25
Recorriendo el centro de Vicente López y Olivos, me dispuse a conseguir todo lo necesario para el cumpleaños de mi sobrina Isabella en este primer día de vacaciones de invierno. El cumpleaños de esa niña regordeta y cachetona a la que amaba con todo mi corazón y que era tan chinchuda como Joaquín.
Sus ojos azules eran el sello de la familia Dorfmann, y cada vez que pestañaba, el sol se derretía.
Ocupándome de su regalo en primer lugar, el dilema era qué escoger: la ropa no era algo que le faltase y su baúl, siempre rebalsaba de juguetes.
Entrando a tres jugueterías el costo no estaba acorde al producto; muñequitas con vestidos diminutos que valían una fortuna, osos que hablaban, pero lucían diabólicos...nada aparecía convencerme.
Sin embargo, a punto de bajar los brazos y lloriquear como niña, encontré la aguja en el pajar. Una torre de madera de no más de 40cm de altura con una maraña de hierros retorcidos pintados con los colores primarios, era la solución para estimular la motricidad y la destreza mental.
Acercándomele, desgrané por completo todos los aspectos didácticos y estéticos; para empezar, todas las caras lucían de distinto color. Dos de ellas, poseían unas planchas de aluminio, emulando a un xilofón. Una tercera, conformaba un laberinto calado con varios circuitos sobre el cual debían deslizarse unas esferas de colores azul, rojo y naranja. La última cara, la que no estaba expuesta a simple vista, exhibía una superficie imantada a la cual se adherían unas piezas que conformaban un rompecabezas.
La parte superior respondía a un entramado de dos barras de acero pintadas de turquesa y verde, en las que se deslizaban unos anillos de colores de un lado al otro.
Atrapada por la versatilidad del juego, por la posibilidad de regalar algo más que útil y por qué no, de contribuir al crecimiento de la industria maderera, me contenté por fomentar el desarrollo intelectual de mi sobrina.
Solicitándole a un vendedor mucho más fornido que yo que me preparara este juguete para regalo, recordé los gordos lápices de madera con los que Ignacio se había congraciado con los niños en junio pasado.
Una mueca de nostalgia se apoderó de mi rostro ya que no había tenido novedades de él desde su partida, muchas horas atrás. Asumiendo que lo mejor era la distancia y que el destino no estaba de mi lado, meneé la cabeza deseando que se fuera de mi mente.
─ ¿Es para tu hijo? ─el muchacho de la caja, en apariencia el encargado del lugar, preguntó.
─No, para mi sobrina que cumple años ─respondí con su mirada clavada en la mía. El joven era agradable y guapo, por qué no reconocerlo.
De mediana estatura, cabello oscuro y barba prolijamente recortada, era atractivo. En su sonrisa, amplia y perfecta, radicaba su segundo de encanto.
─Si se parece a la tía debe ser muy hermosa ─elevó una ceja mientras pasaba la tarjeta de crédito por el posnet.
¿Estaba coqueteando conmigo? No estaba mal después de todo enfocarme en otra persona, darle la oportunidad a alguien que no se resista al amor. Sonrojándome, dibujé una sonrisa tímida con la boca.
─Es muy bella, por cierto, pero porque mi hermana es preciosa ─utilizando el mismo adjetivo que Ignacio había utilizado conmigo después de hacer el amor en su cama, desbaraté cualquier posibilidad de ignorar cuánto me gustaría saber qué estaba haciendo el padre de Dany en este momento.
¿Estaría durmiendo? ¿Trabajando a distancia junto a su socio? ¿Jugando al fútbol con Dany en alguna plaza cercana a su casa?
─La firma...señorita...la firma ─insistió el muchacho ante mi bochornoso divague mental. Parpadeé regresando a la realidad y completé con mis datos el ticket de compra.
El vendedor de no más de veinte años me entregó una gran bolsa con el pesado paquete dentro. Envuelto en un divertido papel y con gran moño, lograba conseguir el regalo perfecto.
─Con motivo de vacaciones de invierno, tenés de regalo tres invitaciones para ir a Temaiken. Quizás quieras llevar a tu sobrina a pasear con alguien...más ─reclinándose sobre el mostrador, el olor a conquista era deliberado. Posando sus codos en la fórmica color manteca, ladeó su cabeza.
─Sí, llevaré a mis dos sobrinos ─afirmé echando por tierra cualquier segunda intención, y cavándome la fosa: llevar a Ian y a Isabella yo sola a algún sitio, era garantía de desmadre e internación psiquiátrica posterior.
Enrollándome la bufanda en el cuello sonreí ante la infamia de este muchacho que se atrevía a tirarme los perros. Yo, lejos de buscar algo con él, huía con una tonta respuesta y un temblequeo avergonzado.
