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Capítulo 2

Con Lola continuamos recorriendo varios pasajes de nuestra vida juntas, y de la mía pasada, en particular. Teníamos la suficiente diferencia de edad que haría que no compartiésemos tantos momentos de su pre-adolescencia y de mi adultez.

Cuando conocí a Lisandro, ambos habíamos comenzado el CBC (ciclo básico común) para ingresar a Ciencias Veterinaria en la Universidad de Buenos Aires. La carrera constaba inicialmente de seis materias de las cuales dos eran comunes a todas las que se dictaban en la UBA y luego las asignaturas propias del tramo correspondiente a veterinaria en sí misma.

Lisandro era de Martínez, vivía cerca de mi casa, por lo que de inmediato, coincidimos en formar grupo de estudio; nos jugaría a favor la corta distancia entre ambos.

"Licho" era único hijo de un matrimonio que a sus diez años de edad, se habían divorciado y una vez reconstruido sus vidas con otras parejas, quedaría como el hijo anterior e ingratamente olvidado, en el medio de ellos.

A diferencia suya, me convencía a modo de consuelo saber que mis padres no habían formado pareja dejándome a mí de lado; mi verdadero papá, Julián Salaberry era policía y en un hecho delictivo, lo habrían asesinado cuando yo tenía menos de dos años. Más que un puñado de fotos de él no conservé; algunas me las daría mi mamá y otras mi abuela Josefa (que al poco tiempo de fallecido mi papá, moriría también). Pero a modo de guiño del destino, yo conocería el verdadero significado de tener un papá en Claudio Dorfmann.

El día en que lo vi por primera vez fue en el colegio donde dictaba clases mamá, cuando pasó a buscar a Joaquín y se dirigiría hacia la sala de profesores a hablar con la maestra de su hijo, o sea, mi madre. Esa tarde yo estaba con ella porque mi tía Norma tenía médico y no podía cuidarme, dejándome en el Instituto donde mamá enseñaba.

Recuerdo vagamente que mamá estaba preparando su cartera dispuestas a irnos, cuando la señorita Silvia la llamó para decirle que el padre de un alumno estaba fuera y necesitaba hablarle.

Mi mamá abrió los ojos bien grandes, tanto como yo los tengo ahora, estiró su pollera marrón a cuadros y se acercó a mí.

─Amor, no hagas lío, vos seguí dibujando que mamá ahora viene ─besándome en la cabeza y haciéndole la mímica de "cuídamela" a la seño Silvia, salió del pequeño cuarto de maestros.

No tuve noción del tiempo que me la pasaría dibujando y cantando en voz baja alguna canción de dibujitos animados; lo cierto es que mamá abrió la puerta y detrás de ella, estaba Claudio. Era un hombre alto, bonito como un príncipe que habitaba en un cuento de hadas.

Lo miré fijo, asombrada y él respondió con una sonrisa y agitando la palma de su mano abierta.

Tenía el cabello ondulado, rubio dorado y sus ojos eran oscuros. Cuando lo ví más de cerca descubriría que eran azules, muy pero muy intensos.

Me agradó verlo; era joven y lindo como mamá. Lo noté por su camisa a rayas finitas y sus jeans negros perfectamente planchados. Era hipnótico para mi corta edad quedarme deslumbrada por un hombre así. Pocas veces hasta entonces había visto fotografías de papá. De mi papá real.

Mamá nunca me había ocultado su existencia, pero yo poco entendía demasiado el tema de la muerte. Sólo quería tener uno como la mayoría de mis amiguitos de jardín de infantes; eso era lo único que me importaba. A partir de ese día, quise que ese hombre fuese mi papá.

Podría presumir de él cuando me fuese a buscar al colegio, cuando me llevase a algún cumpleaños o cuando recogiese a mi mamá de la escuela...

Hacían una linda pareja. Noté también que la seño Silvia lo miraba curiosamente. De seguro también atraída por él.

─Zeño Zilvia ¿me alcanza el lápiz amadillo? ─pronuncié en mi media lengua, dispuesta a alejar sus ojos del señor alto y bonito que hablaba con mamá y con la directora Carmen. Amable, como era ella, se sentó frente a mí ayudándome a seguir adelante con mi dibujo. Había ganado yo. La había sacado del medio. Me sonreí divertidamente.

