, que le caían sobre su cadera, dejando a la vista el pecaminoso elástico negro con letras blancas de su bóxer Calvin Klein.
─ No, tomé más de la cuenta...no estoy borracho, pero estoy un poco mareado nada más─apretó sus sienes y restregó sus ojos, respondiendo segundos más tarde.
─ ¿Querés un vaso de agua?─ ofrecí inocentemente.
─Nah, ya se me va a pasar... ¿y vos?¿Qué hacés dando vueltas todavía?
─ Yo me quedé trapeando la cocina cuando vos subiste. Después vine, me preparé para dormir pero olvidé lavarme los dientes ─ admití levantando los hombros, sin despegar mis manos de mis axilas, cubriéndome el pecho.
─Virginia ─ dijo avanzando peligrosamente hacia mí, casi pegando mi espalda contra la pared del pasillo. Tragué por la imprevista cercanía ─, lamento mucho el comportamiento de Manuel, evidentemente estaba en pedo ─ rascó su nuca frunciendo la boca.
─ ¡Ya fue!...no me hizo nada. Apareciste justo para salvarme, Superman ─ bromeé, pero ni aun así se sonreiría. Se lo notaba muy enojado. Mordisqueaba compulsivamente su labio inferior y repiqueteaba el pie contra las tablas del piso. Desbordaba de nervios─ . ¿Te pasa algo? ─ curioseé con la respiración alterada.
─Sólo quiero hacerte una pregunta ─la cabeza me hizo bum, bum, bum.
─Dale...preguntáme lo que quieras─ fingí madurez.
─Vos... ¿notás que hay algo...?─movía las manos, su reloj deportivo Reebok iba de un lado al otro─. Me siento un idiota preguntándote esto─ corrió la boca de lado─...dejálo así mejor ─arrepentido, dio medio giro cuando solté mis brazos y con una de mis manos lo atraje hacia mí.
─Pará, ¿qué me querés decir?─mis ojos se clavaron en los suyos. Jamás había visto lo bonitos que podían ser cuando me miraba fijo. Eran de un azul extraño, muy oscuro, pero había algo en sus cejas, el modo en que las inclinaba. Fue un instante. Un segundo único y esclarecedor: ¡me estaba comiendo con la mirada!
¡Lo sabía!¡Lo sabía!¡Yo no estaba loca!
Él quería tener algo más conmigo.
Aquietando mi ansiedad, quise cerciorarme de mi reciente conclusión.
─¡Habláme Joaquín! No me mires solamente...─me acerqué más, inclinando la cabeza hacia arriba ya que él era bastante más alto que yo.
─Para mí vos no sos mi hermana, Virginia...─comenzó diciendo y sentí que por mis venas no pasaba sangre─ .Ellos intentaron que creciéramos con ese amor fraternal pero lo cierto es que sos la hija de la esposa de mi papá y yo soy el hijo del marido de tu mamá─escuché atentamente, ahogándome con mi propia saliva al escuchar su verdad contenida.
Sus conjeturas eran acertadas pero jamás se me ocurriría imaginar que él pudiera coincidir conmigo, atribuyéndolo todo a una idealización adolescente de mi parte.
─Yo pienso igual─asumí susurrando para cuando su mano agarró con fuerza mi mandíbula y con sus dedos alrededor de mi boca, la apretó, engrosando mis labios.
─¡Qué Dios me castigue por esto! ─ musitó con dolor, para luego besarme. Por un instante, yo dejaría los ojos abiertos; en las películas parecía fácil darse un beso, pero ahora estaba experimentándolo en carne propia. Me faltaba un poco el aire, pero de a poco me relajé cuando me di cuenta lo mucho que me gustaba ser besada. Al principio chocaríamos nuestros dientes, causándonos gracia; después, a medida que avanzábamos, introdujo su lengua en mi boca inesperadamente. Mil veces había practicado en el baño con mi mano movimientos idiotas, pero esta vez era distinto.
Se sentía suave y extremadamente dulce. La tensión de su mano cedía, bajando hacia el hueco entre mi hombro y mi oreja; acto seguido, replicaría su acción con la otra.
Me dejé llevar y un cosquilleo recorrió mi cuerpo íntegramente, me sentí incómoda al notar que mis pezones se endurecían para marcarse a través de la tela de mi musculosa.
Joaquín se separó de mi boca, abriendo los ojos casi automáticamente; pero yo quería más. Lo sucedido era incluso mejor que en las películas que tenía en mente. Tragué, no quería parecer tan novata en esto.
