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Capítulo 23

Mi viaje a París estaría plagado de inconvenientes de todo tipo: el vuelo se demoraba por más de cinco horas gracias a una protesta gremial en el Aeropuerto de Ezeiza, mi valija se extraviaría misteriosamente por un lapso de dos horas cuando arribé a París y apenas hube de poner el primer pie en mi casa, un torrente de reproches en diferentes idiomas estalló como una bomba.

Estaba exhausto, cansado y dolorido. Y sin ganas de discutir.

Resultaría difícil ponerme en órbita con el francés después de varios días de no usarlo, mi cerebro bajaría la tecla "cambio de lenguaje" para activar la opción "subtítulos" como si fuese una máquina. Porque eso es lo que mi cuerpo sería de ahora en más: un montón de engranajes que funcionarían por inercia.

No pude dormir ni un minuto durante el vuelo; había escogido uno sin escalas intermedias, previendo la posibilidad de sumergirme en un extenso y recomponedor sueño. El tiro me saldría por la culata: no había pegado un ojo en todo el trayecto. Mi fastidio era épico, mi malhumor evidente y mi capacidad de tolerancia, rozaba el nivel de menos diez. Así y todo no sería justo ignorar los reclamos de Krista. Ella no tenía la culpa de que yo me sintiera una basura con todas las letras.

Al principio eran gritos que hablaban de desconsideración, abandono y no sé cuántas cosas más. A cada una de ellas respondí desconsideradamente asintiendo con la cabeza: al minuto de entrar en mi casa, aún no la habría siquiera saludado; su frenesí de palabras resultaría agobiante. Ingresé con la voluntad por el piso, las energías abatidas y mi corazón hecho añicos.

Dejé mi valija de lado, mi bolso de mano sobre la mesa de vidrio del living y mi cuerpo, como un costal de papas, cayó desplomado en mi sillón preferido. Me saqué las zapatillas y apreté el interruptor de "anular voz femenina" por un instante.

¿Cuáles serían sus quejas en ese momento? No tuve ni idea. Solo sé que me puse de pie después de cinco minutos de interminable charlatanería ajena y mirada vaga e insulsa propia, para decir en mi perfecto castellano: "se terminó".

Krista detuvo sus palabras de golpe. Las diferencias idiomáticas no serían una barrera en ese instante, porque de inmediato comenzó a llorar. A mares. Y me sentí un terrible hijo de puta.

Salvando las distancias físicas que nos separaban, la abracé tiernamente de la única forma que quizás sería capaz de hacer; no podía ser hipócrita y decirle cosas bonitas, hablarle de amor ni de un futuro juntos cuando habría tenido sexo con otra persona durante diez días.

"No fue sexo". Me corregí. Habría hecho el amor con la mujer de mi vida.

─ Krista, sos hermosa, emprendedora, inteligente, te quiero mucho...pero no te amo ─ le dije buscando sus ojos, levantándole la barbilla con mis manos, dulcemente.

─ Es por ella─en francés, recuperando algo de aliento perdido, soltó para mi sorpresa.

─ ¿Por ella? ─ repregunté sin saber a qué se refería. El botón de " idioma francés" estaba nuevamente activado.

─ Existe un "ella" porque siempre existió alguien más. Desde el comienzo de nuestra relación siempre hubo otra mujer entre nosotros─ se lamentó entre lloriqueos compulsivos. Su maquillaje recargado se desparramaba por sus ojos formando dos grandes aureolas de color negro en tanto que un dúo de líneas le surcaba las mejillas por las lágrimas pérdidas.

Asentí finalmente con la vergüenza arrebatándome la cara. Le debía decir la verdad.

Acuné sus manos con suavidad y la arrimé hasta el sillón para tomar asiento a la par. Su respiración se entrecortaba por el llanto. Aun así era muy bonita. Me lamenté mucho por no amarla como se merecía, pero era injusto retenerla como un trofeo.

─ Fue culpa mía, tendría que habértelo dicho desde el principio, pero aposté a que el paso del tiempo me ayudaría a aclarar mis sentimientos hacia vos y hacia esa persona que creí amar. Por eso deseé que te mudaras conmigo. Pensé que de este modo, las cosas serían distintas ─ confesé sin dejar de mirar sus ojos oscuros, grandes y enfundados en tristeza.

Bajóla mirada nuevamente, sin poder sostenerla y se secó las lágrimas con el dorso de su mano, arrastrando aun más la espesa sombra negra.

─ ¿Es de allá, verdad?