Cuando el hombre se fue, me volvería a saludar, respondiendo de mi parte con una enorme sonrisa y las dos manos bien abiertas; quería que pensase que era educada como una niña grande y que de ese modo, tendría más posibilidades de quererme como su hija.

No lo vería por mucho tiempo más, no supe cuánto, pero sí registré cuando ocurrió por segunda vez. En la fiesta de fin de año del Instituto donde trabajaba mamá. Me acuerdo que mi berrinche fue tan grande, que no le quedo otra que llevarme con ella, deshaciéndose en mil disculpas con mi tía soltera Norma, su hermana, que había venido especialmente de Pacheco para cuidarme.

Subidas en el Ford Taunus color verde musgo con problemas de motor, mis lágrimas se secaron automáticamente y la sonrisa se apoderó de mi cara instantáneamente. Mamá frunció la boca. Me tendría ganado un buen chirlo, sin dudas.

El acto escolar había sido larguísimo, pero canté y bailé las canciones que interpretaron a lo largo de toda la tarde los chicos de primer grado, a cargo de mi mamá y de la maestra Florencia.

Llegado el horario de salida, las madres de los otros chicos se acercaban agradeciéndole lo fabulosa que era como docente y lo mucho que la iban a extrañar mientras yo me enredaba entre sus piernas, cansada y molesta por no haber visto al príncipe que deseaba para mi mamá como novio y para mí como papá.

Pero como bajado de un unicornio, finalmente, mis ilusiones se harían realidad; allí estaba él acercándose a mami, vestido tan lindo y peinado hacia atrás. Unos anteojos de marco pesado estaban enganchados de su camisa súper blanca. Mi sonrisa se encendió automáticamente. Me puse rígida y me paré derecha al lado de mamá esperando por su saludo.

Pero ese saludo no llegaba y mi ansiedad y fastidio aumentaba.

Repentinamente, el señor lindo giró su cuello hacia atrás ante un grito agudo, se puso de cuclillas y abriendo los brazos, recibió a otro nene que corría a toda velocidad hasta interceptarlo.

─¿Qué haces corriendo Joaquín? ─el hombre lo regañaba, pero aun así, su tono era sereno. Le besó la cabeza y lo dejó de vuelta en el piso.

El nene era muy parecido a él. No tan rubio pero con los mismos ojos oscuros y se escondía tras las largas piernas del que supuse, era su padre.

─Gigi, él es Claudio ─la dulce voz de mamá quebró el duelo de miradas que comencé a forjar con el otro niño. El señor, del que ahora conocía el nombre, se agachó hasta ponerse a mi altura.

─Hola Gigi, bonito nombre ─dijo sonriendo, dejando al descubierto su simpática sonrisa.

─Grazias ─respondí avergonzada, regresando a las piernas de mi mamá, bastante más cortas que las de aquel señor.

─Él es Joaquín, mi hijo ─presentó acercando al chico en cuestión que seguía observándome con el ceño fruncido, enojado. ¿Pero sí yo no le había hecho nada? ¿Por qué me miraba así?

Agité mi mano, pero el muy condenado no me respondió. Volvió a esconderse tras su padre.

─Papá, tengo hambre ─maulló elevando su cabeza en dirección a Claudio en tanto que yo me sumé al ruego.

Claudio se puso de pie y arregló su camisa, apenas arrugada por la posición que adoptaría para saludarme.

─¿Quieren acompañarnos? Nosotros vamos a una pizzería de por acá nomás, el dueño es amigo mío, pueden reservarnos un lugar ─rogué que mamá aceptara. Obviamente, dudó más de la cuenta, pero mi insistencia sería más fuerte.

─Está bien, nos sumamos ─asintió.

Supuse que esa noche sería la primera de las concesiones ante las que mi mamá cedería; varias veces saldríamos a cenar los cuatro. En algunas oportunidades mi mamá me dejaría al cuidado de la tía Norma o en la casa de alguna amiguita; la cuestión es que poco a poco se enamorarían y aquel príncipe rubio de ojos azules, se convertiría finalmente en mi papá.

¡Y era genial tener un papá! No dudé ni un solo momento en llamarlo como tal; él incluso lloraría de alegría cuando se lo dije, respondiendo con un abrazo muy fuerte.

