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Capítulo 6

No tuve noticias de Krista, y tampoco me importó mucho; yo ya le había enviado el mensaje avisándole que estaba bien en Buenos Aires, sin obtener ninguna respuesta de su parte.

Tendría que reconocer que todo funcionaría mejor de lo que esperaba porque si bien la bienvenida había sido un tanto hostil por parte de Virginia, de a poco lograríamos establecer un vínculo más blando, llegando a tener una charla más tranquila.

Hablamos del Haras, de la posibilidad de un sabotaje a los caballos de papá; conversamos sobre Lola, de lo grande que estaba y de anécdotas que sacaríamos a relucir con una sonrisa en nuestros rostros.

Me sentí a gusto estar en casa de vuelta, en mi cama, rodeado de posters con logos de River Plate, fotos viejas con los dos Diegos, con Rafa; en la playa con Lola siendo chiquita, con mamá y papá en Punta de Este...todas pegadas en un corcho gigante que seguía colgado en la pared.

En una esquina, recortada, aparecía una imagen de Virginia y yo...más precisamente, de Virginia en primer plano y yo por detrás haciéndole los cuernitos con los dedos de mi mano. Me reí al volver a verla.

Era en uno de los últimos cumpleaños que presencié de ella, sus quince.

Sus enormes ojos parecían mirarme desde su inocente carita siendo imposible no rendirse ante ellos: redondos, grandes, turquesas. Y llenos de luz.

Por un instante no sentí que los recuerdos me ahogaban, sino que por el contrario, me reconfortaban, llenándome el alma. Eran como la energía que necesitaba para recargar mi motor interior; realmente extrañaba mucho estar con mi gente.

París me daría muchos años buenos: una estabilidad laboral en una empresa interesante, que se encargaba de la venta de productos infantiles, una novia que es muy bonita, producto de envidia y con la que tengo pensado casarme. Y como si fuese poco, contaba con un buen pasar económico.

¿Por qué teniéndolo casi todo, me concentraría más en lo que no? Tal vez era mi espíritu ambicioso, cultivado en parte por mis vivencias en París.

A mi mente vino el día que arribé a París, una enorme ciudad con gente yendo y viniendo, nada que no imaginara; el microcentro porteño de Buenos Aires se atesta de personas también pero la diferencia era que en Francia, yo estaba solo. En un país alejado y desconocido.

Me encontré algo perdido, pero no físicamente, sino emocionalmente.

Pero era mi castigo. Papá me lo había dejado bien en claro después de discutir en su despacho.

Yo no había respondido de la forma que él creía correcta y ni mis súplicas ni mis ruegos pudieron persuadirlo que deseaba quedarme en Buenos aires.

Mamá lloraría a mares cuando le dije que me quería ir a estudiar a otro lado, y que papá me sugirió ir a la Universidad de París, en La Sorbona. No tendría que ocuparme más que de estudiar (hice una carrera meteórica de cuatro años y medio) y de conseguirme un trabajo para solventar mis propios gastos; papá correría con el alquiler de mi monoambiente.

Apenas me graduado tuve la suerte de entrar a la firma que aún me tiene entre sus filas, por medio de un contacto de mi papá, logrando tener las puertas abiertas de manera casi inmediata; eso sumado a mi interesante CV (en el que no pondría que mis capuchinos eran excelentes) me garantizaba una rápida escalada allí dentro.

Al poco tiempo conocería a Krista y el resto, ya lo sabemos.

Me fue difícil superar el desarraigo; un puñado de fotos me acompañó a mi nueva vida y si bien durante mucho tiempo estuve enojado con papá, y él conmigo, apostamos a que lo mejor era dejar los rencores atrás. Si yo hubiese estado en su lugar, no sé si hubiera reaccionado igual o peor.

Él había tenido que sacrificar a Virginia o a mí, siendo yo era el candidato número uno; estaba a punto de terminar el secundario, era mayor de edad y varón; las oportunidades se me darían de mejor modo. No lo dudé al momento de elegir. Preferí conservar a Virginia, inclusive, negándole la oportunidad de conocer los pormenores de mi charla con papá.

