Capítulo 17
Unas horas de descanso me devolverían algo de color; mi cuerpo entero necesitaba relajarse un poco después de tanta tensión.
Salí de la casa rumbo a lo de Donato y Eloísa. Donato Parra era un buen hombre, que vestido como un gaucho andaba de un lado al otro entregando directivas en la mitad del campo. Lo observé de brazos cruzados sin entrometerme en su discurso: los peones escuchaban sus órdenes, algunos de los cuales, empuñaban las correas de los caballos, de pie a su lado. Ejemplares magníficos, sin duda alguna.
Nunca entendí nada de animales, ni siquiera cuando veía la televisión con Virginia, porque en ese momento compartido junto a ella, me concentraba más en registrar la emoción que se reflejaba en su cara que en el modo tierno en que vacunaban a los cachorritos de panda asiáticos.
─ ¡Buenos días, Don Joaquín! ─ hice visera con la mano al oír su voz; con la intensidad de la luz del sol sobre mis ojos, agité la palma.
─ Buenos días Donato. Buenos días a todos ─el resto de los muchachos respondió a mi saludo educadamente, sacándose las boinas en un gesto patronal que me avergonzaría.
─ Eloísa tiene el desayuno listo, puede ir a comer algo si quiere.
─ ¿Mi hermana ya se levantó? ─ debería acostumbrarme a llamarla así ante el resto del mundo si pretendíamos avanzar en dirección recta. Yo siempre la mencionaba por su nombre de pila. Ni siquiera le decía Gigi como todos.
─ Estaba por los establos, revisando a una de las yeguas.
Levanté el pulgar en señal aprobatoria y avancé varios metros hasta encontrar el galpón de las yeguas madres, donde encontraría después de recorrer varios boxes, a Virginia acariciando a una de ellas.
─Buenos días ─ saludé y se sorprendió al verme. Un tenue reflejo de luz solar se coló por el techo, iluminando su rostro, como si ella acabase de descender del cielo.
─Hola Joaquín ─sonrió de oreja a oreja. Estar rodeadas de animales era su sitio preferido en el mundo─ . Rubí, saludá a Joaquín ─ hablándole a la yegua como si fuese una persona, logró que ésta revoloteara su larga y brillosa crin─. Buena chica ─ la acarició apoyando su mejilla en el rostro del animal. Pasó su mano por el pelaje sedoso y oscuro del caballo.
Sacudió sus manos en sus jeans desgastados con naturalidad, avanzando hacia mí.
─¿Desayunaste?─ le pregunté, pasando por alto su comportamiento de la noche anterior.
─ Sí. Me levanté más temprano, la resaca no me dejó dormir mucho─ frunció la boca de lado y entrecerró un ojo, en señal de queja.
─Está bien ─me desilusioné ya que tenía la esperanza de que lo haríamos juntos─ .Entonces voy a lo de Eloísa.
─Puedo acompañarte de todos modos─asentí ante su propuesta. Parecía más relajada y ya no olía a desinfectante ni a vino. Por fortuna, el olor a bosta del establo aun no la habría absorbido entre sus garras.
Esquivando el sector del silo para raciones nos dirigimos hacia la casa de Eloísa y Donato, a un par de metros de allí, quienes nos esperaban alegres.
─Bienvenido señor Joaquín, me alegra conocerlo ─ diría Eloísa, una señora morena, petiza y regordeta que colocaba ante mí un enorme tazón de café con leche, un plato con pan francés tostado, muchos rulos de manteca y un frasco de vidrio con dulce de leche bien espeso.
─ Buenos días y muchas gracias ─ contesté frotando las manos, deseando degustar el pan con dulce. El olor de por sí me abriría el apetito; ayer ni siquiera habíamos cenado.
─Les dije que si no tenían dulce de leche, tendrían que ir a comprar uno. Sé que te encanta desayunar pan con manteca y dulce─ adoré que Virginia fuera tan considerada, distando de la obstinada y terca de anoche.
─ Sí, gracias ─ sonreí gratificado.
─ Por cualquier cosa estoy en el patio, colgando ropa─ante nosotros, se despidió la esposa de Donato.
─ ¡Gracias Elo! ─ respondió simpáticamente Virginia, más adaptada a ese lugar que yo.
Unté el pan dispuesto a entregarme a la delicia de un desayuno calórico y exquisito.
─ ¿Por qué no elegiste vivir acá? Cuidar de los caballos, ser la veterinaria en jefa. ¡Esto es lo tuyo!─ interrogué mientras masticaba el pan recién horneado y crocante. ¡Qué manjar de dioses!
─ Es una vida un poco solitaria. A papá le hubiese fascinado que fuese esa mi decisión; pero nunca pensé que funcionaría.
─¿Por qué no?
