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Capítulo 8

Su cara de asombro sería de película.

Sin embargo, ella tenía razón: era el primer departamento que estábamos viendo y yo debía de considerar seriamente si esto no era producto de un impulso tonto.

─Está disponible el del séptimo piso, ubicado exactamente acá arriba─Victoria señaló con el dedo al techo.

─Me parece bien, las vistas deben ser mejores.

─Podemos concretar una entrevista la semana próxima, los pintores habrán dejado todo listo para entonces. Si querés volver, contactáte conmigo sin dudarlo─ me dio una tarjeta con su número personal: "Victoria Aguirre - Bienes Raíces".

─Lo tendré en cuenta. A mí y a Virginia nos gustó mucho─ su opinión me importaba y mucho.

─Es un lindo barrio para criar chicos, también─asumió con la boca fruncida que éramos pareja. No quise negar nada, instintivamente tomé la mano de mi hermana. Llamarla así, me hizo regurgitar mil maldiciones. Incluso, al momento de fingir ante su compañera al momento de buscarla, también.

Virginia tampoco se inmutó ante el comentario; tal vez por su concentración en el río. Para entonces se sorprendió cuando agarré su mano y le besé la sien, en un gesto tierno y no premeditado. Me miró perdida, pero sin decir una palabra.

─¿Por qué no me dijiste que querías comprar un departamento?─reprochó al salir, en voz baja.

─Te lo dije, recién─respondí sereno, sabiendo que estaría retorciéndose de ansiedad.

─Sabés de qué te hablo. ¿Vas a volver a Buenos Aires? ¿A quedarte?─sus ojos nostálgicos buscaban respuestas concretas y a corto plazo.

─No lo definí. De momento tengo la plata y estoy planeando comprar un departamento. Más que nada para no molestar a papá y mamá cuando viaje para acá─pensar en regresar de vez en cuando era una opción, pero quedarme en la casa con Virginia cerca, resultaría una tortura.

─Parece justo, lo tenés bastante resuelto el tema evidentemente─me respondió frunciendo el ceño, enojada. Lógicamente me gustaría estar bajo el mismo techo con ella, pero no era lo mejor. Hoy por hoy me costaba horrores mantenerme a raya y sólo llevaba un puñado de horas en Buenos Aires.

─No tanto como querría ─asumí ─, y Virginia, por favor, te pido discreción. Si mamá o Lola se enteran que está en mis planes la opción de volver, no me van a dejar en paz ni un solo día.

─Tranquilo. Sé guardar secretos─me respondió con una sonrisa.

"Si lo sabremos nosotros...".

Llegamos a casa y nos recibió Olga, visiblemente más canosa y arrugada. ¡Wauu! el tiempo sí que pasaría para ella; preferí ignorar mi pensamiento interno y no decirle nada. Ante todo, respeto a las mujeres.

─ ¡¡¡Joaquín!!! ─su emoción al verme me contagió; abrazándome fuerte, sin importarle que yo era el mismo seco y poco demostrativo de siempre─ .¡Qué contenta estoy de verte!─otro abrazo, pero a este respondí efusivamente, con un poco de esfuerzo cabe destacar. Me agobiaban los abrazos fuertes...estaba hecho un refunfuñón tal como aseguraba Lola.

─Yo también me alegro─ me sinceré. A esa mujer le debíamos muchas cosas, entre ellas, que no nos delatase por romper parte de la vajilla de la oma Irene como consecuencia de un juego de tenis improvisado en el comedor entre Virginia y yo, cuando mamá estaba en el Hospital pariendo a nuestra hermana menor.

─¡Estás muy lindo! Todo un hombre, miráte...igual a tu viejo, che─dijo con buen tino, mientras me estiraba una arruga imaginaria del cuello de mi camisa, como si todavía fuese un nene yendo al colegio.

Le di un beso fuerte en la mejilla, me costó aflojarme, pero finalmente cedí. No podía seguir siendo un ogro toda la vida.

Papá ya estaba de vuelta rondando la heladera, más descansado y aparentemente de mejor humor. Nos sentamos a cenar todos juntos aguardando hasta cumplirse la medianoche: para entonces, ya sería el cumpleaños de Lola.

Apenas pasadas las doce la saludamos hicimos cánticos alusivos a la más pequeña y mamá sacaría a relucir una torta con crema y frutillas (la preferida de Lola) para una celebración simbólica. La cena con el resto de los integrantes de la familia era mañana, familia a la que no veía desde mi viaje, 12 años atrás. No me hacía mucha gracia, pero no tenía otra alternativa.

Me disgustaban las reuniones, pero en cierto modo estaba acostumbrado a ello: en la empresa solían realizarse eventos en los que participaban todas las áreas de la compañía, y a finales de año, se organizaba algún que otro festejo con bastante más gente de lo habitual.

Recapitulando, Norma, la hermana de Gabriela, era un poco pesada; solterona, era quien cuidaba de Virginia cuando papá recién noviaba con mamá. Siendo un personaje en sí misma, sin beber una sola gota de alcohol era el alma de las fiestas; cantaba, bailaba aun sin música, pero era noble admitir que lo que tenía de divertida, lo tenía de incordiosa. En igual proporción.

Concluí que verla una vez cada 12 años, era suficiente dosis de tía Norma.

