23: El hombre más feliz del mundo
Bufó, intentando cerrar la puerta pero el peligris se lo impidió. Desde hace dos días había estado llendo a verlo con un ramo de rosas en mano. A pesar de que no había querido aceptarlas el seguía insistiendo en que lo perdonara, debió haber ido a patinar cuando su hermano se lo ofreció hace unas horas, así no hubiera tenido que aguantarlo hoy nuevamente.
—¡Te dije qué me dejaras en paz! ¿Hasta cuando piensas seguir viniendo? —exclamó enojado.
—Hasta que me perdones, te lo dije ayer —dijo con calma, extendiendo el ramo de rosas al mayor—. ¿Me perdonas?
—¡No! ¡No quiero tus tontas rosas!
—Jin por favor —rogó acercándose más a él, obligándolo tomar las rosas.
—Primero deberías ir a disculparte con Jungkook —espetó tomando el ramo de mala manera—, luego de eso me lo pensaré.
—Jimin me dejó claro que no quería que me acercara a ellos —dijo con una mueca—, no quiero que vuelva a golpearme.
—Te lo tenías bien merecido —dijo alzando una ceja.
—Ya lo sé —murmuró bajo.
—Ya te dije mi condición —afirmó con seguridad—. Si Jungkook te perdona yo también lo haré.
Entró a la casa luego de que el menor se marchara, siendo observado por su madre, que observaba con una sonrisa ladina las rosas en su mano. Ella había visto a Namjoon llevarle flores desde el primer día, y al igual que con Jungkook, sus padres le dijeron que lo iban a apoyar en lo que decidiera; al final de cuentas ambos adoraban a Jimin, así que no les molestaba para nada que él también estuviera con un chico.
La mujer solía burlarse de él y decirle que ya aceptara al chico de una vez, por supuesto, que ella no tenía ni idea del porqué el mayor de sus hijos estaba molesto con él, porque si supiera que ese peligris lastimó a su pequeño ella sería la primera en cerrarle la puerta en la cara.
—¡No me mires así! —exclamó viendo a la mujer reír.
—Se nota que en verdad está arrepentido Jin, dale una oportunidad —alegó caminando hacia la cocina.
¿De qué oportunidad hablaba? Namjoon seguía enamorado de Jimin y él no quería ser solo su amigo. ¿En verdad debía darle una oportunidad?
—Espera un segundo, aún no está listo —dijo moviendo el sillón hacia una esquina.
Se puso ambas manos en la cintura mirando la sala del departamento, había despejado todo el lugar dejando un gran vacío en el centro y acomodó el caballete y las pinturas de Jungkook de forma que él pudiera estar cómodo.
—Todavía no entiendo porqué quieres pintarme —hizo un puchero sintiendo sus mejillas calentarse, estaba avergonzado.
—Dijiste que serías mi musa siempre que quisiera —dijo riendo la ver a su novio colorado.
—¡Eso fue cuando recién nos estábamos conociendo! ¿Cómo es qué aún lo recuerdas? —chilló tapando su rostro.
—Recuerdo cada cosa que tenga que ver contigo —acarició su cabello con suavidad—. ¿Por qué estás tan avergonzado? El Park Jimin que conocí era un coqueto sin remedio.
Jimin quitó las manos de su rostro dejando ver a Jungkook lo sonrojado que estaba, en serio que le daba mucha pena posar para él, pero si su apuesto novio se lo pedía con aquellos ojos de cervatillo no podía negarse.
—Bien —suspiró—. ¿Cómo me pongo?
—Solo busca una posición cómoda, no quiero que mi bichito se canse mucho —dejó un pequeño besito en los labios del contrario y se sentó frente al caballete. Jimin algo indeciso echó unos mechones de su cabello rubio hacia atrás mostrando parte de su frente, mirando directamente a Jungkook de forma sensual.
El pelirrojo se quedó mirándolo embobado por unos segundos, aún no se creía que alguien tan angelical y etéreo como Jimin fuera su novio. Con todo el orgullo del mundo podía decir que tenía el novio más apuesto del jodido planeta. Se encargó de plasmar en la pintura los rasgos finos de su rostro, su pequeña nariz, sus rosados y carnosos labios, y sus ojos, esos que parecían en aquel momento tener millones de estrellas atrapadas en su interior.
Jimin miraba a Jungkook pintar con concentración, mordiendo inconsciente su labios inferior, miraba una y otra vez hacia él para luego volver al lienzo y seguir en su trabajo. Le encantaba ver a Jungkook así de emocionado, pues aunque su rostro no expresaba mucho, sabía que estaba disfrutando aquello en demasía.
Bastaron un par de horas para que estuviera lista. Jungkook se separó un poco del lienzo observando su creación, asintió para sí mismo aprobando el resultado. Nunca sería capaz de captar toda la belleza de su novio en un papel, pero a su parecer había quedado bastante bien.
—¿Ya está lista? ¡Déjame verla! —dijo emocionado frunciendo el ceño cuando Jeon negó con la cabeza.
—No bichito, aún no es tiempo de que la veas —profirió tomando la pintura con cuidado y dejándola en el cuarto de invitados bajo la mirada ofendida del mayor.
—¿En serio no me dejaras verla? —cuestionó cruzándose de brazos.
—Nop —pasó dos dedos por la acuarela, embarrándolos de pintura y acercándose cautelosamente al rubio.
—No Jeon, no te atrevas —exclamó cuando se dió cuenta de las intenciones del más alto.
—¡No te enojes conmigo, Jiminie! —pasó sus dedos por la mejilla del más bajo pintándola de azul y amarillo.
Jimin abrió la boca indignado y fue hacia la acuarela pintando toda su mano de diversos colores, acercándose con una sonrisa maliciosa al pelirrojo, viéndolo negar con la cabeza intentando huir. Comenzaron a corretear por el departamento huyendo uno del otro ya que Jungkook había tomado la acuarela en su mano. Solo bastaron segundos para que Jimin, tropezara con sus propios pies y terminara cayendo al suelo, llevándose a Jungkook con él.
—¡Auch! Eso dolió —se quejó sintiendo un pequeño dolor en su espalda, pues Jungkook había caído encima de él.
—Eres un torpe —rió embarrando nuevamente el rostro del ojiazul, recibiendo también algo de pintura en su frente.
Ambos se quedaron mirando fijamente aún en el suelo para luego reír a caracajdas sin despegarse. Cuando dejaron de reír fue que se dieron cuenta de lo peligrosamente cerca que se encontraban.
—Eres tan hermoso —susurró Jungkook besando su mejilla y luego sus labios.
Acarició con suavidad sus mejillas, cabello, clavículas, adorando cada centímetro de aquella nívea y suave piel. Regó besos por todo su rostro bajando por su mandíbula hasta el cuello. Escucharlo suspirar y sentir sus manos acariciando su cabello rojo lo hacían sentir en el cielo, su toque era tan delicado y amoroso que su corazón se sentía cálido. Park Jimin era tan sutil cuando se trataba de él.
—Jungkook —sus ojos negros se clavaron en los azules del contrario, brillando con fuerza y sintiendo todo su amor desbordarse—, quiero hacerlo.
—¿Qué? ¿Tú...estás seguro?
—Lo estoy —afirmó asintiendo al mismo tiempo—. Yo...te amo tanto —acarició la mejilla del menor mirándolo fijamente.
—Yo también te amo, Jimin, muchísimo —se acercó depositando un dulce y apacible beso en los labios del mayor.
El rubio cruzó los brazos en su cuello profundizando el delicado roce de labios, necesitaba de Jungkook, quería que lo tocara, que besara cada parte de su piel con parsimonia y amor. Habían esperado tanto por ese momento que ahora no se creía que finalmente lo harían. Harían el amor.
Suspiró gustoso sintiendo los besos del más alto en su cuello, mordiendo y succionado con maestría, mientras sus grandes manos acariciaban con tanta dulzura su cintura por debajo de la camisa. Ordenó a Jungkook quitarse la camiseta, desesperándose cuando este se apartó unos segundos para cumplir con la orden. El torso del menor quedó a la vista y no pudo evitar morder su labio inferior. Llevó sus manos a sus brazos siguiendo el recorrido de las venas que se marcaban con claridad en la blanca piel del pelirrojo, manchando estos, y de igual forma su torso cuando sus manos llegaron allí, de restos de pintura que quedaban en sus manos.
El menor atacó sus labios nuevamente deshaciéndose con rapidez de su camisa y acariciando su abdomen, ambas lenguas se encontraron en una danza lujuriosa y adictiva, que solo los ponía a ambos más calientes de lo que estaban. La temperatura en el cuarto comenzó a ascender y la ropa cada vez era menos. Ambos solo en bóxers seguían besándose y acariciándose como si el mundo fuera a acabarse el día de mañana. El anhelo de entregarse al otro por fin se estaba haciendo realidad.
El roce de piel con piel se sentía exquisito, Jungkook apretaba con cuidado las caderas de Jimin, y Jimin acariciaba los mechones rojos de su cabello con devoción, la sutileza y el afecto con el que se trataban reflejaban de forma clara los sentimientos de ambos. Ellos se amaban y querían llegar más allá.
—Jungkook —se detuvo por un segundo—, tómate tu tiempo —sonrió mirándolo jadeante y con las mejillas rojas—. No pienses solo en mí placer.
—Pero...
—Yo lo estoy disfrutando solo porque eres tú, vamos con calma sí —puso uno de los mechones de cabello detrás de su oreja ya que tapaba aquellos ojos negros que parecían contener miles de galaxias en ellos.
—Bien —asintió pensando en que esa era una de las cosas que más adoraba de su novio. Siempre pendiente de él y de su bienestar.
Continuaron besándose mientras las últimas prendas desaparecían. Jungkook esa noche se dio cuenta de que Jimin gimiendo su nombre era la cosa más sensual que escucharía alguna vez, besó cada lunar de su hermosa piel con adoración mientras embestía lento y profundo, ahogando los gemidos del mayor en sus labios.
Ambos allí, en el suelo de su departamento, llenos de pintura, se entregaron por completo al otro, amándose en cada roce y beso que se daban. Sintiéndose un poquito más unidos ahora que finalmente conocían el cuerpo contrario por completo, sintiéndose volar cuando la cúspide del placer arrasó en sus cuerpos, prometiéndose amor eterno y sincero.
—¿Te gustó? —preguntó algo inseguro, sintiendo como los dedos del contrario delineaban los tatuajes en su brazo y una mano acariciaba su cabello.
Ambos seguían tirados en el suelo, Jungkook con la mejilla apoyada en el pecho del mayor, sintiendo como los latidos de su corazón comenzaban a regularse mientras pasaban los minutos.
—¿En serio lo preguntas? —cuestionó con una pequeña sonrisa—. Me parece obvia la respuesta, pero si para ti no está claro...déjame decirte que me encantó.
—A mí también —dijo haciendo círculos con sus dedos sobre el pecho del rubio, algo somnoliento—. Canta un poco para mí —pidió cerrando los ojos.
Terminó durmiéndose entre las caricias y la suave voz del mayor entonando una hermosa canción de amor, dejándose arrastrar por Morfeo, sintiendo que esa noche él había sido por unos minutos, el hombre más feliz del mundo.
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