Capítulo 16
Desconocía si la caja de Pandora se habría abierto en ese momento o ya estaba rota desde antes; solo era consciente que desde hace más de 12 años vivía en un infierno. Un calvario del que no quise ser protagonista sino que lo fui a la fuerza, tan sólo por enamorarme de la persona incorrecta.
Mejor dicho, la persona que la gente creía que lo era.
En ese punto, era tarde para lamentos, una llamada del sector de urgencia de una clínica de la localidad de Lobos nos giraba el foco de atención. Esta ciudad quedaba de paso a Saladillo, a menos de 120 km de Acasusso.
Tenía la cabeza tan confundida que sólo pretendía concentrarme en la autopista. Era de noche, lo que beneficiaba nuestro viaje porque no había mucho tráfico y el poco que encontramos, era fluido. Intenté no apretar el acelerador más de la cuenta sabiendo que Virginia le temía a las altas velocidades; ya lo experimentaría en la moto horas atrás y sinceramente, no era momento propicio para que estuviese nuevamente envuelta en un ataque de cólera. Iluminada por las luces de la autopista, la vi presionando con fuerza el apoyabrazos de su lado.
Por suerte, por la tarde yo lograría rescatar del taller de Pedro a "Beto"... "Bety"....al Ford Ka con crisis de identidad sexual, como decía Lola. Virginia habría estado tan alterada que ni siquiera registró su existencia en el garaje. Quería darle la sorpresa pero no había tenido tiempo siquiera. Ella saldría volando del allí enojada conmigo, por mi exceso de velocidad y mi riña con Diego.
Cuando se enfurecía era un huracán que arrastraba todo a su paso...y aun así, yo la amaba. Amaba que sus ojos celestes se disfrazaran de un color turquesa oscuro cuando la ira la consumía, definiendo unas chispas grises dispersas por su iris.
Amaba a esa pequeña veterinaria de gran temperamento y sensibilidad. Era mi vida, mi mundo. Y estaba a punto de perderla nuevamente, pero esta vez, para siempre. La idea me agobiaba, como un collar de ahorque.
Papá nos había puesto frente a una difícil encrucijada antes de lo previsto y mi lealtad hacia él era indiscutible incluso exagerada; tanto, que años atrás acepté dejarlo todo.
Virginia mantenía la mandíbula tensa, seguramente por su cabeza pasarían mil cosas, mil decisiones y de seguro, todas precipitadas. La conocía demasiado, estaría mortificándose tal como le pedí que no lo hiciera. Se mordía el labio inferior compulsivamente. Se lo lastimaría si seguía clavando sus dientes superiores en él.
Sabía que ante cada problema, ella escarbaba en su cerebro hasta encontrar una posible solución sin permitir que las cosas decantasen por sí solas; por el contrario, ella tenía que hallar una solución inmediata. Lucharía por conseguirla con la persistencia como herramienta madre.
No quise hablar mucho del tema, en ese momento preferí inspirar profundo y mirar hacia adelante.
Estábamos a metros del hospital, buscando direcciones entrecerrando los ojos, apoyados en el GPS de mi celular. Por lo que tenía entendido, papá iba a gran velocidad, habría perdido el control de la camioneta volcando finalmente pero salvándose de milagro. La camioneta quedaría destruida, y papá, con el cinturón de seguridad puesto, se aferraba a la vida.
─ ¡Es ahí! ─ rompiendo la barrera de mis pensamientos internos, Virginia extendió el brazo cuando vislumbró la clínica de internación.
Cerré el programa de localización por satélite, guardé mi celular en el bolsillo y tomé las camperas de la parte trasera del auto entregándole la suya a Virginia. Atravesamos una noche fresca de inicios de año, probablemente nos estaba dando un respiro del clima agobiante después del sábado de lluvia torrencial.
Recordar ese fin de semana me dibujó una sonrisa en el alma; habría sido el mejor de mi vida.
Habíamos hecho el amor de un modo dulce, por momentos más apasionado; nos habíamos reído, llorado, amado y odiado. Con ella había matices y aunque me costase asumirlo, también adoraba su particular extremismo.