Caminando por la avenida tomé las tres entradas con vencimiento en diez días; fruncí la boca pensando a quién invitar. Por otro lado, estaría tan dedicada al cumpleaños de mi sobrina que me resultaría imposible visitar este ecoparque temático tan hermoso.
¿A quién podría obsequiar estos tickets?
Rebuscando destinatario en mi cabeza, ésta me arrojo un nombre: Daniel.
Dany adoraba hablar de animales. Coleccionaba los envoltorios de los caramelos que eran conocidos con el nombre de "palitos de la selva" y siempre imitaba el andar de los monos, el rugir del león y el croar de las ranas.
Sin dudas, era una buena idea...sino fuera que para llegar a él debía vincularme con su padre inevitablemente.
¿Con qué palabras comenzar la conversación? ¿Él tendría otros planes para la semana? Quitándome de la ecuación, pensé en su madre Luisa como acompañante ideal.
¡Muy bien, Lola, hoy es tu día!, me arengué decidiendo que llamaría a Ignacio.
Finalizadas las compras, me arrojé al sillón de mi casa dejando de lado el calzado. Me dolían los pies de tanto caminar, gran parte, en vano.
Feliz por el regalo, apoyé la totalidad de las bolsas sobre el piso. Debía hacerme tiempo para preparar las guirnaldas, los centros de mesa, los banderines y llamar a la madre de Laura para retirar el adorno que decoraría la torta. Nilda era una genia en las artes manuales y hacía esos pequeños trabajitos para sumar un peso más a su pensión. Un colorido pony alado era el dibujo escogido para la celebración.
Descalza, me hice un sándwich y miré mi teléfono.
Ningún mensaje, ninguna llamada.
¿Esperaba un poco más a que Ignacio se contactase conmigo por cualquier tema o lo llamaba ya mismo? Desestimé de inmediato que eso sucediera; no teníamos tema en común durante las vacaciones de invierno. Como tales, yo me desentendía por quince días de sus niños y ellos disfrutaban de la inquietud y energía de sus niños.
Sin embargo, los animalitos dibujados en las entradas del parque parecían decirme "llámalo, Lola".
"¿Para qué dar vueltas si quiero llamarlo? ¿Por qué resistir si sabes cuál será el final y este es marcar su número?"
Teléfono en mano miré una y otra vez su foto de perfil: Dany durmiendo con la boca semiabierta y su cachete suculento en primer plano. Un suspiro enamorado salió de mi garganta.
─Ho...hola, ¿Ignacio? Disculpá mi llamado, ¿estás ocupado? ─ casi sin respirar encolumné mis palabras una tras otra.
─Dolores, me sorprende tu llamado ─ se lo notaba agitado─. Estaba corriendo por la quinta de Olivos aprovechando que Dany está en lo de tu hermana y yo tuve que hacer trámites más temprano por acá.
─Qué lindo que Ian y Dany se hayan vuelto tan compinches.
─Sí digamos que tu sobrino le inyecta una energía extra difícil de manejar ─ rió socarronamente.
─Es la virtud de Ian...─deseé que la conversación continuará centrándose en otros temas. Pero no fue este el caso.
─Por supuesto. Pero sé que no me llamaste para hablar de los chicos ─su voz se notaba más limpia, y cada tanto, que pasaba agua por su garganta.
─Si, aunque Dany tiene que ver con esto.
─ ¿Si?
─Hoy por la mañana junto al regalo de cumpleaños de Isabella me obsequiaron tres tickets para ir a Temaiken.
─ ¿Qué es eso? ─sus años lejos del país, lo dejaban fuera de tema.
─Es un parque temático, ecológico, donde las especies animales están libres. Hay un acuario hermoso y está ambientado para que los chicos tengan contacto pleno con la naturaleza.
─ ¿Cómo un zoo pero que no daña a la fauna?
─Claro.
─ ¿Entonces...?
─Entonces pensé en que a Dany le gustaría ir a un lugar así, en el aula repite constantemente su pasión por los animales. Y desde ya, creo que es una linda salida para que te acerques más a él.
─ ¿Y el tercer boleto?
─Para tu mamá, por supuesto ─hizo silencio, y a los tres segundos, agradeció por tenerlos en cuenta ─. Son válidas por estos días de vacaciones excepto los fines de semana. Puedo alcanzártelas a algún lado o...
─ O puedo ir yo hasta tu casa, sino te molesta.
Otra vez Ignacio merodeando mi casa. Otra vez, tendría que resistir a su encanto. Convencida que cinco meses pasaban volando, sabiendo que antes de navidad su destino estaba forjado, acepté esperarlo en la puerta del edificio, llave en mano, horas después.