─ Sí ─ no valían la pena tantas explicaciones. Con la afirmación, resultaría suficiente.

─ Supongo que me tendré que ir lo antes posible ─ levantó sus hombros.

─ No quiero ponerte plazos, yo puedo ir a un hotel hasta que encuentres un lugar donde asentarte.

─ Honestamente, yo ya estuve buscando otro sitio ─ asumió consternada ─ , estaba convencida que esto pasaría. Lo supe cuando no quisiste que viaje para allá.

Negar que me alivió pensar en que parte de ella asumía esta situación, era estúpido. Sin embargo, esa sensación no hacía más que hundirme la estaca de la culpa en mi estómago.

─ Sos una excelente mujer, Krista─ acaricié su cabello.

─ Pero no lo suficiente para vos ─ lapidó.

Levanté los hombros resignándome a que estaba en lo cierto. Era un bastardo egoísta, desconsiderado, infiel y patético. Krista se arremolinó en el sillón, dándome un abrazo fuerte.

─ Deseo que esa persona te sea correspondida─ susurró a mi oído con sinceridad. Me sentí horriblemente peor─ .¿Y dónde la has dejado? ¿No ha venido con vos?─ se esforzaba en hablar en castellano, incluso, intentando pronunciar en "argento".

─ No. Ella quedó allá, en Buenos Aires. Rehaciendo su vida sin mí─ tragué fuerte y noté su desconcierto.

Abrió sus ojos, sin entender, parpadeando varias veces en busca de una respuesta.

─ ¿La dejaste allá? ─se separó algunos centímetros de mí, observándome desde una perspectiva más amplia.

─ No fui yo quien la dejó, digamos que ambos decidimos no seguir adelante. Era lo mejor para los dos.

─ ¿Por qué? ¿No la amás, acaso? ─su mirada compasiva me hizo dudar. ¿Ella me estaba abriendo los ojos? A estas alturas, yo era pura confusión.

─ ¿Cómo decís?

─ Si la amas ¿por qué no luchaste por ella?¿Por qué bajar los brazos?

Algo dentro de mí quiso decirle que estaba en lo cierto, pero reconocer que era un perfecto idiota, no me lo permitió.

─ Krista...dejémoslo así...francamente no me siento cómodo debatiendo esto con vos y menos en este momento ─ me sinceré.

Ella prefirió callar, asentir con la cabeza en silencio y levantarse del sillón no sin antes darme un beso en la frente. Toda aquella ira vomitada apenas la vi, se transformaría en compasión y lástima. No sé qué se sentía peor.

Rumbo al cuarto, terminó de colocar unas ropas en su valija la cual estaba prácticamente lista. Era cierto que presagiaba la debacle de nuestra relación; si se estaba yendo en ese instante es porque tendría un sitio adonde ir.

Finalmente, una vez en la puerta del edificio en planta baja, tras un cálido abrazo y un beso en la comisura de mis labios, subió a un taxi. La ayudé a colocar las valijas en el baúl del coche, junto a un par de cosas que había aportado al departamento. La mudanza resultaría más sentimental que otra cosa.

Ingresando al departamento inspiré el nuevo oxigeno de la soltería. O de la soledad, no identifiqué bien.

Puse el agua a hervir para prepararme un café y volví a quitarme las zapatillas. Los vidrios de las ventanas estaban empañados, lloviznaba fuerte en París, pero no tanto como en mi alma. Acababa de dejar ir a una mujer excepcional porque mi corazón no la amaba. Jamás amaría a alguien que no sea Virginia, debía asumirlo.

Pagar con el desarraigo era tal vez lo más acertado, lo que el destino me tendría preparado.

La torre Eiffel estaba surcada por unas densas nubes; la tarde era fría, amarga y gris. El tráfico se agolpaba en como todos los días y una extraña sensación de arrepentimiento atravesó como un cometa mi cabeza.

Intentando despojarme de sentimentalismos, corrí las hojas de la ventana y salí al balcón (mi parte preferida de mi casa). Aquel era un mirador exclusivo de la planta número once. Poco importaría mojarme los pies, quería contemplar el perfil urbano, perderme en él como un extranjero y olvidar que ese habría sido mi lugar por los últimos 12 años de mi vida.

No podía creer todo lo que habría perdido hasta entonces: la infancia y adolescencia de Lola, el estar al tanto de los negocios de mi padre de un modo más activo, saber que mi mamá ya no enseñaba a chicos de primer grado sino que estaba por concursar como directora en un colegio de la zona...y ni hablar de Virginia, a quien perdería no una, sino dos veces.