Virginia caminaba por delante, acelerada, poniéndose su campera torpemente y enredando su largo cabello en la tira larga de su cartera. Irrumpía en la clínica con desesperación, esquivando gente, pidiendo paso. Avanzando como un vendaval de verano.
Nos acercamos a un mostrador de ingreso bajo el cual dos señoritas respondían el teléfono y a la gente que se agolpaba allí para ser atendida.
─ Buenas noches─encaró a una de ellas. Vi que tenían más años que los que me pareció ver a la lejanía ─ . Recibimos un llamado, mi papá entró de urgencia al sanatorio, es el Sr. Claudio Dorfmann ─ dijo casi a los gritos pero con firmeza, imponiéndose por sobre el bullicio de la sala. Tenía que reconocer que escucharla hablar de mi papá como el suyo me rompía el corazón.
Papá la había criado como su hija, a pesar de tener en claro que biológicamente no lo era. En una noble actitud de su parte, la habría aceptado desde el minuto cero; al ver esos ojitos lindos era imposible resistirse a quererla. Me sentí culpable, comprendiendo de a poco cómo se sentiría después de esto. Por un minuto, me puse en su lugar, en el lugar que jamás quise imaginar, el lugar desde el que nos señalaba.
Se sentía frustrado como padre, porque eso era lo que él sentía por nosotros: era el padre de los dos. Poco tiempo atrás supe que le propondría a Gabriela ponerle nuestro apellido a Virginia.
Alojado en el fondo de mi subconsciente, este recuerdo saldría la luz en este preciso instante, cuando veía la desesperación en el rostro pálido de Virginia y cuando el miedo terrible a perder a papá me invadía.
Hasta el hartazgo, él lo llamaba "capricho".
¿Sería un capricho? ¿Sería esto una obsesión? Poniendo en jaque mis propios sentimientos, me replantearía muchas cosas en esta milésima de segundo mientras subíamos por el ascensor. No pude escuchar ni un ápice de lo que esa señora de ingreso le habría dicho a Virginia, simplemente la veía gesticular y abrir la boca. Por inercia, seguí los pasos de mi hermanastra, que hablaba sin que yo oyese.
Bajé la mirada, incapaz de seguir soportando este dolor terrible en el pecho. Busqué oxígeno y para mi fortuna, las puertas del ascensor se abrieron dejándonos paso libre.
Avancé junto a Virginia con el olor a desinfectante típico de una clínica trayéndome de vuelta a la realidad; lo que hasta hace un rato eran blancos y negros sin sonido, como en una película muda, ahora tenían colores cremas y pasteles.
Algo de ruido se coló por mis oídos. Las ruedas de diferentes equipos de reanimación o medición de niveles y el eco de alguna sirena de ambulancia, astillaban el silencio del pasillo del sanatorio.
─ Nene, ¿me estás escuchando? ─ preguntó Virginia despertando mis sentidos adormecidos.
─ No, ni una palabra ─ me sinceré y sonreí, un poco nervioso, rascando mi nuca...Ufff se vendría el regaño, aquel que no tenía ganas de recibir.
Esperé ansiosamente por el momento en que dijera "vos siempre igual, nunca me escuchás, para qué te hablo, etc ,etc", pero no. Virginia me miró dispuesta a soltar una carcajada desubicada y estridente.
─ ¡Somos dos boludos! ─ disparó con razón─ . ¡Yo hablando como una loca sin parar y vos, flor de sordo!
─ Estoy muy nervioso ─ justifiqué defendiéndome.
─ La señora de planta baja me dijo que en el fondo de este pasillo se encuentra la sala de cirugías. Tenemos que esperar a que salga alguien para preguntar por él─ me tomó las manos aquietando su propio temor─ .Nunca me voy a perdonar por esto Joaquín...
─ Te lo repito, no es nuestra culpa─ la volví a la cordura inicial.
─Sí, lo es. Lo llevamos a su punto límite. Estalló de furia por nuestra culpa, no recuerdo que haya tenido alguna vez semejante reacción─ soltándome, empezó a enredar la punta de su trenza desordenada en sus dedos. Deambulando por el pasillo, era un cúmulo de nervios.
Me senté expectante pensando qué tendría que hacer. Cuál era el siguiente paso a dar.
