Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1

Lola estaba insoportable, como un nene que ansía abrir el paquete que papá Noel le trajo para navidad...la diferencia es que en tres días estaba cumpliendo quince años y va a viajar a Disney con mamá, papá y su amiga Bárbara. "Barby" para los más allegados.

Mi hermana es un poco inocente, la compañía de Bárbara no sé si será la mejor, pero supongo que en presencia de adultos, no podrá hacer de las suyas. Lola todavía no habla de novios ni mucho menos, pero descubrí que adora leer libros de vampiros. No sé bien de qué se tratan, pero considero que no está mal que encuentre en la literatura un pasatiempo.

Un chico viene alguna que otra vez a buscarla, sobre todo en época de clases; ida y vuelta en bicicleta al colegio, a la biblioteca, al club, pero jamás nos dijo cómo se llama, ni qué función cumple dentro de su corta vida adolescente. Sé que su nombre es Ciro, porque escuché, sin proponérmelo, cuando lo saludó la otra tarde al despedirse. En la mejilla, lógicamente.

Ella no es tan tímida como lo era yo a su edad. Etapa difícil de la vida, si las hay.

Hoy, mirando a la distancia, no puedo creer que ya hayan pasado poco más de doce años de mis quince, para ese entonces no se estilaba pedir un viaje de placer como regalo, sino que por el contrario, todas estábamos fanatizadas con la fiesta pomposa, el vestido, el desfile de rosas y bailar hasta cualquier hora los hits del momento. En ese aspecto, Lola era más decidida, no quería reuniones familiares cansadoras incluso con invitados que desconocía, sino que por el contrario, ansiaba viajar al maravilloso mundo de Disney, cosa que jamás me intrigaría.

Muchas veces deseé quemar varias de esas ridículas fotografías del pasado. Lo bueno es que no existían, o al menos en casa todavía no contábamos con una cámara digital, con las cuales no hay chances ni modo de agotar las millones de fotografías absurdas de hoy en día. No, en esa época colocábamos un rollo de papel fotográfico diminuto (a la sombra para que no se "velen" e inutilizar el papel) y las que salían, salían.

Cada tanto, saco de mi armario la caja de madera rosa a lunares blancos (bricolaje de mi mamá, maestra de nenes de primer grado) cuando me siento un poco deprimida y necesito reírme un rato, usándolo como método terapéutico. Los rostros juveniles de mis compañeros de colegio, los vestidos horripilantes que se usaban en aquel entonces, papá y ese ridículo bigote que se le ocurriría dejarse justo antes de mi cumpleaños...eso sí valía la pena guardar entre mis cosas. Era inevitable dar una carcajada al repasar cada una de esas fotos que ahora tenía nuevamente entre las manos.

Casi de memoria recorro los nombres de mis amigas, bah, amigas de ese entonces que por cuestiones de la vida no nos volvimos a ver o simplemente, como si un alienígena les hubiera practicado una lobotomía, no recuerdan que durante más de diez años compartimos algo más que un recreo.

Vuelvo a sonreír cuando en otra fotografía de Lola, con dos añitos, camina por entre nosotros al momento de bailar el vals con mi papá. Con mi padrastro en realidad, ya que a Claudio siempre lo voy a sentir como mi verdadero papá. No compartiremos sangre, pero él me crió como su hija y eso se retribuye con agradecimiento y lealtad.

Mi conciencia me reitera que no he sido muy leal con él durante mucho tiempo, lo tengo presente cada día de mi vida, pero es parte de un pasado que no puedo (y algunas veces me pregunto si quiero) olvidar.

Abrazada a Mariana, mi mejor amiga, lucíamos terribles; despeinadas, transpiradas por haber bailado toda la noche sin parar y eso, sin siquiera haber ingerido ni una sola gota de alcohol. Papá era bastante estricto con eso...con eso y otras cosas más también.