───

Los días pasaron bastante más rápido de lo previsto, las discusiones con mi jefe estaban a la orden del día, como si mi ausencia prolongada, pero con aviso, hubiera alterado la estructura de la empresa por completo. Jamás había faltado a la oficina, ni siquiera estando enfermo, por lo que su falta de comprensión a la hora de acusarme me fastidiaba en demasía.

Retomé entonces mis ejercicios de boxeo y natación; salía a correr por las noches, antes de cenar. De a poco mi vida se iba encauzando, llegaba a la hora que quería, comía lo que quería y lavaba...si quería. No tendría a nadie a quien reprocharle por la ropa sin planchar o el polvillo acumulado en los muebles; toda la responsabilidad de la casa era mía. Y esa sensación me agradaba.

Todo dependía de mí.

Pero ese sentimiento de autosuficiencia se derrumbaba cuando atravesaba la puerta de mi habitación y la cama estaba fría. No porque extrañase a Krista, sino porque deseaba febrilmente estar abrazado a Virginia. Hacerle el amor con suavidad; con fiereza y con intensidad en partes iguales.

Anhelaba que mis sábanas se arrugasen en torno a sus dedos cuando se retorcía de placer; redibujaba en mi mente cada milímetro de su piel con fervor.

Cerraba los ojos imaginando su torso desnudo sobre el mío, sus pechos subir y bajar desnudos delante de mi vista, regocijados.

Amaba su sonrisa, sus carcajadas, su aliento. Y temía olvidarme de eso si no hacía el esfuerzo de recordarlo. Presionaba mis parpados marcándome a fuego en ellos cada instante vivido a su lado, cada gemido, cada lágrima.

No dormí bien las primeras dos semanas, daba vueltas buscando una respuesta lógica, una razón a mi actitud demencial. Ya lo había superado una vez, ya lo habría dejado todo y empezado una vida acá... ¿porque ahora no podía hacer lo mismo?

Opté por dejar de mentirme a mí mismo.

Jamás lo habría superado. Jamás habría empezado una vida. Ni una jodida vez había logrado sentir a París como mi lugar en el mundo.

Froté mis sienes intentando no pensar. Seguir haciéndolo me mataría.

En el trabajo se había echado a correr la bola de mi nueva soltería; no faltaban aquellos que no comprendían cómo había dejado escapar a una belleza sin igual como Krista mientras que otros ya estaban dispuestos a buscarme novia.

Varias veces acepté sus propuestas, de mala gana, sumergiéndome en algún bar, en sitios atestados de música, chicas y alcohol. A priori eran buenos planes, la idea era salir a divertirme y olvidar mis penas. Y más aun, era un lugar ideal para encontrar alguna chica dispuesta a satisfacer mis más bajos instintos.

Tenía al alcance de la mano un sinfín de oportunidades, de las fáciles y de las difíciles, pero simplemente ninguna me importaba. Llevaba de regreso en París más de cuatro semanas, y sin embargo cada día me sentía más lejos de allí. Mi cabeza estaba en esa oficina, con esa gente; de mi cuerpo colgaban esos trajes de reconocido diseñador y colores neutros...pero mi corazón estaba a exactamente 11.050 kilómetros de allí; alojándose en unos ojos hechiceros color turquesa.

Pierre, Michel y Julien eran mis amigos, me palmeaban el hombro cada mañana alentando a que aprovechase mi nuevo estado civil, pero ninguno entendía que mi alma tenía dueña desde hacía más de 12 años. Incluso me hablaban compulsiva y sistemáticamente de Naomi, la nueva y eficiente secretaria de Julien, con el afán de que un día la invitase a salir.

Pude haber dicho que sí....pero siempre terminaría diciendo que no. Como a las terribles ganas de escribirle a Virginia. Nos habíamos prometido comportarnos como dos adultos, al menos una vez en la vida y seguir adelante. No podía continuar defraudando a mi honestidad.

Mantuve contacto con Lola, alegrándome de que finalmente le diese una segunda oportunidad a Virginia; Dolores seguía enojada con ella, de un modo infantil y sin fundamentos. Muchas noches traté de convencerla que ese enfado no la conduciría a nada; era su hermana y la amaba.

"Todos cometemos errores", le repetí hasta el cansancio. Y la insistencia como método de persuasión habría rendido sus frutos. Medalla de honor entonces, para nuestra maestra y especialista en persistencia, Virginia Salaberry.