De momento pensé que lo mejor sería llamar a Donato, el capataz del Haras Santa Irene, la estancia de papá, para avisar que él estaba a 90km de su destino final, accidentado y con heridas de consideración. Asumiendo el compromiso del negocio familiar, siendo lo mínimo que yo podría hacer.
─ ¿Qué haces? ─preguntó Virginia señalando la prohibición de hablar por celular en ese sitio, pegada en la pared.
─ Llamo a Donato. Tengo que informarle sobre las novedades y que prepare todo para recibirnos en la estancia. ─susurré, alejándome del pasillo que conducía a la zona de quirófanos.
─Me parece bien─ retrocedió en su regaño.
Mientras le explicaba a Donato lo que había ocurrido, observé a Virginia que permanecía de pie, recostada sobre una de las paredes del pasillo y de brazos cruzados. Estaba un poco más delgada que cuando adolescente. Lucía pálida. Demasiado. Su cabello negro caía infinitamente por delante suyo, en una trenza a medio hacer, sin ser sujetada por ninguna banda elástica.
Siempre critiqué su flequillo, era espeso y a veces su largo no me dejaba verle bien los ojos; hoy, sin embargo, la vería hermosa. Triste, pero igual de hermosa.
Era terrible imaginar que tendríamos que dejarlo todo; era doloroso admitir que tal vez tenía razón en pensar que todo esto era nuestra culpa. Si no nos hubiera encontrado en esa situación, no se habría desencadenado la furia ciega.
Maldije por mis pensamientos.
Apreté los puños después de hablar con Donato, él se encargaría de las cosas hasta que yo me hiciese presente, apenas pudiese, en tanto y en cuanto tuviéramos noticias de papá. Por lo pronto estábamos a la espera de que algún médico se presentase con novedades; después de acuerdo a su estado, tendríamos que organizarnos con Virginia y por último, hablar con mamá para la posibilidad de un traslado.
Finalmente un hombre de unos 60 años, canoso y de buen aspecto, salió de una puerta doble vaivén; Virginia se incorporó automáticamente como un resorte.
─¿Son los familiares de Claudio Dorfmann? ─ aclaró su voz y preguntó.
─Somos sus hijos ─ Virginia tomó la delantera, lastimándome inconscientemente con el uso del plural.
─Su padre ha tenido una fractura, por suerte ni expuesta ni de extrema gravedad; lo que diríamos comúnmente, la sacó barata ─ saber que las cosas parecían no ser tan terribles, me alivió─. Únicamente la clavícula y su hombro sufrieron heridas de consideración, por eso fue intervenido quirúrgicamente. Pero el resto está bien. Estamos esperando que supere la anestesia para trasladarlo a una habitación de terapia intermedia.
─¿Será necesario que permanezca internado mucho tiempo? ─averigüé.
─ No lo creo. Lógicamente, tenemos unas horas en donde tendremos en cuenta su evolución; de acuerdo a eso, le daremos el alta. Lo mejor será que siga adelante con su recuperación en el calor de su hogar─ "más que calor de hogar, es el calor del infierno" pensé con resignación.
─Gracias doctor ─ expresé dándole la mano en tanto que Virginia simplemente sonrió y agradeció después, imitando mi gesto.
Caí desplomado en la silla con cierta tranquilidad reposando sobre mis hombros.
─Está todo bien, Virginia ─ acaricié su cabello cuando se sentó a mi lado, pero su rictus continuaba inalterable.
─Tuvimos suerte de que no pasara a mayores. Pero no podemos arriesgarnos a volver a contar con el azar de nuestro lado.
─¿Qué querés decir? ─ en realidad supe a qué se refería porque sus ojos helados lo vociferaban a los cuatro vientos.
─Que hasta acá llegamos Joaquín...no podemos seguir adelante con esto─ parpadeó reteniendo unas lágrimas bajo sus hinchados párpados.
Quise gritarle que estaba loca, que se estaba rindiendo antes de dar batalla, que lo piense mejor y que estaba siendo presa de una decisión apresurada e inconsciente...
Sin embargo, no pude hacer nada de eso.
La miré fijo, desahuciado, agotado. Ella me observaba expectante con sus ojitos celestes entristecidos.