Me fui diciéndoles que quería un cambio, que quería independizarme, irme lejos...excusas que me separarían de Virginia, porque si hubo alguien de quien me alejé definitivamente sería de ella; mamá y papá me visitarían los primeros años de estudio dos veces al año más o menos y con Lola siendo pequeña; después, cuando me mudé a un departamento más grande, vinieron más veces, viajes relámpagos en su mayoría, pero su visita me reconfortaba; hasta que el año pasado cuando regresaron, ya estaba Krista instalada conmigo. Ellos terminaron en un hotel para preservar nuestra vida de pareja. Paradójicamente una vida inexistente y súper chata.

Me recosté boca arriba mirando hacia el ventilador, imaginándome cómo hubieran sido las cosas si Virginia y yo no hubiéramos sido criados bajo ese mismo techo que ahora estaba observándome fijo; pero me detuve al instante. Era mortificarme más de la cuenta.

En numerosas sesiones, mi terapeuta Ariel me recalcaba que no valía la pena torturarme; y que lo hacía desde un lugar incorrecto: yo mismo me analizaba considerando a mi mente de veinticinco años, corrompiendo a una menor de quince. Desacierto. Y grosero.

Él haría hincapié en que en realidad no podía evaluarlo desde ese punto de vista cuando pasó lo que pasó entre nosotros, yo era chico, apenas dieciocho años y no era un corruptor de menores; tenía que aprender a ubicarme en la edad correcta.

Le costó mucho hacerme entrar en razones; todo el morbo alrededor de nuestra relación me impedía avanzar, pero finalmente logré superar algunos miedos y entender que el corazón no elige de quién enamorarse. Sí, cursi, pero le encontré sentido. Y me aferré a él como herramienta de supervivencia.

Durante los años que permanecí en Francia, post terapia, traté de anular sentimientos, intentando dejar atrás ese pasado, convenciéndome que era un amor adolescente no correspondido. Ya encontraría alguien que me "volara la cabeza" de verdad y fin de la historia.

Lamentablemente, ese alguien jamás llegaría. Incapaz de sentir lo que me provocaba Virginia, me violentaba no poder encontrarlo ni identificarlo. Una época de mi vida, antes de Krista, se basaba en coger por coger. No me importaba nacionalidad, altura, ni religión. Mujer que "hacía ojitos", mujer que caía a mi cama.

Entendí con el tiempo que no podía vivir como un pendejo boludo toda mi vida, y que algún día tendría que sentar cabeza. El trabajo en KiddyToys, me permitió lograr esa estabilidad que necesitaba; me hacía bien estar en un ambiente controlado, rodeado de gente seria que me sabría encaminar.

La empresa analizaba abrir una sucursal en Buenos Aires, casi tantas veces, como las que quise pedir el pase. Sin embargo, no la consideraba como una opción valedera y definitiva, constantemente entraba en crisis conmigo mismo, desechándola como alternativa.

Mi vida adulta pertenecía a París y no me admitía cambios de opinión.

Di mil vueltas en la cama, sin poder dormir; me puse de pie para recostarme en el antepecho de la ventana, que con sus hojas abiertas, dejaba entrar algo de fresco. El verano no daba tregua.

Todo el bloque de habitaciones de la planta alta miraba hacia el patio, por consecuencia, teníamos vista privilegiada hacia la pileta. Como ahora la tenía yo: Virginia estaba sentada en el extremo, como cuando era nena y aun no sabía nadar. Movía las piernas salpicando el agua con más agua, y su mirada se perdía por algún punto lejano del horizonte.

Los claros oscuros de las luces azuladas de la piscina se mezclaban por las estacas de luces ambaradas clavadas a lo largo y ancho del parque. La observé; ella permanecía serena, tranquila. A partir del momento en que supo nadar, utilizaría la pileta como terapia. Como en este preciso momento. Tuve ganas de bajar, pero interrumpirla sería un desperdicio. Aun estábamos en fase de estudio y yo sólo podía ser capaz de imaginar la reacción de aquella Virginia de quince años y no de esta Virginia de casi veintiocho.