¿Cómo poder olvidarla si cada tres frases algo me la traía a la mente?¿Cómo resignarme a la posibilidad de verla sólo un par de veces más en lo que me restaba de vida? Eso era tan poco que se me volatilizaba el cuerpo de la presión.

Ni los kilómetros de caminata intensa durante la semana, ni las noches de cerveza y películas con los chicos en mi casa, servirían para compensar el vacío de mi pecho al recordar aquel helado en Blancanieves, nuestra última noche en Barisidro ni aquellas tardes en que la pasaría a buscar por la veterinaria.

Me enfermaba que fuese más difícil de lo que quise. Me había despedido de ella mostrándome fuerte como una viga de hierro; sin embargo no terminaría siendo más que un trozo de papel mojado.

Esperaba con desesperación las conversaciones con Lola. Me replanteé, entonces, velar por mi sanidad mental; hacer eso era un pasaje directo al suicidio, pero reconocí en esa actitud básica y de supervivencia, el único camino que me quedaba para saber sobre Virginia.

"Sí ella recompone su vida, yo puedo hacer lo mismo con la mía".

Me sonreí a mí mismo por pensar semejante idiotez, por ser tan patético e incapaz de arriesgarme; por someterme a la creencia absurda de que de ese modo sería más fácil salir adelante. Permanecía expectante por el primer paso de Virginia.

Hasta que ese primer paso, llegaría. Pero no así la salvación personal con la que me engañé.

Supe que encontraría en La Lucila su nuevo hogar, un departamento de tres ambientes con vistas al río y bastante amplio, en el cual Lola planeaba quedarse a dormir. Ella la habría ayudado a trasladar sus cajas en el Ford Ka y confesó, incluso que había visto recuerdos de nuestra adolescencia guardados como un gran tesoro entre sus pertenencias.

Papeles sueltos con declaraciones febriles, aquella carta de amor que le dejé cuando vine por primera vez a París, envoltorios de golosinas; cada elemento que clasificaba de importante en nuestras vidas, era retenido en una caja.

Sonreí al saber que mis cursilerías seguirían vigentes allí, más allá de una caja, sino en su corazón.

Los últimos días continuarían igual o más extraños que los primeros; el trabajo no cesaba, la apertura de una sucursal en Buenos Aires finalmente sería denegada y mis fantasmas continuaban deambulando por mi cabeza en cada noche.

─ Vosotros no estáis mal por Krista─ mi jefe Samuel, de madre española, excelente castellano y enseñanza católica a ultranza, una tarde se sentó frente a mí, en mi escritorio.

Me puse de pie para cerrar la puerta de mi oficina. Sí no hablaba con alguien moriría envenenado con mi propia bilis.

─ No─bajé la cabeza aceptando que había dado en el clavo.

─ Me di cuenta que las cosas no andaban bien con ella desde hace mucho antes de tu viaje a Argentina, pero no supuse que pasaría algo tan pesado allá como para arrojar cinco años de relación con ella a la mierda.

─ Era eso o vivir como infelices el resto de nuestros años juntos─ me sinceré entrecruzando mis dedos, apoyando mis manos apretadas sobre el cristal de la mesa.

─ ¿Quién es ella? No seré tu mejor amigo Joaquín, pero quiero tu bienestar. No hemos tenido unos días muy felices desde tu regreso, pero puede mejorar si puedo serte de ayuda.

Resoplé. Agradecí que Samuel quisiese ayudarme pero no habría nadie en ese mundo que pudiera hacerlo. Aun así, le di el beneficio de la duda, sabiendo que eso marcaría un antes y un después en mi vida dentro de la Compañía.

─ ¿Qué pensás si te digo que hay una mujer que amo con toda mi alma a la que no puedo ver, ni tocar, sin que algo malo suceda?

─ ¿Tan melodramática es la situación? ─Samuel se recostaba sobre el respaldo, cruzando sus brazos en su pecho. Vislumbré su ceño fruncido detrás de los pesados anteojos de aumento que llevaba puesto.

─ Es una tragedia griega más bien ─ me resigné a acotar con una sonrisa sarcástica dibujada en mi cara.

─ ¿Es una mujer prohibida?

─ Lo suficiente como para que mi cabeza no funcione y mi corazón no palpite ─ podría dar clases de cursilería en la Universidad, sin ninguna duda.

─ Ufff...demasiado prohibida entonces.

Samuel no descubría la pólvora en absoluto. Era listo para las finanzas pero como psicólogo se quedaba varios pasos atrás.