─Sí querés seguimos, pero si no, paramos acá mismo─siseó con su mirada penetrante.
─ ¿Vos qué querés? ─titubeé con el poco aire que me quedaba en los pulmones. Si aceptábamos, significaba quebrar una barrera insoslayable. Traspasar el muro de contención.
─ Yo quiero seguir ─admitió susurrando y su nuez bajó de golpe─. Pero yo te pregunté a vos, no quiero obligarte a hacer cosas que no quieras.
─Entonces sí.
─¿Sí qué?
─Que sí, que quiero seguir─ impulsé mi voz temiendo arrepentimiento de su parte.
Sin mayores preludios, rozó con su pulgar mis nudillos y fuimos a su habitación. Las piernas me temblaban, estaba frente a mi primera vez y junto a ello, el temor del dolor físico del que hablaban todas las chicas.
Joaquín tomó asiento en su cama mientras yo permanecí de pie. Al instante, me atrajo hacia él tomándome de las manos. Avancé tres pasos, cortos. Su cabeza rozaba mis pechos rígidos de la expectación. Mordí mi labio, ardiente, experimentando mi primera excitación corporal. Me alegré al reconocer las reacciones de mi cuerpo; estaba dispuesta a recordar este día como uno de los más importantes de mi vida, retenerlo en mi mente y en mi corazón, para siempre.
Joaquín subió mi camiseta lentamente sin dejar de mirarme, atento a mí y besó mi ombligo. Temblé por completo; la piel se me puso de gallina y cerré los ojos automáticamente, mientras sentí que subía y bajaba su lengua por mi ingle, provocando más cosquillas que irían a parar directamente a mi espina dorsal.
Mis brazos caían a cada lado; mis puños permanecían tensos, casi cerrados. Joaquín tomó mis manos nuevamente con las suyas, aligerando la presión para entrelazar sus dedos con los míos, relajándome.
─Cuando quieras paramos pero por favor, decímelo─suplicó con esos hermosos ojos azules que me miraban desde abajo.
─Sí─ suspiré en un hilo de voz.
Incorporándose, una vez de pie volvió a besarme abruptamente, esta vez más intensamente. Sus manos empezaron a deslizarse por mi cintura hacia mis axilas, arrastrando a su paso mi camiseta. Subí mis brazos permitiendo la salida de mi prenda, dejando el torso desnudo; en un acto reflejo quise cerrar mis brazos tapándome, pero lo impidió.
─Sos... hermosa─bajó la cabeza para besar mis pezones, mordisquearlos mientras los sostenía con los dedos y sentí que el mundo se rompía en ese preciso instante. Era exquisito sentir el roce de su lengua en mis pechos...acomodé mis manos entre su pelo, despeinándolo, gesto que le gustaría tanto que festejaría con una sonrisa para luego tironearme un pezón deliberadamente.
Yo pude contenerme ante la oportunidad de tocarlo, pasé mis dedos por sus pectorales perfectos, bajé con mi índice por sus abdominales hasta detenerme en la línea de sus bóxers.
Él me observaba pacientemente, con la respiración agitada.
─Esta va a ser tu primera vez, ¿cierto? ─preguntó consideradamente.
─Sí─dije, probablemente sonrojada.
─La mía también─ ¡Wauu! Aquello me asombraría provocándome una sensación agradable.
Ambos tendríamos nuestra primera vez. Y juntos.
Estiré mis piernas en puntas de pie para robarle unos besos, mordisqueando su mandíbula surcada por la barba de varios días sin afeitarse.
Extendí mis brazos aferrándome a su nuca y él los suyos a mi cintura. Dimos medio giro sobre nuestros talones, para terminar tumbados en la cama, yo de espaldas al colchón y él sobre mí. Recorrió mi pecho con sus besos y me sumergí a un mundo desconocido pero que prometía ser inmejorable. Torpemente, se sacó sus pantalones arrastrando sus calzoncillos, dejando frente a mí su pene erecto. Era grande, fibroso y brillante. Me asombré y él se rio divertido cuando notó que abrí los ojos más de la cuenta.
Subí la mirada y nos reímos a la par.
Arqueé mi espalda en un único movimiento y él hizo lo mismo con mi pantalón y mi bombacha. Pero sin dejar de besar el interior de mis muslos, que se contraían involuntariamente, cediendo finalmente al calor de sus labios.