Le acomodé el flequillo desordenado y me siguió la mano con su vista. Tragué fuerte. Inspirando profundo llené mis pulmones de un extraño y denso oxígeno. Su mandíbula temblaba, seguramente, porque estaría conteniendo un llanto desconsolado que yo tendría ganas de calmar con un apasionado beso y un cálido abrazo.
Cuando terminé de acariciar su cabello, pasé mis dedos por su trenza y rocé con mis pulgares sus pómulos teñidos de blanco.
─Está bien... ─liberé descomprimiendo mi garganta ─ , terminemos con esto de una vez por todas.
Lógicamente, su mar de lágrimas no se hizo esperar, rodando por sus mejillas repentinamente sonrojadas por el dolor. La abracé fuerte, muy fuerte.
La estaba perdiendo y quizás, por última vez...porque ya no la tendría nunca más.
___
Esa misma madrugada, a poco de saber su diagnóstico, trasladarían a papá a una habitación de terapia intermedia. Había reaccionado bien a los efectos de los calmantes y la anestesia y a pesar del yeso, se encontraba en óptimas condiciones. Magulladuras, raspones propios del accidente y un par de vendajes por su cuerpo, eran el cuadro ante el que estábamos.
Papá aun dormía.
Me senté a su lado. Virginia estaba en el pasillo porque podíamos pasar de a uno y yo lo haría en primer lugar.
─ Viejo...¡qué susto! ─ le agarré su mano fría, teniendo cuidado por la sonda─ . Por suerte está todo bien. Sos muy resistente...─ fui bromista, deseando que me escuchase ─ . El doctor dice que zafaste de casualidad. Lo importantes es que no tenés nada de gravedad y que en unos días vas a estar en casa.
─¿Hi...jo? ─ para mi sorpresa, un hilo de voz dificultosamente salía entre sus agrietados labios.
─Sí, sí, acá estoy ─apresurado, me puse de pie y acaricié su frente. Fui precavido de no decirle que estaba con Virginia.
─ ¿Tu...ma...má? ─ balbuceó ya consciente.
─ Mamá no sabe nada, preferí no avisarle, no ganaríamos más que un disgusto.
─Ma..má...─ tragó con esfuerzo─ ...lo suyo─exhaló.
¿Lo nuestro?...Sí... "lo nuestro". Ni siquiera al borde de la muerte dejaría de lado aquel remordimiento.
─No es momento ni lugar para hablar de eso, viejo. Estamos acá, con vos y esperando que te recuperes. No quise preocuparla a mamá con nada. En un par de horas estarán en Buenos Aires y en ese momento hablaremos de todo─ implícitamente, el mensaje estaba dado. Cuando me referí a todo, era todo. No lo había pactado con Virginia, pero supuse estaría de acuerdo─ .Virginia está afuera, la voy a dejar pasar─ aclaré.
Me soltó la mano, en lo que interpreté como una señal de aprobación. Salí al pasillo donde estaba Virginia, sentada de piernas cruzadas y mirando hacia el techo, actitud que cambiaría por completo al verme.
─ ¡Ya despertó! ─ expresé con una sonrisa satisfactoria; ella se colgó de mi nuca, rebosante de felicidad.
─ ¡Cuánto me alegro!...¿me dejás entrar? ─consultó con desesperación.
─¿Tengo otra opción? Insistirías de todos modos ─sonreí cómplice. Sus labios esbozaron una mueca tranquila y mi corazón, contuvo las ganas de besarla.
─ Gracias ─ poniéndose en puntas de pie para salvar nuestras alturas, besó mi mejilla.
Me rasqué la barbilla, inquieto. Me dolía el pecho y no por un problema cardíaco, sino por la angustia de saber que estábamos frente a aquel cambio de página que tanto nos resistiríamos a asumir como necesario. No me gustaba este final. Yo deseaba el de los cuentos de hadas. El de fueron felices y comieron perdices.
Siempre me destacaría (para bien y para mal) por ser un poco cursi, tal vez el hecho de haber crecido durante años sin mamá, me haría perseguir el ideal de familia perfecta y bien constituida. Tendría que agradecer eternamente a mi papá por elegir a la señorita Gabi como mi mamá; nunca habría podido escoger mejor.
Aun así me sentía para la mismísima mierda.
