22
Parado frente al portero eléctrico de su casa, esperé que no me mandara al demonio. Sin demostrarme ansioso y necesitado de su voz, me había trasladado hasta aquí tras el sermón de mi madre, siempre adepta a darme una lección que me dejara knock out.
─Estuve durmiendo, necesitaba descansar ─le escuché decir recordando sus dedos en mi piel. Presioné el puente de mi nariz, evadiendo lo mucho que me había gustado tener sexo con ella ─. Como oís, estoy vivita y coleando. Estoy bien ─esa chica era más terca que una mula.
─No, Dolores. No estás bien y la única manera de saberlo es verte la cara ─rolé los ojos ante su obstinación...y la mía.
Congelado, me mantuve en la puerta frotando mis manos.
─No hace falta ─respondió, enfadándome aún más.
─Voy a quedarme acá parado hasta que me abras. No me importa que el patrullero pase cada cinco minutos y pregunte qué hago acá, o que los vecinos me miren con cara rara. Tampoco tengo problemas en resfriarme o agarrarme una pulmonía, no me reprenden en la oficina.
De seguro ella estaba mordisqueando su uña con una sonrisa complacida, disfrutando hacerme sufrir. Era cierto, lo tenía merecido, pero como que continuase afuera, quedaría como Walt Disney.
─Está bien, te voy a dejar pasar, pero para que no te enfermes y contagies a Dany. Sería injusto que él pase las vacaciones en cama por tu culpa, ¿está bien? ─cerré el puño, festejando mi victoria.
─Trato hecho. ¿Qué departamento es?
─El 5to B ─habiendo puesto de excusa a su niño sin ningún escrúpulo, presionó el botón el cual me abrió la puerta que me condujo hacia el hall, con dos ascensores esperando en planta baja.
Al llegar, un estrecho papel sobre el timbre decía "no funciona" en perfecta imprenta mayúscula enmarcada entre signos de admiración, como si estuviera gritándolo. Como era de imaginar, golpeé con los nudillos.
─Hola ─ saludó al abrir la puerta, recostándose sobre el marco interior. De entre casa, su aspecto parecía más juvenil que de costumbre, quizás por lo aniñado de su vestuario.
─Hola ─repliqué con el abrigo húmedo y el cabello desordenando por la ventisca.
─Aquí me ves. Entera, comiendo pochoclos, en pijama y por ver una película ─señaló el artefacto con la pantalla apagada ─. Y ahora, atendiéndote a vos en la puerta ─esbozó una sonrisa falsa y exagerada.
─Pensé que las cosas habían quedado claras entre nosotros. Parecés ofendida...
─No hay nada más que aclarar, Ignacio.
─ ¿Entonces por qué no me contestaste los mensajes y casi que me dejás morir de frío acá afuera?
─No exageres Ignacio ─bufó como nena cansada ─. Ya te dije que me quedé dormida y no escuché el teléfono ─se miró las uñas, con el desafío implícito en su tono.
Tensando la mandíbula, ignoré mis ansias por decirle que su argumento no era creíble. Como dos nenes enfurruñados nos mantuvimos sin hablar por un minuto.
─ ¿Y? ─preguntó, rompiendo el hielo.
─ ¿Y qué? ─de brazos cruzados, a un metro de ella, retruqué con una sonrisa ladina pegada en la cara. No iba a ganarme.
─ ¿Y qué esperás para irte?
─Verte un rato más con esas pantuflas de tigre ─contuve una carcajada, señalando sus pies.
─Ja, ja. Muy gracioso. Basta Ignacio Toscano, ¿no te sacaste las ganas de venir hasta mi departamento a constatar que respiro?
─ ¿No me podés invitar a entrar para hablar como dos adultos?
─No ─actuó como necia. Obstinada, se mantuvo de pie con la placa de la puerta por detrás, entreabierta.
─No me voy a ir de acá hasta no pasar ─caprichoso, me alejé para sentarme en el piso usando de respaldo la pared frente a su departamento.