─ La casa es muy grande para mí sola. A mí me gusta salir a tomar algún café de vez en cuando con mis amigas, ir cada tanto a una heladería en moto...─ deslizó graciosamente recodando cuando fuimos a Blancanieves.
─ Tampoco estarías en la mitad de la nada y sola, estás rodeada de gente.
─ Elegiría un sitio así en un par de años más, quizás para criar a mis hijos, para que crezcan en un bello lugar, amplio...no sé...tal vez en un futuro.
Me dolió imaginar que ese futuro tal vez no me incluiría; era punzante la sensación de olvido a la que me sumergiría a partir del momento en que yo tomaría ese avión rumbo a París por segunda vez.
No dije nada más, la nostalgia estaba opacando esta bella mañana y aun nos quedaba por seguir adelante con mi papá.
─En 48 horas Claudio tendrá el alta más o menos según lo que dijo el Dr. Carreras─ recordó Virginia, aligerando nuestra carga.
─Yo puedo quedarme en Saladillo. Tendría que llamar a mi jefe y extender mi licencia un par de días más ─ pensé en voz alta.
─ Mmm─ ella sin embargo, frunciría su preciosa boca─,yo hablé con Paula temprano, mañana viernes tengo que estar en la clínica sí o sí. Tenemos una cirugía programada a la que no puedo faltar ─justificó razonablemente.
─ Está bien. Mañana puedo dejarte temprano en la veterinaria y más tarde iría a Ezeiza a buscar a mamá y a Lola; de camino les avisaría lo que pasó. Seguramente querrán venirse a Saladillo hasta que le den el alta. Es lo más cómodo de momento.
─Sí, puede funcionar─ afirmó moviendo su cabeza ─.Para todo eso serías como nuestro chofer ─sonrió masticando una rodaja de pan robada.
─Algo así ─admití ─ pero no me molesta. En el fondo tengo alma de chofer, supongo. ¿Te acordás cuando te encaprichaste en ir a Barisidro con tus amigas? Papá te dejó ir sólo si yo te llevaba.
─ ¡Por supuesto que me acuerdo! ¡Estuve una semana persiguiéndote! Diciéndote durante cada recreo "Sábado a las 12, Sábado a las 12 Sábado a las 12 Sábado a las 12" ─sonrió generosamente y agradecí a Dios por estos instantes de luz ─.Sin embargo, no pude convencerte de ninguna manera─ dio una carcajada distendida y alegre.
─¡Una vez me tocaba ganar a mí! ─ nuestra risa fue genuina y fuerte, tal vez lo suficiente como para que Eloísa viniese a preguntar si estaba todo bien.
─ Sí, Elo ─ se mostró autosuficiente─ recordábamos cuando éramos chicos. Joaquín no quería llevarme a un boliche con mis amigas. Sostenía que me iba a poner tan borracha que terminaría por rodar a lo largo de la barranca hasta caer directo al agua ─finalizó estallando de risa al hablar, casi escupiendo el pan que masticaba.
─ ¡Exagerada! ─ solté arqueando una ceja ante la risa generosa de Eloísa.
─ Y vos, ¡mentiroso! ─ me señaló, y de la nada, desde adentro de mi corazón comencé a hacerle cosquillas.
─ ¡¡¡Noooo!!! ─ aulló como un lobo. La esposa de Donato reía mientras levantaba la mesa, guardaba la manteca y juntaba las tazas usadas llevándolas a la pileta, para lavar.
─ Te...las...tenés...ganadas...─ le dije ante los retortijones de su cuerpo contra el mío. Adoraba verla gorgojar compulsivamente, era como un instante en que su cerebro se desconectaba para ser feliz, haciéndolo lo mismo con el mío.
─ ¡Basta!¡Por favor! ─gruñó con lágrimas en los ojos y me detuve. Estaba agitada y despeinada ─ . ¡No es juego limpio! ─ hizo puchero. Contuve las ganas de lacrar su boca con un beso mío. Presionando la quijada, cerré mis puños para no claudicar. Me puse de pie alejándome de la escena, besé su cabeza e inspiré su perfume nuevamente. ¡Dios!... ¿por qué tendría que resignarme a esto?
No era justo...
─ ¿Vamos "desastre"? ─ dije recogiendo las llaves de la camioneta de la mesa ─. Andá a cambiarte así arrancamos de una vez.
─Dále─me sacó su lengua al pasar por delante mío.
Y en ese instante, deseé morir.
──
Papá se encontraba considerablemente más repuesto, no hablaba mucho porque recibía asistencia mecánica aun y creí que en el fondo tampoco querría dirigirnos la palabra.
Una vez que de terapia intermedia lo trasladaron a una habitación común, pudimos entrar los dos, tanto Virginia como yo. Fiel al estilo de las últimas horas, clavó su mirada en nosotros. Sin demostramos ningún tipo de acercamiento, pretendimos no sumar stress a la situación. Sí era posible, claro estaba.