Pero Joaquín no estaba muy de acuerdo. Se enojaba con frecuencia, no me prestaba los juguetes y mucho menos me hablaba, aunque su papá lo obligaba a compartirlos; él cruzaba los brazos sobre su pecho, fruncía su boca y me sacaba la lengua constantemente. Era irritante.

Por muchos años lidié con el incordio de tener que soportarlo refunfuñando sin saber por qué; con el tiempo deduje que sin dudas sería porque me incorporé a su vida bruscamente. Él quería y necesitaba una mamá y con la mía a su lado, ocupaba ese casillero vacío en su pequeña cabecita. Su progreso a partir de nuestra mudanza en los quehaceres del colegio fue impresionante. Sacaba siempre diez, era el alumno ejemplar y logró hacerse de un grupo de amigos muy simpático y agradable gracias a la insistencia de mamá para que socialice.

Sin dudas su llegada, nuestra llegada, fue decisivo en su vida. Y en la mía también porque no sólo tenía un papá, sino también un casi hermano, un tanto caprichoso y malhumorado, pero al cual aprendería a querer.

El nacimiento de Lola, muchos años más tarde, sería una brisa de aire fresco; haciendo mea culpa admitiría que sentí un poco de celos al notar lo bien que Joaquín la trataba, lo mucho que la quería, contraponiendo que a mí me habría de hacer pasar las de Caín.

Sería inútil celar a una beba recién nacida, hermosa, cachetona y con los mismos ojos vivaces de nuestro hermano mayor. Para entonces yo tenía doce años y Joaquín catorce, y habíamos dejado de pelear entre nosotros para protegernos del resto del mundo.

A esa edad, él me enseñaría a nadar. En realidad, aprendería a la fuerza, bajo su supervisión.

Hasta entonces siempre me sentaba en el borde de la pileta, sobre la vereda perimetral y chapoteando los pies en el agua, salpicando a mi blanco preferido: mi hermanastro. En reiteradas oportunidades habría recibido sus amenazantes frases, a las que hice caso omiso y simplemente seguí con mi fastidioso jueguito de salpicarlo con los pies.

Hasta que una tarde de febrero, se enojó y de verdad.

Antes de que yo pudiese empalar un poco de agua, tomó mi pie en el aire y me tironeó hacia el fondo, provocándome la caída inmediata y frenética hacia el interior de la pileta, en su parte más honda.

Mi sorpresa fue mayor y mi pavor por caer sin siquiera saber nadar, mayúsculo. Aleteando desesperada, sintiendo que el oxígeno salía por mis pulmones pero sin ingresar, mis bocanadas de miedo se entrelazaban con la enorme cantidad de agua que empecé a tragar.

Al principio pude ver, mientras estuve más consciente y aun no estaba tan temerosa, que Joaquín reía a carcajadas, como nunca antes. Me señalaba mofándose de mis fallidos intentos por tratar de nadar y no poder ni siquiera flotar.

No hacía nada para ayudarme, solo se reía acrecentando mi ira interna, que supuse, era lo único que me permitía seguir viva.

Después, mis brazos se quedarían sin fuerzas, las piernas ya no se movían espasmódicamente tratando de equilibrar mi eje, y mis ojos se entrecerraron bajo la transparente agua, en la que solo vi los pies de Joaquín, desplazándose hacia un lado de la pileta, perdiéndose entre el manto celeste acuoso que nos rodeaba.

Para cuando abrí los ojos, me encontraba en el sillón del comedor, con mil ojos rodeándome y el llanto de Lola de fondo.

La voz de mi mamá se escuchaba preocupada pero feliz, cuando me vio volver en mí y toser fuerte.

─¡Nos has dado un buen susto, Gigi! ─papá posó un suave beso en mi frente.

Yo estaba cansada, y bastante agitada. Recordé de inmediato el por qué.

─¿Joaquín? ─pregunté de la nada deseando golpearlo con mis propias manos.

─Arriba, en su cuarto. En penitencia. No jugará con los videos ni saldrá al patio por unos cuantos días, y mucho menos irá a entrenar rugby.

Algo más repuesta y consternada por el castigo al que mi papá lo había sometido, me senté apoyando la cabeza en el respaldo del sillón.

─Fue mi culpa, papá, yo lo provoqué ─dije con el ceño fruncido, tosiendo y dolorida porque en parte yo tenía razón. Él no se había comportado bien, pero yo tampoco.