El tío Roberto, hermano de papá, con su nueva pareja 15 años menor (¡y yo que me preocupaba por la diferencia de edad con Virginia!) vendrían a cenar con Marcos y Fiorella, mis primos mellizos de 10 años, producto de esta última conquista. A la oma Irene no le gustaba mucho mi "nueva tía" Alicia, alegando que ella era una trepadora que le quería sacar hasta los dientes a su hijo. Sin embargo, deduje que era un comentario típico de mi abuela en lo que amoríos de mi tío Rober se trataba.

Obviamente, mi abuela vendría a vernos, se encontraba muy lúcida a pesar de sus casi 80 años, aunque su cuerpo no decía lo mismo; supe por mamá que se habría fracturado la cadera 6 meses atrás, precisamente antes del viaje de ellos a París, plan que estuvo a punto de suspenderse por la salud de la oma Irene.

Llegada la noche del sábado mamá desplegó su destreza como anfitriona recibiendo a los invitados amistosamente. No sería un evento de gala ni fastuoso, pero se habría hecho hincapié en que todos nos vistamos de rojo y negro, a pedido de Lola.

El rojo no me sentaba del todo bien y tampoco quería parecer un muñeco de torta con traje, optando por un pantalón fino de vestir negro y una camisa, también negra, con una imperceptible trama de hilo satinado que la surcaba de arriba hacia abajo. Sobrio, como yo; poco acartonado...no precisamente como yo.

Cumpliendo sus deseos, todos nos ubicaríamos en la gran mesa decorada para la ocasión; candelabros altos de plata labrada con unas pequeñas velas encendidas, la mejor vajilla que teníamos (y la que quedaba post tenis casero) y unos jarrones de vidrio altos, con arreglos esféricos de rosas rojas armados por mamá (y sus manos de bricolaje).

A medida que llegaron los invitados, nos saludamos afectuosamente. Vinieron los besos y presentaciones de rigor por parte de mi tío, de su esposa e hijos (o sea, mis primos) hacia mí. A mi tío también le había caído el reloj del tiempo encima; estaba completamente canoso y con muchas arrugas. También tenía bigote. Lo único que mantenía color azabache. Pero aún así, su impronta de viejo seductor, era conservada.

Él era más charlatán que papá y mayor que él; se había casado dos veces antes de conocer a Alicia, y no había tenido hijos sino hasta en este matrimonio.

Junto a las dos amigas de Lola, sumábamos diez personas, los cuales comenzamos a rodear la mesa (cada sitio tenía una linda tarjeta escrita a mano, de puño y letra de mamá, con nuestros nombres) dejando libres tres lugares: el de Lola que estaba por bajar, el de papá que la esperaba ansioso en las escaleras mientras acomodaba su corbata negra y el de Virginia, que había estado demorada hablando por teléfono con su ex novio. Supuse (o quise suponer) que estarían coordinando el momento en que ella pasaría a buscar las cajas restantes de su mudanza, tema del que me contaría a regañadientes el día de ayer.

Mamá recodó por sí misma comentarle finalmente que Pedro no le entregaría el auto hasta el viernes próximo; sulfurándola, obtuvimos una muestra de Virginia en su máxima expresión.

Terminando por acomodarme en mi silla, hablé de temas dispersos con el tío como ser fútbol, economía y series televisivas, hasta el momento en que giré la cabeza y vi a Virginia venir hacia nosotros algo agitada por la demora, logrando interrumpir mi respiración. Sumergido en una nube, la observé con un nudo en la garganta; estaba vestida con un vestido ceñido al cuerpo de mangas pequeñas, largo hasta sus rodillas, íntegramente de color rojo.

Por un instante me sentí un toro en plena rodada.

Las sandalias plateadas hacían justicia a sus pequeños pies, las piedras decoraban perfectamente su andar, centelleando de brillo a su paso. Pocas veces se dejaba el pelo suelto, por su trabajo y el calor, excepto por esa noche.

Una fina trenza hecha con su propio pelo surcaba el nacimiento de su flequillo espeso, enmarcando su rostro perfecto. Se había maquillado como nunca; muchas capas de rímel resaltaban sus increíbles e inmensos ojos turquesa.

─Disculpen la demora─saludando a mis tíos y al resto de los presentes, se ubicó con prisa a mi lado torpemente, enganchando la silla con el mantel.

El perfume a rosas inundó mis fosas nasales y a la totalidad de mis sentidos; no provenían de los arreglos florales sino de su piel de alabastro. Súbitamente, su mirada se diluyó en la mía tras acomodarse en su lugar, arrastrando a mi corazón hacia la cornisa del padecimiento.

─Estás hermosa─susurré inexplicablemente, sonrojándola, logrando que sus mejillas combinasen con el color de su vestido.

─Vos también─murmuró con esa misma vergüenza con la que aceptaba el cumplido de mi parte.

El diálogo quedaría en ese intercambio solitario de palabras, ya que Lola apareció en escena: era su momento, su cumpleaños y le debíamos total respeto y atención.

La cena transcurrió dentro de los carriles normales, con millones de preguntas sobre París, mi trabajo, mi novia y mis ganas de volver; sería agotador ser el centro de atención. Lola por suerte no se enojaba, por el contrario estaba tan concentrada coordinando la salida con sus amigas, que apenas emitiría sonido en toda la noche. Lo poco que conversaba, lo hacía con las muchachas presentes; la rubia insípida que no me despegaba los ojos de encima y otra castaña, que hablaba muy bajito y tenía una extraña carcajada.