El estómago me daba vueltas, estaba mareado. Las piernas me pesaban mucho. Toda esa presión, sumado a lo de mi papá, era insoportable.
Virginia estuvo pocos minutos dentro. Cuando salió lo hizo tranquila, más serena que antes. Inspirando frente a la puerta, avanzó.
─Me hizo bien verlo, parece estar mejorando ─ inocentemente se pegó a mi pecho, enredado sus brazos en mi espalda. ¿Cómo haría para alejarme de ella? Le correspondí el abrazo. Su pelo olía a rosas.
─Papá es un hombre muy fuerte, Virginia. Va a salir de esta. Tiene todo a su favor.
─Lo que no sé, es cómo vamos a salir nosotros adelante ─ levantó su vista adivinando mi pensamiento.
Un gesto de ironía atrapó la curvatura de mis labios. Posé un beso en su frente tibia, y acompañando un soplido de mi nariz, exhalé:
─ Ni yo tampoco...
─ ─
El Dr. Carreras nos había sugerido volver a partir de las 10 de la mañana del día siguiente (en realidad de ese mismo día) para verlo nuevamente. Era un sinsentido permanecer en el Hospital, sin poder asistirlo y sentados en unas incómodas sillas de plástico e inestables. Asumiendo que ya no habría nada por lo que preocuparse, pensamos en descansar.
Considerando a Saladillo como una buena opción, nos fuimos hasta allá, en lugar de regresar a Acasusso de madrugada y teniendo más kilómetros por delante que recorrer.
Después de todo, Haras Santa Irene sería nuestra de nuestra propiedad algún día. Claro estaba, si papá no nos desheredaba por todo lo que habíamos hecho.
Advirtiendo a Donato de la situación en la que se encontraba papá, el hombre nos esperaría despierto para abrir la tranquera de acceso y descender en el porche de ingreso a la gran casa. Para entonces, eran pasadas las tres y media de la mañana.
─Mucho gusto Sr. Dorfmann...¡es un vivo retrato de su padre! ─ el hombre sesentón era parecido a Ignacio, su hermano y antiguo peón de la estancia.
─ Muchas gracias ─respondí amablemente, apretando fuertemente su mano.
─ Y señorita Virginia...¡hace cuánto que no la vemos por acá! Se la extraña mucho... ─ notablemente más cómodo con su presencia que con la mía, abrazó a Virginia, quien respondió el saludo efusivamente tal como era ella.
─ ¡Como mil años, Donato!─ replicó con algo de color y cansancio en su rostro ─ . Lamento que tengamos que vernos por estas amargas circunstancias.
─ ¿Está bien Don Claudio?
─ Sí, bastante magullado y con la clavícula rota, pero mejor de lo esperado por el tipo de accidente que tuvo ─dije─ . A las 10 tenemos que estar en la clínica. Suponemos que no tendrá muchos días de internación.
─Mejor así...¿y su madre?
─Ella y Dolores están de viaje. Consideramos que era absurdo avisarles; no podrían hacer nada a la distancia más que viajar con un nudo de preocupación en la garganta ─respondí.
─Sí, a veces es mejor guardarse las cosas ─ "no lo crea Donato...no lo crea" pensé cuando habló─. Bueno, pasen y pónganse cómodos─me dio la llave de la casa principal ─: a las 8 mi mujer Eloísa tiene el desayuno preparado para todos los peones de la estancia, si ustedes quieren pueden pasar por nuestra casita y comer algo sabroso─ se frotó las manos ante la noche templada y lluviosa.
─ Gracias ¡no me perdería el desayuno de Elo por nada del mundo!─ Virginia sonrió aceptando la invitación mientras yo me acongojé por no ser quien le preparase el desayuno como en los últimos días.
Pretendí, entonces, comenzar a pensar que lo mejor sería distanciarnos; la intimidad entre nosotros debería ser la mínima posible.
La casa era tan grande como recordaba. Tenía 4 dormitorios en planta alta y dos baños repartidos entre la planta baja y otro contiguo a los cuartos superiores; una extensa y gran biblioteca abarrotada de libros, un living muy amplio y una extensión enorme de jardín. De inmediato identifiqué la modernización de algunos ambientes. La pintura lucía impecable y los muebles eran de estilo contemporáneo.
─Siempre me pregunté por qué papá no vino a trabajar acá en lugar de tener una oficina en Olivos, en plena avenida y la casa en Acassuso, cerca del ruido del tren ─sonreí mientras dejaba mi bolso en el sofá junto a la campera.
─ Creo que por la escuela. Digamos que las ofertas educativas de esta zona no son las mismas que en zona norte.
─Puede ser...─coincidí considerando el punto expuesto por ella. Muy acertado de hecho.
Virginia caminó raudamente hacia la cocina.
─¿Vino?─ofreció ─ . Nos ayudará adormir ─conociendo cada rincón de la casa, se sirvió en un gran copón de cristal de una botella de borgoña de la cava personal de papá. Lo destapó con prestancia y rapidez. Algo que desconocí, ella supiese hacer.
─ ¿Hará falta ayuda extra? Con lo cansado que estoy soy capaz de dormirme de pie ─asumí tomando asiento en la incómoda silla de caño, parte del viejo mobiliario.
La cocina mantenía el olor a madera impregnado en el ambiente. Los muebles eran de roble, los pisos se componían rústicos color terracota e irregulares, como los del comedor.
Acepté a desgano (y por su insistencia) una copa; para entonces Virginia ya iba por la segunda.
─Creéme que no va a hacer falta tanto alcohol─sugerí nuevamente, mirando sus mejillas encendidas y el ligero temblor de sus dedos al llenar la copa.
─ ¿Me habla el hermano mayor preocupado o el abogado intimidante? ─ bebió hasta la última gota de un tirón.
Me levanté de la silla sin haber tocado mi copa para ir en dirección a ella, quien se servía con velocidad la tercera.
─ ¿Qué estás haciendo? ─acusé respirando pesado.
─ Tomando vino, ¿no lo ves?─esto se estaba poniendo áspero.
─No, estás emborrachándote. Mañana el dolor de cabeza no va a dejar ni levantarte. Y no necesito tener otra enferma que cuidar─sentencié ofuscado.
─No necesitas cuidarme. Ya no más─desafiaba mirándome por encima de sus pestañas oscurísimas.
─¡Cortála, Virginia, estás hablando pavadas !─quise agarrar su copa dispuesto a apartarla de su mano, pero la sujetó fuerte y con determinación.
─No, Joaquín, nunca hablé más en serio en mi vida. Estoy asistiendo a mi propio funeral, ¡déjame ponerme en pedo de una puta vez! Tal vez así me olvide de la mierda que va a ser estar separada de vos.
─Lamento decirte que el alcohol no provoca lobotomías ni pérdidas de memoria a largo plazo. Y mucho menos bebiendo sólo tres copas.
─ ¡Tengo toda una bodega a mi merced! ─ abrió sus brazos girando, señalando abiertamente la cava de papá sin soltar la botella sostenida en una mano, y lo servido, en la otra.
─ Basta...ándate a dormir. Te ponés insoportable cuando retrucás todo sin tener la razón.
─Mentíme y decime que estás seguro de la decisión que tomamos ─ con impulso, avanzó hasta quedar a diez centímetros de distancia de mis labios. Su mirada se teñía amenazante y su voz era oscura, áspera por el vino y la angustia. Su mandíbula presionada denotaba enojo.
─No creo que tengamos otra alternativa, aunque sea contra mi voluntad.
─ Sí que la tenemos, pero somos dos cobardes. ¡Aceptémoslo y ya!
No quería admitirlo, mi orgullo no me lo permitía. Pero pelear con una Virginia borracha y molesta, no serviría de nada.
─ Hasta mañana Virginia ─con la copa intacta y sin haber tomado ni un sorbo, me fui saludándola furioso por la situación.
─ Como siempre, lo más fácil para vos es escaparte, ¿no?
Me detuve en seco y giré sin poder reprimir la ira a la que me arrastraban sus palabras repletas de veneno. Cuando se enojaba, sacaba a relucir su lengua de reptil. Envuelto en llamas, retrocedí los 20 pasos que acababa de avanzar.
─ ¿Escaparme? Si mal no recuerdo vos sugeriste en la clínica que terminemos con esta historia. Yo simplemente coincidí con vos ─ elevé mi tono de voz.
─Pensé que ibas a luchar un poco más.
─ Yo pensé lo mismo de vos, ¡mirá qué casualidad! ─repliqué de brazos cruzados, acusándola─...ya una vez luché por los dos.
─¿Por los dos? , ¿yéndote? ¡No veo el espíritu de lucha por ninguna parte!─ era tan irritante cuando se ponía en modo "obstinada".
─Luché contra mi enojo por ser tan idiota, luché ante las ganas de arrastrarte a mi avión y llevarte a miles de kilómetros de nuestra familia. Luché al sacrificarme por vos."Huyendo" como vos decís, te garanticé años de una vida tranquila sin la mirada de asco de tu viejo que piensa que lo traicionaste. Te amo con toda mi alma y la bronca que siento por tener que irme otra vez con las manos vacías me quema como una úlcera─ quedándome sin aire, sentía que mi cara estaba por estallar mientras le hablaba.
Virginia miraba atenta si esbozar emociones. Quise zamarrearla para que reaccionase, para que mínimamente dijera algo que me sacara de este estado de malestar sofocante que me desgarraba minuto a minuto. Sin embargo, bajó la mirada y dejó su copa nuevamente vacía en la mesa.
─Mejor te hago caso y me voy a dormir ─volátil como el viento pasó por delante de mí, dejándome con un nudo en la garganta.
─ ¿Ahora quién está escapando? ─pregunté y las palabras flotaron sin respuesta.
Seguí sus pasos hasta los primeros escalones, la agarré de la muñeca y la giré para que me mirase, exigiendo una respuesta.
─ Yo no dudé ni por un solo instante que quiero estar con vos, aunque eso me costara la relación que tengo con mi papá, con Gabriela y con Lola. Despertarme sin vos es no tener un día soleado, dormir sin vos es garantía de una horrible pesadilla. Durante 12 años me odié a mí mismo y si no vine a buscarte es porque vos también habías armado una vida. Vos también seguiste adelante, avanzaste. Era injusto arrancarte de acá como habían hecho conmigo; no quise que sintieras la soledad y el desarraigo como yo─ supurando por la herida, con los ojos vidriosos, confesé.
─Hubiera estado con vos...─ susurró casi en un lamento ─ nunca podría sentirme sola.
─No lo supe hasta ahora que volví, cuando veo tus ojos mirarme con tanto amor; no lo supe hasta que nuestros cuerpos volvieron a reconocerse...
─Me duele la cabeza ─ cambió de tema bruscamente y volteó todo su cuerpo dispuesta a proseguir con su plan de irse a dormir.
Liberé su mano, sin afán de seguir siendo sostenida por la mía.
─ Está bien, hoy pasaron muchas cosas─acepté a regañadientes.
─Sí. Chau, hasta mañana─cortante, se diluyó.
─Hasta mañana ─ largué.
Subió los escalones restantes, perdiéndose en la planta alta, mientras que yo descendí salvando la distancia entre ambos. En la cocina, tomé la copa abandonada por mí minutos atrás prometiéndome que sería la única que bebería.
Caminé hasta el comedor arrojándome pesadamente en el sofá, debatiendo con mis fantasmas interiores qué es lo que debía hacer. En menos de un día llegarían mamá y Lola. Y esa era otra etapa que enfrentar.
Me saqué los zapatos, dejándolos al lado de la mesa ratona de madera, para apoyar los pies sobre ella. Necesitaba relajarme por un segundo.
─ ¡La puta madre...! ─maldije golpeando el almohadón sobre mi regazo al notar que el bolso con ropa de Virginia estaba en el otro sillón. Dudé si llamarla a los gritos, pero lo mejor sería subir; con la borrachera y el disgusto que tenía encima, dudaba que no bajara rodando por las escaleras.
De mala gana, tomando hasta el último sorbo de vino, subí descalzo, cansinamente. De todos los cuartos de planta alta, solo uno tenía la puerta cerrada;deduje que ella habría elegido esa habitación.
Toqué a su puerta.
La entreabrió al cabo de unos segundos.
─ Vine a traerte el bolso, te lo olvidaste abajo. Supuse que lo necesitarías para sacarte el olor a hospital de encima─refunfuñé.