─No es cuestión de culpas, Gigi. Joaquín estaba al tanto de que no sabés nadar. No puede jugarte una broma así.

─Pero...

─Pero nada. Ahora, a tomar la leche, necesitas recuperar energía.

Las horas que siguieron a ese momento fueron eternas; Joaquín no se sentaría a cenar y se me estrujó el corazón imaginándome lo mal que la estaría pasando.

Iba a perderse las dos primeras clases de rugby del año, y eso le resultaría más que doloroso.

Mamá le llevó la cena al dormitorio, el cual estaba al lado del mío. Yo me ofrecí a alcanzárselo pero tanto ella como papá, se negaron. Habrían tenido sus razones. La broma podría haber pasado a mayores; lo comprendí después como así también el por qué de su preocupación y enojo con Joaquín.

Por la noche, ya tarde, no pude con mi genio y golpeé su puerta. No quería que estuviese enojado conmigo. No me lo perdonaría a mí misma.

─¿Quién es? ─preguntó a poco de la entrada, casi susurrando consciente de la hora, y creo que en el fondo, sabiendo que sería yo la que molestaba.

─Gigi ─respondí, también en un volumen bajo.

─¿Qué querés? ─sin abrir, continuaba el diálogo.

─¡Hablar con vos, salame!

Dio vuelta a la llave y entreabrió la puerta, quedando expuesta una angosta franja de su cuerpo.

Estaba despeinado, con su remera azul marino y sus joggings de pijama puestos. Lucía afligido. Lo noté en su mirada a pesar de la oscuridad del pasillo desde el que me encontraba hablándole.

─¿Para qué querés hablarme? Tendrías que estar odiándome en este momento, ¡casi te mato! ─ admitió mirando hacia abajo, adolorido, tomando real conciencia de lo que pudo haber sido y por suerte, no fue.

─Fue una broma de mal gusto, pero ya está. Pudo resultar peor, lo sabemos para la próxima.

Joaquín sonrió, tan bonito como siempre.

Estaba madurando, su voz se tornaba más gruesa, ligeramente rasposa y una incipiente barba rubia dorada asomaba por su mandíbula. El deporte estaba moldeando su cuerpo: su caja torácica se ensanchaba y sus músculos, de a poco, se engrosaban.

Casi llegaría a su altura definitiva de metro ochenta, mientras que yo me sentía un enanito de Blancanieves a su lado.

─Te juro que no va haber próxima ─no despegaba sus ojos de la alfombra del piso, cuando puse mi mano en el filo de la puerta, empujándolo un poco más hacia atrás, doblegando su fuerza.

Entré por completo muy a su pesar.

─Bueno...adelante ─dijo sin más remedio levantando los hombros.

─No seas terco, ¿querés? Ya pasó. Lamento mucho que papá no te deje ir a entrenar.

─Me lo merezco ─rascó su nuca.

─¿Podés dejar de ser tan correcto, nene? ─me irritaba su metódico modo de contestar cuando estaba conmigo. A mi lado no necesitaba ser pulcro en sus comentarios ni demostrar lo mucho que sabía de política internacional con sólo quince años.

─¡Dejá de retarme!¡Sos re mandona, che! ─ era la primera vez que me respondía sin respetar las formas. Me encantaba verlo perder el control.

Desde chicos, cuando se enojaba, me atemorizaba su ceño fruncido y su cara de ogro. Hasta que empecé a reírme de él, mofándome de su innecesaria seriedad.

Mamá solía retarme por eso, insistiéndome en que debía dejarlo en paz. Pero era divertido, tanto como tirarle agua con los pies en la pileta.

─Joaco. Dale, aflojá. ¡Soy tu hermana! ─me acerqué obligándolo a que me mire, poniéndome a escasos centímetros. Pero se tensó, extrañamente, cediendo finalmente a sostenerme la mirada.

─No, vos no sos mi hermana.

─Bueno...casi. Vivimos juntos desde hace más de siete años, dejáte de joder.

Joaquín seguía empeñado en decir que no éramos hermanos. Era cierto, no de sangre, pero en el fondo llevábamos más tiempo jugando a serlo que otra cosa. Le agarré las manos, tenía unos raspones en sus nudillos, producto del entrenamiento del día anterior.