Perdida en el pegamento, cartulinas y brillantina, tijeras y cintas de colores, la tarde me encontró haciendo parte de la decoración para el cumple de mi sobrina "Belita".
Sin tener noción de la hora, en parte por estar reproduciendo canciones sin parar, mi sobresalto fue grande al escuchar el timbre sonar. Llevando la mano a mi pecho estaba tan ensimismada que evitaba la ansiedad de pensar en qué momento pasaría Ignacio.
Corroborando que esperaba abajo, junto al cantero que enmarcaba el alto árbol del frente del edificio, bajé abrigada.
Cada número que marcaba el visor del ascensor se acompasaba con los latidos de mi corazón. Ignacio Toscano se había transformado en una obsesión, en un hombre atractivamente imposible.
Al salir de la cabina, ya lo pude ver. No aguardaba a poco de la puerta, sino delante de ella. Haciendo muecas divertidas con su rostro, era inevitable no rendirme a sus pies.
─Hola ─me dio un beso en la mejilla, suave, casi imperceptible.
─Hola. Aquí están las entradas ─las expuse como abanico ─. Seguramente estará bastante concurrido dado la época del año, pero no por eso será menos interesante. Daniel va a quedar fascinado y me encantaría que estés a su lado para verlo.
─Dejáme ser repetitivo con los agradecimientos. No tenés por qué tomarte todas estas molestias. Sé que vos podrías usarla para llevar a tus sobrinos y sin embargo pensás en mi hijo y en las cosas que le hacen bien.
Sentimental, estuve a punto de gimotear.
─Dany se merece una familia que lo contenga, que lo mime mucho. Ahora quizás no se da cuenta de lo mucho que le falta su mamá, pero en unos años, le será algo inconcebible y muy doloroso.
─Lo sé y me arrepiento no haber estado con él desde que nació.
─Lamentablemente no podés regresar el tiempo atrás y evitar que las cosas hayan sucedido así. Lo importante es que viniste y te hiciste cargo de una criatura que no conocías.
Inspirando profundo, Ignacio guardó los tres tickets en uno de los bolsillos de su abrigo.
─ ¿Estabas haciendo algo para el jardín? ─preguntó, frunciendo el ceño, algo divertido.
─Mmmm no. Para mi sobrina... ¿cómo lo supiste?
Pidiéndome permiso para avanzar un poco más, deslizó su dedo índice por mi mejilla fría debido al viento que nos daba de lado. Frotando con un poco más de ahínco, me dejó ver la yema de su dedo empastada de brillantina fucsia.
─Te invito un café. Mejor dicho, un café para mí y un cappuccino para vos.
─Estoy un poco ocupada...pero...
─La brillantina va a saber entender, no te hagas problema. Pero antes quiero darte un regalo.
─ ¿Para mí? ¿Un regalo?
Mostrándome su palma, caminó hasta su coche, le sacó la alarma y del asiento trasero obtuvo una bolsa de papel madera bastante grande.
─ ¿Y esto?
─Si hay una próxima vez en tu casa, habrá un próximo café ─metí la mano en la bolsa y saqué un paquete de un kilo de café ─. Es finlandés. Aunque no lo creas, es una de las naciones que consumen la mayor cantidad de café en el mundo. Este es uno de mis preferidos.
─ ¡Waw! Debe ser exquisito.
─Puede que resulte fuerte para los que no acostumbran a tomarlo, pero eso no quiere decir que no disfrutes del sabor que te quede en el paladar ─recordó su predilección por esta infusión.
"Como tus besos, que saben a café tostado, fuerte, intenso, exquisito".
─Entro y dejo el paquete... ¿sí? Esperáme en el auto, así no tomás frío.
Con prisa regresé a dejar la bolsa en la cocina y fui corriendo al baño. Exhibí mis dientes en el espejo, hice un gran buche con agua y peiné mi cabello sin tanta delicadeza. Tomé otro abrigo más grueso y bajé lo más rápido que pude.
Una vez dentro del automóvil, por suerte calefaccionado, tomé asiento y apenas iba a articular palabra, su boca asaltó la mía sin piedad y sin razón. Sorprendida pero feliz, me dejé arrasar por su propio sabor, por su calor.
Sus labios no sabían de sutilezas, su aliento tampoco de sosiego.
Con la respiración entrecortada, nos besamos pasionalmente, como si no existiera un mañana.
─No me la estás haciendo fácil, Dolores ─soltó al alejarse cinco centímetros de mi boca. Sus ojos fijos, devoraban mis labios hinchados.
─ ¿Qué cosa? ─pregunté con un hilo de voz
─Olvidarte ─otro beso, sin tanta voracidad sino tierno y encantador, selló sus palabras y atropelló las mías, incapaces de salir.
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