Capítulo 24
Morí mil veces en un segundo.
Y volví a nacer en sólo dos.
─ Él es el comprador ─señaló Diego conteniendo una sonrisa maliciosa. Lola aplaudía estúpidamente a medida que Joaquín avanzaba hacia nuestra mesa.
─ ¿Qué significa esto? ─ incrédula clavé mis ojos en mi hermana, quien sonreía sin parar, endemoniada. Sus ojos azules revoloteaban en su cara sonriente ciento por ciento.
─ ¡Él es el comprador del auto!─asegurarían las palabras de Diego, que parecían lejanas, por segunda vez.
─ Hola, buenas tardes ─ saludó Joaquín en tono distendido y seductor ─ . Me dijeron que estás vendiendo un lindo auto, con un par de rayones y problemas de tren delantero pero que salió del taller como si fuese 0km.
Quedé de pie como una estúpida, sin poder articular palabra, con la mandíbula colgando de la sorpresa y los ojos saliéndoseme de las órbitas. En estado de shock necesitaba que alguien me pegase un sacudón para volver en mí.
Joaquín estaba parado con esa camisa negra ajustada que se había puesto para el cumpleaños de Lola y unos jeans desgastados que lo hacían ver muuuuy sexy. Parecía un modelo de pasarela.
Lo cierto es que entre ellos habrían armado un plan siniestro a mi alrededor o bien, se trataba de una cámara oculta de algún programa de TV. Busqué imaginariamente a quien filmaría mi desconcierto.
─ ¿Vos sabías sobre esto? ─Lola no podía contener su sonrisa, oculta tras sus manos.
─ ¡Obvio!...Diego y yo no nos encargamos de la logística acá. Joaquín hizo su parte, claro está, desde su búnker privado─ diría guiñándole su ojo encantada, embelesada con su hermano mayor. Siempre sería su héroe, su inspiración.
Sentí que el corazón se me escapaba por la boca cuando lo repasé visualmente, pero con mayor detalle. Estaba más lindo de lo que lo recordaba; tal vez la abstinencia de él me hacía verlo con mejores ojos...
¡No! me corregí automáticamente, Joaquín siempre sería bello.
─ Lola... ¿le podés decir a tu hermana que me salude como corresponde?─ sin dejar de clavarme sus expresivos ojos azules puso sus brazos en jarra sobre sus caderas─ . ¡Resultó ser una maleducada!─los tres testigos de mi incertidumbre, se rieron con desparpajo burlándose de mi asombro perpetuo.
Pero como si alguien me hubiese empujado, como si la necesidad de notar si lo que estaba sucediendo frente a mis ojos fuese real, sin dudarlo ni por un segundo más me colgué a su cuello, asaltando su boca deliciosamente. Me abrazó fuerte, sorprendido por mi intempestivo accionar, hasta entregarse a mi contacto presionándome contra él. Corroboré que se sentía aun mejor que antes.
Liberó mis labios, no debíamos dar espectáculos, e inspiró mi pelo con un éxtasis particular que alteró mi respiración. Lola carraspeó interrumpiendo el momento de paradójica intimidad pública, y me sonrojé. Tanto, que pensé que mis cachetes estarían hirviéndose en su propio jugo.
─ Te extrañe tanto... ─susurró Joaquín a mi oído y mis costillas se sintieron de cristal.
─ Yo también─volví a mirarlo, nunca me cansaría de recorrer su hermoso rostro con mis ojos. Era un deleite para mi vista, un honor para mis dedos.
Una tosecita fina se escuchó de fondo. Interrumpiendo por segunda vez.
¡Inoportuna!
─ Si mal no recuerdo estamos aquí por negocios ─ dijo Lola invitándonos a volver a nuestras sillas, con ojos pícaros y contentos. Su misión no estaba terminada del todo a juzgar por una incipiente impaciencia, despertando mi curiosidad.
─ La chica tiene razón. El negocio sigue en pie ─admitió Joaquín, corriéndome un mechón de pelo de la cara para colocarlo detrás de mi oreja. Estaba en la silla a mi lado y entrelazaba su mano en la mía. No querría despegarme nunca de él, era adictivo, necesario.
─ ¿Negocio? ¿Acaso no es todo esto una farsa?─pregunté.
─ ¡De ninguna manera! ─replicó Diego diciendo presente─ . Estabas interesada en vender el auto y aquí tenemos al comprador. ¿O no?
Seguí sin entender nada. Mi ceño permanecía fruncido.
─ Joaquín quiere comprarte el auto─ reiteró Diego como si fuese una tonta...de hecho, me comportaba como una.