─Quiero que me enseñes a nadar, así no hay posibilidad de que haya una próxima vez ─le dije sonriente, a lo que él respondió con el mismo gesto ─. Vine a pedirte perdón, a veces puedo resultar un poco pesada ─reconocí subiendo mis hombros.

─Sí, bastante ─bufó por la nariz.

─Lo sé. Sé que reaccionaste, no de la mejor manera, pero también me lo tuve bien ganado al susto.

Joaquín alejó sus manos de las mías y comenzó a deambular por su habitación, entrelazando sus dedos en su hermoso pelo rubio oscuro. Unos destellos cobrizos se refugiaban por entre sus ondas.

─Te voy a enseñar, pero con una condición ─con una mano en jarra posada en su cintura y la otra manteniendo en alto el dedo índice, acusador, se acercó hacia mí.

─¿Cuál? ─pregunté curiosa.

─¡Que no me salpiques más! ─repentinamente, aceleró su paso y me agarró por la cintura, haciéndome cosquillas con mucha fuerza sin medir que yo era mucho más baja que él y más pequeña físicamente.

Aun así, me gustó aquel gesto. Me tiró a la cama y continuó torturándome con su contacto, ví que quería reír fuerte, pero eran más de las doce de la noche y la habitación de nuestros padres estaba a dos de la suya, cuarto de Lola mediante. Peor aún, si la beba se despertaba, no habría quién la aguante. Por mucho que la amara, no me ofrecía ni loca a calmarla.

─¡Basta! ─intenté gritar despacio paradójicamente, persuadiéndolo para que termine.

Mi abdomen no tenía fuerzas para seguir riendo, de mis ojos se liberaron unas lágrimas de alegría y porque lo escuché reír. Era tan lindo escucharlo así, contento, sin intentar ser el chico perfecto que agrada a todo el mundo y que se destaca ante el resto...

Joaquín para entonces tenía catorce años, en menos de tres meses cumplía quince y su sobre exigencia me exasperaba. Tal vez es porque yo era más desestructurada y por qué no reconocerlo, bastante despistada; aun así, desde pequeña trataría de ser como quería.

Mermando de a poco en la intensidad de sus cosquillas lo noté agitado, aun sonriente y más despeinado que antes. Un mechón díscolo caía por su frente, sin pedir permiso y en sus ojos se destacaba un brillo distinto. Cuando nuestras miradas se encontraron, más calmas, él se levantó súbitamente de la cama, alejándose de mí como si hubiese visto un fantasma.

Sin interpretar del todo las razones de su repentino cambio de humor, me puse de pie para acomodar mi remera y ajustar el cordón de la cintura de mis viejos pantalones cortos que usaba para dormir.

─¿Te pasa algo? ─pregunté sin escuchar a mi voz interior que grita un estruendoso "cerrá el pico".

─No, no me hagas caso ─movió sus manos en torno a su cabeza, desorientado.

─Si vos lo decís... ─fui hacia él para saludarlo ─.Tranquilo, estoy bien si eso es lo que te sigue preocupando ─contesté, pero se giró y me agarró fuerte la cara, tapando mis orejas.

─Si te pasaba algo...me moría ─su confesión fue extremadamente sentimental para lo que estábamos acostumbrados a decirnos, pero me di cuenta que era sincero y para nada exagerado. Él estaba por llorar y a mí, mil cosas me pasaron por la mente. Un brillo adolorido surcó su iris, su semblante exudaba congoja. Su respiración abrazó la mía, que se entrecortó inexplicablemente.

─No me pasó nada, Joaco. Estoy acá, con vos. Y esperando que llegue mañana para que me enseñes a nadar ─cambié de tema, rogando que él hiciese lo mismo con su mirada triste y perdida.

─Estoy castigado, papá no quiere que salga a la pileta hasta dentro de dos días ─me recordó.

Pero yo sabía que contaba con un as en la manga. Al menos hasta que Lola no creciera lo suficiente como para extorsionarlo sentimentalmente como había aprendido a hacer yo, contaba con esa pequeña ventaja. De momento, yo era la nena de papá.

─Dejámelo a mí ─señalé mi pecho, con ínfulas de grandeza.

Suficiente, me retiré de su habitación silenciosamente para llegar a la mía, cuatro metros después.

Sin embargo, no podría dormir bien en toda la noche. Ni las que le siguieron.