Papá la reprendió por semejante descortesía, pero era una adolescente en plan de rebeldía que solo le importaba estar con sus amigas y volar cuanto antes de esa mesa aburrida.

─Papi─dijo en un momento y todos supimos que eso era sinónimo de petición de favor; su tonito infantil y los arrumacos al acercarse a él, eran la evidencia perfecta─, ¿podrás llevarnos a Dardo Rocha? El papá de Martina (la castaña de risa estruendosa) nos iba a pasar a buscar, pero ahora no puede...

─Mi amor, papá está cansado...tómense un taxi─sugirió mamá.

─Si querés las llevo yo─me ofrecí con la intención específica de ver su entorno y estar a su lado, compensando tanto tiempo de ausencia.

─¿Sí?─la pequeña (no tan pequeña) daba saltitos de alegría empuñando su celular lleno de brillos─. ¡Pero sólo si me prometés que no vas portarte como un cuida!─levantó su dedo amenazante, marcando los posibles alcances de mi conducta.

Virginia se rió aturdiendo a toda la mesa que la acompañaría en su denostado gesto; evidentemente mi fama de hermano castrador trascendería la barrera de mi círculo más íntimo.

Todo porque quise cuidar a mi hermana que le tocasen el culo 12 años atrás...

"Cínico".

Yo sabía que reaccionaría así porque no soportaba que le merodearan siquiera, y menos aun, que intentaran propasarse con ella y no porque fuese un hermano celoso y ya.

─No me jodas más con eso...¡fue hace mil!─ retruqué ofuscado.

─¡Virginia confesó que fue cierto lo de tu enojo en tu cumpleaños! ─gritó eufórica.

─¿Qué enojo? ─preguntó Gabriela, en dirección a mí.

Di vuelta los ojos; por culpa de Lola tendría que contar la anécdota por décima vez y defenderme como podía. Para colmo de males, contaba con el aporte poco solidario de Virginia que agregaría detalles (debí reconocer más divertidos y exagerados) de la situación. Lógicamente, ninguno de los dos iría más allá de los detalles aptos para todo público, cosa que agradecí sobremanera.

Mi papá meneó la cabeza al oír que yo casi le rompería la nariz a Manuel a quien desde ese día no lo vería más en tanto que mamá llevaba sus manos a la boca, guardándose los comentarios.

─Gigi, acompañános, porfa... ─le suplicó Lola a modo de rezo, ante el asombro de mi musa eterna─. Si alguien lo vigila, no se va a comportar como un policía─evité reírme, me conocía lo suficiente como para saber cuál era mi plan.

No me agradó la idea de ir con Virginia, que se negó en un principio pero, tomando de su propia medicina, sucumbió ante la insistencia (mucha por cierto) de Lola de ir con nosotros.

Llegamos en la Land Rover de papá al "espacio multievento" (palabras textuales de Lola) más conocido como Dardo Rocha, del Hipódromo de San Isidro, reservado para fiestas varias y esta clase de festejos; desbordaba de adolescentes y otros que no lo eran tanto. No me sentí muy a gusto que entrase con esa pollera tan cortita negra de cuero y esa musculosa sobrepasada de lentejuelitas plateadas. Dolores era muy chica. Siempre tendría tres años para mi visión de hermano mayor represor.

─¡Agradecé que no te obligó a que te pusieras una sotana! ─apuntó Virginia sentada a mi lado, en el lugar del acompañante ─. En su famoso cumpleaños─explicó haciendo alusión (otra vez más) al de mis 18─, me obligó a no usar ni polleras ni unos shorts blancos que había comprado en Punta del Este. ¡Un pesado total!─las chicas a mis espaldas, se reían cómplices si parar mofándose de mí, obviamente. Hice una mueca burlona.

Tenía todas las de perder, eran 4 mujeres contra mí. Insulté silenciosamente a mi cerebro por ofrecerme a traerlas; irían hablando todo el viaje a un volumen despampanante y chillón causándome terrible dolor de cabeza. Hubiera preferido callarme la boca y que la trajese Virginia, después de todo ella también sabía manejar.

Bajaron del auto deshaciéndose en agradecimientos, dejándome impregnado sus brillos en toda la cara los cuales me refregué cuando desaparecieron dentro de la inmensidad del "espacio multievento".

Virginia me miró para prender la luz del techo del auto para comenzar a reír obscenamente.

─ ¡Estás lleno de brillos!─dijo limpiando animadamente con su pulgar los cristalitos brillosos, que según ella, se acumulaban en mi crecida barba de cuatro días─. ¡Pareces una vedette de la Avenida Corrientes! ─continuaba riéndose a carcajadas, contagiándome sin más.

Sucumbí ante su contacto, tan simple y desinteresado. Tomándola por la muñeca, separé su mano de mi cara porque si me seguía tocando, no respondería de mí. Giré la cabeza, besé su palma y me acaricié con su mano abandonando rastros de brillos.

