Regla 6: Atrápalo y no lo dejes hablar.
Me había sentado a esperar con paciencia la llegada de Kaleb al local de Santos Street. Lo vi aparecer vistiendo una camiseta azul que se adaptaba a sus músculos a todos los lugares adecuados de su anatomía y unos pantalones negros deportivos que dejaban muy poco a la imaginación femenina.
«Céntrate, Venus» me regañé mentalmente.
Me puse de pie y esperé a que se acercara a mí lo suficiente para hacerlo entrar al local.
— ¿Qué hacemos aquí, Venus? —preguntó al acercarse, impaciente.
—Entra y pronto lo descubrirás, jefe —la forma en la que la palabra “jefe” salió de mi boca no le pasó por alto, porque al instante sonrió.
— ¿Prometes que no voy a morir? Últimamente te siento más rencorosa conmigo que de costumbre.
—Para nada, al menos no de la manera en que piensas —sonreí con delicadeza para otorgarle confianza, y, aun así, no se atrevía a entrar.
En mis manos, escondidas detrás de mi espalda, sostenía el pañuelo que utilizaría para amordazarlo y no dejarlo hablar.
—Solo espero que sepas lo que estás haciendo, no quiero pensar que me has hecho venir para perder el tiempo —puso los ojos en blanco y lo dejé pasar al interior del local.
Negué con la cabeza y caminé varios pasos detrás de él, para luego girarme y cerrar la puerta con llave, sonriendo en el proceso como una lunática. Tal vez mi hermana tenía razón y era una obsesiva y una loca.
— ¿Dónde está el millonario excéntrico? —me preguntó mientras observaba el interior del sitio con curiosidad.
Yo me encogí de hombros sonriendo, pero claro, él se encontraba de espaldas, por lo que no me observaba.
—Siéntate, Kaleb, pronto llegará —mentí descaradamente, algo que tenía por costumbre en los últimos meses.
Mi jefe tomó asiento en una de las sillas que adornaban la estancia, permitiéndome alejarme de él un poco para poner en marcha mi plan romántico. Aproveché que prestaba atención a otro lado y me escabullí de su presencia, dándome tiempo a tomar la cuerda y comenzar a atar sus manos mientras le susurraba al oído que no hablara, cosa que Kaleb ignoró por completo.
— ¿Qué haces, Venus? ¿Me estás secuestrando? Mira que sabía que tarde o temprano acabarías intentando matarme. William me lo advirtió, que tu odio hacia mi crecía cada día más, pero esto… esto es ilógico —canturreó sin parar, haciendo que me alterara y le gritara.
— ¡¿Quieres callarte de una vez?! ¡No sabes seguir instrucciones!
— ¿Cómo quieres que me calle si estás secuestrándome? Eso es como pedirle a la embarazada que no grite en el salón de parto.
Me causó gracia su comparación, pero aguanté la carcajada. Agarré el pañuelo y se lo coloqué en la boca a modo de mordaza, a ver si asi se callaba de una vez por todas. Lo más curioso de todo, era que Kaleb no intentó defenderse en ningún momento, algo sospechoso en él.
—Bien, ahora me vas a escuchar con atención —susurré contra su rostro, a lo que él respondió asintiendo. Se veía adorable a mi merced, justo como siempre lo había deseado.
Tomé otra de las sillas y la coloqué frente a él. Lo miré a los ojos con intensidad para ver si asi mi mirada delataba mis intenciones, pero de verdad que los tíos eran lerdos.
—Primero que nada, todo esto es porque soy demasiado miedica para decirte las cosas que pienso en la cara. Segundo, me gustas, mucho, pero también te odio con la misma intensidad, algo ilógico —ya no podía parar de hablar —. Tercero, en todos estos años te he pedido el despido porque me negaba a verte en brazos de todas esas modelos que acostumbras a visitar.
Kaleb solo se mantenía quieto, con la mirada entornada hacia mí y escuchando con atención mi ridícula confesión.
—Y cuarto, eres un maldito jefe cabrón, pero me gusta pensar que en el fondo lo haces para que no me vaya de tu lado. Y ahora te soltaré porque ya he dicho todo lo que quería confesarte, solo espero que no me denuncies.