Creo que a estas alturas con Lola está más relajado; la deja salir con sus amigas más seguido, no le impone tantas condiciones cuando la pasa a buscar Ciro, su amigo de la bicicleta, ni le hace el cuestionamiento policial que solía hacerme a mí a su edad después de cada salida a algún boliche bailable. ¿Se seguirá diciendo boliche? Hace mucho que no voy a uno...y sinceramente, descubro que no me afecta.

Tengo que llamar a Mariana, me repito, lo cierto es que necesitaría agendármelo (y comprarme una agenda, de hecho) para no olvidarlo; estos últimos días estuvieron repletos de novedades, temas familiares y asuntos que mejor dejar de lado si no quiero terminal mal el día. Está muy abocada a su casamiento y no quiero distraerla, pero nos haría bien hablar de muchas tonteras para distendernos un poco.

También, tendría que pasar por lo de Lisandro a recoger un par de cajas más; tal vez cuando el mecánico de papá, Pedro, haya liberado del taller a mi hermoso y (por qué negarlo) destartalado Ford Ka modelo 1999. Está viejito, pero me rehúso a venderlo. Hasta que no se desintegre en el aire, lo voy a usar.

Se lo prometí e él. Me lo prometí. Nos lo prometí.

Las cosas con Licho no tienen retorno a mi juicio; es difícil para mí regresar a lo de mis padres con la sensación de fracaso a cuestas, pero en el fondo, tanto él como yo, llegamos a la conclusión de que lo mejor era separarnos. Crecimos juntos en muchos aspectos, para los dos porque de hecho nuestro noviazgo fue la relación más seria que tuvimos hasta entonces y por respeto a esos bellos cinco años, es que preferimos limar nuestras asperezas, hablar como dos adultos y resolver que las cosas no iban de ese modo.

Siempre me quedará un lindo recuerdo de él, su cariño, su modo de mirarme tan especial, su bohemia eterna...pero me pasa que en días como hoy me pongo a pensar y reflexiono si realmente fue amor lo que sentí por él. En algún punto es triste imaginar que después de tanto tiempo no lo haya tenido en claro y que me encuentro a mis casi veintiocho años sin tenerlo definido del todo.

Sin terceros en el medio y sin grandes teatralizaciones de dolor, admitimos que la magia de un principio ya no estaba y los planes a futuro, quedarían en eso, en planes. Nos faltaría pasión hasta para discutir por qué elegíamos caminos separados.

La mayoría de mis cosas están arrumbadas en el garaje de esta casa (uno de los tres) de Acassuso, la misma que me vio llegar un día con los ojos enormes, impresionados por el enorme tamaño de la casa en la que viviría.

Pasábamos de anidar con mamá en un departamento de menos de 40m2 para instalarnos en una casa grandísima, con una piscina que me inspiró mucho temor al principio (no sabía nadar) hasta terminar por transformarse en una terapia (otra) de mis días de angustia.

Cuando llegamos con mamá, nuestra presencia fue bastante mejor recibida que lo que sospechaba: la oma Irene, nos abría los brazos como si fuésemos ya, parte de la familia. Bueno, mi mamá en parte lo era para ella, hacía más de un año que estaba saliendo con Claudio y tras mucho debate, decidieron que lo mejor iba a ser mudarnos de aquel pequeño departamento de San Fernando hacia Acassuso.

Mamá y papá se conocieron en el colegio; mamá en ese entonces, cuando yo tenía cuatro más o menos, era maestra de grado en un instituto privado de educación primaria y secundaria en Acassuso, contando entre sus alumnos, al varón e hijo único de papá Claudio.

Mamá solía hablar de él como un chico muy silencioso, sereno y que pocas veces intervenía en la clase, incluso le sugeriría apoyo psicopedagógico para mejorar su rendimiento. Joaquín pasaba desapercibido para todos, e incluso, era discriminado por los demás alumnos, que lo trataban de tonto o retrasado.

Nunca estarían más lejos de la realidad.

No sólo Joaquín resultaría ser una mente brillante, sino que toda esa introspección inicial, la convertiría en una herramienta para su futuro.