Escuché un suspiro profundo salir de su nariz; para entonces, estábamos conectados a otro nivel. La tensión sexual era innegable. Tanto, que durante el viaje de regreso a casa permanecimos en silencio. Yo me concentré con extenuado puntillismo en el camino mientras que Virginia clavaba sus ojos por la ventanilla, observando el perfil urbano de la ciudad. Seguramente, terminaría con tortícolis si no cambiaba su postura. Por momentos la espié por el espejo; ella respiraba fuerte, mojaba sus labios uno con otro y tamborileaba sus dedos en el apoyabrazos de su puerta. Estaba nerviosa, tanto o más que yo.

Al llegar a la casona, una vez en el garaje y antes de que bajase, presioné su muslo con mi mano, deteniéndola, para su sorpresa y para la mía.

─Te juro que lo intento con todas mis fuerzas ─ asumí agobiado, con una sensación incómoda presionando mi pecho desde adentro y por fuera.

─Ya lo sé. Yo también─me respondió desprendiéndose el cinturón de seguridad.

Ambos tendríamos los mismos ojos tristes, vidriosos por reprimir nuestras ganas de besarnos como hace 12 años atrás. La separación, nuestras noches juntos, nuestros viajes en moto, nuestras escapadas...flashes de esos momentos surcaron mi mente en un segundo.

─¿Y qué hacemos?─súplica, ruego, pregunta...estuve desesperado por saber cómo seguir con esto.

─Aguantarnos, supongo─ expresó resignada, levantando sus hombros.

Pero no pude contenerme más.

Sin dejar de mirarla ni por un instante, me quité el cinto e incorporé mi torso hacia adelante, poniéndome a escasos centímetros de ella, inspirando su mismo oxígeno, invadiendo su propio espacio.

─Pedíme que no te bese y no lo hago─mi voz sonó más ronca que de costumbre; esperé su respuesta por un segundo que pareció eterno.

─Sería engañarnos sólo un rato más...─sus palabras me autorizaron implícitamente a hacer lo que no debía.

Tímidamente, anulé la mínima distancia que había entre nuestras bocas para entregarme a un beso; delineando sus labios, cálidamente, los invité a abrirse para mí. Rocé su lengua con la mía, empapándome de su sabor. Era tal como lo recordaba. O quizás mejor, como los vinos añejos.

Levanté mis manos acunando su cara, para darle mayor firmeza a mi contacto. Se sentía muy bien besarla. Ella me aceptaba, se brindaba a la imposición de mi boca, que tomaba ímpetu y mayor velocidad. Ansiosamente, empezamos a acrecentar el ritmo del beso, a degustarnos con más urgencia; un soplido salía de mi boca al abrirla, mezclando deseo y necesidad.

Recorrí la tersura de sus labios dando pequeños mordiscos con el filo de mis dientes; ella permanecía con los ojos cerrados, absorbiendo cada roce, deleitándose con mi aroma.

Mis dedos parecían danzar con vida propia, mis pulgares se apoyaron en sus pómulos, dando leves masajes a su cara bonita y perfecta.

Quise más, mucho más, pero ya habíamos tenido demasiado por hoy.

Se distanció de mí al mismo momento que mi mente me habría dicho que sería lo prudente; entrelazamos nuestras miradas pidiéndonos perdón por todo el daño que nos habíamos hecho o tal vez diciéndonos cuánto nos habíamos extrañado. No lo tuve en claro para entonces.

No sumamos palabras, no hacían falta, el beso había hablado por sí solo.

Nuestras miradas también.

─Hasta mañana─dijo mirando hacia abajo y saliendo raudamente del coche, huyendo de viejos fantasmas...y de mí: su gran fantasma.

─Hasta mañana─suspendido en el aire, mi saludo no llegaría a escucharse.

Por unos instantes permanecí sentado en el auto, refregando mis sienes, recriminándome lo estúpido que era; lo inmaduro que habría sido al comportarme de ese modo.

Acababa de poner en jaque toda mi fortaleza física y mental, a la que me había estado preparando desde que supe que vendría a Buenos Aires. Años reprimiendo esto, años intentando olvidar mi estupidez adolescente, para estar de vuelta en punto muerto. Con el pequeño detalle de que en estos 12 años habrían pasado muchas cosas en el medio: un viaje relámpago a un país desconocido, millones de dudas, una post adolescencia sin rumbo, una novia, una propuesta de matrimonio en suspenso...

Lo que acababa de suceder tenía un solo culpable y era yo; porque aunque su cuerpo daba señales de pedir lo mismo, yo sucumbiría ante el momento de intimidad que se daría entre nosotros. La cabeza me estallaba, golpeé con los puños el volante; me contuve de caer en un ataque de ira irracional y descontrolada al recordar que estaba solo, en un auto que no era propio y en el garaje de una casa en la que mis padres estaban durmiendo.

Inspirando profundo con el cráneo apoyado en el cabezal de mi asiento, bajé del coche procurando darme un baño de agua bien helada, soñando con la posibilidad de olvidarlo todo.

Sin embargo, era hipócrita de mi parte ignorar que mi subconsciente siempre había deseado que esto ocurriese; deseaba besarla y de no haber sido por un rapto de cordura, habría bajado mis manos para tocarla más íntimamente.

Toqué mis labios intentando conservar el gusto de los suyos. Mascullé maldiciones, mastiqué remordimientos.

"¡Mierda! ¡Qué jodido estoy!"

──

Como el domingo fui a almorzar a lo de Diego, mi amigo de la infancia, ni me cruzaría con Virginia. Me levanté temprano, me armé un bolsito con ropa deportiva y cómoda y con el auto de papá en calidad de préstamo viajé rumbo a Tigre, a la casa que "el Gordo" compartía con su reciente esposa Carolina.