Papá se habría salvado milagrosamente del accidente, no queríamos darle más motivos para que no zafase del infarto.
─ Buen día, papá ─entré y le besé la frente, algo tibia ─ .Me dijeron las enfermeras que pasaste una buena noche. Eso es realmente bueno a efectos de recibir el alta─ intenté trasmitir buena energía mientras corría las pesadas cortinas de las ventanas y dejaba filtrar la luz del sol en el cuarto.
─ Buenos días papá...Claudio ─ Virginia se corrigió sobre la marcha y me dolió el corazón al notar el esfuerzo que hizo para despojarse de la costumbre de llamarlo "papá"─-.Se te ve mejor.
─ ¿Cuándo...llega...Gabriela...?─ hablaba cansado pero más fluidamente que ayer.
─Mañana las voy a buscar a Ezeiza. A estas horas deben estar embarcadas. Cuando lleguen al aeropuerto les contaré con tranquilidad lo sucedido. Lo importante es que ya estás bien, fuera de peligro y que en un par de horas vas a estar en casa.
─¿Y vos? Vas a...estar en...casa? ─ algo agitado, preguntó. No deduje su mirada, era brillosa pero ignoré si sería producto de algún colirio o simple emoción.
─Cuando sepamos con certeza cuándo te darán el alta pasaré por vos, por Lola y por mamá que de seguro se quedaran acá, cuidándote. Los llevaré a todos a casa...a tu casa ─encaucé mis palabras siendo puntilloso con el "tu" ─ después yo me iré. Pero no sin antes arreglar el tema del auto y terminar la demanda oficial del Haras ─odiaba ponerme en papel de abogado, pero tal vez era el único tema de conversación que podríamos abordar sin discusiones.
─Está...bien...─ aceptó─ ¿y vos? ─ habló sorprendiendo a Virginia quien abrió los ojos desconcertada. No se lo esperaba, y francamente, yo tampoco. El problema siempre había sido conmigo, ¿por qué hostigarla a ella?
─Yo...bueno...─dudó, descolocada.
─ Virginia va a esperar a que estés bien y alquilará algo ─ me precipité para asombro de propios y extraños. Ella asintió. Papá, no dijo más.
No habría respuesta inmediata a mis palabras pero sabía que cuando estuviéramos solos, Virginia haría algún comentario al respecto. De hecho, fue lo primero en hacer.
─ ¿Cómo es eso que me voy a alquilar algo? ─ espetó apenas traspasamos la puerta, dejando de lado el horario de visitas y tal como yo hube de imaginar con antelación.
─ Fue lo primero que se me ocurrió ─ dije sin darle demasiada trascendencia─ después de todo tal vez sea lo mejor...no me fío que después de hablar con ellas estén muy a gusto con nosotros.
─ ...tal vez tengas razón, no lo pensé─era lógico, no habíamos tenido tiempo de meditarlo tranquilamente. Entre su borrachera y la premura en el desayuno, poco hablaríamos al respecto.
─Vamos a tener que estar preparados para el fusilamiento público─ la vi tragar dificultosamente─. Desearía que todas las miradas inquisidoras cayeran solo sobre mí─ asumí acariciando su cabello oscuro.
─ Esto es algo de los dos Joaquín, en mayor o menor medida la gente nos juzgará y todos hablarán─la escuché y sostuve sus manos besando sus nudillos, comprendiendo lo mucho que le pesaba afrontar esta situación.
Tras 90 km de profusa lluvia, Donato aguardaba para abrirnos la tranquera a nuestro regreso, con un gran impermeable negro largo hasta los pies y unas vistosas botas de goma amarillo chillón. Las ruedas levantaban mucho barro dejando el diluvio atrás. Nos empaparíamos de pies a cabeza durante el breve trayecto entre el cobertizo trasero en donde estacioné la camioneta y la entrada de la casa.
La casona imponía respeto, casi tanto como papá. De ímpetu neoclásico, mi padre había ordenado construirla a poco de casarse con la señorita Gabriela, fecha para la cual, el abuelo Hans falleció, dejando gran parte del negocio familiar en manos de papá y el tío Roberto.
El tío manejaba la parte organizacional, todo lo que era coordinación de empleados en tanto que papá, licenciado en administración, todo lo relacionado con la contabilidad, pagos y cobros.
Entramos corriendo atravesando el porche, ya a resguardo, dispuestos a no mojarnos más. Las gotas de lluvia golpeaban fuerte y una leve brisa nos hacía tiritar de frío. Este febrero comenzaba bastante alterado en lo que clima respectaba. Los vidrios de la casa estaban empañados por la diferencia de temperatura quizás, con unos 8 grados menos, aproximadamente.