A partir de ese entonces, mamá comenzaría a tenerle más aprecio al pobre Joaquín, que acababa de perder a su madre, tema escabroso que pocas veces se tocaría en la mesa. Incluso ahora, después de tantos años, hablar de "Patricia" era tabú.

Con el tiempo, estrecharían lazos con papá Claudio, hasta que finalmente, nos mudaríamos ante la reticencia de Joaquín, que adoraba a mi madre, pero a mí me detestaba con todo su pequeño ser.

Yo para él era sinónimo de intrusa, la nena chismosa que tocaba todos sus juguetes y los desarmaba para curiosear; la llorona a la que su propio padre complacía con regalos, mimos y caricias. Él no quería tener más hermanos; él deseaba ser hijo único, hijo de su papá y de mi mamá. Cosa imposible, ya que yo era parte del paquete con el que se adjudicarían a mi madre.

Nunca supe si Joaquín lo superaría realmente o si hasta el día de hoy sigue pensando que fui una arrebatadora de sentimientos, como una vez me dispararía en una de las mil peleas que tuvimos durante nuestra álgida pre-adolescencia, cuando las cosas comenzaron a ser distintas.

Tal vez porque con casi quience años ya era momento de madurar, o porque la llegada de Lola le hizo un click en su cabeza dura, nunca lo tuve definido, pero comenzaría a tratarme de distinto modo, y extrañamente, me gustaba su cambio de postura hacia mí.

Ya no peleábamos por ver quién terminaba primero de desayunar, o quién elegía qué programa de TV se vería a la hora de la cena; no, por el contrario, Joaquín consultaba qué era lo que me parecía; cuál era mi opinión, e incluso, nos encontraríamos sentados en numerosas oportunidades siendo espectadores de canales que transmitían videos de animalitos. En instantes como esos, definiría mi vocación. Gracias a él y a su complacencia.

Sincerándome conmigo misma, debía admitir contra mi propia voluntad que a Joaquín le debería muchas cosas. Pero preferí detenerme en la enumeración; no era momento.

Lo cierto es que estaba buscando fotografías para colaborar con la noble causa de armar un video que Lola quería para sus quince. Yo no soy muy ducha con la tecnología, a duras penas tengo un celular que saca fotografías medianamente decentes y reproduce música, por lo que con la ayuda de su amiga Barby, lo iba a hacer.

Si bien no habría fiesta espectacular y como su cumpleaños es un viernes, la idea es celebrarlo con una breve cena familiar al día siguiente, para que, tras la medianoche, ella fuese a festejarlo con sus amigas cercanas.

Dejando apartadas la fotografía del vals que recién me transportarían a mis 15 años, tomé otra que me enterneció mucho.

Estábamos los tres, Joaquín, Lola y yo, manchados con helado de chocolate de pies a cabeza. Ella tendría dos años recién cumplidos; recordé que esa fotografía era posterior a año nuevo. Esa tarde, la de la foto, Lola estaría terrible; al principio sin saber por qué la mecimos tratando de que durmiese un poco, pero nada calmaría su llanto.

Incluso Joaquín haría el intento, en vano, porque a pesar de tener una conexión especial con ella, no lo logaría. Mamá estaba con un dolor de cabeza espantoso, mientras que papá estaba en Saladillo por problemas con un peón de la estancia, que aparentemente habría sobrealimentado a uno de los caballos, a tal punto de causarle una descompensación estomacal.

Deseaba mucho viajar con papá, pero me prometió que su viaje sería breve, y no se tardaría mucho tiempo allí.

Era verano, y no había ventilador ni piscina que menguara la temperatura; como todos los eneros en Buenos Aires la humedad era pegajosa, insoportable, casi tanto como el persistente lloriqueo de Lola. Situados en el patio de casa, deambulando como posesos intentando adormecer a la beba, Joaquín aparecería con un pote de helado en sus manos y varias cucharas de metal.

