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21

Riendo como adolescente, no podía sostenerle la mirada traviesa y juvenil. Ambos tumbados de lado, tapados con sábanas y un cobertor color azul, labrado en rombos, no dejábamos de observarnos, o, mejor dicho, analizarnos con cautela.

Ignacio peinaba mi cabello, pasaba su anular perfilando mi quijada y posaba un beso suave en mi frente en ocasiones. Nada estudiado, todo parecía fluirle con naturalidad. Yo relamía mis labios, refregaba mi mejilla en su palma caliente y le daba un beso a sus nudillos cuando éstos se acercaban para alguna caricia.

─Tenés unos ojos preciosos ─dijo somnoliento ─. Aunque sos toda preciosa ─agregó y morí de vergüenza.

─ ¿Ninguna finlandesa pudo atraparte? Ellas también son preciosas ─susurré con simpatía, tras una de sus cosquillas.

─Salí con una muchacha, Lumi, por más de seis meses. Trabajaba en un banco importante de la ciudad. Pero no prosperó.

─ ¿Y por qué? ─ reacomodé mi cabeza sobre mi mano,

─Porque...no.

─ ¡Buena justificación! ─acaricié su pómulo y me retiró la mano de su rostro para chupar mis dedos, uno a uno. Cayendo de espaldas a la cama, arrastró mi brazo con el objetivo de acercarme hacia él.

Un tanto dubitativa, finalmente cedí: él quería que apoyara mi mejilla en su pecho fornido y apenas surcado por una suave mata de vello castaño. Fue momento de abrazos y alguna que otra confesión más.

─Lumi era hermosa, pero llevaba un estilo de vida que no encajaba con el mío.

─ ¿Ah, no?

─No. Viajaba todas las semanas, de dos a tres días. Nos veíamos los viernes y pasábamos todos los sábados juntos hasta que el domingo a la noche, agarraba las llaves de su auto y se iba a su departamento, en el centro de Helsinki.

─ ¿Y eso no es precisamente lo que buscás: una mujer que no te ate y sea independiente?

─Dolores, yo no busco nada...─dijo y pedí que repitiera mi nombre con ese tono tan sensual que me derretía. Aprovechó y se mofó de aquel minuto de debilidad y prosiguió tras rozar mi nariz con la punta de la suya ─. Como decía antes de la interrupción, yo no busco nada. Se dio, nos encontramos un par de veces y ya está.

─ ¿Entonces? ─con mi dedo, dibujaba el contorno de su tetilla derecha.

─Entonces no me gustan las mujeres que van de cama y cama. Y ella era tan independiente como libertina.

─Oh...

─Sí. Oh ─imitó mi agudo tono ─. Y encima, desprolija. Una tarde fui a buscarla a su trabajo ignorando que yo estaría en el estacionamiento del edificio esperando por ella; no me destaco por el romanticismo, pero estaba dispuesto a darle una sorpresa e invitarla a cenar. La sorpresa terminó siendo para mí: Lumi salió de la mano y propinándose besos fogosos con un empleado.

─ ¡Zorra! ─expresé por lo bajo.

─Yo no soy un santo, pero al menos cuando estoy con alguien soy fiel. Pero si acaso hay otra persona que me llama la atención o me gusta, hablo con mi pareja y chau. Corto lazos.

─Por lo visto no se te da muy bien lo de mantener lazos. Te cuesta formarlos y ser consecuente ─Ignacio dio un soplido por la nariz y besó la cúspide de mi cabeza.

─Cuando te traicionan, todos se convierten en traidores. No importa que no lo sean, primero tienen que demostrarlo para que pueda confiar en ellos.

─ ¿Todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario? ─enuncié en desacuerdo con su modo de pensar.

─Exacto.

─O sea, yo sería una potencial traidora.

─Una de las peores, sin dudas ─sin darme lugar ni tiempo a réplica giró sobre su cuerpo para atraparme y dejarme por debajo. Extendiendo mis manos por sobre mi cabeza las capturó por las muñecas y con su lengua, lamió el filo mi mandíbula. Luego, tironeó de mi labio superior con sus dientes y propuso ─: señorita Dolores, ¿está lista para demostrarme por qué debería quitarla de la lista de sospechosas?

Dando una carcajada, llevando la cabeza hacia atrás, accedí al careo que proponía.

──

Enredada entre sus largas piernas y siendo abrazada, desperté con una sonrisa con gusto a poco. Pero no por el sexo, sino porque ahora quería más de él. Un algo que no me daría jamás.

─Ignacio ─le susurré al girar con algo de dificultad ─. Ignacio...tengo que ir a casa ─acaricié el pabellón de su oreja.

Haciendo fiaca, refregando sus ojos boca arriba, preguntó la hora con voz empastada.

─Las diez de la mañana ─respondí recuperando mi ropa por toda la habitación.

─Mmmm...te alcanzo.

─No hace falta, en serio.