─ Pero...ya es suyo...─ le dije mirando a Joaquín que sonreía inexplicablemente.
─ No, porque yo te lo regalé a vos ─ nos sentamos sin dejar de mirarnos. Podría vivir en esos ojos azul cobalto eternamente.
─ No los sigo chicos...estos es muy confuso ─ admití con las manos en alto.
El corazón me desbordaba de alegría y al mismo tiempo ellos me hablaban de un negocio. Abrumada, refregué mis ojos.
─ Quiero comprar el auto, porque tengo que regalárselo a alguien ─ continuó Joaquín y dirigió su mirada a Lola, quien tenía una sonrisa pegada a la cara.
Poco a poco cayeron las fichas como en un videojuego de los años 90.
─ ¿Le vas a regalar el auto a Lola? ─brotó de mí un grito histérico.
─ Obvio Gigi...¡falta que Bety pase por mis manos! ─ dio por sentado que para ella era algo más que un simple cacharro infernal.
─ Pero... ─ dudé por un segundo ─....cuando le dije a papá lo de los papeles del auto me dijo que no tendría problemas en firmarlo...¿él no estaba al tanto que la operación no se haría?
Todos se silenciaron en complicidad.
─ ¿Papá sabía que vos eras el supuesto comprador? ─ le di una palmadita fuerte en el pecho a Joaquín, que rió divertido─. ¿Por qué me dejaste sufrir todo este tiempo? ─hice puchero, me tocó la punta de la nariz con la suya. Y fue suficiente para caer presa de su cuerpo.
─ No fue fácil decidirme...pero tuve a Dolores "picasesos" insistiéndome todos los benditos días para que me la jugara por vos.
─ Ufff...decímelo a mi...─resoplé.
─ Lo del auto fue una estrategia que cerró muy bien. Hay que agradecerle a Diego sus dotes de buen actor y su predisposición para prestarse a este circo ─ Lola aplaudió ante la vista del resto de las mesas. Ella ni se inmutaría por llamar la atención.
─ Gracias ─ dijo el Gordo en un susurro, tímido por el espectáculo ─ pero la estrella de esta historia es Lola.
─ Sí, se ha sabido ganar un lindo auto ─concluyó su hermano mayor, orgulloso.
Dimos una gran carcajada, después de todo Lola siempre habría sido la gran estrella; la segunda parte de nuestra historia se la debíamos a ella.
───
─ ¡La tercera es la vencida! ─ levantó sus brazos simbolizando un festejo ─. ¡Ahora me tienen que enseñar a manejar! ─dijo dentro del auto, piloteado por Joaquín.
─ Hasta que no tengas 18, no ─sentencié desde el asiento del acompañante.
─ ¿Por qué? ─ como una nena caprichosa preguntó con un grito, apoyándose sobre el respaldo de la butaca del conductor.
─ Porque papá no me lo permitió hasta que cumplí la mayoría de edad. Tenés que ser responsable, manejar no es cualquier cosa, Lola. ¿No es cierto? ─ codeé a Joaquín, inmerso en el tráfico, esperando a que aprobara mis palabras.
─ Yo aprendí a los 14─ levantó los hombros, desautorizándome por completo ─ . De hecho manejé kartings desde los 10, ¿no te acordás cuando íbamos los fines de semana al autódromo? ─ me sonreí ante esa anécdota, la había olvidado ─ . Y la moto la tuve a los 17.
─ ¡Ah, no vale entonces! ¿Por qué Joaquín pudo y yo no?
─ ¡Lo mismo dije yo! A mí me torturó por años...así que hablálo con papá ─di por terminada la discusión, después de todo Lola vivía con ellos.
Llegamos a Acassuso a dejar a nuestra hermana en casa; resultaría extraño estar en la puerta con la emoción del regreso de Joaquín, sumada a la expectativa de imaginar cómo seguiría todo.
─ ¿Dónde estás parando? ─pregunté en un susurro antes de bajar de auto.
─ En donde siempre me refugié, en lo de la Oma.
─ ¡Yo lo sabía! ─podría apostar que ganaba de lleno─ . ¿Por qué ella no me dijo nada?
─ Porque yo le hice prometer que no lo haga.
─ Ella...sabe...de...─nos señalé.
─ Sí, amor...todos lo saben ─dijo con dulzura, tanta que me di un pico glucémico en sangre.
El repiqueteo de los nudillos de Lola en la ventanilla del acompañante me sobresaltó. Agarré la manivela para bajar el vidrio.
─ ¿Pueden bajar de una vez por todas? Ya van a tener tiempo de besuquearse y preguntarse cositas. Mamá y papá están esperándolos adentro.