Comimos el asado preparado por Lucas, no sin antes degustar una riquísima picada hecha por la flamante señora Pérez Conde, que estrenaba título de casada. Ella fue la única y primera novia del "Gordo".

Compañero desde las inferiores de CASI, asistimos al mismo colegio durante la primaria y la escuela secundaria, tanto, que vivimos pegados uno con el otro: nos contábamos todo, incluso, a mi pesar, el exabrupto en mi cumpleaños 18, el tan rememorado durante estos últimos días.

El Gordo era la persona más noble del mundo, y no quería traicionar su confianza mintiéndole. Él siempre me decía que era un vigilante con Virginia, que tenía que dejarla vestirse más adulta, que luciendo como una nenita nunca conseguiría novio...sin saber que lo que menos deseaba era eso; que estuviese con otra persona que no fuese yo.

En mi cumpleaños, la gran confesión, diría presente.

Él detuvo mi mano cuando quise pegarle a Manuel siendo quien lo sacó a patadas a él y a sus amigotes de mi casa y volvió para ver si todo seguía bien. Le respondí que sí desde mi ira un tanto disuelta. Pero entre trago y trago, no dejaría de clavarme sus ojos ni por un segundo. Sujetándome del codo, apartándome de la música y de las amigas de mi hermana que nos revoloteaban, me arrinconó contra la pared trasera del quincho para hablarme y no de buen modo, precisamente.

─¿Qué carajo estás haciendo?

─No sé de que hablás─me hice el distraído hablando un tanto raro, simulando estar borracho.

─No te hagas el pelotudo conmigo, casi le rompés la nariz a Manuel de una piña.

─¿No viste que estaba toqueteando a Virginia? ─ me excusé.

─En primer lugar, no le estaba toqueteando nada porque llegamos a tiempo─mi amigo era tan grande físicamente, que me intimidaba─. Igual, no refiero a eso.

─Entonces no te entiendo─tomé un poco más de Fernet, creyendo que mayor alcohol en sangre me otorgaría las agallas para enfrentar el cuestionamiento lógico de mi mejor amigo.

─Una cosa es defender a tu hermana del nabo de Manuel, yo también lo haría si veo que se quiere propasar; pero a vos no te afectó sólo eso, Joaco. Hace rato que la venís pifiando.

No quise interrumpirlo, me di cuenta que para él también era difícil explayarse en lo que quería decir. Era un tema delicado y nuestra amistad estaba en peligro.

─No soy boludo, Joaco─empezó a decir después de acopiar valor ─. Nos conocemos desde los 6 años; hace mil que somos amigos...pero hace un tiempo atrás te noto distinto con Gigi...no sé...muy atento, muy pegote...la mirás con otros ojos...─ movía su manos mientras explicaba lo inexplicable─. Perdóname...pero si vos no me decís qué pasa, nuestra amistad se termina acá mismo.

Dándome un ultimátum, no tuve más remedio que abrir la boca. Él tomó algo de distancia, para sentarse en un macetero de ladrillos, dispuesto a escucharme.

─No sé cómo ni cuándo pasó, no sé si lo que siento está bien o mal; la culpa me está comiendo los sesos ─ bebí un sorbo largo, seco y de golpe─ pero la veo y ...─los ojos se me llenaron de un brillo especial, lo sentía; las mejillas me ardían y el ardor en mi esófago era cruel─siento que quiero darle un beso, abrazarla...

─¡Cogerla...! ─ agregó no muy sutil subiendo una ceja.

─ ¡Esa palabra suena horrible, Gordo! ─lo miré enojado ─. Yo no quiero "ponerla" y punto. Ella...es distinta.

─ ¡Es distinta porque es tu hermana, Joaquín...!¡Por favor! ─ incorporándose, tapándome con sus casi dos metros de altura y 110 kg, acusaba─. No podés estar así por ella...¡sacáte la calentura con otra mina y ya está!─aconsejó.

─No entendés nada... ─ giré haciendo un ademán con la mano─...¿Ves? Por eso nunca te lo conté. Yo no estoy caliente con Virginia, ¡yo la quiero de otro modo! ¡Y no es mi hermana! ─apreté la mandíbula, exhalando la misma frase que me torturaba por las noches, antes de dormir.

─Pero se criaron juntos, Joaquín...─Diego pasaba nerviosamente las manos por su pelo húmedo.

─Ya lo sé...me castigo pensando en eso todos los santos días, pero no puedo hacer nada. No es una minita cualquiera.

─Pero encima tiene 15 años.

─En veinte días más cumple 16 ─ interrumpí como si eso marcase la diferencia─. No sería la primera vez que alguien de 18 sale con una piba dos años más chica─minimicé, justificándome.

─Sí pero no es ese el problema ¿lo entendés?...Joaquín, su mamá es tu mamá, tu papá es su papá...

SU mamá no es MI mamá, y MI papá no es SU papá. Ni legalmente, ni sanguíneamente─ aclaré como si hiciera falta.

─ ¡Sos terco che, eh!

─ Diego, lo que me pasa con ella es re loco...nunca tuve tantas ganas de estar con alguien.

Diego resopló sin encontrarle la vuelta al asunto, a estas alturas estaba más traspirado que yo.