Lo agarró sin decir nada, dejando la puerta abierta. Se sentó cruzando ambas piernas una sobre otra, en la cama, una costumbre peculiar que Lola imitaba con frecuencia cuando venía a casa. Supuse que el detalle de no cerrar era una invitación a ingresar. Mantuve los puños presionados con fuerza, hasta que avancé.
Las lágrimas surcaban su precioso rostro, sus ojos lucían irritados. Ella tapaba su cara con ambas manos, escondiéndose.
─¿Por qué? ¿Por qué otra vez hay que elegir? ¿Por qué no ser felices y punto? ─ preguntaba por milésima vez en nuestras vidas.
─ Yo elegí hablar de todos modos ─deslicé, provocando que su rostro amaneciera detrás de sus palmas.
─ ¿Para qué? Si decidimos separarnos no hace falta decir nada.
─Ya no quiero esconderme Virginia ─ elevé mis hombros─estoy harto de fingir. Estoy cansado de fingir que sos mi hermana, de fingir que te quiero como quiero a Dolores. ¡No! Quiero que todos sepan que sos el amor de mi vida, les guste o no.
─ ¿A expensas de qué? Papá casi se mata con el auto ─ su rostro desdibujado me abría el pecho en dos.
─ A expensas de no ser yo quien se mate, Virginia. Hace más de 12 años que tengo una herida abierta que no deja de sangrar. Durante mucho tiempo pensé que había cicatrizado, pero no. Esta vez, aunque me vaya a la mismísima Luna, tampoco lograría olvidarme de vos. Seguramente pueda seguir adelante con Krista, planificar una vida futura, o no lo sé, tal vez encontrar a otra mujer. Sin embargo, ninguna de ellas va a ser lo que sos vos. Arriesgarnos a decir la verdad nunca fue una opción. Entonces,¿por qué no elegirla? ¡Veamos qué sucede!
─ No podemos...─ desilusionado, me enfrenté a su poca voluntad.
─ ¿Por qué? Me pediste que no sea cobarde, bueno, es la única carta que me queda por jugar. No sé en qué puede terminar esto; lo más seguro es que yo termine sin vos y sin el resto de la familia pero al menos lograría sacarme la espina que tengo clavada acá...─agarré su mano apoyándole la palma en mi lado izquierdo, sobre mi corazón. Sus dedos sucumbieron a mi presión. Temblorosa, extendió sus falanges ─ . ¿La sentís? Ahí mismo hay una herida, hay una espina que no lo deja latir en paz y necesita sacarla de allí para sobrevivir. Tal vez quede con secuelas, más o menos graves, no lo sé, pero no quiero seguir así.
Virginia sacó su mano sutilmente de mi pecho y sorbió su nariz.
─No sé si es lo mejor.
─ Yo tampoco, pero quiero intentarlo. Por eso, además de traerte el bolso, vine a decirte que apenas esté papá sano y salvo en casa, y mamá y Lola más tranquilas con la noticia, se los voy a contar. No me parecía justo que no supieras cuáles son los planes que tengo en mente.
─ ¿Y yo? ¿Qué papel juego? En definitiva vos te vas a ir... ¿y yo? ─ repreguntó ─ . ¡Yo no quiero perderlos a ellos también!
─ Virginia, yo tampoco quiero perderlos a ellos ni a vos. Pero ya me arriesgué a perderte una vez, eligiéndolos a ellos...y de nada sirvió. Acá nos tenés, discutiendo lo mismo pero doce años después.
No respondió, tal vez con el miedo sobre sus espaldas. O con mucho vino en el torrente sanguíneo ralentizando sus palabras.
─ Necesitás descansar. Mañana temprano tenemos que ir al sanatorio. Donato me dio las llaves de la Ford Ranger para que esté a nuestra disposición.
─ Está bien─ asintió sin abandonar su posición, mirando fijo a la nada misma.
─ Hasta mañana ─ saludé desde la puerta de su cuarto, casi afuera de él.
─ Hasta mañana ─ respondió como un espectro.
Cerré la puerta. Y junto a ella, la puerta de mi propio velatorio.
───
*Flor de: expresión que indica muy, demasiado.
*Sacar barata: ser afortunado
*Zafar: salvarse de algo o alguien
*Pavadas: tonterías
*Hacer caso: aceptar
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