Lo cierto es que me desconcertaba el hecho de no saber si a ella le seguían pasando las mismas cosas que a mí; si continuaba con ese cosquilleo especial en el estómago al recordarnos juntos. Tal vez lo dejaría atrás, como me sugería Ariel a mí, mientras que yo me enrollaba pensando que ella no había avanzado. En el fondo creo que era lo que yo prefería; no ser el único estancado en esto.

Conservaba el mismo humor ácido de siempre, su verborragia y sus exagerados (aunque un poco más contenidos) movimientos al hablar. Tenía veintisiete años; era toda una mujer. Unas pequeñísimas arrugas empezaban a surcar la comisura de sus labios; su cuerpo había cambiado, tenía más pechos. Estaba más y mejor...formada. Mi pulso se aceleró al reconocerlo.

Regresé a la cama tras mi análisis, era mejor no volver a foja cero; no quería arruinar la poca y tal vez única posibilidad de estar bien con ella sin pelear, sin reprocharnos nada.

Me prometí intentarlo, no perdía nada. Como también me prometí dormir.

Finalmente lo logré.

──

Cuando bajé a las diez de la mañana únicamente Lola estaba alborotando la cocina; papá se habría ido a su oficina de Olivos en tanto que mamá ultimaba detalles de la cena del cumpleaños de mi hermana menor. Virginia se marchaba temprano, ya que escuché que su horario en la clínica comenzaba a las nueve.

─¡Hola hermano! ─Lola me abrazó por el cuello, me dio un beso y se sentó en una de las banquetas, observándome, mientras yo me preparaba el desayuno ─. No te quisimos despertar.

─Lo agradezco ─dije como primeras palabras.

─¿Que tenés pensado hacer hoy?

Preferí no decirle que tenía en mente ver departamentos por la zona, generaría así una histeria colectiva a la que no estaba preparado.

─Ayer hablé con Diego, quizás nos vemos para almorzar ─ efectivamente habíamos hablado y quedamos en salir a comer, pero no hoy.

─¡Joya! Yo voy a lo de Barby a terminar el videíto. Le quiero agregar unos efectos en photoshop y ella la tiene más clara que yo ─robándome una de las galletitas que me separé para desayunar, la mordió sin tapujos.

─Y... ¿vas a invitar a algún noviecito? ─ rogué a los santos evangelios un no como respuesta. Era muy pequeña...aunque a esa edad, yo empezaba a mirar a Virginia de una manera distinta. Lola se sonrojó como pocas veces la había visto en mi vida.

─ No, se supone que la cena del sábado es con la familia. A la noche nos encontramos con los chicos en Dardo Rocha.

─¿Dardo Rocha? ¿Los van a dejar entrar?

─¡Obvio! Vamos con Luciana, la hermana de Barby, una amiga de ella que tiene 19 años y un par de amigos suyos.

─¿Amigos?¿Varones?

─Si, Joaco, varones ─ revoleó los ojos.

─Y... ¿entonces ninguno? ─ insistí tragando bilis.

─¿Ninguno qué?

─¡Transó con vos! ─ exclamé nervioso por hacerme pronunciar toda la frase de corrido.

─¿Transar? ¡Ya no se dice así, Joaquín, te quedaste en la prehistoria! ─riéndose estruendosamente de la era geológica a la que parecí pertenecer, se explayó un poco más ─. Hay un chico que es hermano de Ciro y Julieta, una de las chicas de la clase de Hockey, que me gusta ─ dijo moviéndose incómodamente en la banqueta. Yo la miraba con el ceño formándome una V en la mitad de la frente, ubicado frente a ella.

─¿Él gusta de vos? ─otra vez saqué a relucir mi lenguaje de viejo.

─Creo que sí. Pero dice que soy muy nena todavía─frunció su bella carita ─. Eso es lo que me dijo Barby. A ella también le gusta.