─Gordo ─me acerqué agarrándolo del hombro ─, ¿vos te pensás que si yo hubiese podido elegir, hubiera elegido esto? Cómo vos decís, yo podría estar poniéndola en cualquier lugar, podría aprovechar la facha que dicen que tengo para coger a quien quiera...y sin embargo me estoy retorciendo de dolor porque me pasan cosas complejas y verdaderas con ella.

─Vos te das cuenta que esto puede armar un quilombo terrible ¿no? ─ levantó su dedo, amenazante. Si no fuese porque lo conocía y sabía que era más bueno que un perro labrador, me hubiera cagado encima. Literalmente.

─Por eso es que nadie lo tiene que saber.

─¿Y ella qué dice a todo esto?

─Nada, nunca le dije nada─Diego bufaría por la nariz, escéptico ─. ¿Qué pasa? ─pregunté, desconcertado por su gesto.

─ ¿No lo viste?─ parpadeé nuevamente─ .¡No puedo creer que encima de boludo estés ciego!─se rió irónicamente ─ . ¡Ella está hasta las manos con vos también!... ¡están al horno!

Tragué con fuerza. Ella sentía lo mismo, o algo similar al menos, por mí. Una sonrisa ladina se estrelló en mi cabeza.

"Ella también estaba hasta las manos conmigo"...

─¿Al horno? ─resoplé ─.¡Ni que me lo digas!─ bajé la cabeza meneándola.

Un instante más de silencio, sosegó el momento.

─Che, gracias...necesitaba contárselo a alguien porque si no me iba a morir de un paro cardíaco─ reconocí.

─ ¿Qué van a hacer? ─ hizo la pregunta del millón de pesos.

─Qué sé yo...nada...seguir adelante...como hasta ahora.

El chasquido de los dedos de Lucas, el asador designado en lo de Diego, me devolvió al presente, ubicándome en tiempo y forma.

─¡Canté truco! ─me dijo y lo miré desorientado con las cartas en la mano, sin darme cuenta qué era lo que estaba haciendo antes de traer a colación todas esas cosas a mi mente.

─Disculpáme viejo, me está doliendo un poco la cabeza─ dejé las cartas sobre la mesa y me puse de pie ante las palabras de los chicos que se molestaban por mi abandono. Diego se acercó enseguida para asistirme.

─ ¿Querés una aspirina?

─Sí, por favor ─froté mis sienes. O el alcohol o los recuerdos, pero alguno de los dos me estaba jugando una mala pasada.

─ Veníte para adentro...tenemos que hablar─lo seguí a mi pesar. La idea era tomarme una aspirina de mierda con algo de agua, ¡no que tuviera que acompañarlo! Sabía que esto vendría de sermón, y ya estaba bastante cansado de las palabras adoctrinadoras. Mi papá había colmado el cupo por estos días.

─Gordo, no lo tomes a mal, pero no tengo ganas de hablar de lo que ya sabés─subimos las escaleras hasta el baño. Entró y sacando una tira de aspirinas del cajón, quitó una del blíster plástico. Finalmente, regresaríamos a planta baja para ir rumbo a la cocina donde me sirvió un vaso con agua. Yo parecía un perrito faldero atrás de su enorme físico.

─Está bien─dijo levantando sus palmas, poniéndose a la defensiva, hablando después de un desfile silencioso por la casa─ , pero ese dolor de cabeza no es de resaca. Chupaste re poco, viniste manejando y sé lo obsesivo que sos con el tema del alcohol y el conducir ─enumeró ─. No te excuses que conmigo, no va.

─ ¿Entonces? ─tragué la aspirina...poniendo cara de asco por su amargura.

─La viste...a ella ¿no?

─Sí ─hacerme el distraído no me permitiría ganar tiempo, además era de tontos preguntar de quién hablaba ─. Se separó del novio y está parando en casa. Vamos a estar juntos hasta que mis viejos y Lola vuelvan de viaje.

─¿Qué? ¡Están locos ustedes dos!─tomando una cerveza de la heladera, destapó y bebió un largo trago de la botella.

─Yo no sabía nada, te lo juro. Me enteré por mamá, ayer o antes de ayer, no me acuerdo. Yo hubiera preferido irme a alquilar algo, pero me rompieron tanto las pelotas que acepté quedarme. Además, la idea era estar solo el tiempo que ellos estuviesen en Disney, aprovechar la pile. En principio, compartiríamos no más que un par de reuniones familiares.

─¡No te la puedo creer!─ giró agarrándose la cabeza, preocupado.

─Ya fue Gordo, estoy de novio y lo que pasó entre nosotros fue hace mil años─ me hice el superado, pero no me creyó ni un poco.

─No me tomes de boludo, Joaco. Si no te importara no te dolería la cabeza, no hubieras estado mirando a la nada mientras estábamos con los pibes afuera jugando a las cartas. Estás en otro mundo. Y ese mundo se llama Gigi.

─Virginia ─corregí, fiel a mi estilo.

─ ¡Ay!¡Dejá de ser tan formal! ¿querés? Hasta en la veterinaria la llaman Dra. Gigi y vos le decís Virginia como si fuera una vieja estirada que no quiere que le abrevien el nombre.

─Gigi no me gusta─ fruncí los labios como nene encaprichado.

