18
Tomándome el tiempo necesario para pensar qué era lo que realmente quería en esta etapa de mi vida, decidí distanciarme de Dolores y también, de la madre de Paloma. Al menos por unos días.
Respondiendo escuetamente los mensajes de Griselda e interponiendo un pretexto a sus invitaciones a almorzar, no hacía más que comportarme como un ogro. Repartiendo mi tiempo entre el trabajo y salidas a la plaza o a jugar en el parque con mi hijo, las horas pasaban y mi cabeza lograba despejarse un poco más.
Esperando a Dany bajo el árbol de la entrada del jardín, turnándome con mi madre para traerlo del colegio, los días se sucedieron. Saludando a la maestra a lo lejos, siempre tan bella y con una sonrisa radiante, contenía mis ansias por acercarme y oler su perfume juvenil.
Tardando horas en dormir por la noche gracias a esa fijación en torno a esos ojos color azul cobalto, fue así como llegó el 9 de julio y esa fiesta patria nos encontró bajo un mismo techo y a mí en especial, buscándola con la mirada, aunque mi sentido común me indicase lo contrario.
Inquieto, echando por la borda el esfuerzo por quitarla de mi mente, no veía la hora de cruzar unas palabras. Topándome con Laura apenas entramos a la institución, un "Lola está con los chicos en el aula" fuera de contexto, pero necesario, apaciguó mi nerviosismo.
Asemejándome a un chico a punto de rendir un examen en la facultad, me sudaban las manos y me faltaba el aire, como cada vez que pensaba en esa maestra de susurrada vos, sonrisa cálida y carcajada recurrente.
Próximo a la puerta del aula de mi hijo, fui espectador del número musical de los más grandes del jardín, de las palabras correctas de Iris y el recitar de algunos pequeños.
Mordiéndome el labio, de soslayo no le perdía pisada a los movimientos de Dolores, quien no se quedaba quieta ni por un minuto, diluyéndose entre los padres y los niños.
─Jugátela de una vez. Me tenés podrida con esto de mirarla y no hacer nada ─mamá refunfuñó por lo bajo, dejándome en claro cuál era su postura en esta novela.
─ ¿Podés dejar de decirme qué hacer? Soy grande ya.
─Bueno, compórtate como uno entonces.
Otra vez regañándome como si tuviera la edad de Dany.
Para cuando concluí mi intercambio de palabras con mi madre, Dolores había acabado su travesía apostándose a mi lado.
─Me alegra verte ─le susurré al oído, acobardado por la muchedumbre y por mi poca hombría de la última vez que habíamos compartido situación.
─A mí también ─ella tragó guardando los modos. Sonreía de lado y continuaba saludando a quien se cruzaba por su camino.
─Quisiera que hablemos. Pero en otro lado...─insistí antes de que se escapara; había estado pensando en proponérselo por minutos. Aposté a su afirmación.
─Ahora no puedo.
─No ahora. Esta noche. ¿Puedo pasar por tu casa y te invito otro café? ─ella parecía no creerme. Pestañeando con desconcierto, aceptó y mi ansiedad, mermó.
Lamentablemente la directora requirió de su presencia; alejándose, se despidió agitando su mano mientras que el tumulto parecía absorberla en sus fauces.
──
Con Dany excitado por la futura salida al cine con Joaquín e Ian, se la pasaría hablando desde el momento en que salimos del colegio hasta que lo dejé en la puerta de la casa de los Dorfmann.
─Pasá un ratito ─me había dicho Joaquín pasadas las 5 de la tarde. Cortés, acepté a invitación.
Virginia estaba en la cocina, preparando unas magdalenas con distintas cremas de colores. Prolijos y coloridos, las colocaba en una fuente alargada con estampa de flores. Isabella estaba sentada en su alta sillita de comer, estampando sus manos en la banana recién pisada por su madre en tanto que Ian chocaba dos autos entre sí. Recién bañado, esperaba por mi hijo.
Saludándose amistosamente, los pequeños varones fueron hacia la habitación de Ian.