─ ¿Estás lista? ─ preguntó Joaquín y a mi mente vino nuevamente la imagen de aquel "estás lista" de más de un mes atrás, cuando enfrentamos a la jauría.
─ Creo que sí.
Bajamos del coche y Joaquín instintivamente buscó mi mano. Sentí la calidez de sus labios cuando me besó los nudillos, una actitud tan particular y propia de él que me llegaría al alma. Siempre me llegaría así de profundo.
No quería dejar de mirarlo, no quería despertar de este sueño hermoso.
Mamá estaba en la puerta, un poco tensa, pero se la veía con una sonrisa para nada fingida. Estaba feliz aunque esto sería difícil de digerir.
─ ¿Resultó ser un estafador el que quería comprar el auto? ─ guiñó su ojo, riéndose de mi comentario previo.
─ Sí...me estafó emocionalmente ─ bufé sin dejar mi sonrisa de lado.
─ Hola, hijo ─ mamá abrió enorme sus brazos para cobijar el físico imponente de Joaquín, que podía levantarla en andas tranquilamente. Fue cuidadoso, y simplemente la acogió fuerte en su pecho ─ , ¡qué bueno que estas acá!
─ Agradecéle a Lola.
─ No le quites mérito a Virginia tampoco. Si no estuvieses enamorado de ella, no te habrías molestado en volver ─ agitó un repasador sobre su brazo, haciéndolo sonrojar como pocas personas podían.
La tarde estuvo extraña, pero me resultó que fuese un almuerzo en paz, en familia, y sin siquiera tocar "nuestro" tema. Por tabúes o por pudor, no habría preguntas, aunque Lola con toda su impertinencia a cuestas haría bromas al respecto.
Todavía con Bety en mi poder (prometimos devolverla en breve para hacer la entrega formal del obsequio) fuimos hasta mi departamento con la expectativa latente de que lo que vendría.
─ Bueno, supongo que seguís camino hasta lo de la Oma ─ dije bajando los ojos de pie en la vereda del edificio. Joaquín se apoyaba contra la puerta del conductor, sobre el auto.
Me recorrió la barbilla con sus dedos, tan largos, tan finos, tan cuidadosamente, que sentí que las rodillas se me aflojaban.
─ Tengo mis cosas allá. Llegué a Buenos Aires ayer a la mañana, me junté con Diego y ni siquiera desarmé la valija.
─ Mmmm me gustaría invitarte a que conozcas mi departamento ─ avergonzada, movía una hoja de un árbol con el pie, distraída.
─ No sé...no quiero abusar de tu confianza ─ sonó travieso pero de sus ojos, unas chispas de deseo encendió su tono de voz.
─ De mi confianza es de lo que menos me interesaría que abuses ─ sacando la parte más pervertida de mí, enredé mis manos en la parte baja de su espalda y apoyé mi mejilla en su pecho, sintiéndolo.
Era mío otra vez, no lo quise dejar ir nunca más.
───
Papá continuaba un poco rígido, no disfrutaba de vernos juntos, se incomodaba cuando nos tomábamos de la mano o al ver que Joaquín me susurraba cosas al oído. No nos exhibíamos ante el público con descaro, intentábamos mantener las formas y comprender que todo esto sería un largo proceso de aprendizaje.
Joaquín cobraría una indemnización por su despido en la empresa y vendería su semipiso en París; sentía que como muchas otras cosas, el departamento había cumplido un ciclo dentro de su vida. De buen modo, papá le ofrecería hacerse cargo del Haras, cosa que aceptaría a regañadientes.
Sabía que tarde o temprano sería su herencia, pero descreía que ese momento se acercase a pasos agigantados ya que mamá y papá comenzaron a planear un crucero por el Caribe; sin incluir a Lola que estaba contenta con quedarse en casa sola los 10 días que duraría el viaje.
Cuando Joaquín regresó, esta vez para quedarse, decidimos seguir adelante con el alquiler con el que me habría comprometido mientras nos dedicamos a buscar una nueva casa. Finalmente, una casona de impronta renacentista, con pisos de pinotea y gran parque en San Isidro sería la elegida. Decidimos refaccionarla: siendo una casa con muchos años de antigüedad se merecía unos mimos de nuestra parte.
A Lola le encantaba, poseía 4 dormitorios, dos baños, y Joaquín acordaría con el arquitecto diseñar en el patio un sitio para colocar una pileta. Y grande. Recordé su sonrisa pícara al incluirlo dentro de las peticiones; me había apretado la mano muy fuerte y por la noche, mientras hacíamos el amor, me prometió repetir la experiencia iniciada en Acassuso.