─Bueno, me retracto, señor abogado─ replicó, con sorna ─. Tu mundo se llama Virginia Salaberry. ¿Está bien?

─Ahí me parece mejor─ sonreí de mala gana concediéndole el punto.

─¿Te movió la estantería?¿De vuelta?

─Sí...ayer...─suspendí mi relato por un momento resoplando por la nariz, pero Diego se acercó, sin ánimos de quedarse con la duda clavada en el pecho.

─Ayer...¿qué?

─Ayer la besé, en el auto de mi viejo─tragué avergonzado.

─¡No...boludo!─ el malestar de Diego me exasperaba, como si no tuviese suficiente con mis propios reproches.

─No pude resistirme...te...te juro que...estaba sentada conmigo...y...─ balbuceé rememorándolo todo; desde su perfume hasta el desconcierto de sus ojos turquesa.

─¿Qué estaban haciendo en el auto de tu papá, juntos?

─La hinchapelotas de Lola quería ir hasta el boliche del hipódromo con las amigas, y las llevamos. Cuando pegamos la vuelta, antes de bajar en casa, no me aguanté más, le dije que quería besarla y listo, ¡la besé!─resumí sin contarle que ella en ningún momento ofreció resistencia.

─Joaco, sos mi amigo y te quiero. Estás metido en un tremendo lío, pero nadie te puede decir a esta altura de la vida qué hacer o como tenés que actuar. Evidentemente lo que sienten ya dejó de ser un capricho o una boludez de pendejo calentón; pasaron 12 años sin verse... ¡12 años, hermano! y aun así, aun habiendo reconstruido su vida o haciendo lo posible para lograrlo, apenas se tuvieron cerca se sacaron chispas. Yo no soy psicólogo─aproximándose, me agarró de los hombros y me miró fijo, dando su juicio de valores sobre el tema─, ya te habrán tratado de lavar la cabeza hablándote del incesto y esas pelotudeces, pero estás enamorado, Joaco...pero no de quién tendrías que estarlo─ sus ojos eran sinceros, preocupados─, lo tenés en claro, ¿no?─me dio un abrazo reconfortante que necesitaba; casi lloro─. ¡Y ahora no seas maricón, no te largues a llorar en mi remera!─ me separé de él ante su reflexión graciosa pero dramática; me sequé unas lágrimas sin dejar de sonreír por su abrupto comentario ─ .Van a tener que hacer algo urgente con esto.

─ ¿Y qué puedo hacer? Mi viejo me exilió de casa hace 12 años para evitar lo inevitable; y a la primera de cambio tengo ganas de comerla a besos─surgió desde adentro el romántico y cursi, al que Diego le entregó una única carcajada─. Además yo estoy de novio, vivo en París...no puedo tirar todo a la mierda así porque sí.

─No la tirás a ningún lado, creo yo. Estarías apostando a otra cosa, a relegar la comodidad que lograste hasta ahora─quedé paralizado, ni siquiera mi terapeuta me lo había planteado de esa forma ─. Si tenés pensado jugártela, es ahora el momento. Después te vas a volver a ir, ella va a encaminar su vida con otro tipo o con el anterior y listo, macho, pasó tu turno. Pero pensálo. No es moco de pavo.

Tragué en seco, tenía razón, pero era fácil decirlo desde afuera. Agradecí el concepto, sus palabras de apoyo y su sinceridad, pero yo tenía mucho para perder. Primero que nada el vínculo con mi papá, que era sagrado y ni qué hablar del que mantenía con mamá y Lola.

Si nos la jugábamos tendríamos que estar listos para la condena pública, para que nos señalen con el dedo como dos pecadores que merecen el infierno; deberíamos prepararnos para el desprecio de la mayoría de las personas que queríamos. Ante todos seríamos los traidores...y no sé si podría soportarlo. Palpitar el dolor de Virginia, me desgarraría cada músculo de mi cuerpo.

─¡Dejen de abrazarse que parecen dos trolos!─la voz de Aníbal, el hermano menor de Diego nos sacó del momento; lo importante estaba dicho. Le guiñé el ojo a mi amigo, agradecido.

─ ¿Nos envidiás?─Diego me dio un beso pegajoso en la mejilla y me pellizcó el culo deliberadamente.

─ ¡Tu hermano es el trolo, no yo! ─dije ─ .Y que conste que Carolina es una actriz contratada que le hace de esposa.

Nos reímos un buen rato, por suerte, lo suficiente como para olvidar que tenía que tomar una decisión que sería trascendental.

Llegué a casa más que agotado; habíamos jugado al futbol, comido como chanchos y además, venía mal descansado desde ayer. Para ser franco, desde que habría puesto un pie en Buenos Aires que dormía para el carajo.

Eran más de las ocho de la noche cuando arribé casa; a simple vista la única que estaba en la cocina era Lola con una de las amigas que conocí en su cumpleaños y llevé con ella a San Isidro. Unas de la que siempre aparecían en las fotos que mi hermana etiquetaba en facebook o me mandaba de sus vacaciones.

─ ¡Hermanito! ─me saltó al cuello colgándose de mi nuca.

─Lola, ¡mi espalda!─le recordé apoyando mi mano en mi zona lumbar con algo de molestia─. Soy un hombre mayor ─ se rió por mi respuesta y me llevó a la rastra agarrado de la mano hasta (volver) a presentarme a su amiga.