En realidad este cuestionario policial y la sobreprotección a mi hermana era porque en el fondo le volaría los dientes a cualquiera que quisiera aprovecharse de una nena de su edad; tal vez, reconociendo en ella, a Virginia. Era una forma de autoflagelo, yo había estado del otro lado de la línea de fuego, yo había instigado a una nena de dieciséis años a tener relaciones conmigo.

Consentidas, lógicamente, pero éramos chicos y de la edad de Lola.

─No le des bola. Los pibes a esa edad solo tienen una cosa en la cabeza.

─Sí, sexo ─exhaló muy suelta, casi tanto que me ahogué con el sorbo de café caliente.

─¿Y vos qué sabés de sexo?─¿realmente quería seguir preguntándole sobre eso?

─Mucho más de lo que debes imaginarte. En la escuela nos muestran videos, mamá me habló del temita embarazo, SIDA, ETS...internet es muy útil a veces también.

─Mejor dejálo ahí Lola...─ preferí detener la conversación. Mucha información de golpe para mi gusto.

─ ¿Vos a qué edad debutaste?─ sucumbiendo al ahogo, tosí tratando de aclararme la garganta, mientras que Lola me golpeaba la espalda compulsivamente─. ¿Estás bien?─ jamás pensé que sería capaz de preguntarme algo semejante pero tal vez era la mejor oportunidad que teníamos de pasarla juntos; sentirme compinche, sentirme parte de su vida. Era mucha la diferencia de edad y esta era la primera vez en que podíamos mantener un diálogo adulto. Y qué mejor que apoyarse en su hermano mayor, aunque hablemos de esta clase de temas─. ¡Qué pudoroso resultaste! ─se burló de mí mientras volvía a su banqueta.

─Sos muy...directa ─reconocí respondiendo al reponerme─. Fue a los dieciocho  ─largué contra mi voluntad; que confiara en mí era la clave del éxito, diciéndole cosas mías ella largaría las suyas. Una negociación de intereses era bastante conveniente.

─¿Dieciocho años? ¿Y con quién? ¿Ella era tu novia? ¡No me acuerdo que hayas traído a alguien a casa!

─Pará nena, de a una pregunta por vez.

Me miró divertida, disfrutando de mi sufrimiento por hablar de estos asuntos.

─ Dejáme que te cuente y no me atosigues─ impuse condiciones como una tonta amenaza.

─ ¡Muero por saberlo! ─ sosteniendo su cabeza en su mentón, con ambas manos, apretó los codos en la mesa, expectante. Consideré que tendría que filtrar información sobre la marcha.

─ No te creas que te voy a dar detalles ni esas cosas, son temas privados y muy míos; pero te voy a contar así en general ─ moví las manos sin dirección, nervioso, mientras ella asintió con la cabeza y agudizó su atención ─. No era mi novia, pero a mí me pasaban cosas con ella, y creo que a ella conmigo también. Coincidimos en un cumpleaños; como te dije, yo tenía la mayoría de edad.

─ ¿Y ella? ─ interrumpió en el aire, violando nuestro acuerdo.

─Era más chica...por un par de años ─ preferí no precisar edades, eso todavía me mortificaba un poco ─ ...la cuestión es que me moría de ganas de darle un beso...

─ ¿Ni siquiera se habían besado y tuvieron sexo? ─ preguntó casi rozando el horror.

─Shhh bajá la voz ─reprimí su tono─ . ¡La próxima pregúntalo más alto que en Moscú no te escucharon! ─ hinchó sus mejillas de aire y la largo en un bufido profundo al escuchar aquello ─. No, nunca nos habíamos besado.

─ ¿Cuál era su nombre? ─ resultó curiosa la nena.

— No importa ─lapidé, dispuesto a seguir evadiendo los detalles importantes.

─¡Uy nene, no me contás nada al final!─refunfuñó.

─ ¿Me vas a escuchar o me vas a seguir interrumpiendo?

─ Dale, hablá...─ dijo resignada.

