Regla 4: Aparta a posibles testigos.
Habían pasado cuatro horas desde que interrumpí la escapada romántica de mi jefe. Llamé a su puerta para cerciorarme de que ya hubiera llegado, y sí, me lo encontré revisando unos papeles detrás de su escritorio. Kaleb había decidido a última hora que el lugar indicado para celebrar su estúpida fiesta de empresa lo elegiría él, cosa de la que me encargaba yo cada año. Asi que ni idea tenía del lugar escogido por el capullo.
— ¿Sí, Venus? —apartó los papeles a un lado de su escritorio solo para centrar su profunda mirada en mí. No era costumbre tutearnos, pero debí reconocer que mi nombre en sus labios suena tentador.
—Vengo a informarle que me ausentaré por unas horas, necesito asistir a dos citas —le dije. No era mentira, solo que omití la parte interesante: citas de trabajo.
— ¿Continúas con eso de encontrar pareja antes de la fiesta de empresa? —pregunta riéndose.
— ¡No! solo son… citas, pero no románticas —me sentía escandalizada por su pregunta. Esa época ya la pasé.
—Está bien, Venus.
Asentí y salí de su oficina más que dispuesta a romper esas dos entrevistas de trabajo.
Quince minutos después, me encontraba entrando en el increíble vestíbulo del hotel The Strip Hotels. Había logrado superar la ronda de entrevistas grupales y en ese momento me dirigía hacia la última prueba, la entrevista con el mismísimo dueño del hotel. Tomé el ascensor hasta la planta diez, lista para terminar mi contrato con Kaleb Lyon y comenzar mi carrera en otro sitio.
— ¿Señorita Campbell? —me saludó la recepcionista en cuanto salí del ascensor.
—Sí.
—Perfecto, el señor la espera en su oficina.
Me indicó donde se encontraba la oficina del dueño. Caminé por el largo pasillo de suelo de mármol gris y me topé con la puerta de la oficina que buscaba. Llamé a la puerta y un “adelante” me indicó que era bienvenida a entrar. Justo en el medio de la oficina, detrás de un enorme escritorio antiguo, se encontraba el dueño del hotel.
— ¡Bienvenida, señorita Campbell! —el señor Lee se levantó y me tendió la mano.
—Muchas gracias, señor Lee —le estreché la mano y tomé asiento frente a él.
—Debo serle totalmente franco, señorita. Tiene un currículum impresionante, digno de una grandiosa trabajadora, pero me temo que no puedo contratarla. No es por mí, es por su actual jefe.
¿Qué? ¿Qué tenía que ver Kaleb en todo esto?
—No lo estoy entiendo, señor Lee.
Él suspiró.
—Su jefe, el señor Lyon, nos ha prohibido terminantemente contratarla, y nos ha amenazado con retirar su capital si lo hacemos. Usted es su mano derecha, la persona de la que siempre habla, de la que siempre presume, y yo no pienso ir en su contra. Lo siento, señorita Campbell.
—Entiendo, tiene miedo, pero no se preocupe, el señor Lyon es inofensivo —rebatí, tratando de hacer a ese cincuentón cambiar de opinión.
—No cuando se trata de usted, de su “Venus”.
¿Qué? ¿Su Venus? ¿Qué quería decir con eso?
La mandíbula se me desencajo tanto que casi llegó al suelo.
Me levanté y abandoné la oficina llevándome conmigo toda mi dignidad y odiando un poco más a Kaleb Lyon. Al salir del hotel The Strip, recibí un mensaje de texto del capullo egocéntrico que tenía por jefe.
León explotador y sexy: Te sugiero que dejes las putas entrevistas a mis espaldas. Me siento traicionado. Ya he cancelado por ti el resto. Me parece una falta de respeto garrafal de tu parte, Venus Campbell. Nos vemos en la empresa, cuando termines de jugar a las “citas”.
Media hora después ya entraba por las puertas de Fours Lyons, pero aún no me sentía preparada para enfrentarme al León. Entré a mi oficina tratando que nadie me encontrara, pero me llevé una gran sorpresa cuando me encuentro a William Blake sentado en mi escritorio mientras sostenía dos enormes ramos de rosas rojas.
— ¿Qué hace, señor Blake? —indagué con el ceño fruncido.
William Blake se levantó de mi silla y dejó ambos ramos encima del escritorio, para luego acercarse a mí de forma peligrosa. Era guapo, sí, pero para nada mi tipo.
—Son para ti, Venus. Debo confesarte que me he quedado prendado de ti desde aquella vez que te desnudaste para mí —confesó sin preámbulos. Abrí mis ojos sin control ante sus palabras y di varios pasos hacia atrás.
—Señor Blake, yo… yo no estoy interesada en usted, eso fue una terrible confusión —expliqué a la par que huía de él.
William Blake sonríe, restándole importancia a mis palabras.
—No lo creo, Venus. Puedes decirme tus sentimientos sin miedo, te aseguro que siento lo mismo por ti —insistía, acercándose a mi poco a poco.
Mi cuerpo terminó apoyado a la puerta de mi oficina mientras el socio de mi jefe me acorralaba entre ella y su figura. Suspiré y recé una plegaria para que esto se detuviera. Justo en ese momento alguien empujó mi puerta haciendo que me alejara de ella. La imponente personalidad de mi jefe entró en mi oficina, logrando que su socio se detuviera. La mirada de Kaleb nos miraba a uno y luego al otro, buscando algún indicio de una relación personal.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Kaleb con voz ronca.