Por suerte (y gracias a mi extremada insistencia) papá le concedería la "probation" a Joaquín, dejándolo salir al patio con nosotros. Lo cierto es que estaba haciendo mucho calor como para dejarlo encerrado. El ventilador no daría a basto si Joaquín permanecía entre cuatro paredes todo el santo día. Mamá sonrió, creo que en parte orgullosa por mi persistencia; en el fondo, sabía que resultaría exagerado el castigo a mi hermano.

A partir de ese día, supe nadar...bueno, al comienzo me daba pavor, me sujetaba de la baranda acerada que recorría la piscina en todo su perímetro ante la sonrisa de Joaquín, que arengaba para que me suelte.

Aferrada a la superficie plateada casi fundiéndose en mis dedos de lo fuerte que la presionaba, Joaquín se acercó para transmitirme calma, ante la atenta mirada de papá que bajaba las hojas del diario, sentado desde su reposera a rayas, para observarnos con atención.

─¡Estoy acá, no voy a dejar que te hundas! ─intentaba convencerme ─. Soltáte y no pienses que te vas a hundir...porque si no, te hundís.

─¡Muy educativo de tu parte! ─Refunfuñé con mezcla de indignación.

─Virginia, dale, no te vas a ahogar. Apenas bajes, te agarro por la cintura, te subo y listo.

Finalmente accedí a sus instrucciones. Y confié en que estaría para socorrerme, de ser necesario.

Con el tiempo me liberé, encontrando en el nado una disciplina estupenda para relajarme y liberar tensiones. Durante todo aquel verano, perfeccionaría la técnica, con la promesa vigente de papá de permitirme ir a clases de nado después de horario de escuela.

─¿Extrañás a Lisandro? ─otra vez Lola me arrancaba de aquellos viejos recuerdos.

¿Por cuánto tiempo habría estado con la cabeza ausente?

─Mmm...poco ─dudé comprendiendo tardíamente el significado de su pregunta. Estaba demasiado concentrada en el momento en que aprendería a nadar.

─¿Sólo un poco?

─Sí, para qué mentirte ─preferí sincerarme, después de todo, Lola parecía más madura que yo ─. No estábamos bien hace tiempo.

─¿Hay alguien más? ─me miró fijo entrecerrando sus ojos y me sentí incómoda. Parecía dar por hecho que alguien habría aparecido en mi vida.

─¡No! ─exageré la negativa ─. Al menos no de mi parte y creo que por la de él, tampoco ─ asumí. Y tampoco me importaba que de su lado sucediese. A veces deseaba que así fuera porque de ese modo me eximiría de la culpa que sentía por no corresponderle ─. ¿Y vos? ¿No tenés ningún chico revoloteándote por ahí? ─ curioseé con tono cómplice y cerrando la caja de las fotos; ya tendría suficiente material de archivo.

─Ciro es agradable ─aseguró confirmando que mi sentido de la audición estaba intacto ─, lindo, pero no sé...no me convence...

─¿Convence?

─Sí. O sea ─otra vez el tonito irritantemente agudo ─, es inteligente, hablamos de los mismos libros, pero hay algo en el que no me termina de atraer ─confesó e inmediatamente supe de qué hablaba. Yo acababa de pasar lo mismo con mi ex novio de hacía un lustro.

─Supongo que existe otra persona...─ deslicé acertando. Mi hermana abrió sus enormes ojos azules, evidentemente sin esperar que yo diese en el clavo tan rápido.

─¿Cómo lo sabés?

─Lola, te duplico la edad y aunque tuve un sólo novio "oficial" ─hice comillas exageradas ─, sé de estos temitas porque también fui adolescente y me enamoré del chico equivocado; o al menos del que no me daba ni la hora ─aseguré brindando más información de la que quería. Otra vez mi bocaza hablaba más rápido de lo que mi cerebro procesaba la información.

─¿Tan imposible era? ─preguntó dejando sobre la mesa de luz las fotos y cruzando sus piernas al estilo indiecito, sumamente intrigada por mi trunco amor.

─Sí, mucho ─"y no tenés idea cuánto".

─¿Eras muy chica cuando te pasó?

─Yo tenía tu edad. Él un par más.

─¿De dónde se conocían? ─decir de la vida no era una opción válida...opté por modificar un poco la verdad a mi conveniencia.