─ Recibí un mensaje de mamá, pero temprano. Evidentemente la falta de señal en el hospital no permitió que llegase a tiempo. Es del mediodía. Dicen que alrededor de las 10 de la mañana estarán por Ezeiza─ Virginia leyó su celular mientras se sacaba sus sandalias y las sacudía.
La escuché mientras me dirigía rumbo al pequeño armario del baño de planta baja, donde se guardaban los toallones. Le arrojé uno.
─Secáte con esto, no te resfríes ─ lo tomó entre sus manos, agradecida ─mañana tendremos que salir alrededor de las 7:30 de la mañana para que llegues a tu trabajo a tiempo ─ organicé en voz alta mientras me froté el pelo en una toalla ─. Eso me da tiempo suficiente para pasar a buscarlas al aeropuerto.
─ Dejáme en casa, yo puedo ir en "Bety"; vos manejáte con la camioneta─ sugirió sin mayor esfuerzo, sabiendo que el auto estaba a disposición suya.
─ Quiero llevarte...─ dije deseando que no fuese la última vez. Me enfrenté a esa posibilidad y las articulaciones de todo mi cuerpo se rigidizaron. Estábamos próximos al punto de quiebre.
─Como prefieras ─ susurró pasándose bruscamente el toallón por la cabeza, secando su larga cabellera.
Rumbo a la cocina, fui dispuesto a ver qué había en las alacenas ni siquiera abiertas el día de ayer. Papá habría estado aquí a días del cumpleaños de Lola, menos de dos semanas atrás, lo que me hacía suponer que habría provisiones.
Paquetes de fideos, arroz y varias latas eran de la partida en tanto que algunas botellas en la heladera y algo de fiambre, se sumaban como alimentos. Sin embargo, un bol de vidrio con una nota escrita a mano llamó mi atención: "Chicos: les he dejado preparadas albóndigas con salsa. Si necesitan otra cosa, llámenme. Estoy en casa. Eloísa".
─ ¡Tenemos cena y todo! ─ grité feliz mostrando desde la cocina el recipiente, pesado por cierto, el cual acababa de sacar de la heladera.
─ ¿Sí? ¿qué es? Estoy muerta de hambre─ Virginia vino al galope como uno de los caballos del establo─ .¡Albóndigas! ¡Elo es una genia! ─dando aplausos cortitos y saltos como una nena, festejaba por la comida y por el acierto en el menú.
─ Andá a vestirte y ponéte algo en los pies─ secamente, señalé la escalera de acceso a la planta alta.
─ Vos siempre tan autoritario ¿no?
─ ¿Y vos siempre tan hermosamente terca?
Meneó la cabeza al escucharme.
─ ¿Nunca vas a dejar de decirme cosas lindas? Aunque eso incluya la palabra "terca"...─sus pestañas mojadas por la lluvia delineaban aún más sus ojos turquesa.
¿Qué podría responderle?
¿Que si se escapaba conmigo siempre tendría esa clase de palabras a su merced? ¿Que sería capaz de armar un propio diccionario de palabras bonitas para ella?...Creí que en el fondo lo sabía, pero la decisión estaba tomada. No podíamos seguir juntos, insistir en ello era una pérdida de tiempo y energía.
─ Disculpáme, no quería incomodarte...ya sé que dijimos que esto no seguiría...supongo que no puedo con mi genio ─me excusé alzando las manos, como si la policía me hubiese detenido durante un operativo. Respirando con dificultad, sentí el calor del cuerpo de Virginia acercarse a mí.
Su remera se pegaba a su cuerpo como un autoadhesivo, mi entrepierna lo sintió de inmediato, pujando por tenerla dentro de ella. Esa mujer me alteraba los sentidos de modo cruel; manipulando mis emociones de una forma desmedida. Me calentaba y mucho. Sus ojos encendidos, su piel tersa, su boca entreabierta...
─Me agrada que me digas esas cosas ─bordeó mi mandíbula con el filo de su dedo índice, causando un escozor en la base de mi columna vertebral. Primero colocó una mano detrás de mi nuca, masajeando suavemente mi cabello; luego haría lo mismo con la otra, colgándose de mi cuello peligrosamente y posando sus ojos en mí. Pude ver chispazos entre nosotros. Eso no estaba bien. O quizás sí.
¿Cómo carajos saberlo?
─Me estás mojando ─murmuré en referencia a sus ropas chorreantes y su cabello húmedo cayendo en las garras de su perfume hipnotizador.
─ Yo ya lo estoy....y de todas las maneras posibles─ entendí su doble sentido, pero si no me separaba de ella, podríamos terminar de la peor manera. O de la mejor...Debatí internamente y de nuevo me encontraba en el punto de partida.
─ Virginia, no soy de piedra ─mascullé con toda mi voluntad, intentando no mover mis brazos, que deseaban agarrarla fuerte por la cintura y presionarla contra mis desesperadas y encendidas caderas.