─ ¿Y por qué lo es? ─ pregunta muy personal, pero atinada─. En muy pocas ocasiones uno puede tildar como "prohibida" a una mujer─ entrecomilló.

Me dispuse a escuchar su punto de vista, inclinándome sobre mis antebrazos, aflojando la tensión imprimida por mi corbata.

─ Las mujeres de nuestros amigos son prohibidas, al menos cuando ya están casadas ─ sonrió dándome a entender que él habría flanqueado ese límite; después de todo tenía menos de 35 años y aun seguía soltero─ .Las madres de nuestros amigas, en algunos casos las hermanas de ellos...nuestras propias hermanas...─ concluyó por enumerar.

¡Bingo!

Moví la cabeza levemente, y creo comprendió que la última opción era la más cercana al punto en cuestión. Su cara de asco lo delató.

─ ¿Tu hermana?

─ No es mi hermana. Es mi hermanastra.

El horror seguía instalado en su cara como si una máscara de plástico se hubiera derretido en ella.

─¿Me habláis en serio? El amor de tu vida es... ¿tu hermanastra? ¿Esa con la que te criaste siendo un niño? ─el pavor de sus ojos grises era incendiario. Yo sin embargo lo tomé con total naturalidad. Estaba acostumbrado a esa reacción.

─ Por supuesto que hablo de verdad. ¿Por qué habría de mentirte?

─ ¡Estáis enfermo! ─ se levantó como un resorte de la silla, agitándola de su respaldo ─¿Cómo puedes decir esto con esta frescura? ─puso una mano en su frente y la otra en su cintura, para deambular sin sentido por mi oficina.

─ Me pediste explicaciones y yo te las doy, ni más ni menos ─ me acababa de cavar mi propia fosa.

Mi mente gritaba a los cuatro vientos que era un irresponsable, un idiota que tiraba por la borda tantos años de trabajo y esfuerzo por confesar algo que no era relevante.

¿O sí?

¿Acaso mi inconsciente era el que hablaba por mi cabeza? ¿Era el que buscaba una excusa para seguir desatando ese nudo invisible que me mantenía amarrado a París?

No lo supe sino hasta dos días más tarde, cuando tuve el telegrama de despido en mi despacho ante la mirada de todos mis compañeros que descreían que estuviese por irme. Me observaban consternados, impresionados como si la verdad hubiera traspasado los cristales de la oficina; yo pasaba por delante de ellos, con mi caja de pertenencias casi vacía.

Casi tanto como la vida que habría llevado allí.

Sonreí sarcásticamente apenándome yo por ellos; porque me acusaban con el dedo injustamente. Nadie sabía nada de mi vida y de repente todos lo sabían todo y eran capaces de juzgarme

¡Manga de hipócritas!

___

El teléfono sonó varias veces. No lo atendí. De seguro era alguno de los chicos de la oficina, que arrepentidos por haber sido tan idiotas querían reunirse conmigo en algún sitio fuera de la oficina para no ser vistos por Samuel.

¡Cobardes...!

Aunque yo no había sido mejor.

Aun reconociendo que el amor de mi vida estaba a un viaje de avión de distancia no era capaz de dar el gran salto. Sí alguien no era valiente, ese alguien era yo.

El celular sonó de nuevo, pero esta vez para indicar la entrada de los mensajes correspondientes a las llamadas perdidas. Evidentemente el que insistía estaba necesitando hablar conmigo. Dejando el confort de la baranda de acero desde donde contemplaba el atardecer otra vez lluvioso de París, fui hasta la mesada de granito negro de la cocina, donde descansaba el aparato.

Reparé en que no le habría cambiado el ringtone que Virginia puso durante nuestra cena en Barisidro. Sonreí al escuchar la letra de la canción de un grupo llamado Babasónicos (de los que desconocía hasta que llegué a Buenos Aires y ella me taladraría con su música estridente) que no hacía ni más ni menos que hablar de un amor escandaloso, alimentado por la pasión y castigado con el dolor. "Irresposables" parecía haber sido escrito para y por nosotros.

Dejando de lado ese momento de sentimentalismo puro, observé la pantalla.

Diego, el Gordo, me llamaba persistentemente.

Sin dudarlo, devolví la llamada.

Me sentí un pelotudo al no haber sido yo quien diese el primer paso y que ni siquiera fuera capaz de saludarlo antes de irme; nuestra amistad se merecía un poco más de respeto que el que le di. Agradecí que sea tan buen tipo y que haya sido mi amigo durante todos estos años.