─ ¡Ignacio!¡Llamo a la policía! ¿Estás loco? ─en voz baja pero acusadora, tironeó de la manga de mi húmedo abrigo pretendiendo moverme. Obviamente, ni un pelo se me inmutó.
─Me niego a pensar que la maestra de mi hijo es una joven con malos modales. ¡Mirame, si no! Estoy mojado, con hambre...─hice un puchero gracioso, lejos de los gestos que estaba acostumbrado a realizar.
La dueña de casa dudó, pensando en mi plegaria.
─Dolores, dale. Yo sé que no estás enojada conmigo sino con vos. Yo vine hasta acá para decirte que tampoco tendrías que culparte de nada.
─ ¿Desde cuándo sos psicólogo? ─ofuscada por haber hecho una probable lectura de su estado de ánimo, preguntó con tono agudo.
Desde la lejanía que nos separaba di una palmadita sobre el piso, invitándola a tomar asiento a mi lado.
Miró de lado frunciendo la boca presumiblemente pensando en que si en lugar de morir congelados en el pasillo no era mejor entrar y tomar un café. La tozudez de ambos nos colocaba en este ridículo punto.
No obstante, yo no estaba seguro de que, si me permitía entrar a su casa, no la llevaría hasta su cama para recorrer su cuerpo de punta a punta. De pensarlo, mis músculos se tensaron por lo que crucé una pierna sobre la otra, dejando ambas extendidas sobre el corredor de ese piso.
Dando un paso al frente, dispuesta a ceder unos centímetros, la corriente de aire hizo que la puerta le golpee los talones y la empuje ligeramente hacia adelante, cerrándose por completo. El ¡zas! rotundo fue estruendoso y castigador:
─ ¡No! ─de repente, Dolores llevó sus manos a sus mejillas coloradas ─. ¡Las llaves me quedaron del lado de adentro! ─gritó sin importar que era de noche. Golpeó la puerta blindada con la palma abierta, sin tener suerte.
Al verla impotente, lloriqueando, me puse de pie en un santiamén apartándola de su absurda maniobra para lo cual la tomé de la cintura, retrocediendo hacia la pared de fondo.
─ ¡Esto pasó por tu culpa! ─me reprochó, impactando su puño cerrado en mi pecho. Golpeaba fuerte la pequeña.
─Por el contrario, pasó por la tuya. Si me hubieras invitado a pasar estaríamos tomando un rico café ─me hice de sus estrechas muñecas, doblegando su voluntad de seguir agrediéndome. Arrastrado por el deseo, besé la línea de sus venas, allí donde la piel era extremadamente sensible y fina.
Calmando su malhumor bajó sus ínfulas y sus ojos; le elevé la barbilla, haciendo que nuestras miradas se alineen.
─Llamemos a un cerrajero y asunto resuelto ─dije. Su labio inferior temblaba. Se estaba muriendo de frío.
─Dejé mi teléfono adentro, también... ─subió sus hombros, resignada.
─Podemos usar el mío, pero dale...no te hagas problema. Peor es estar afuera esperando que te abran la puerta ─con ese comentario le quité una sonrisa. Poniéndome en modo útil, comencé a buscar en internet una cerrajería de emergencia.
El gasto sería absurdamente oneroso.
─Qué tal, buenas noches ─saludé apartándome de su posición. Del otro lado obtuve una voz somnolienta y ronca ─ necesitaría de su ayuda. Se me cerró la puerta y lógicamente, no tengo modo de abrirla ─expliqué lo inexplicable. De reojo, vi que Dolores se tomaba la cabeza con ambas manos, sufriendo ante su terquedad.
Caminando mientras hablaba, di unos pasos más a lo largo del corredor hasta llegar a la puerta de la escalera de emergencias donde terminé de ultimar los detalles del salvataje, como ser dirección y el modo de avisarnos que llegaría para salvarnos el pellejo. Agradeciendo a la persona del otro lado de la línea, guardé mi celular en el bolsillo del gamulán.
─Tardarán entre dos y seis horas en venir.