─ ¿Cómo vamos a hacer entonces? ─ hablaba pausado, pensando qué decir ─.¿Vos viajás, seguís adelante con tu vida y listo? ¿Yo, mientras tanto me quedo, sigo adelante con la mía y punto?─detalló con cautela, con cada palabra estudiada adrede ─ .Sabiendo que es probable que nos volvamos a cruzar otra vez, en 5 ó en 10 años...el tiempo que sea... ¿Vos crees que no va a seguir existiendo esta tensión entre nosotros? ─el sonido de sus frases golpeteaba contra su lengua, aterciopelándolas, invalidando cualquier reacción de mi parte. Tragué acopiando decoro. La deseaba de un modo animal. Las aletas de mi nariz inspiraban aire viciado de suposiciones truncas ─.Si nos vamos a tener que acostumbrar a los ojos castigadores de todos, a ser azotados públicamente con la vara de la moral, no nos quedará otra opción que acostumbrarnos también a la idea de que esta chispa siempre va a existir─concluyó y para entonces mi cabeza quería dispararse con una bala de plata ante esa cruel verdad ─ .Los recuerdos van a seguir acechándonos queramos o no y en el momento menos indicado. Habrá de existir una anécdota, una foto, una palabra que nos vincule, todo tendrá una historia a bordo─rogué seguir manteniéndome inmutable, apelando a un coraje inaudito hasta entonces.
Las venas de mis brazos se engrosaban por el escaso paso de sangre, conteniéndose ante el estallido. Pero su perfume exquisito y dulce inundaba cada poro de mi carne, ¿cómo no caer en su seducción deliberada?
─ Joaquín...pase lo que pase, quiero que recuerdes que nunca va a haber nadie que te ame tanto como yo. Nadie va a poder mirar tu alma a través de esos ojos azules que me vuelven loca aún estando cerrados. Nadie será capaz de descubrir lo que estás pensando antes de que lo digas; nadie, absolutamente nadie, va a saber lo que esconde tu corazón detrás cada uno de sus latidos. Excepto yo.
Obnubilado por tantas verdades quise hablar, pero las palabras parecían entorpecerse en mi lengua sin poder salir. Estaba frente a ella y a su alma desnuda, con sus labios de miel moviéndose a escasos centímetros de los míos.
Clavando mis dedos en mis propias palmas, cedí; con mi respiración pesada y agitada, interrumpí su boca parlanchina con un beso necesitado. Cruzando mis brazos por su espalda en un movimiento acompasado, mis manos viajaron a través de su ropa mojada, estampándose contra mi pecho. Ella impulsó sus manos inquietas hacia mi cabello, desordenándolo fácilmente y con mayor brusquedad.
Degusté cada milímetro de su lengua con ansiedad, con lujuria y deseo. Ya sin juicio, posé mis manos sobre sus glúteos, masajeándolos, atrayéndola más hacia a mí con el deseo descarnado de fundirme en su piel.
─ Sentílo, sentíme─ordené asediado por mi propia tortura─ ...eso es lo que me provocás Virginia, sólo vos─ mi sexo caliente y duro estaba expectante, la deseaba con extrema pasión. Me dolía el roce contra el pantalón de jean.
Su mano poderosa bajaría desde mi nuca hacia la parte delantera de mi cuerpo con extrema lentitud, paseando sobre mi torso. Volqué la garganta hacia atrás, su lengua se perdió delineando mi mandíbula rasposa por la barba y mi nuez. Gruñí. Con brusquedad pero no sin destreza, desabrochó uno por uno los botones de mi camisa celeste, dejándome el pecho descubierto. Dejó la palma abierta sobre mi esternón haciéndome arder en la mismísima hoguera de Juana de Arco.
Apoyé mi frente en la suya, para entonces, ambos jadeábamos descontroladamente. Su mano juguetona y traviesa recorrería mi ombligo, provocando un arqueo involuntario de mi cintura y una sonrisa cargada de malicia de su parte. Con Virginia, yo era vulnerable. Cualquier vértice de autocontrol se destruía en menos de dos milisegundos.
El sonido de la cremallera al descender, me llevó derecho al purgatorio. Los dientes del cierre retumbaban en mi cabeza como las balas de una ametralladora. La ansiaba sobre mí en ese mismo instante.
Se mordió el labio, simulando inocencia, agitando sus pestañas oscuras como una niña mala. Sonreí por la exagerada versión de timidez a la que me sometía.
─ Ahhggggrrr ─ mascullé desde el fondo de mi paladar al sentir que su mano caliente hurgueteaba a través de mis bóxers, acariciando mi húmedo e hinchado miembro. Lo masajeaba de abajo hacia arriba. Pero como si eso no era suficiente para provocar el suicidio en masa de cada una de mis neuronas, segundos después sacó su mano de aquel escondite para saborear cada uno de sus dedos con perversión untándolos con su saliva y regresar a mi paraíso personal y continuar con su masaje privado.