Subiendo su torso, comenzó a rozar su miembro en mis labios inferiores, que estaban húmedos. Otra reacción física desconocida. Yo estaba empapada.
─¿Estás lista? ─ preguntó con delicadeza ─. No quiero lastimarte...
─No lo vas a hacer─le transmití confianza plena.
Bajó de la cama rumbo a la mesa de luz para tomar un preservativo. Se lo puso nervioso porque sus dedos temblaban. Lo miré examinándolo ahora sin tanto pudor; era largo, grande..."¿todo eso iba a entrar en mi cuerpito? Mañana me costaría caminar "...pensé entre risas conmigo misma.
Para cuando volvió a la cama, abrí las piernas instintivamente y él encajó su cuerpo entre ellas.
Me dio un beso rápido en los labios y acomodó la punta de su miembro para comenzar a rozarme; despacio, subía y bajaba resbalando. Inquieta, me estremecía corcoveando mi espalda. Él respiraba fuerte. El roce dejaría de ser roce para convertirse en un ingreso lento; yo estaba rígida, tensa por la anticipación.
─ Va a estar todo bien─ dijo, me besó y comenzó a entrar en mí.
Mis manos se clavaban en sus hombros, mis talones vagaban por sus glúteos. El primer contacto ardió un poco, era una fricción extraña, caliente. Hice ruido entre mis dientes, expresando dolor, cosa que lo detuvo de inmediato.
─¿Te duele? ─sus ojos estaban nerviosos.
─Un poquito, pero seguí...─no quería que parara. Me dolía, sí, y un ligero ardor se adueñaba de ese momento.
De a poco, a medida que su embate avanzaba, mi cuerpo aceptaba el grosor del suyo; el dolor daría lugar al placer, a un cosquilleo especial en las paredes internas de mi vagina. Me gustaba y mucho. Fuerte, sintiendo que empujaba más adentro, gemí en volumen alto, desconociendo mi propia voz. Estaba envuelta en llamas. Él fruncía el ceño y no dejaba de mirarme ni por un instante, preocupado por mí. Sin olvidar que era nuestra primera, era amable y dulce; me regalaba palabras bonitas y tiernas.
Finalmente, tras tres embates durísimos y potentes, exhaló el aire contenido en sus pulmones, cayendo desplomado sobre mí. Se sentían las pulsaciones de su pene en mi interior, liberando los espasmos de su líquido. Efectivamente me había dolido bastante la penetración, pero bien valía la pena.
Más recuperado, saldría de mí para quitarse el preservativo y caminar hasta el baño. Pude ver su culo redondo pavonearse por la habitación y me sonreí traviesa, con las imágenes de lo que acababa de suceder en mi cabeza.
Avergonzada, intenté tomar asiento en la cama, pero tenía sangre oscura y con otra textura. Me sonrojé. Cubriéndome con la musculosa, me quise escabullir a mi cuarto para cuando encontré a Joaquín de pie, con su bóxer puesto.
Unos moretones amarillentos parecían asomarse en la cara interna de mis muslos. Me miré al caminar hacia el baño.
─ Uy... creo que te dejé marcados mis huesos, los de mi cadera...─ levantó los hombros arrepentido e hizo una mueca de preocupación─ .¿Te sentís bien? ¿Querés agua? ─puso sus manos posesivamente sobre mis hombros.
─No, gracias... me encantó ─sonreí tímida, mirando hacia abajo. Puso su dedo en mi barbilla para levantarla y retomar el contacto visual─.Más allá del dolor y la sangre ─me corrí el pantalón de entre las manos para mostrarle mis manchas rojas ─lo que pasó fue hermoso. Fuiste considerado y muy hablador ─volví a sonreír─. Fue tal como lo imaginé y con quien lo imaginé─reconocí con pudor.
Me tomó la cara entre sus manos y me besó.
─¿Sabés que acabamos de cagarnos en todo, no?
Asentí con la cabeza.
Definitivamente, nunca tendría más razón que en ese momento.
──
*Escarbadientes: mondadientes.
*Quilombera: persona que genera disturbios
*Agrandado: expresión utilizada para indicar que una persona es creída y superior al resto
*Soda Stereo: banda de rock argentina
*Patadura: que tiene poca destreza para la práctica de deportes o determinadas actividades.
*Los Rodríguez: Banda de rock argentino muy popular en España
*Musculosa: sudadera.
*Trapeando: limpiar con un trapo el piso.
*En pedo: expresión que indica borrachera, o en algunos casos, locura.
*Bombacha: bragas.
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