─ ¡Están locos! ¿Qué vamos a hacer hasta que vengan? ─criticó histéricamente.
─ ¿Se te ocurre otra idea mejor que sentarte y esperar conmigo?
─No hace falta que te quedes ─señaló el mismo pasillo por el yo que había transitado.
─Sí, hace falta. El tipo llamará a mi teléfono cuando esté abajo.
─Tampoco vas a poder abrirles...todo el manojo de llaves quedó adentro de casa. ¡Todo esto va a costar una fortuna! ─otra vez el pataleo.
─Ya, ya Dolores ─cerca, muy cerca, acaricié su cabello cediendo a su puchero delicioso ─. Les pediré que cambien la cerradura de abajo y que laburen en esta también.
Como nena, hizo berrinche al presionar sus maños en dos puños y patalear. Me eché a reír sin más remedio.
─ ¿De qué reís?¡Esto es una tragedia!
─No digas tonteras. Es plata.
─Plata que no tengo.
─Plata que va y viene. Ya tendré modo de cobrármela ─apoyando mis manos sobre sus hombros intenté tranquilizarla ─. Sentémonos. Tenemos para largo rato.
Accediendo a mi consejo nos sentamos en el umbral de la entrada de su casa. Ella se abrazó a sus rodillas con el frío calándole los huesos. El pijama no era muy abrigado, parecía de un fino algodón.
Sin dejar de observar sus movimientos, esperé hasta el último de ellos para quitarme el abrigo y con lentitud, le cubrí sus hombros y a pesar de su resistencia, la incliné hacia mi cuerpo.
─A terca no te gana nadie, ¿no?
─No ─aseguró como si fuese necesario.
─Sinceramente no pensé que tendríamos una cita en el pasillo de tu edificio y menos, que pasaríamos horas mirando la pared aburrida de este corredor ─le mostré un costado atípico y gracioso ─. Ahora decime, ¿por qué no me quisiste dejar entrar? ¿Estabas con alguien? Porque de ser así llamamos a un cerrajero al pedo...─continué con mi buen humor.
─No, no hay nadie.
─Mejor así...me hubiera puesto un poco celoso haber tenido que interrumpir alguna situación amorosa.
─ ¿Celoso? ─sus pestañas húmedas por el lloriqueo brincaron encendidas.
Exhalé con pesadez, desinflándome y moví su cuerpo para colocarla apenas delante de mí. Me tomé un segundo para apreciar su desconcierto ante lo futuro; abotoné el gamulán y comenté:
─En uno de los mensajes te dije que para mí la noche de ayer no fue una más. Aunque quizás no lo parezca, no soy un tipo libertino ni que ande de parranda buscando minas para pasarla bien y tengo muy en claro que vos tampoco sos así. No hacía falta que me lo aclararas en la cafetería, cualquiera puede ver que sos una chica íntegra, sensible y honesta.
─Y preciosa...─recordó lo que le dije por la mañana. Sonreí ante su memoria selectiva.
─Por sobre todo, preciosa.
Estableciendo un suave duelo de miradas, corrí su flequillo largo de lado y con mis grandes manos le cubrí las mejillas.
─Dolores, merecés un hombre que pueda dártelo todo. Y yo no tengo más que problemas que ofrecerte ─exhalé ─. Eso no quita que no pueda sacarte de mi cabeza ni por un minuto.
─ ¿Entonces?
─Entonces...estoy más inseguro que antes ─reconocí pero sin transmitir temor sino resignación ─. Podemos salir, pasarla bien, pero Dany está en el medio y tampoco quiero que se ilusione; en medio año nos estaremos yendo.
Tragando con decepción, mis contradicciones eran dagas en su pecho.
─Por lo menos espero que me invites a visitar Finlandia. Dicen que es muy pintoresco en verano ─envolvió mis manos y me regaló una sonrisa inmerecida.
─Por supuesto. Siempre tendrás las puertas de mi casa abierta ─besé sus palmas y volví a colocarle su cabeza sobre el filo de mi brazo, respirando su perfume fresco, el aroma del amor fuera de tiempo.
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