En mi estómago se arremolinaba la sensación intimidante del orgasmo. Unas cosquillas en mi nariz me anunciaban el final de esta historia, pero yo no deseaba que terminase en ese momento.
─Decime que me amás ─ me obligó mirando con una llamarada de fuego en sus ojos.
─ Te amo...vos ya lo sabés ─ exhalé con dificultad sin saber cómo fui capaz de coordinar tantas palabras de primera intención.
Su mano apresuraba el ritmo, al compás de mis palpitaciones. Pensé que moriría infartado ahí mismo. Me sostuve con determinación de la mesada de granito de la cocina, la cual se derretía con mi contacto; inclinándome el cuello hacia atrás fuerte y dolorosamente Virginia me tironeaba del pelo con una mano mientras que con la otra me felaba bestialmente.
Su mandíbula estaba tensa, disfrutando de esos minutos de gloria personal y de la visión de tenerme expuesto y débil ante ella.
Entrecerré los ojos, aunque algo en mí deseaba no hacerlo para poder registrar hasta el último segundo de su rostro excitado y divertido.
Siguió y siguió enroscando su mano, desplazándola a lo largo de mi pene erecto, hambriento y a punto de estallar. No podía soportar un segundo más de ese juego; paradójicamente, no podría vivir nunca más sin él.
─ Esto... ─aceleró el ritmo de su muñeca y el roce de sus dedos en mi pene era sublime ─...es por las cosquillas. ─con un último giro lograría envolverme en una oleada placentera y emocionalmente invasiva.
─ ¡¡Ahhhhh!! ─exhalé con todas mis fuerzas, liberando mi calor interior, dándole todo de mí. Hasta la última gota, hasta el último palpitar.
Mi pecho parecía explotar y mi piernas flaquear ya sin sostén. Cuando pude recuperar el aliento (algo de él en realidad) me sonreí avergonzado, llevándome los dedos al puente de mi nariz.
─ No te pongas colorado conmigo Joaquín...ya no─con la mirada encendida sacó su mano delicadamente de mis bóxers mojados y la exhibió ante mis ojos ardidos. Chupó uno a uno sus dedos otra vez.
¡Ufff que calor!
─Voy a llevarme conmigo hasta la última gota de tu cuerpo─ sentenció perversamente anticipando el final de un modo poco nostálgico.
Dejándome allí, con la respiración al borde del colapso, con la bragueta abierta, manchado y ardiendo como una brasa, Virginia salió fuera de la cocina alimentando mis ansias de más.
¡A la mierda con esa absurda idea de contenernos!
Al menos no tenía sentido hacerlo mientras continuásemos compartiendo techo y horas de nuestro tiempo. Recomponiéndome tras unos minutos de pie y algo de elongación, sin abrochar mi pantalón, subí a mi habitación. Supuse que ella, estaría en la suya.
Un baño de agua helada sería lo mejor, aunque me muriese de una pulmonía.
Me desvestí, tomé un calzoncillo de mi bolso y con un toallón colgando de la cima de mi hombro ingresé al baño. Una densa bruma de vapor inundó mi vista y una dulce voz proveniente de la ducha se coló por entre mis oídos. Virginia se estaba bañando y para mi sorpresa, su canturreo era afinado.
Era el momento de vengarme.
Una media sonrisa se dibujó idiotamente en mi rostro.
Con mis manos corriendo la hoja deslizable de la mampara de vidrio, irrumpí en el cubículo. Su grito asustadizo me hizo reír.
─ Tenía que bañarme ─ le dije, mientras que ella, ridículamente, se tapaba con un brazo sus pechos y con el otro su pubis.
─ ¡Hay otro baño abajo si mal no recuerdo! ─ lanzó como un regaño.
─ Este me quedaba más cerca ─ avancé con cuidado arrinconándola, teniendo cuidado de que ninguno de los dos se resbalase.
─ ¿Y no podías esperar? ─replicó en tono sarcástico.
─ No, alguien me hizo acalorar lo suficiente como para querer bañarme ahora mismo.
─¿Sí? ¿Quién pudo ser tan maliciosa? ─sin abandonar su postura, su mirada lasciva me desafiaba.
Seguí su juego sucio. Con una mano, le quité el brazo con el que presionaba sus senos, dejándola al desnudo. Con delicadeza, tomé su otra muñeca, separándola de su zona baja.
─Mmm, no opusiste resistencia ─ sonreí ante el chorro de agua caliente que no dejaba de empaparme.
─ ¿Para qué? ¿Qué otra mejor idea tenías?
Avancé y la invité a que me tocara nuevamente. Se sentía tan bien...