─Bueno, como te decía, a mí me pasaban cosas con ella y no quería reconocerlo. Los chicos me cargaban diciendo que ponía cara de boludo cuando la miraba ─ me sonreí al recordar las palabras del "Gordo Diego" ─. Me enojaba ser tan evidente, pero bueno, siempre fui medio nabo para disimular. La cuestión es que ella estaba con otro chico ─acosada, mejor dicho ─ y se lo quería sacar de encima; él no se iba, así que me metí...y ella terminó hablando conmigo al final de cuentas ─ completé entendiendo el motivo por el que mi papá trataba de mentirosos a los abogados: yo le estaba vendiendo un buzón a mi hermana, quien miraba sin parpadear ─. Hablamos y hablamos, hasta que hubo poca gente en la fiesta y en un momento de soledad, le robé un beso.

─ ¡Aaaahhhhh!─suspiró emocionada como si le relatase una telenovela de las que leía.

─Subimos al cuarto y ahí paso lo que tenía que pasar. ¡Fin de la historia! ─ respiré aliviado por el objetivo cumplido. Había mentido elegantemente pero me sentí orgulloso.

─¿Se volvieron a ver?

─Salimos por un tiempo ─mentí...nunca saldríamos oficialmente si deseábamos seguir con vida en este planeta ─, pero después me fui a estudiar a París.

─¿No tuvieron más contacto?─Lola me miraba decepcionada, su historia de amor no concluyó en la parte buena sino que seguía preguntando por la parte mala.

─No.

— ¿Sabés algo de ella? ¿La buscaste en facebook?

─Supe que estaba de novia ─ "hasta que llegué a casa y me enteré que se había separado poniendo patas para arriba mi equilibrio emocional".

─Uh que cagada...─ se sinceró sin medias tintas.

─ Lola, yo estoy de novio también.

─Sí...por desgracia ─resopló. Su desagrado hacia Krista era evidente.

─¿Qué te hizo Krista para que no la aceptes? ─ pregunté con curiosidad...aun sabiendo la posible respuesta.

─A mí, nada. ¡A vos te hizo!─Lola levantó uno de sus hombros.

─¿Qué cosa?

─ Alejarte de nosotros. Desde que vive con vos, llamás menos, ya no te conectás al chat con la camarita. Cuando fuimos ni siquiera tuvo la gentileza de compartir una cena con nosotros; ¡estuvimos 10 días Joaco! No me gusta ella...no tiene onda.

Muy a pesar mío tendría que aceptar que todo lo que decía mi hermana menor tenía razón, agudizando mi estupidez por no verlo. Era un tema más para hablar cuando llegase a Francia.

Mamá apreció en escena, me dio un beso en la frente y me preguntó si dormí bien. Le contesté afirmativamente, y se sirvió algo de tomar.

─Lola recordáme más tarde por favor que le diga a tu hermana que llamo Pedro. Dijo que va a tener el auto en el taller una semana más.

─Uh, Gigi se va a querer morir.

─¿Pedro el mecánico? ─ pregunté descreyendo que seguía siendo el mecánico de la familia.

─Sí, le llevó el auto porque andaba maso del tren delantero. Pero con la cuestión de Navidad, Año Nuevo y todos estos feriados de semanas atrás, tiene trabajo atrasado.

─ ¿Se compró auto nuevo?─ curioseé investigando qué habría sido de mi Ford Ka.

─¿Comprarse? ¡Nah! Se tomó muy a pecho la promesa que te hizo de que te lo iba a cuidar ─ asumió Gabriela.

─¿Tiene a Beto todavía?─me asombré para bien que conservara mi primer auto, aquel que me regalaría mis padres para mis dieciocho y yo, a su vez, se lo dejaría cuando volé a París.

─¿Beto?─preguntó sorprendida Lola.

─La patente es BET. Para mí era Beto.

─¡Con razón!─ meneó la cabeza─,Gigi lo llama Bety y nunca supe por qué...¡pobre auto! Le crearon un trauma con su identidad sexual.