─¿Qué hacés? ─le pregunté mientras sacudía a Lola en mi afán de aquietar su llanto.

─Tal vez llora porque tiene calor ─elevando los hombros, sin saber si era una buena respuesta, se sentó en la reposera de madera, alejando los almohadones color crema. Mi mamá podía morir si los manchábamos.

Sentándome a su lado, dejando lugar para que apoyase el enorme envase de helado (creo que era de cinco litros) y con Lola sobre mis piernas, abrió la tapa y con fuerza, metió la cuchara sacando un poco. Milagrosamente, Lola sólo puchereaba atenta a los movimientos de su hermano mayor, las lágrimas seguían corriendo por sus regordetas mejillas pero ya no emitía ese berreo fastidioso para los oídos de todos los mortales.

Haciéndole avioncito y riéndose por su ridícula actuación, Joaquín introdujo la cuchara en la boca de nuestra hermana que si bien, al principio se echaría hacia atrás asustada por la baja temperatura del helado y el roce frío del metal, quedaría saboreando los resabios del chocolate que había logrado aceptar.

Súbitamente, sus ojos azules se iluminaron y sus brazos comenzaron a aletear descontrolados, pidiendo más.

Abría la boca exageradamente ante cada cucharada de Joaquín, que dedicadamente le daba de comer.

Recuerdo también, el momento exacto en que nuestras miradas se cruzaron.

Rozando los diecisiete, Joaquín era un chico extremadamente listo, simpático, educado...y muy bonito. El cloro de la pileta durante el verano aclaraba un tono más su cabello ondulado y dorado, con algunos mechones más rubios que otros. Lo tenía más largo que de costumbre, y aun así era hermoso.

La barba de algunos días le daba aspecto de chico rudo y difícil de cazar; ya comenzaba a frecuentar boliches y a merodear alguna que otra chica en el Instituto. Yo lo veía durante los recreos, y los celos me carcomían. Era mi hermano y no quería que tuviese ojos para nadie.

Fue confuso por qué sentía esa indignación comprimiéndome el pecho; por qué me indignaba tanto verlo con Clara D'alessio, la rubiecita hueca de cuarto año que no dejaba de rodearlo por el cuello. Sin racionalizarlo, pensé que era porque pensaba que me gustaría alguien mejor para él, no una tonta y bonita que solo quisiera presumir de él. Joaquín se merecía una chica que lo quisiera de verdad, y no para que la llevase y trajese con el auto de papá de un lado al otro.

¡Sí, eso era! ¡Me disgustaba que lo utilizasen a mi hermano como chofer!

Pero caí en la cuenta que me engañé a mí misma, creyendo mi propia versión de los hechos. No por mucho, pero me resultaba la excusa perfecta cuando Mariana me acosaba a preguntas.

Joaquín jugaba al rugby en el club CASI un prestigioso equipo de Rugby de San Isidro, en el que se entrenaba casi toda la semana por las tardes con la promesa latente, impuesta por mi padre claro estaba, de no abandonar los estudios. Solíamos ir con Mariana a alentarlos ya que Joaquín compartía equipo con varios de sus compañeros de colegio, armándose de un grupo muy bonito de amigos, los cuales yo conocía.

Mi mirada siempre enfocaba hacia las virtudes deportivas de mi hermano, lo arengaba obsesivamente, aplaudía cada movimiento bien hecho y alentaba cada desacierto; era su apoyo número uno. Y él lo agradecía. Cuando terminaba la práctica, tras ir al vestuario y ducharse, papá y yo (cuando íbamos sólo los dos) lo esperábamos en el coche, dispuestos a felicitarlo por el trabajo realizado. Confiábamos en su buen desempeño.

Yo siempre permanecía en el asiento del acompañante, hasta que Joaquín se aproximaba al automóvil con su bolso de entrenamiento sobre el hombro y ese andar tan especial que muchas veces me resecó la boca sin saber por qué.