Apoyé mis palmas sobre los fríos azulejos de la ducha, inclinando mi torso hacia donde estaba Virginia, que permanecía bajo mi calor, bajo mi sombra, observándome con el labio inferior sucumbiendo ante sus dientes. Mi espalda atajaba la corriente de agua.
─ ¿Te gusta tocarme?─las gotas caían por mi frente, muriendo en sus pechos redondos y turgentes. Esa visión me calentaba aún más.
─ Mucho. Muchísimo. ─ el ardor del momento traspasaba sus cuerdas vocales.
Sí continuaba masajeándome por más tiempo no podría perpetrar mi revancha, tendría que sacar las manos de Virginia de mi cuerpo, si no la diversión acabaría en dos segundos.
Y aun faltaba lo mejor.
─Podría seguir toda una vida así, pero es demasiado de esto por hoy ─dictaminé para su sorpresa. Sus ojos generalmente expresivos, parecían vacíos ante mis palabras.
La besé pasionalmente despegando una mano de la pared y apretándole la boca entre mis dedos, para comer cada centímetro de sus labios.
─Quiero retener para siempre el sabor de tu boca en mi mente ─susurré sentimentalmente.
Con un hábil movimiento giramos 90°, tomé sus manos que aun permanecían en mi miembro para presionar sus muñecas al unísono y colocarlas sobre su cabeza. Un leve quejido surcó su garganta al apoyarla de espaldas en los azulejos, del otro lado de las cañerías.
Pasé las rodillas por entre sus muslos, abriéndolas para mí.
─ Lo que me hiciste abajo no tiene nombre ─sentencié inspirando el aliento que escapaba de su boca.
─ Sí que lo tiene y se llama masturbación asistida ─ respondió pícara, esparciendo mis sesos por cada rincón de mi cabeza.
─ ¡Uy! ¡Pero qué chica mala...! ─aun la grosería más horrenda del mundo sonaría caliente si era dicha por ella.
Recorriendo un camino conocido, mantuve sus manos arriba con fuerza, mientras que con la otra me acomodé lentamente en ella.
Gemimos al mismo instante, coordinando nuestros suspiros ardientes.
─Grrrr...Sí...así... ─su afirmación me dio las fuerzas necesarias para atraerla hacia a mí, sosteniendo la parte baja de su cintura.
─Agarráte fuerte ─ supliqué para poder penetrarla mejor y evitar que se resbalase. La solté para abordar el peso de los dos y coordinar la acción.
Ella pondría su manos ya liberadas en mis hombros, clavando sus uñas filosas en ellos.
Abrí uno de sus muslos y con mi mano coloqué su talón clavándose en mi culo mientras que con la otra le indiqué que se mantuviese lo más firme posible. Su otra pierna le colgaba; con la punta de sus dedos apenas rozaba el piso de cerámicos. Inclinando las rodillas levemente para acceder con mayor facilidad, empujé hondo, hasta el fondo. Y ella lo sintió fuerte, al igual que yo.
Siendo rasguñado por Virginia, posé mi cabeza en el hueco de su cuello, encontrando allí el refugio perfecto. Con dureza, firme y concentrado, la penetré salvajemente. Dando estocadas precisas, sin ningún atisbo de suavidad. La deseaba brutalmente, no habría dulzura en este sentimiento primitivo que me llenaba el cuerpo.
La poseía una y otra vez, con fiereza, con decisión, quería dejar en ella la huella de mí ser; calar hondo en su interior, que nunca más desease estar con otro hombre que no fuese yo. Sabría que era una tarea difícil, ella algún día encontraría un hombre a quien amar, o al menos alguien a quien querer. Y para entonces yo ya no sería parte de su vida. Estaba dispuesto, al menos, a darle el mejor sexo que pudiese.
Seguía sosteniéndola sobre mis caderas, embistiéndola, acabando con cada gramo de cordura capaz de ser albergado por su cerebro; deseaba aniquilar cualquier sensación de dolor por todo aquello que no podríamos tener.
Abría su boca, sus gemidos se intensificaban con cada golpe, sus alaridos se colaban en mis huesos, descalcificándolos. Su cabeza se tendía ligeramente hacia atrás, recibiéndome. Gruñí de impotencia por estar perdiéndola y no poder hacer nada para que no sucediese.
La hermosa sensación de estar cobijado por su calor me daba la esperanza que necesitaba para ser un hombre feliz, porque con tenerla en mis brazos, con protegerla como desde chico lo había hecho, sería suficiente. Vendería mi alma al diablo con tal de estar con ella para siempre.
El diablo...
El diablo estaba metido en esta conversación desde hacía muchísimos años...venderle mi alma no sería posible porque al estar haciendo esto, ya se la estaba regalando con bandeja de plata incluida.
─ Así...así...dale...así...ya casi... ─sus ruegos ardían en mis tímpanos, sus ojos presionados con fuerza liberaban unas lágrimas.