Los tres reímos ante la ocurrencia de Lola, era desfachatada y no filtraba lo que decía.

─¿Y cómo va a laburar si está sin el auto? ─ averigüé, lavando mi taza.

─Toma el tren, llega en un ratito.

─No está tan lejos la veterinaria de acá, entonces─ continué con mi disimulado cuestionario.

─Exacto ─confirmó Lola bajándose de la banqueta─. Es a un toque de la estación. Bajás, y estás ahí nomás.

Intenté retener las instrucciones de mi hermana, sin saber bien por qué sentí curiosidad por su lugar de trabajo. En realidad, sí tenía bien en claro por qué preguntaba; me interesaba saber todo de su vida, no me perdonaba haberme perdido tantos años de ella.

─¿Vivía cerca de su trabajo? Digo, con el novio ─corregí, culposo─.¿Vos lo conocías no?

─¡Ahora el que se convirtió en chusma sos vos! ─me adivinó la intención al instante─. De la veterinaria, hacés tres cuadras para el lado de Fleming.

─¿Cerca del St John?

─¡No, boludo, te dije para el lado de Fleming! ─replicó ante mi desorientación urbana.

─¡Más respeto con tu hermano mayor! ─espetó mamá algo ofuscada por los modos de la adolescente, limpiando las migas de la mesa de la cocina.

─Escuchá a mamá que tiene razón─guiñé mi ojo, aliviando el regaño.

─ Lisandro era un chico bueno, la quería mucho. Bah, supongo que debe seguir sintiendo lo mismo ─ mamá juntó las migas en su mano y las tiró al tacho de basura ─. Pero no funcionó.

─Sí, a veces pasa eso─levanté mis hombros.

─Tal vez tu hermana aclare un poco sus sentimientos y decida volver con él, nunca se sabe.

Hubiera preferido no oír esa última parte de su frase. Pero como madre, comprendí que lo que más querría en el mundo era ver a sus hijos felices.

Miré a Gabriela intentando descifrar si ella sabía algo de todo lo que había pasado con Virginia; papá habría tenido tiempo de sobra para hablarle de lo nuestro. Pero tal vez no, para protegerla a ella, quizás soportaría en soledad la carga que representaba saber de nuestra historia. No era justo disgustarla.

Tras mi desayuno y amena charla con mi hermana pequeña, que cada vez era menos pequeña fui rumbo al garaje; la Harley 883 me esperaba ansiosa tal como me dijo mamá.

Pensé que en algún arrebato de limpieza periódica de mi papá, y por qué no, un rapto de ira por la decepción que le causé, la habría vendido. Nunca pregunté por ella, la daba por perdida para ser sincero, sin embargo mamá Gabriela leyó mis ojos, una de las dos personas en el mundo que podían hacerlo, tanto como su hija.

En casa había tres garajes, en los dos de la derecha se guardaban los autos de papá y mamá, mientras que el tercero, se usaba de depósito y (ahora) refugio del momentáneamente ausente Ford Ka de Virginia. Hacia allá me dirigí.

Estaba ordenado, supuse que por intervención de mi viejo y ligeramente distinto a lo que recordaba. Ya no estaba la mesa de ping pong (ahora arrumbada contra una de las paredes), ni la máquina de Pinball en la que jugábamos torneos eternos con Virginia: en su lugar había una mesa larga, hecha con tablones de madera, y a su espalda, unos estantes iguales de extensos en los que había cajas y más cajas con herramientas. En un extremo, una manta color miel tapaba un bulto, por lo que deduje, estaría mi preciada Harley amarillo huevo.

Dicho y hecho: desempolvé el cobertor y la examiné. Seguía hermosa como siempre. Supuse que papá la habría usado hace poco, estaba demasiado brillosa, lustrada y con el cuentakilómetros sobrepasando los pocos que yo le llegué a hacer.

Así como el coche fue mi regalo de dieciocho, la moto, sería mi obsequio a los diecisiete.