Descendiendo del vehículo, yo avanzaba para palmear a mi hermano en los hombros, recibiendo de su parte un efusivo abrazo y un cálido "gracias" en mi oído. En ese instante yo alcanzaba la gloria y regresaba corriendo a mi ubicación designada, en el asiento posterior.

─Hola Gigi... ¿qué estás haciendo? ─la voz y figura de Lola irrumpían en mí (nuevamente) habitación "de soltera".

Rodeando mi cama hasta sentarse a mi lado, recorrí a Lola con mi vista sutilmente. Ya era una mujer. Y un escalofrío surcó mi espalda.

Es un poco más baja que yo, pero muchos de mis gestos podía verlos en ella, sobre todo cuando se enoja y eso, me saca una sonrisa.

Tiene los mismos ojos azules grisáceos de Joaquín, y como él, también es rubia.

─Estoy seleccionando las fotos que me pediste ─dije moviéndome para permitirle que se acomodase mejor ─.Chist ─frené su marcha con el dedo en alto ─, si vas a subir los pies, mejor que te saques el calzado.

─¡Sonás como mamá! ─poniendo sus ojos en blanco, se despojó de las sandalias y miró desafiante, como yo lo hubiera hecho a su edad ─,¿está bien ahora? ─quise borrarle la sonrisa irónica de la cara con un zamarreo...pero era así, adolescente, y yo me di cuenta que estaba hecha una vieja refunfuñona.

Le mostré las fotos que había apartado.

─¡Hay muchas que no vi antes! ─exclamó observando detalladamente las primeras dos que les pasé.

─Porque no me favorecen en absoluto ─sonreí.

─¡Qué feo era el vestido de Mariana! ─su rostro expresivo me hizo soltar una carcajada ─. La voy a guardar por si necesito sobornarla ─la separó bajo la almohada.

Festejé su ocurrente comentario. Después de toda tenía razón; era un espantoso vestido color rosa chicle de raso. Puaj y más puaj.

─¡Adoro esta foto! ─señaló la de los tres juntos bañados en chocolate, aquella que me había hecho viajar a un momento hermoso de mi adolescencia minutos atrás.

─Yo también. Mirá ─me acerqué a su posición apuntando en dirección a nuestro hermano ─, ¡hasta Joaquín salió sonriendo! ─inevitablemente las dos reímos al unísono. Era obvio que pensábamos lo mismo sobre él: que era muy serio, tímido y de pocas palabras.

─Me alegra que la estúpida de su novia no pueda venir ─Lola afirmó al pasar, mientras miraba otras fotos.

─ ¿Por qué? ─ fingí desinterés. Yo no la conocía, pero estaba al tanto que solía viajar mucho a Italia e Inglaterra porque tenía una carrera de modelo en ascenso de la cual ocuparse.

─¿Por qué no viene? O ¿por qué me alegra que no lo haga? ─preguntó en base a mi duda, sin despegar su vista de las imágenes.

─Ambas ─continué seleccionando fotos y pasándole un par.

─Creo que ayer viajaba a Milán, tenía una producción fotográfica o no sé qué cuerno.

─Ah ─elevé mis cejas ─. ¡Eso si que era tener nivel! ¡Sí que nuestro hermano sabe elegir! ─deslicé, obteniendo de Lola un comentario inesperado.

─No lo creo. Siempre ha sido un tonto para las mujeres ─resopló. ¿Quién lo diría? Las dos preocupadas por la mismo.

─Deduzco por ese comentario que no te interesa que venga.

─No. O sea... ─ Uff... ese tonito nasal de "chica bien" de zona norte ya me irritaba; pasaba mucho tiempo con su amiguita ricachona Bárbara y se le habían pegado sus modismos y forma de hablar. Me contuve, y espere a que hablase, dejando pasar su tono de voz estirado ─, cuando viajamos a París a visitarlos, la mina ni se preocupó por integrarse a nosotros. Nos saludaba y nada más. Creo que no se aprendió nuestros nombres siquiera.