─Chau papi ─me dijo Dany antes de irse con su mochilita a cuestas, en la cual guardaba su pijama, su cepillo de dientes, una remera de mangas largas, un pantalón, un calzoncillo y un par de medias.
Acomodándome en la misma banqueta de la noche en que fui invitado a cenar, me mantuve en silencio hasta que Virginia rompió el silencio. Poniendo frente a mí su decorada preparación, me ofreció un café.
─A mí no me mientas...vos vas a salir con una chica ─sin un mínimo ápice de vergüenza me susurró. ¿Por qué a todas las mujeres les encantaba inmiscuirse en mi vida?
─ ¿Por qué?
─Porque estás más arreglado que de costumbre y si no dejaste a Dany con la mamá de Paloma es porque: a, vas a salir con ella o b: no querés que ella se entere que no es la protagonista de la noche ─fruncí en ceño, evaluando su sesuda teoría.
─ ¿Podés dejar de meterte en su intimidad, Virginia? No tiene por qué andar contando con quién sale y con quién no ─Joaquín se mostró serio, poniéndose de mi lado. Ella puso sus ojos en blanco; no se había salido con la suya.
─Perdoná, no pensé que te molestaría que sacara deducciones ─se disculpó la dueña de casa.
Sintiéndome culpable la tomé de la mano, gesto que su esposo siguió con recelo.
─No me incomoda, en absoluto. Sé que a las mujeres les gusta jugar de Cupido.
─Sos un joven apuesto, con un buen empleo y con un hijo divino. Buen candidato...me gustaría verte acompañado con alguien.
─No es mi prioridad estar en pareja.
─ ¿Lo decís por tu futuro viaje?
─Claro.
─ ¿Y para una aventurita?
─ ¡Virginiaaaaaaa! Sé finí ─Joaquín le besó la cabeza, ella elevó las palmas, rindiéndose.
─Yo tenía a una chica para presentarte ─como era lógico, no había concluido en su afán por emparejarme con alguien.
─ ¿Podés parar Virginia?¡Ignacio está por salir corriendo! Si lo tratás así no me va a pedir que cuide a su hijo nunca más ─bromeó su marido y a pesar de que en otra ocasión la situación podía molestarme, en ese momento me estaba divirtiendo.
─Dejála, Joaquín. ¿A quién tenés en mente? ─curioso, le pregunté.
─Si vas a hablar de Silvana, la mina de la otra cuadra ¡olvídalo! Es insoportable. Vive en el gimnasio y de lo único que habla es del chimentaje de la televisión y las revistas de gente ricachona ─ahora era Joaquín quien se sumaba al debate.
─No, no es Silvina. A él lo veo con otra clase de mujer.
─Ah, ¿sí? ─elevé las cejas ante el análisis.
─Exacto; una mujer dulce, sensible, cariñosa y a quien le agraden los niños ─mirándose las uñas, apoyó su trasero contra la mesada de la cocina.
Entrecerrando los ojos, su descripción me enlazaba un nombre: Dolores. Sin embargo, no podía asegurar que ella fuera su candidata ideal.
─ ¿Entonces...? ─pregunté con el objetivo de dar fin al enigma.
─Vos sabés de quién te hablo ─inclinándose sobre la barra en la cual yo estaba, apoyó los codos y clavó sus ojos turquesa en los míos intimidatoriamente.
─No, no sé ─haciéndome el distraído, sentencié. Ella dibujó una sonrisa maliciosa con los labios mientras que Joaquín permaneció de brazos cruzados, observándolo todo sin participar.
Los niños entraron a la cocina haciendo mucho bullicio, indicando indirectamente, que la conversación había llegado a su fin y mi estadía en la casa de los Dorfmann, también.
─Te acompaño ─el dueño de casa se ofreció a ir conmigo hacia la vereda, para cuando, aprovechando las primeras vetas violetas de la noche sobre el cielo, murmuró ─: Virginia puede ser muy insistente y hacerse la casamentera. En vos vio un muchacho con el que se siente cómoda y a veces, eso le da permiso para ser muy confianzuda.