─Barby, te acordás de mi hermano mayor, ¿no? de Joaquín─ la codeó exageradamente. La nena (vestida como adulta) me miró de un modo que me dio pudor; sí, con 30 años todavía existían cosas que me avergonzaban y que una nena de 15 años que podía ser mi hermana me mirara con esos ojos devoradores, me incomodó.

─Sí, nos vimos ayer...─citó con acierto─. Además, cómo no conocerte, Lola no deja de hablar de vos ni por un momento ─ su nombre de muñeca le hacía honor a su aspecto, rubia casi platinada (artificial), ojos claros, pestañas atestadas de rímel y tan pero tan flaca, que creí que se quebraría en cuatro pedazos.

─Hola, sí, en realidad mi hermana no deja de hablar nunca, va más allá de que hable de mí─ intenté ser gracioso; tal como había hecho ayer, presioné mi botón de "simpático". Veremos cuánto me duraría.

─Me comentó que vivís en París─seguía intentando seducirme con su mirada penetrante, jugando a la mujer experimentada. Me disgustó que fuese amiga de Lola, quien aún conservaba su inocencia.

─Sí, desde hace 12 años.

─¿Y no extrañás Buenos Aires? ─ ¡lo que me faltaba! No sólo estaría Lola para acosarme a preguntas, sino su amiga también.

─Sí, un poco...

Lola le hizo mímica de la palabra "cortála", seguramente porque me conocía y sabía que mi buen humor y predisposición solía tener caducidad temprana. Ellas estaban entusiasmadas comiendo un sándwich de jamón y queso y yo con terribles ganas de echarme en la cama.

─¿Y los viejos? ─pregunté estirando el cuello en dirección al patio.

─En su habitación terminando de armar la valija. Papá dijo que mamá estaba siendo exagerada con el abrigo; prácticamente la amenazó con no llevarla si no sacaba un poco de ropa. No estaba dispuesto a pagar exceso de equipaje.

─¡Me imagino!─asentí padeciendo a mi pobre padre...siempre estaba solo contra las mujeres de la casa ─. ¿Y Virginia? ─pregunté al pasar, con indiferencia fingida, por supuesto.

─ ¿Por qué no le decís Gigi? Parecés el director de una escuela llamándola por el nombre completo─la segunda persona en el mismo día que criticaba mi modo de dirigirme a Virginia.

─ ¿Acaso su DNI no dice que su nombre es Virginia? ─ molesto, fruncí el ceño─. Bueno, ¡yo le digo así!

Lola resopló, admitiendo que yo era un caso perdido.

─Gigi o Virginia, como prefieras, todavía no llegó ─respondió mientras se limpiaba la boca sucia de mayonesa.

─Ah... ¿salió?─¿adónde estaba?

─Sí, creo que se encontraba con Lisandro─prácticamente me ahogué con la gaseosa que me serví para combatir la sed. Tragué rápido, evitando tener que toser para aclararme la garganta.

─¿No era que se separaron? ─Lola siempre sería materia dispuesta para el chisme, por lo que preguntarle a ella era garantía de respuesta.

─Sí ¿y? No creo que su intención sea volver a estar juntos, a ella no la veo muy convencida de eso─mi corazón hizo hurras. Me sentí patético ─. Pero creo que se juntaban por las cosas que no se trajo Gigi todavía.

─Y bueh...ya se verá─ dí por concluido el tema; Barby Girl estaba pendiente de nuestra conversación y por más que fuese la mejor amiga de Lola, no quería exhibir mis opiniones o nuestra vida privada ante ella ─. Me voy a acostar ─concluí, finalmente.

─¡Pero es re temprano! ─Lola señaló las agujas del reloj de pared de la cocina.

─Lo sé, pero estoy cansado y comí mucho ─toqué mi barriga ligeramente hinchada─.Las dejo chicas ─ besé la frente de mi hermana y solo sonreí a su amiga, haciéndome humo ante sus ojos.

─Mañana nos vamos a las 9 de la mañana ¿eh? ¡Levantáte temprano así nos despedimos con tiempo! ─ la voz de mi hermana se perdía en la cocina; para ese momento yo ya estaba subiendo por la escalera, dispuesto a sumergirme en un baño caliente y espumoso.

───

*Plata: modo corriente de referirse al dinero.

*Torta: pastel

*Muñeco de torta: adorno de la torta de casamiento

*Acartonado: rígido.

*Porfa: abreviación de "por favor"

*Vedette: Artista de un espectáculo de revista

*Avenida Corrientes: avenida importante de la Ciudad de Buenos Aires que se caracteriza por albergar varios teatros con diversas ofertas de espectáculos.

*Asado : en otros lugares, barbacoa.

*Picada: entrante ofrecido antes de la comida principal, que consta de quesos, salames, embutidos, pan y una serie de productos servidos en pequeñas cantidades.

*Pelotudo: tonto.

*Pifiar: equivocarse

*Truco: juego de cartas

*Ponerla: modo vulgar de referirse a la penetración sexual

*Piba: chica, señorita.

*Cagado: hecho caca.

*Estar hasta las manos: expresión exagerada de "estar enamorado"

*Estar en el horno: expresión que significa "estar perdidos"

*Truco: juego de barajas españolas

*Chupar: modo vulgar de decir beber

*Trolos: afeminados

*DNI: Abreviatura de Documento Nacional de identidad

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