Mamá casi se murió infartada cuando vio aparecer a papá con la 883. Siempre supuse que la compró como un chiche para él, más que para mí. Pero era innegable sacarle el crédito: la usaría y mucho.

Giré a su alrededor contemplando su impecable estado cuando tropecé con unas cajas marrones de cartón, rotuladas. "Vajilla/ Copas de vino/Vasos". La letra era de Virginia, y las cosas, parte del ajuar de su vida de pareja.

Fruncí la boca. Sentí pena, ella había intentado ser feliz, recomponer su vida y no le saldría bien. Más al fondo divisé una heladera y deduje que también sería de su propiedad.

─Está lista para ser usada otra vez─la voz de papá me sobresaltó; tomé al vuelo el manojo de llaves de la moto.

─¡La conservaste!─dije emocionado por el gesto.

─Obviamente, era tuya.

─Pensé que la habrías vendido.

─¿Por qué?

─Porque no me había portado bien con vos─asumí volviendo a sentirme de dieciocho, acariciando el metal del manubrio.

─No la vendí porque era el recuerdo más cercano que teníamos de vos. A Gigi le dejaste el auto, esto nos quedaba a nosotros, además del cuarto y tus fotos...por supuesto.

─Yo también los extrañé─me acerqué para abrazarlo fuerte, lo había necesitado mucho.

─Estamos hechos dos maricones─dijo separándonos, algo lloroso. Se sacó los anteojos para secarse las lágrimas con las manos.

─No papá, somos tipos sensibles.

─Perdonáme...

─¿Por qué? ─ vi el sufrimiento en sus ojos azules.

─Porque te expulsé de la casa por un error.

─Ya hablamos de eso papá ─ no quería seguir aumentando la melancolía─, hiciste lo que pudiste. Listo, punto final...

─Tu mamá no lo sabe. Nunca se lo dije─aclaró de este modo una de mis dudas existenciales.

─Lo supuse, siempre que viajaban a París me mostraba fotos de Virginia. Si hubiese sabido algo de nuestra historia, no me hubiera clavado el puñal tantas veces─por primera vez, después de aquella charla en la que mi destino se vio forjado, asumí mis sentimientos por Virginia─. Fue una tortura verla rehacer su vida.

─Te escucho y no...no puedo creerlo─papá movía de un lado para el otro su cabeza, aun sin encontrar explicaciones.

─Basta. Es un tema terminado, ahora quiero saber si puedo dar unas vueltas en esta belleza─señalé la motocicleta ─. Muero de ganas por escucharla rugir ─sonreí dando por finalizada la conversación anterior.

─Obviamente, es tuya.

Golpeó mi hombro y se retiró de mi vista, dejándome a solas con mi moto. Los dos cascos estaban apoyados sobre un estante, sin rastros de polvo. La conduje arrastrándola hasta afuera. Miré hacia un costado, y como una iluminación divina, supe cuál sería mi nuevo primer viaje en ella.

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*River Plate: equipo de fútbol de la República Argentina, perteneciente a la primera división.

*Recibirse: graduarse.

*CV: curriculum vitae.


*Secundario: preparatoria / Nivel de educación previo al Universitario.

*"Volara la cabeza": expresión utilizada para indicar extremo enamoramiento.

*Coger: en Argentina, utilizado para referirse a tener sexo.

*Joya: expresión exagerada equivalente de "excelente".

*Dardo Rocha: local destinado a la realización de diferentes eventos, ubicado en la localidad de San Isidro, en el Hipódromo homónimo.

*Transar: expresión utilizada para indicar "algo más que un beso".

*No dar bola: restar importancia.

*Nabo: tonto.

*"Vendiendo un buzón": expresión equivalente a "mentir descaradamente".

*"qué cagada": expresión vulgar de "qué pena".

*No tener onda: no ser simpático ni agradable. Poco carismático.

*Maso: abreviación de más o menos.

*Un toque: algo corto

*Tacho: cesto.

*Chiche: juguete.

*Maricón: modo peyorativo de referirse a un hombre afeminado.

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