─¿Y Joaquín no decía nada? ─me intrigaba saber cómo el Señor Buenos Modales y rey de la educación no repararía en ese detalle...

"Bueno, seguramente su novia tendría otros atributos mejores que lo haría olvidarse de aquello", me apunté mentalmente con algo de disgusto.

─Se enojó con Krista un par de veces, la mayoría hablando en francés, supongo que para que no entendamos ─levantó sus hombros ─, pero yo algo pude descifrar. Me compré un diccionario de francés/ español antes de viajar ─frunció los labios relamiéndose de su propia victoria.

─¡Sos tan brillante! ─abrí mi boca con exageración, dándole a entender mi fingido asombro.

─Sí. Y no porque lo hubiese heredado de vos ─sacó la lengua en señal de rebeldía ─. Lo cierto es que Joaquín va a viajar solo y se quedará acá por unos días ─disparó la bala de plata en mi pecho.

El corazón se me estranguló como un bollo de papel.

¿Unos días? Hasta donde yo tenía entendido, entre mañana y pasado estaría en Buenos Aires después de tantísimo tiempo, para pasar el cumpleaños de Lola en familia, y al día siguiente a más tardar, regresaría a París a atender sus asuntos de trabajo.

─¿Unos días? ─repetí intentando no parecer ansiosa.

─Sí, en teoría en uno o dos días llega y se va a quedar hasta que volvamos de Disney.

Oh, oh...

Eso implicaría diecisiete días exactos, contados desde hoy.

El oxígeno se me agolpó en los pulmones, comprimiéndolos a punto de hacerlos estallar. Diecisiete días serían una eternidad. ¿Cómo no estaba al tanto yo de esta decisión? ¿O lo habría olvidado? Mi mudanza del departamento de Martínez hasta Acassuso había sido el fin de semana pasado, cuatro días atrás para ser más precisa; tal vez eso me habría confundido. Lo cierto es que no recordaba si mis padres me lo habrían dicho o no.

Otra cosa más que tendría que haber agendado. ¡Mierda!

─Con papá apostamos a cómo serán sus caras cuando volvamos de Disney ─ admitió sonriendo, tomándose el estómago por sus carcajadas infinitas ─. Yo creo que estarán agarrándose de los pelos y revolcándose por el piso como cuando eran chicos.

─Ja- ja ─separé en sílabas en tono burlón, deseando que no fuese así ─. ¿Y papá? ¿Cómo cree que nos encontrará?

Lola dejó de reír, secó las lágrimas que caían de sus divertidos ojos y puso la espalda rígida ante mí.

─Creo que todo lo contrario, Gigi. Sabe que se adoran, que se quieren infinitamente. Ya no tienen diez años como para pelearse por tonteras. Son dos personas grandes, mayores...muuuy mayores ─enfatizó con gracia ─, y que han tenido ciertas asperezas que deben limar.

Me sorprendió gratamente lo adulta que Lola podía sonar en algunas oportunidades; se la escuchaba segura y muy razonable.

"Si Lola supiera..." suspiré.

Sí...desde luego, si Lola supiera, estaríamos fritos.


_______________________________________________

*Acassuso: Localidad situada en la Zona Norte de la provincia de Buenos Aires, a 21km de la Ciudad de Buenos Aires.

*San Fernando: Localidad lindera a Acassuso.

*Pote: recipiente.

*Almohadones: cojines.

*Recreo: momento de descanso dentro de la jornada escolar.

*San Isidro: Localidad perteneciente a la Ciudad homónima, vecina de Acassuso y San Fernando.

*Mina: modo de referirse a una mujer dentro del lenguaje callejero y mundano.

*Martinez: Localidad de Zona norte de Buenos Aires, perteneciente a la ciudad de San Isidro.

*Estaríamos fritos: expresión equivalente a "estaríamos muertos".


 **Link de venta en AMAZON: https://www.amazon.com/dp/B01MZ1TO77/ref=cm_sw_r_wa_awdb_fHAwyb0JXBF8X  



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro