13
Otro lunes nuevamente llegó y el hecho de haber compartido el fin de semana con mis dos sobrinos me permitió despejar la cabeza de ideas tontas e innecesarias. Tal como me lo había anunciado Ignacio, las invitaciones para el cumpleaños número 3 de Dany no se hicieron esperar.
Las tarjetas con diseño infantil cuyo motivo era "Avengers" fueron repartidas por el futuro cumpleañero, sumamente entusiasmado con el próximo evento.
─Esta es para ustedes ─dijo el pequeño entregándonos una a mí y otra a Laura.
Leyendo rápidamente, la cita se daba el día sábado a las 16 horas, en un salón no muy lejos del jardín. ¿Debía ir o solo agradecer con cordialidad la invitación? Al mediodía, momento de ver a Ignacio, lo decidiría. Maldije la histeria paterna.
─ ¿A vos también te pareció extraño que Paloma y Dany vinieran juntos el otro día? ─durante el recreo, Laura me susurró al oído.
─No reparé en ese detalle ─sostuve mirando al grupo de niños corretear entre los juegos y alertando a alguno que otro para que no se lastime.
─ ¿Por qué te empeñás en no confesarme que el papá de Dany te re gusta? No le voy a decir nada a mi marido, si eso es lo que tenés miedo.
─ ¿Miedo? Tobías me dejó plantada mil veces y me dijo que no tenía intenciones de nada formal. No pretendo enredarme con un adolescente tardío así que me da igual ─Laura largó una carcajada inesperada.
Dejando la charla en ese punto, fue al momento de salir que finalmente vi que Ignacio estaba esperando a su hijo. Ignorando que notaba su cercanía corrí la mirada, fingiendo tonta distracción. El corazón me latía como poseso, a punto de salírseme del tórax.
─Lola...─ me hice la sorda ante su voz baja pero firme ─, seño Lola...─con el niño a cuestas, Ignacio tocó mi hombro y subió el volumen. Aclaró su garganta reclamando atención.
─ ¿Si? ¡Ah, hola! ¿Cómo estás? ─disimulé mi enojo con una sonrisa más que ficticia.
─Mirá, no tuve la oportunidad de disculparme por lo del otro día. No pude llamarte, se hizo tarde y...
─No hay problema ─elevé mi palma, interrumpiendo sus excusas y actuando de un modo infantil ─, supuse que no era nada grave ni demasiado importante. Y, sobre todo, que Dany estaba bien ─besando la mejilla del rehén de esta puesta en escena tomé distancia sin efecto, ya que ambos me siguieron.
─Te juro que se me hizo cualquier hora y al otro día...
─Ignacio, no hace falta que me aclares nada. ¡No tenés por qué! ─giré, haciéndome la superada, lo dejé con la palabra en la boca y cual colegiala, me metí en el edificio para hacer de cuenta que nada había sucedido allá afuera.
──
Idiota. Chiquilina. Poco madura. Mil sinónimos para una misma conducta.
¿Por qué me comportaba así? ¿Tanto me afectaba su cercanía? Golpeé mis sienes con el canto de mis manos por lo mucho que me arrepentía de mostrarme tan vulnerable al punto de fingir quien no era.
Ignacio coqueteaba con Griselda, era un padre más del montón, entonces ¿por qué no podía extirparlo de mi cerebro?
Pensando en el modo de mostrarme como adulta, la única idea concebida como lógica fue la de aparecerme en el cumpleaños de Daniel, como si nada hubiera ocurrido.
Con la decisión implícita, lo hice no sin antes mirarme setenta veces frente al espejo. Usando a Ian como carnada llegamos al pelotero donde el festejo estaba ya iniciado.
De pie frente a lo que en apariencia exterior se asemejaba a un gran galpón, un cartel en la puerta con el nombre del homenajeado, nos daba la bienvenida. Inmediatamente, dos chicas vestidas con el uniforme del sitio (remera amarilla con el logo del salón y pantalones caqui a lo exploradoras) se apersonaron indicando dónde dejar los obsequios, el lugar para colgar los abrigos e invitándonos a unirnos a los presentes.
Un enorme cubo de colores, de seguro diseñado y hecho por Toscano padre, se ubicaba al ingresar al salón, siendo sitio perfecto para colocar la bolsa con el regalo. Avanzando, no pasaron mucho más que diez segundos antes de que Ian saliera disparado a jugar con sus compañeros y comenzar a transpirar.
─ ¡Seño Lola, viniste! ─la emoción de Dany al verme se vio reflejada en su rostro. Corriendo descalzo desde dentro del pelotero se me aferró a las piernas. Lucía hermoso con su remera de Batman y su pequeño trozo de tela negra adherida al cuello.
─Por supuesto que sí, ¿cuántos cumplís? ─de cuclillas, frente a él, le tomé la manito.
─Tres ─señaló correctamente, tal como habíamos practicado durante toda la semana. Luego me abrazó fuerte por el cuello ─. Papá está allá atrás ─ubicándolo visualmente al fondo del salón lo encontré apoyado contra una de las paredes, hablando con tres madres que cada vez se le acercaban más. Rolé los ojos.
Poniéndome de pie tras el alejamiento del niño me aproximé a la mesa más cercana, en la cual se encontraban dos parejas: los padres de Tamara Ptolomeo y Uriel Santisteban. Saludándome con simpatía me invitaron a tomar asiento junto a ellos cuando Ignacio se interpuso, dispuesto a saludarme.
─Hola Dolores. Me alegra...nos alegra verte ─limpió su garganta, corrigiéndose sobre la marcha. Sostenía un vaso alto de plástico con Coca con ambas manos.
─No podía faltar a su cumple. Es el más peque de la salita.
─Gracias. Él te adora.
─Todos adoran a su maestra jardinera ─me quité protagonismo en su vida.
Percibiendo la misma magia que cuando nos miramos en la sala de la casa de mis hermanos, quedamos unidos por un hilo imaginario sin importar los pensamientos de los espectadores cercanos. Sonriéndoles a los presentes, él caminó de lado hasta quedar detrás de unas figuras de cartón muy coloridas, lugar al cual llegué un segundo después.
─No soy un hombre de prometer cosas y no cumplirlas.
─Prometiste llamarme, no casarte conmigo ─mi lengua habló más rápido que mi cerebro.
Él sonrió mirando hacia el piso cuando de la nada, posó un beso en la comisura de mis labios, desafiando el público circundante. Su perfume varonil con dejo de cafeína invadió mis sentidos. Cerré los párpados, incorporándolo a mi nueva lista de cosas para no olvidar.
─Dejáme invitarte a tomar un café, solos ─masculló. Yo asentí temblando como una hoja ─. Te llamo. Pero esta vez nada me va a impedir que lo haga ─dejando su estela masculina en el aire, la voz de Griselda Ricci rompió el encantamiento:
─ ¡Señorita Lola! ¡Qué lindo verla! ─saludó con agrado. Lejos de sus conjuntos de gimnasia, un sweater liviano de hilo volcado hacia la izquierda dejaba su hombro opuesto a expensa de los breteles de su corpiño y una musculosa negra. Botas altas hasta debajo de la rodilla y jeans claros, la vestían con simpleza y elegancia. Todo parecía quedarle bien siempre.
─Gracias Griselda. ¿Cómo estás? ─ su cabello estaba impecable; suelto, era un manto brilloso envidiable.
─Bien, cuidando un poco a los chicos. Ignacio me pidió ayuda para organizar el cumple.
Pasando mi vista de un lado al otro, miré al padre del cumpleañero sin demostrar mi desilusión, pero sí cierta incomprensión.
¿Y si tal vez su llamado había sido para pedir socorro? No solo lo había prejuzgado sino, además, ignorado groseramente en la puerta del jardín.
─ ¡Papi, papi! ─Dany llegó corriendo ─. Lautaro me pegó ─chilló, con lágrimas en los ojos.
─Perdonen, pero tengo que ir a poner orden ─graciosamente Ignacio fue arrastrado por su hijo, dejándome con la siempre perfecta madre de Paloma.
─Ignacio no está muy ducho con el tema. Se nota que todavía se está adaptando a su viudez ─afirmó desconociendo la verdadera historia. Una cosquilla victoriosa se plantó en mitad de mi pecho; él sí se había abierto a mí. Sólo a mí.
─No veo a la abuela de Dany...qué raro ─miré hacia ambos lados, buscando a la mujer.
─La operaron de vesícula hace unos días. Él tuvo que estar junto a ella en la clínica y me pidió que busque a Dany para alcanzarlo al colegio, con tan mala suerte que cuando los llevaba se me pinchó el neumático ... ¡y en plena tormenta! ─todas las palabras de su relato comenzaron a encajar una tras otra.
Ni habían pasado la noche juntos, ni nada de lo que mi cabeza había fantaseado, ocurrió. Griselda solo parecía hacerle favores al papá soltero y más codiciado de todo el grupo de chicos y yo, la tonta y celosa maestra que no dejaba de pensar que Ignacio andaba de cama en cama.
Más tranquila a partir de entonces, todo pareció resbalarme. Sin establecer nuevo contacto con Ignacio, fotografías varias, cánticos de cumpleaños, la tradicional piñata y el corte de torta se sucedieron hasta llegar al final de la celebración en la cual cada niño fue recogido por sus padres.
─Ian, tenemos que irnos ─cerré la campera de mi sobrino, chivado hasta la médula, con los cachetes colorados y sin ganas de irse. Pataleó caprichosamente, negándose a ser abrigado ─. Tu mamá me mata si no te llevo a tiempo, es el cumple de tu padrino Diego y te tenés que bañar.
─No quiedo ir a la casa del godo ─frunció su ceño, molesto y haciendo puchero. Era terco como su padre.
─Plantéaselo a tu mamá, Ian. Yo no puedo hacer nada; me dio una orden y debo cumplirla ─le subí el cierre con dificultad. Me la hacía muy complicada.
No faltó mucho para que mini─Joaquín rompa en llanto al grito de "No me quiedo ir". Tardando quién sabía cuánto tiempo en la compleja tarea de hacer entrar en razones a mi sobrino, Ignacio se acercó junto a Dany. A unos metros, Griselda y Paloma miraban la escena del capricho con total quietud.
─No es nada. Ya se le pasará ─asumí dando el puntapié para que la "madre del año" y su hija con rostro de muñeca, se fueran. Capítulo aparte fue el beso cariñoso que ella estampó en la mejilla de Ignacio, quien se puso más que colorado.
Griselda le susurró algo al oído en tono íntimo y le limpió el pómulo con el pulgar, marcado por su lápiz labial rosado furioso. Evité los celos viendo cómo Ian y Dany continuaban correteando por el pelotero sin que yo pudiera agarrarlos.
─Tienen una energía envidiable ─sostuvo Ignacio, resignándose, despidiendo a madre e hija con un abrazo afectuoso a ambas.
─Virginia me va a matar ─mordí mi labio notando que Ian tenía todo el pelo mojado pegado en su frente y nuca. Si zafaba de un resfrío, era un milagro.
─¿Y si se queda en casa jugando con Dany? Dejá que llame a Virginia ─práctico, ya parecía ser un padre todo terreno.
Accediendo a su propuesta, se comunicó con mi hermana y gracias a sus modos suaves y buen talante, obtuvo un sí como respuesta. Sonriente, parecía tener éxito. ¿Ya le habrían ido con el chisme que ella era mi media hermana?
─Listo. Mañana lo llevo después del desayuno a su casa ─confirmó mis sospechas.
─ ¿En serio? ¿Aceptó?
─Si.
─Fue más fácil de lo que creí ─reconocí.
─Desestimaste mi poder de persuasión, solo eso.
─ ¿Y sos de insistir con todo? ─pregunté con impropio desenfado.
─Con lo que me interesa, por supuesto ─soltó entrando a un terreno más que escabroso. Quedando sin lugar a réplica, tragué duro para cuando su hijo me salvó del incendio.
─Papi, ¿Ian se puede quedar a dormir?
─Ya le pregunté a su mamá y me dijo que sí.
─ ¡Iupi! ─ambos chicos extendieron sus brazos al cielo y nuevamente, se echaron a correr lejos de nosotros.
Un minuto de silencio bastó para que su cabeza elaborara una propuesta inesperada.
─ ¿Querés venirte a cenar a casa? Sobró comida del cumple, mi vieja está operada de vesícula y su freezer es chico.
─Bueno, veo que al momento de convencer a alguien echás toda la carne al asador ─sonreí, bromista, a pesar de tener atragantado el hecho de haber visto su complicidad con Griselda.
─Te dije que cuando quiero algo, lo persigo hasta conseguirlo. No siempre me sale bien, cabe aclarar ─mostró sus palmas, tímido por sus declaraciones.
─Bueno...voy...a tu casa ─pestañeé sintiéndome una nena de la edad de su hijo.
──
Como era de imaginar, los chicos se quedaron dormidos apenas salimos del salón de fiestas. Hablando susurradamente, no queríamos despertarlos.
─Linda la mamá de Paloma, ¿no? ─miré hacia la ventanilla después de tirar la pregunta más absurda del mundo, exponiéndome absurdamente.
Lejos de amilanarse, Ignacio respondió sin evasivas.
─Sí, es una muy linda mujer. Me contó que tiene líos con el ex esposo por la custodia de las hijas.
─Algo de eso supe ─miré mis uñas.
─ ¿Qué me querés preguntar? Digo...lo de Gri fue un poco extraño─ la llamaba Gri. ¿Gri? ¡Gri! Evité vomitar.
Deteniendo la marcha frente a una casa de clase media acomodada cuya fachada estaba revestida en ladrillo visto y sus techos eran de teja pizarra color negra, la pregunta encontró una tonta respuesta:
─Nada.
─Dolores...somos grandes, ¿no? ─con la noche de invierno sobre nosotros, me dejó en ridículo.
─Sí, ¿y? Fue por... ¡curiosidad! ─no pasaría ningún detector de mentiras.
─Desde el otro día que me tratás raro. Dejando de lado que no cumplí con lo de llamarte, lo único que se me ocurrió fue que estuve muy cerca de Griselda y que bueno...no sé...quizás te molestaba.
─ ¿Molestarme? ¿Yo? ¿Por qué? ─soné histérica. Me había cazado al vuelo.
─...por nada...─sonrió, pícaro, sabiendo que otra vez, yo había mentido.
Guardando silencio, salí a poco de que Ignacio bajara de su coche sin reparar en que él, en lugar de retroceder hacia la ubicación en la que se encontraba su hijo, fue hacia la dirección opuesta, interceptándome. Arrinconándome contra el auto, cerró la puerta de mi lado con sigilo. No deseaba tener espectadores.
─Dejémonos de rodeos. No soy de esa clase de hombres ─susurró a poco de mi boca, con su aliento enredándose en la curvatura de mis labios.
─ ¿Qué querés decirme con eso?
─Que me gustás y mucho.
Tragué asimilando su confesión. Otra más.
─No quiero que tengamos problemas; mucho menos vos, en tu trabajo.
─Eso...es mi asunto ─apenas pude hablar, perdiéndome en sus rasgos apenas iluminados por la tenue luz del farol de la calle y el reflejo de la luna llena.
Ignacio rodeó mi rostro con ambas manos, sin los guantes que las protegían del frío, guardados en sus bolsillos y apenas apareciendo desde dentro de ellos. Acariciando mi cabello, poniéndolo de lado, su proximidad era tan riesgosa como deseable.
─Dolores, tal vez sea una estupidez grande como una casa, pero quiero besarte.
Cerrando los ojos, dejándome llevar por su voz susurrada y su perfume costoso, esperé por aquel beso que prometía algo más que un conflicto hormonal.
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