Acto seguido le quité el pañuelo de su boca, pero sin desatar sus manos, permitiendo que hablara o me daría un infarto allí mismo. Kaleb me miró, para luego soltar una carcajada tan sonora que hasta las paredes del local retumbaron. Lo observé con extrañeza y un poco dolida por su burla hacia mis sentimientos.
¿Pero qué mierda?
— ¿Estás mal de la jodida cabeza, Venus? —me preguntó riéndose sin poder parar.
Lo miré confundida, fulminándolo.
—No, no lo estoy. Por favor, dame una respuesta o puede que tengas que cargar con una muerta —bajé la voz, como si eso impidiera que hiciera todavía más el ridículo.
— ¿Qué te dé una respuesta? ¿Estás de broma? Me secuestras, me atas, me amordazas… ¿todo eso para decirme que te gusto?
Jadeé de sorpresa ante su ataque de sinceridad.
—No es una broma, es la verdad —hice una mueca de exasperación —. Pero entiendo lo que dices —me puse de pie lista para salir huyendo del bochorno —. No hace falta que me des una respuesta, ya lo tengo.
Lo observé de reojo levantar una ceja. Me dirigí hacia la puerta de salida cargando conmigo la poca dignidad que me quedaba y el corazón hecho trizas. Por supuesto que ni me inmuté en desatarlo, se lo tenía merecido por ser un capullo integral. Justo antes de cerrar la puerta del local, la voz de Kaleb se filtró por un rincón.
— ¡Venus, no puedes dejarme asi! —gritó, pero por supuesto que no lo hice el mínimo caso.
A la salida del local tiré el pañuelo al suelo y comencé a caminar hacia la parada de taxis más cercana. Necesitaba con urgencia un hombro al que echarme a llorar, y mi hermana Maia era la indicada, aunque no sabía si después de haberle gritado que era una hermana menor nefasta, querría consolarme.
Llegué a nuestro departamento casi dos horas después de haber dejado a Kaleb atado en aquel local. Me arrepentía muchísimo de haber realizado todo aquel circo, con la fácil que hubiera sido confesarle todo y listo. Soy tonta de verdad. Entré en la estancia y me encontré a Maia saltando en el sofá como niña pequeña mientras en la tele anunciaban un nuevo capítulo de Stranger Things. Cuando percibió que no estaba de humor para sus tonterías, se bajó del sofá de un salto y corrió a abrazarme. Solo en ese momento me permití llorar.
— ¿Qué ha pasado, hermanita? —indagó Maia llevándome al sofá y acurrucándose a mi lado.
—Ha sido… horroroso —declaré muy dolida y angustiada mientras sostenía mi corazón en un puño.
—Al menos te habrá besado, ¿no?
—Joder, no. Me ha rechazado, y duele, ¿sabes?
Mi hermana sonrió abrazándome.
—Bueno, al menos ya sabe que te gusta. Ahora toca pasar página y buscarte un nuevo crush, de todas formas él nunca pierde el tiempo y de seguro ya tiene con quien desfogarse.
—Ahora entiendo lo que dice mamá sobre que no eres buena dando consuelo —sonreí a la vez que secaba mis lágrimas.
Maia se puso de pie y fue hasta el frigorífico, extrajo de su interior una cerveza y me la pasó. Di varios sorbos para luego dejarla encima de la mesa del café.
— ¿Qué harás ahora? Será incómodo para ambos trabajar juntos —era una pregunta importante, pero yo ya tenía clara la respuesta.
—No iré nunca más —solté sin dudarlo negando con la cabeza.
Tomé mi móvil prepago y lo apagué, tirándole contra el piso poniéndole fin a toda esa payasada de secuestrar a mi crush. Después agarré el mío personal y le eché una ojeada rápida al Instagram de Kaleb, no había nada nuevo, a excepción de una publicación en el que lo habían etiquetado. En ella aparecía una chica rubia, alta y de curvas sinuosas, justo como le gustaban a él, y por supuesto, el susodicho abrazándola por la cintura de manera posesiva mientras ambos sonreían a la cámara. Una punzada de celos invadió mi cuerpo, pero la ignoré, dejando a un lado el móvil para apagarlo por completo y olvidarme que Kaleb Lyon existía.
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