─ ¿Gordo?

─ Buenas tardes...¿hablo con el Numer One de los Boludos? ─ su voz chistosa me devolvió la felicidad que necesitaba en estos días. Extrañaba su buen humor.

─ No...el número uno es quien me está llamando, señor ─ respondí continuando con el tono de la broma.

Rió detrás de la línea telefónica.

─ ¿Cómo estás?─preguntó y noté algo de vergüenza en su voz.

─ Soltero, me acaban de echar del laburo y más solo que una ostra...supongo que eso cabe como respuesta.

─ ¡O sea que para la mierda! ─ eché una carcajada que Diego me siguió.

─ Algo así─me sequé las lágrimas de risa que se acumularon en la comisura de mis ojos.

─ Che...quería pedirte perdón...me re zarpé en la veterinaria ─ daría por comenzada sus disculpas. Tuve ganas que estuviera conmigo para abrazarnos y tomar cervezas para hablar de nuestros problemas. Pero estaba muy lejos para eso...yo mismo me habría exiliado en esta oportunidad.

─ Todo bien Gordo, yo también me fui de mambo. Estaba muy sacado. Me arrepiento de haberme ido sin haberte pedido disculpas de frente─ le comenté disgustado conmigo mismo─ . Me porté como un cagón.

─ No importa, mandáme dos pasajes a casa con destino a París y nos saludamos personalmente ─festejamos su ocurrencia otra vez, con una carcajada─.. ¿Así que solo, desempleado y aburrido? ¡Un bajón!

─ Sí, no es mi mejor momento: Krista se fue de mutuo acuerdo y en el laburo son unos idiotas...no necesito seguir chupándole las medias.

─ ¿Y qué haces todavía ahí que no te tomás un vuelo y volvés?

─ Ojala fuera fácil, Gordo...¿vos sabés que estalló todo en casa?

─ No...no sabía nada ─su tono era consternado ─ . ¿Todo mal, no?

─ Mal se queda corto. Pero no era ni más ni menos que lo que esperamos. Por suerte parece que están recomponiendo las cosas con Virginia. Es lo que realmente me interesa.

─ ¿Por qué no te la llevaste?─preguntó para mi desconcierto.

─ Porque no quería venir, ni lo consideraba como opción siquiera. Además, nos prometimos rehacer nuestras vidas lejos uno del otro.

─ ¿Y yo soy el Number One de los Boludos? ¡Dejáme decirte que escalaste al primer puesto de una, macho!─ hasta el insulto más grosero podría ser tomado como simpático por mi amigo incondicional ─ ¡Negáme que no hay ni una sola noche en que no pienses en ella!

Medité su pregunta en estúpido silencio, no había absolutamente nada que pensar.

─ No.

─ Negáme que no hay ni un solo momento del día en que no te acuerdes de su sonrisa.

─ No.

─ Negáme que no hay un sola palabra que no te recuerde lo tozuda e insistente que es.

─ No ─ liberé un resoplido al admitir que era lo que más me divertía de ella.

─ Entonces repregunto: ¿qué carajo seguís haciendo ahí? Ya no tenés un trabajo que te ate, tu novia ya se fue, no tenés absolutamente nada...pero ¡nada! que te retenga.

─ ¿Vos decís que ella aceptaría intentarlo? ─ tuve miedo por la respuesta, la adrenalina corría por mi cuerpo chocándose consigo misma, frenéticamente.

Mil veces pensé en regresar, mil veces deseé que me llamara pidiéndome que vuelva, pero nunca me animé yo a dar ese bendito primer paso que tanto le exigí a ella...a la distancia.

─ Joaco... ¿podés dejar de pensar tanto las cosas? ¡Cómo se nota que no te viste la cara de nabo que tenías mientras la esperabas en la veterinaria, ni la furia que se te acumuló en los ojos cuando hablé despectivamente de ella! Virginia te ama con toda su alma...por favor, no la dejes escapar otra vez.

Hablar con él me habría liberado aun más, agradecí por ello, agradecí por su amistad y agradecí por la tecnología que me permitía seguir estando en contacto con él y que con algo de tiempo y coordinación, me permitiría llevar a cabo un plan que me arrinconaría a enviar todo al mismísimo demonio sin mayor culpa.

____

*Manga: grupo.

*Irse de mambo: expresión utilizada para indicar extralimitación

*Sacado: enojado

*Bajón: tristeza

*Chupar las medias: ser obsecuente.




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