De espaldas a él, sentada en el extremo de la cama, comencé a colocarme las medias para cuando su pecho me abrigó. Inesperadamente me abrazó por detrás y estampó un ruidoso beso en mi sien izquierda.

─ ¿Café? No puedo funcionar sin él ─recalcó por enésima vez desde que nos conocíamos. Asentí porque, de hecho, nada me apuraba más que el remordimiento.

Caminando por sobre el colchón saltó al piso y descalzo fue hasta el baño de la habitación que ocupábamos.

─ ¿Me bancás cinco minutos que me ducho? Aprovecharé a buscar a Dany y no puedo caer en lo de tu hermano con el mismo aspecto de ayer ─alertó desde la puerta del sanitario, en bóxer.

─Sí, no hay problema ─suspiré acomodando mi cabello, habiendo finalizado con mi vestuario.

Los cinco minutos fueron de chicle ya que recién a la media hora salió envuelto en su bata de toalla y sacudiéndose el cabello con ambas manos.

Para entonces yo había extendido la cama, acomodado los almohadones y mirado mi celular por más de cien veces. De piernas cruzadas, aguardé por él.

─No era necesario que te ocupes del orden ─agregó yendo hacia el armario para elegir su vestuario.

─Lo sé, pero necesitaba matar el tiempo.

─ ¿Tardé más de la cuenta, no? ─frunció la nariz sosteniendo una percha con una camisa impecablemente planchada y un pantalón de sarga negro colgando del pliegue de su otro brazo.

Yo sólo mené la cabeza y bajando la mirada, coloqué un mechón de pelo tras mi oreja.

Abrumada por la proximidad del adiós, me dediqué a pensar en cómo continuar mi vida de ahora en adelante.

──

Un poco de silencio, sonrisas bobaliconas que no arribaban a nada y su descripción del café finlandés, ocupó gran parte de la charla mañanera.

─El café de ellos suele elaborarse con granos ligeramente tostados y su sabor es algo ácido ─explicó con ahínco ─. De hecho ─señaló ambas tazas ─ éste es made in Finland.

─Es muy intenso ─acoté con poco conocimiento del tema. Él agregó:

─Allá hace mucho frío y el café, nos salva del congelamiento ─guiñó el ojo, bebió el último sorbo y se sirvió otra taza más.

De camino a mi departamento nada de lo sucedido durante la noche se conversó, como así tampoco durante el desayuno. Ya cerca de mi casa, me removí inquieta. Mirando los anillos de mis manos, intenté despejarme e ignorar que no sabía de qué modo proseguir con esto. Aun restaba medio año de clases y contacto continuo gracias a Daniel.

─Bueno...ya llegamos ─apagó el motor e hizo referencia a ese edificio de más de treinta años, fachada de ladrillo visto y balcones solo en el primer piso.

─Gracias por la salida de ayer y por haberme alcanzado.

─De nada Dolores...y con respecto a lo de anoche yo...

─Shhh ─le tapé los labios con mis dedos ─. La pasé muy bien ─tímida, enfundé mis labios y di una profunda respiración. No estaba segura de conocer su opinión.

─Para mí fue una noche muy especial, no lo dudes ─ignorando mi deseo, dijo.

Entregada a la realidad, le di un beso sobre la mejilla y bajé del automóvil. Correteé hasta el palier del edificio para cuando volteé y lo encontré saludándome desde la comodidad de su vehículo.

──

Arrojándome de brazos extendidos sobre mi cama repasé cada detalle de aquella noche maravillosa y particular; su cuerpo labrado sin exageración, sus jadeos oscuros, sus movimientos coordinados, su delicadez al tocarme...intentaba recordarlo todo para no olvidarme de nada.

Pero conjuntamente con esa táctica, nada de estrategia tenía para admitir que aquella había sido una velada aislada que no se repetiría. Preparándome para enfrentar el futuro cuestionario de mi hermana, me relajé dándome un baño aromático; llené la bañera de agua bien caliente e hice burbujas con un jabón espumoso con fragancia a coco.

Sin embargo, poco duraría mi relax: Virginia me llamó para que le diera detalles de mi encuentro nada improvisado con Ignacio.

─ ¿Qué tal la pasaste? ─comenzó diciendo, ignorando que las intenciones de Ignacio distaban de las mías.

─ Pasé una muy linda noche...lástima que no será más que una.

─ ¿Por qué decís eso?¡Sos una mala onda terrible! ¡Con razón no tenés novio! ─largó sin pelos en la lengua.

─No, Gigi, es que el tipo no quiere nada serio.

─ ¿Cómo qué no? Fue un caballero al no admitir que saldría con alguien.

─Lo que no quería admitir es que me iba proponer sólo una salida ─me miré las uñas. Debía retocarme el esmalte ─. De todos modos, yo le fui clara y le dije que yo pretendía estar con alguien que quiera una relación estable.

─ ¡Decime que al menos se besaron! ─sonó desilusionada, y si bien deseaba reservarme los detalles de nuestro encuentro, creí que merecía saber un poco más.