Adoraba amanecer y anochecer entre sus brazos, sentirme plena a su lado.
El tiempo finalmente sanaría las heridas, sin cicatrizarlas por completo; aunque de a poco, la gente aceptaría nuestra historia de amor. Era distinta, especial y única. Muchos nos darían la espalda, otros nos aceptarían como dos personas simples que merecían amarse y estar juntos.
Nunca nos traicionamos, nunca nos odiamos, nunca podríamos vivir separados.
─ ¿Estás lista? ─ su pregunta trillada fue susurrada a través de mi pelo, causándome cosquillas. Siempre serían bienvenidas.
─ ¿Te parece que es el momento?
─ Si...yo deseo que así lo sea ─ haciendo énfasis en el "yo deseo" se me alegró el corazón.
No serían muchos los invitados, pero Joaquín me había convencido de hacer un festejo más importante por mis 30 años en el Haras Santa Irene con la excusa de que no siempre uno cambia de década.
El clima ayudaba, como aquel mayo en que Joaquín y yo estuvimos juntos; esta vez, estábamos arrimándonos al final del mes y a pesar de que estaba fresco, pudimos organizar algo muy bonito en el parque. Nuestro nuevo nido de amor de estaría listo para septiembre, aun quedaban un par de meses para rescindir el contrato de alquiler en La Lucila.
Golpeó una copa con la cuchara, exigiendo amablemente atención, para cuando el estómago se me encogió.
─ Buenas noches ─elevó su voz por encima del resto de la gente. Seríamos 25, entre los que no podían faltar Mariana y su marido junto a su pequeño bebé Elías; ni Diego y su esposa, artífice número uno de nuestro encuentro (definitivo), el tío Roberto y su familia; la Oma sentada feliz en la cabecera de la mesa y un par de personas más de nuestro círculo íntimo.
─ Quería agradecerles en nombre de Virginia y mío que hayan venido a su cumpleaños número 30─unos aplausos rodearon sus palabras.
─ ¡No hacía falta que digas mi edad! ─ bromeé golpeando su brazo con ternura. Él me miraba con una paz indescriptible, acariciando mis ojos con los suyos.
─ Además deseábamos agradecerles también su comprensión, su amistad...nos ha resultado difícil poder estar juntos, tal como lo estamos ahora. Unidos, felices...y...
─ y...─ agregué nerviosa imprimiendo suspenso, sin perderme un solo detalle de alegría infinita que irradiaba de su rostro
─ ...¡agrandando la familia! ─ concluyó desvaneciéndose entre nuestras sonrisas.
El impacto inicial sería exactamente como lo pensé. Las palmas me sudaban un poco y los músculos de mi garganta, se cerrarían tibiamente.
Todos permanecieron en silencio, sin hablar, procesando la noticia; mientras nosotros nos mirábamos embelesados y Joaquín apoyaba la mano en mi vientre. Nuestro bebé llevaba allí dentro 8 semanas. A mi mente vino el instante de la prueba de embarazo; Joaquín no solo estaba insoportablemente ansioso, sino que traspiraba sin cesar. Cuando vimos las dos rayitas rosas, estallaríamos de alegría.
Fue gracioso; pude verlo incluso, más alterado que yo.
No habría sido fácil decidir tener un bebé; lo anhelábamos profundamente, pero nuevamente los prejuicios y la condena pública nos pesaba. Sin embargo, decidimos seguir siendo felices...y los planes se estaban dando, por primera vez, tal como deseábamos.
La primera que aplaudiría rompiendo la monotonía del momento, fue Lola. ¡Qué raro! Se acercó a nosotros, nos dio un profundo abrazo, casi rompiendo en llanto. Ya tenía 17 años, hecha toda una mujer.
─ ¡Los felicito chicos! ¡Voy a ser tía!...¡¡Pero lo mejor de todo es que voy a ser la única tía del bebe!! No me tendré que pelear con nadie para sostenerlo en brazos ─ rió con desparpajo. Después de todo era cierto.
De a poco todos se aproximarían a nuestra ubicación para saludarnos, reticentes al comienzo, pero finalmente comprendiendo que no se trataba de ellos, sino de nosotros. De nuestra felicidad dentro de una sociedad que rechazaba nuestra elección de vida.
Habíamos sido condenados por la gente, muchos nos darían la espalda en el camino, muchos nos habrían abierto los ojos.
Sin embargo, allí estábamos, en mi cumpleaños, festejando una año más de vida...un año más de amor.
Un amor que no conocería de prohibiciones nunca más.
__
*Picasesos: expresión para referirse a alguien insistente.
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