Regla 8: Escóndete bien.
Habían pasado dos días desde mi discusión con Maia, dos días en los que había intentado pedirle perdón de diferentes formas posibles y ninguna me había resultado. Mi hermana siempre se terminaba escabullendo para evitar mirarme a la cara y hablar conmigo.
Hasta ese día Kaleb había desistido de llamarme, pero ahora había pasado a enviarme mensajes de textos y correos. Su acoso me parecía surrealista. Apartando los pensamientos sobre mi ex jefe, me levanté de la silla de mi escritorio y miré los boletos de avión que descansaban encima del escritorio. Solo esperaba que mi hermana me perdonara con un viaje a Mount Desert Island.
Salí deprisa de la habitación en cuanto sostuve los boletos entre mis manos temblorosas. Entré en el dormitorio de mi hermana e interrumpí su rutina de yoga. Esta me miró con cara de cabreada pero no dijo ni una palabra. Inspiré con fuerzas varias veces y traté de calmar la ansiedad que estaba comenzando a sentir. Cuando estuve segura de estar lo más calmada posible, hablé.
—Perdóname, por favor. Me he estado comiendo la cabeza todo el día buscando la manera para pedirte perdón. Me he pasado un montón diciendo cosas que en verdad no siento ni creo, estaba furiosa y la pagué contigo. Nunca volveré a permitir que mi rabia nuble mi razón cuando se trata de ti, porque eres la mejor hermana que alguien puede desear —solté mi discurso de disculpa casi sin respirar y con la vista baja. Deseaba desaparecer y esconderme en cualquier otro lado.
Maia suspiró y asintió con la cabeza, luego se acercó a mí para abrazarme y yo hice lo mismo.
—Te perdono, hermanita, pero solo porque le he enviado el regalo a tu jefe —comentó dándome palmaditas en la espalda.
Me separé de ella con brusquedad.
— ¿Qué has hecho qué? —indagué confusa, rezando para que lo dijera solo para tomarme el pelo.
—Le he enviado la carta y tus bragas a tu jefe, por correo —susurró sonriendo.
No podía estar hablando en serio. Era demasiado temprano para escuchar esa mierda. Joder con Maia.
Tomé aire por la boca y suspiré resignada. Le sonreí a mi hermana y le mostré los boletos de viaje. No valía la pena volver a pelear con ella, Kaleb Lyon no merecía tanta atención.
—Prepara tu maleta, nos vamos a Mount Desert Island —dije un poco entusiasmada. Deseaba ver a mis padres, pero también sabía al escrutinio psicológico que me sometería mi madre con respecto a Kaleb, porque a estas alturas, ya debían estar enterados.
Sus ojitos castaños brillaron con intensidad.
— ¿De verdad? ¿Nos vamos a ver a mamá y papá? —preguntó ella con ilusión.
Asentí.
—Ambas necesitamos un cambio de aires, y la isla nos hará bien. Necesito desahogar mis penas con la abuela —reconocí. La abuela siempre había sido mi psicóloga personal, era una de las pocas personas que entendían mis emociones y sentimientos con solo mirarme unos segundos.
—Por supuesto —respondió ella, sacando su maleta del interior del closet.
El timbre de la puerta resonó en el salón, haciendo que pegara un respingo. Maia me miró y sonrió, dejó su maleta vacía encima de la cama y corrió por el pasillo dispuesta a abrir la puerta principal.
—Buenos días, Maia, ¿dónde está? —escuché la voz de mi ex jefe, y mi primer instinto fue correr a esconderme detrás de la puerta del baño e intentar por todos los medios no hacer un solo ruido.
—No se encuentra, ha salido esta mañana a correr, pero puede que haya escapado de la ciudad. No lo sé con certeza —mi hermana sonaba tan convincente, aunque con ese halo divertido que la caracterizaba.
—Sé que mientes, Maia.
—No lo hago, la conozco mejor que tú y se de primera mano que es capaz de huir de la ciudad.
—No la conoces mejor que yo, créeme. —Me lo imaginé poniendo los ojos en blanco —. Dime dónde está de una maldita vez.
—En alguna parte de este apartamento —dejó que pasara la muy cabrona.
—Bien, entonces tendré que jugar al gato y al ratón con Venus, perfecto —asomé mi cabeza por la puerta del baño y lo vi suspirar mientras se encaminaba hacia mi habitación. Frío, jefe.
—Yo tu comenzaría por otro lado —susurró Maia sonriendo. Me dieron ganas de gritarle que cerrara la boca.
— ¡Vamos, Venus, deja de jugar con mi inteligencia! ¡Sal de una maldita vez y resolvamos esto como dos adultos civilizados! —exclamó en algún punto del pasillo que separaba mi habitación de la de Maia y el baño.
— ¡Está claro que yo soy la adulta! —no me contuve más y acabé gritando.
«Mierda, destapé mi tapadera»
De repente, la puerta del baño se abrió y sus ojos se encontraron con los míos. Kaleb sonrió y yo negué con la cabeza con los brazos cruzados por encima de mi pecho.
—Está bien, tú eres la adulta —dijo sonriendo —. Ahora sal del baño para que podamos hablar.
Me encogí de hombros y salí del baño resignada a escucharlo. Caminé hacia el salón con cara de pocos amigos y me detuve justo frente al televisor, Kaleb tomó asiento en el sofá y me miró.
—Bueno, tú dirás —murmuré de mala gana, sin atreverme a mirarlo a la cara.
—Siéntate, por favor —me pidió, palmeando el sofá a su lado.
—No, gracias.
Sentía la tensión que mi cuerpo había acumulado durante esos días sin verlo. Las manos me sudaban y los latidos del corazón se acentuaron mucho más. O hablaba pronto, o tendría un infarto muy pronto.
—Bien. Como desees. Primero que nada necesito que me expliques con lujo de detalles, lo que significa esta carta y estas bragas —agitó ambas cosas delante de mi nariz sin apartar sus ojos de mí.
Me volví a encoger de hombros, restándole importancia al tema.
—Unas simples bragas sucias y una carta cutre que Maia se ha empeñado en escribir. Está claro, creo yo —recorrí la habitación con la mirada en busca de mi hermana, esa traidora que no había dudado ni un segundo en abrirle la puerta de casa al enemigo. Me la encontré sonriendo justo detrás de Kaleb, de pie.
—No ha sido tan cutre, eh —comentó mi hermana en su defensa. La miré con recelos y esta levantó las manos en señal de rendición.
—No me convence tu explicación, pero lo dejaré pasar porque las bragas me han gustado mucho. Hasta duermo con ellas —no se reía, joder no se reía. Lo estaba diciendo en serio —. El punto importante es… ¿por qué llevas tantos días evitándome? Debemos hablar sobre nuestros sentimientos.
Negué con la cabeza.
—Las bragas no son mías, son de la señora del cuarto piso, mi hermana se las robó del tendedero —le respondí con descaro.
Kaleb sonrió con suficiencia.
—Si son tuyas, no soy idiota, sé exactamente la marca de ropa interior que siempre usas —se puso de pie de repente, quedando a escasos centímetros de mí —. Háblame de tus sentimientos, Venus.
De repente, y como por arte de magia, la canción Perfect de Ed Sheeran comenzó a sonar en el interior de mi habitación. Me había olvidado de apagar el cronómetro de mi lista de reproducción.
«Puto Ed Sheeran»
Kaleb pareció notarlo, porque enseguida sonrió y me miró fijamente.
—Uy, jefe, la cosa pinta mal para ti. Mi hermana solo programa su lista de reproducción de Ed Sheeran cuando está extremadamente triste. Y antes ha dicho que necesitaba desahogar las penas con la abuela —susurró mi hermana haciéndose la listilla. La miré por encima del hombro de Kaleb y le enseñé el dedo corazón.
—Estoy muy feliz, no hay nada de tristeza en mi vida —declaré, mintiendo con descaro.
— ¿Eso es cierto? ¿Estás triste? —preguntó mi ex jefe sin dejar de mirarme.
— ¿Acaso no la ve? Está tristísima —volvió a meterse mi hermana.
—Maia —la regañé —. He dicho que estoy feliz.
—Dime tus sentimientos, Venus —insistió él, y yo estaba a punto de quebrarme.
—Te adora, jefe —interrumpió mi hermana por enésima vez, y Kaleb terminó de perder la paciencia con ella. Se giró y la miró con fastidio, para luego hablarle con determinación.
—Maia, tu hermana es capaz de hablar por si sola. Largo del salón —le dijo con dureza. Vi la silueta de mi hermana perderse y dejarnos solos.
«Gracias a Dios»
—Eso es mentira, eh, no te adoro, te odio —me justifiqué enseguida.
—Dime tus putos sentimientos, Venus. Estoy comenzando a perder la paciencia contigo —hizo un gesto de fastidio.
Suspiré.
—No siento nada por ti, solo estaba confundida. — Enuncié con convicción, aunque mi corazón por dentro lloraba.
Kaleb me miró con el ceño fruncido.
— ¿Confundida? No lo creo, Venus.
No dejó que explicara nada más, acarició mis labios con uno de sus dedos y luego me estrechó contra él, besándome con ansias, como si llevara mucho tiempo esperando ese momento.
—Debes aprender a mentir mucho mejor, Venus.
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