─ ¿Sí? ¿Querés más? Yo siempre te voy a dar más...─prometí con incoherencia. Mordiendo su labio inferior con fuerza. Una pequeña línea de sangre se coló en su enrojecida boca.
Luchando contra la gravedad, sosteniéndola con fuerza hasta que mis músculos se rasgaran como una fina tela, le brindé un orgasmo perturbador e inquietante, necesitado y extremo.
─ ¡Siiiiii....!─gritó con agudeza, mientras yo lancé un bufido en torno a su cuello.
Yo no estaba acostumbrado a cogerla, como ella decía cuando se enojaba conmigo. Yo siempre le había hecho el amor...pero en esta oportunidad, le daría la derecha. Intenso, como una descarga eléctrica de mil voltios, me dejé llevar dentro suyo con un grito explotando desde dentro de mi pecho.
Virginia respiraba profundo buscando oxígeno. La ayudé a bajar el muslo con el que me rodeaba, acalambrado por la posición, mientras su otro pie le permitía apoyarse en las cerámicas.
─ Sos muy rencoroso ─jadeó quitando las manos de mi cuello adolorido por la presión.
─Si querés llamarme así, no me enojo ─ le di un beso suave en sus pómulos ardientes. El vapor nos sofocaba.
─Por si no lo recordás, estaba duchándome─ desafió dándome la espalda.
─ Lo recuerdo y también recuerdo que yo necesitaba bañarme. Ahora tengo doble excusa.
─Podría ayudarte, haríamos rápido y salvaríamos al planeta no derrochando tanta agua ─ torció su cuerpo hasta ponerse frente a mí y sacarme la lengua─ .Girá.
Obedeciéndola me volteé y Virginia empezó a bajar, surcando la zona media de mi espalda con el áspero contacto de la esponja enjabonada; mi cuerpo traicionero y vulnerable comenzó a temblar vaticinando un inminente tercer round. Echando hacia atrás mi cabeza, mojé mi cabello en su totalidad mientras la curiosidad de Virginia flanqueaba nuevos límites por debajo de la zona baja de mi espalda.
Tuve que contener una sonrisa exagerada al sentir la esponja deambulado, con la ayuda de las manos de Virginia entre mis piernas y por detrás de mis rodillas, cuando creí que se me doblarían y caería de bruces al piso.
Volví a calentarme, estaba nuevamente duro y dispuesto pero hacerlo otra vez, y aquí, era un riesgo que no podíamos correr.
Aun, teníamos pendiente lo de salvar al planeta.
───
Eligiendo la siempre segura y cómoda cama para seguir explorando a Virginia, continué con mi imperiosa necesidad de recordar cada rincón de su piel y el aroma de su cuerpo. No le habría dado tregua a nuestros cuerpos, apenas terminamos de ducharnos, ella se iría dando saltitos cortos mojándolo todo a su paso. La seguí hasta su habitación a trancos largos y cuando estuvo de espaldas a la cama, la empujé bruscamente, provocando un ligero rebote en el colchón.
Con ella desnuda ante mí, entregada en cuerpo y alma, tomé registro de cada gota de su ser tal como ella lo habría hecho conmigo más temprano en la cocina. Tras una lucha entretenida en la que las cosquillas fueron protagonistas, pudimos volver a disfrutar de nuestros cuerpos calientes y necesitados. Tomando la iniciativa, le incliné las rodillas levemente hacia arriba para que mi lengua incisiva degustase su sabor.
Torturada, escondió su cara en una almohada ahogando gritos de placer sobre la tela mientras yo le entregaba la extenuante sensación de una buena y profunda lamida. A medida que acrecentaba el ritmo, levantaba mis ojos para disfrutar de su placer. Retuve en mi mente cada instante como único...y tal vez último.
Virginia se retorcía inquietamente, tanto, que aplasté la cara interior de sus muslos con mis manos, dándole mayor abertura e inmovilizándola. Intentaba escapar y sus dedos desgarraban las sábanas alrededor de ellos.
Besándola, saboreándola, le di el mayor de los placeres, obteniendo mi recompensa a corto plazo. Los espasmos dijeron presente en sus extremidades como un rayo que se dispersaba por sus nervios. Lo sentí al penetrarla fuerte y decididamente.
No hacía falta mucho más, nuestra batalla contra el placer estaba perdida desde el momento que le mostraría la cena que nunca comimos.
──
*Gaucho: en la zona del Rio de la Plata, campesino. Empleado de fincas agrícolas ganaderas.
*Boina: gorra redonda y plana, muy común dentro de la vestimenta del gaucho
*Dulce de leche: dulce artesanal característico de Argentina, realizado principalmente con leche y azúcar.
*Albóndigas: trufas de carne molida mezclada con otros ingredientes.
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