─Del colegio. Él iba un par de años más adelantado lógicamente. Yo lo espiaba en el recreo ─me sonrojé y Lola se dio cuenta porque instantáneamente se sonrió; unos hoyuelos simpáticos aparecieron en sus pálidas mejillas.

─¿Nunca le dijiste lo que sentías por él?

"Mil y una veces...pero no sería suficiente para detenerlo".

─Sí ─ fingí hacer memoria ─, creo que una ─mentí alevosamente.

─¿Y él qué te respondió ? ─se estaba entusiasmando con la historia y eso no era bueno, me pediría más detalles que yo no estaba dispuesta a dar.

─Nada. Me escuchó, admitió que lo sabía y ya. Fin del cuento ─sentencié bruscamente.

─¿Nada? ¿Él nunca te dijo si se había fijado en vos? ─Lola era tanto o más insistente que yo. ¡Maldita sea!

─Sí ─asentí inspirando profundo ─. Me confesó que siempre supo que lo miraba a escondidas ─ agregué apelando a la verdad ─y que lo nuestro no resultaría ─intenté contener las lágrimas, era una herida que evidentemente aun no había cicatrizado a pesar de los años transcurridos.

─¿Nunca más lo viste? ─Lola avanzó su torso para tomarme de la mano; yo tendría que controlar mis emociones si no deseaba exponerme tanto. Años intentando olvidarlo echados a la basura en una charla con mi hermana de quince años.

¡Muy bonito de mi parte!

─No ─ también era cierto. Al menos no lo habría vuelto a ver físicamente.

─¿Y no te gustaría encontrártelo? Te afectó bastante, seguís pensando en él después de tantos años... ─concluyó inteligentemente mi pequeña, no tan pequeña, hermana Lola.

─No...es algo que ocurrió hace mucho tiempo. Éramos adolescentes, seguramente él tiene su vida, y yo, a mi modo, también ─suspiré resignada.

¡Chicas, la comida está servida! ─mamá con su grito aparecía en escena, interrumpiendo involuntariamente, la calidez y profundidad que habíamos alcanzado con Lola.

─¡Ya vamos! ─respondió de igual modo Lola, logrando que mamá bajara al comedor nuevamente.

─Gracias por contarme tus cosas. Me gustaría haber estado más tiempo con vos, compartir más tiempo juntas ─seguimos jugueteando con nuestros dedos sentimentalmente cuando reflexioné aquello en voz alta.

─A mí también. A veces necesito una hermana mayor a quien consultar cosas. Mamá es copada, pero... ¡es mamá!

─Lógicamente.

─Y mis amigas...no sé. Siento que no me escuchan, o que están en otra, ¿viste?

─Me alegro estar acá. Al menos hasta que acomode un poco mi vida.

─Muy pronto vas a encontrar a un hombre sexy, lleno de plata y con muchos animales en su casa, dispuestos a ser atendidos por la veterinaria más sensible y linda que conozco ─nos fundimos en un abrazo muy sentido.

─Vamos, si no bajamos en un minuto mamá va a empezar con su "se enfría la comida".

Lola bajó de la cama, para colocarse las sandalias, mientras que yo me puse las mías.

¡Vamos que la comida se enfría! ─la frase de mamá no se hizo esperar.

Y nuestras carcajadas, tampoco.

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*Cartera: elemento femenino para el guardado de cosas. también conocido como Bolso de Mano.

*Pollera: falda.

*Jardín de Infantes: Nivel inicial de educación temprana, previa a la educación primaria obligatoria, en la que asisten niños de entre 3 y 5 años.

*Pacheco: localidad perteneciente al Partido de Tigre, al norte de San Isidro.

*Salame: Modo común y simpático de decir que alguien se comporta como un tonto.

*Retarme: regañarme.

*Mandona: persona autoritaria

*Che: Interjección muy utilizada en Argentina que denota confianza, énfasis o exigencia de atención.

*Aflojá: expresión utilizada para decirle a alguien que no sea tan rígido.

*Joder: Molestar

*Pileta: Comúnmente conocida como piscina.

*Dale: expresión para dar arengas

*Mesa de luz : mesa de noche

*Posición indiecito: Posición adoptada en la cual las piernas se entrelazan una por debajo de la otra, muy común en los niños pequeños.

*Copada: expresión para indicar que alguien es bien predispuesta y amable.





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