─Sí, nos besamos. Y algunas cosas más que me reservo ─dejándola en la puerta de mi intimidad, no fue necesario aclarar a qué me refería.

─Con eso me acabás de confirmar que estás hasta las manos con el flaco ─ahora, era su turno de lamentarse ─. Si aun después de reconocer que te interesaba algo serio, pasás la noche con él, es porque te interesa.

─Me gusta, no voy a negarlo, pero bueno... ¡ya está! ─fingí superación. Obviamente, me dolía estar presenciando mi propio funeral.

─A mí no me mientas; yo sé que apenas cortes conmigo te vas a largar a llorar.

─ ¡Nah! ─chasqueé mi lengua ─. Nada que ver...─mentí...

─Bueh...si vos lo decís...─sostuvo.

Los siguientes veinte minutos hablamos de Ian e Isabella y de la proximidad de su cumpleaños número dos. En quince días, mi sobrina más pequeña estaría soplando las velitas. Aun debía encargarme de su regalo y comprar todo lo referido a la decoración para el parque de la enorme casa de mis hermanos.

Enrollando una toalla en mi cabeza, con el pijama puesto a pesar de ser las dos de la tarde, comencé a llorar.

Sí, a hacer lo obvio.

Desenredando mi largo cabello, las lágrimas caían sin cesar. Por ilusa, por necia, por terca...por enamorada.

─ ¿Por qué? ¿Por qué no te escuché? ─pregunté presionando mi pecho, latiendo frenéticamente por un hombre que jamás me querría más que para pasar sus días en Buenos Aires.

──

Acurrucada en un rincón de la cama, desperté muerta de frío. La noche se había puesto y no había reparado en el detalle de prender las estufas al llega a casa.

Tiritando, fui hasta los artefactos y posé mi cola sobre ellos, calentándome las manos y algo del cuerpo. A lo lejos, el insistente parpadeo de mi celular anunciaba mensajes que estaban sin leer...hasta que lo hice.

03:28 pm: "Dolores, quería saber cómo estabas."

04:11 pm: "Dolores, ¿estás enojada conmigo?"

05:01 pm: "Dolores, por favor, decíme que no habrá rencores entre nosotros. Aunque no me creas, para mí no fue una noche más."

06:09 pm: "Dolores, no puedo sacarte de mi cabeza. Y aunque suene trillado, no lo es. Me siento un idiota incluso escribiéndolo; me leo y me arrepiento de no haberte tratado mejor."

08:53 pm: "Dolores, me preocupa que no contestes... ¿pasó algo?"

Mi hermana, lejos de escribir, dejaba un mensaje de audio:

09:12 pm: ¿Dónde estás, nena? Me llamó Ignacio preguntándome por vos porque dice que no le respondés ni uno de sus mensajes. Traté de hacerme la boluda e ignorar que sabía que habían pasado la noche juntos, pero no es tarado. Le dije que habíamos hablado y que estabas un poco...triste ─reconoció con un tono contrariado. Deseé ahorcarla, pero no podía culparla, lo hacía de buena fe ─. Supongo que estará en camino a tu casa, si es que todavía no llegó. Después decime cómo te sentís. Te quiero Lolita y espero que las cosas mejoren...beso."

Dispuesta a envolverme en una frazada y pasar mi sábado por la noche en el sofá de mi casa, pochoclos en mano, quería deprimirme con alguna película romántica en la TV.

Peinándome con el paso de mis dedos por mi cabello, coloqué en el microondas unas empanadas de jamón y queso que hasta entonces, estaban frizadas. Rodeándome de almohadones, con la comida lista en un pequeño plato, crucé mis piernas y me dispuse a ver "Sweet November". Película triste y mata ilusión más grande del cine contemporáneo.

Sufriendo, sin probar bocado, cada escena parecía recordar mi vida. Aunque nada tuviera que ver con ella, por supuesto, la lamentación era una constante.

"¡Basta, Lola!¡No podés ser tan patética!"

Bajando del sofá limpié mis mocos, mis ojos lacrimosos e irritados y para cuando fui a buscar el control remoto para apagar el maldito televisor, el sonido del timbre me sobresaltó. Eran más de la diez de la noche, llovía a cántaros y no esperaba a nadie.

Por lo general, algunas personas tocaban pidiendo ropa o víveres, pero nunca a estas horas.

Con algo de resistencia, descolgué el tubo del portero eléctrico.

─ ¿Ho...hola? ─desconfiada, pregunté.

─ ¡Dolores!¡Por fin! ¿Me podés abrir por favor? ─una voz sombría y molesta, arrojaba como dueño a una sola persona: Ignacio. Se lo escuchaba irritado y con ganas de pelea.

─Ignacio... ¿qué hacés acá?

─Te mandé mensajes a tu teléfono y me preocupé porque no atendías ─su tono se entrecortó, evidentemente el viento frío no le era indiferente en la puerta y siendo muy cruel, continué sin abrirle.

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