─Joaquín, no hay problema, ya lo he dicho adentro: en cierto punto hasta me divierte que haga casting...pero sinceramente, no tengo la cabeza para estar con alguien ─girando sobre mis talones enfilé hacia la puerta delantera de mi automóvil sin imaginar la advertencia que él se tendría guardada:
─No juegues con Dolores, Ignacio. Ella es muy frágil. Y no lo digo porque sea su hermano sobreprotector, sino porque es así. Es vulnerable y confía en que todas las personas son buenas y merecen segundas oportunidades. No sé cuáles son tus intenciones con ella, pero cuidala. Y cuídate ─alejándose de mí con una inclinación de cabeza me dejó de piedra al lado de mi coche, en pleno dilema.
──
En la puerta del edificio en el cual vivía Dolores permanecí por más de diez minutos. Con mis nudillos duros por la presión sobre el volante, pensé en las palabras de Virginia y en su énfasis por conseguirme pareja. Con una no tan rápida deducción a juzgar por la hora, pensé en que Dolores le había ido con el cuento de mi invitación y, por consiguiente, Virginia a Joaquín.
Toda la familia Dorfmann parecía saber que había invitado a Dolores a beber un café, ¿o era una paranoia infundada de mi parte?
La sugerencia poco amistosa de Joaquín no hacía más que confirmarme que yo estaba en lo cierto con respecto a la sensibilidad de su hermana. Dañarla, sería propio de un hijo de puta.
¿Pero si realmente me animaba a "algo más"? ¿Si intentaba conocerla más en profundidad?
"Finlandia...tenés que volver a Finlandia", me dije mil y una veces. Sin embargo, un sentimiento difícil de explicar me tuvo presionando el timbre de su departamento, regresando al automóvil estacionado en doble fila y dándole un beso en la comisura de sus labios, brillosos y húmedos minutos más tarde, haciendo vibrar cada uno de mis centros nerviosos.
──
En la cafetería de la que era habitué, saludé a Naty y en un contacto nada planificado, puse mi mano sobre el fin de su espalda para ir rumbo a una de las mesas. Ella rigidizó su espina inconscientemente y yo, mis dedos.
Explicándole que este sitio me era familiar, comenzamos a hablar un poco más sobre mi inesperada paternidad:
─ ¿Tan difícil fue amoldarte a la idea de tener un hijo? ¿Nunca se te cruzó la idea de ser padre? ─se mostró intrigada, casi al borde de la preocupación.
─Al menos no del modo en que se dio. Fue todo muy extraño...siempre pensé en tener una familia junto a una persona amada, no a una mujer con la que me enredé un par de veces sin siquiera mediar sentimientos ─tragué con el recuerdo de Lolo fumando en la cama, la despedida dolorosa y sus llamados desesperados ─. Lorena era una piba...fácil...─y yo, muy difícil.
─Oh...
─Me es vergonzoso contarte esto, pero quiero que entiendas por qué no reaccioné de un modo tan concienzudo cuando nos conocimos.
─Yo no soy nadie para juzgar, mi prioridad es hacer feliz a los chicos.
─Sos un ángel ─expresé.
─Nah. Es lo que hacen las maestras jardineras ─sus manos llegaron a su falda, quitándose mérito.
─Daniel me cambió la vida. En todo sentido. Sin embargo, agradezco tener a mi madre ─reconocí.
─ ¿Cómo ha tomado ella el hecho de tener un nieto?
─Era lo que más deseaba en el mundo y aunque no fue muy convencional su llegada, no puso objeciones a armarle el dormitorio en el ambiente donde estaba el mío o incluso cuidarlo en ocasiones como esta.
─ ¿Ocasiones como esta?
─Si, cuando salgo.
─ ¿Sos de salir mucho? ─aleteó sus pestañas, las cuales más oscuras que de costumbre, enmarcaban sus preciosos ojos.
─No ─mi mirada no dejaba de recorrer sus rasgos, su piel lozana y perfecta. No existía manera en que me distrajera en otra cosa que no fuese ella y su modo de hablar, de gesticular, de comer...
No cabía posibilidad de no enamorarme esta noche.
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