—Nada, señor Lyon, ha sido una equivocación, ¿verdad, señor Blake? —me apresuré a responder.
El señor Blake dio dos pasos hacia Kaleb y lo miró fijamente.
—No, no ha sido una equivocación. Quiero a Venus, me gusta, y ni tú ni nadie nos impedirán estar juntos —alegó William Blake como si nada, logrando que los ojos de mi jefe se dirigieran hacia mí y su mirada se oscureciera mucho más. Lo observé apretar los puños a sus costados.
— ¿Venus? —inquiere Kaleb, en espera de mi respuesta. Aunque me encontraba en shock, pude reaccionar a tiempo para explicarle.
—Es mentira. Solo lo dice porque está confundido.
—William, siempre te he considerado mi amigo, pero veo que nunca lo has sido. Te recuerdo que eres mi socio, y que esta empresa tiene un política de no confraternización entre empleados.
—Soy tu socio comercial, Kaleb, no un estúpido que come, vive y respira trabajo. No soy como tú —hizo un gesto de exasperación.
—Sí que lo eres, no intentes negarlo. Además, William, ¿qué idiota le regala flores a una mujer que es alérgica a ellas? —rebatió, poniéndome incómoda ante el hecho que él conociera ese dato.
William se gira hacia mí.
— ¿Eres alérgica a las flores? —me pregunta.
Me limité a asentir.
—Menudo idiota estás hecho, William. Antes de cortejar a una mujer, asegúrate de saber lo mínimo de ella. En cuanto a Venus —se giró para mirarme —, es imposible que ella llegue a sentir algo por ti.
— ¿Por qué? —pregunta William.
Mi jefe sonríe antes de contestar con insolencia.
—Porque no le van los tipos como tú, William.
Llegados a este punto de la conversación, decidí meterme.
—El señor Lyon tiene razón, no me gustas, y nunca me gustarás —zanjé el asunto, logrando que William Blake saliera dolido de mi oficina ante nuestras atentas miradas.
Si quería que mi plan de secuestrar al jefe saliera bien, no podía tener a ningún testigo cerca. Kaleb sonrió satisfecho mientras veía a su socio salir corriendo de allí.
— ¿Por qué no me despides, Kaleb? Siempre me ha quedado esa duda. —Le pregunté de repente, tomándolo por sorpresa.
—Eso nunca pasará, Venus.
—Pero por qué, dame una razón —insistí.
Me miró de arriba abajo, deteniendo su mirada en mis muslos.
—Porque soy demasiado egoísta para compartirte con alguien más —confesó a bocajarro.
— ¿Qué? —Estaba segura que no lo había escuchado bien.
—Me has oído bien —contestó, inclinándose hacia mí —. No quiero que seas de nadie más.
Justo en el instante en el que iba a besarme, la puerta de mi oficina se vuelve a abrir y William Blake asomó su cabeza.
—Venus, insisto, somos tal para cual —habló William.
Puse los ojos en blanco.
— ¿Sabes qué, William? La secretaria de Kaleb está loquita por ti, estoy segura que dará saltitos de alegría si le regalas a ella todas estas flores —mentí descaradamente, pero haría cualquier cosa para sacármelo de encima.
Kaleb rió por mi mentira y William salió corriendo, volviendo a cerrar la puerta de mi oficina. La mirada de mi jefe egocéntrico se centró en mí, en el mismo punto en el que lo habíamos dejado. De un momento a otro, sus labios se apoderaron de los míos. Abrí los ojos de par en par deseando alejarme y marcar distancia, pero es que eso era justamente lo que deseaba, lo que siempre había deseado. Envolví su cuello con las manos cuando su beso se profundizó, y él me agarró de la cintura, estrechándome contra su cuerpo.
—Mierda… —susurró con voz ronca contra mis labios, deslizando su mano por mi muslo derecho.
El sonido de unos cuantos pasos acercándose nos indicó que parásemos. Kaleb se aparta de mí, dejándome aturdida y casi sin aliento. Me adelanté a salir de mi oficina, no sin antes dedicarlo una última mirada.
—Esto no ha sucedido nunca, señor Lyon —le dije, alejándome de él por el resto del día.
En un momento determinado respiré el aire fresco de los exteriores de la empresa, muy lejos de la presencia de mi jefe. Tomé mi móvil en mis manos y marqué con desespero el número de mi padre, él siempre sabía alegrarme con solo uno de sus chistes verdes.
—Hola, papá —murmuré entre dientes, temerosa de su nivel de enfado por el simple hecho de no aparecer por casa en casi tres años.
—Hola, pequeña odiosa, pensaba que ya no teníamos hija mayor —su apodo de años no me fue indiferente. Era su manera peculiar de llamarme, o lo que a Ian Campbell le gustaba más llamarlo: una combinación de sus dos palabras favoritas, diosa y odiar.
—Deja el drama, papá, hablo todos los días con ustedes —suspiré con alegría.
—Bueno, y que sentimiento nefasto ha llevado a mi pequeña arpía a llamar a su viejo —hizo una breve pausa —. Déjame adivinar, tu jefe explotador y sexy.
Podía escuchar los murmullos y la risita de mi madre al otro lado de la línea.
—Papá, deja de llamarlo sexy, eso suena raro de tu boca —lo reprendí sonriendo —, además, Kaleb ha dejado de quitarme el sueño hace mucho.
¡Mentirosa!
Las carcajadas de mis padres resonaron por el altavoz del móvil, logrando que lo apartara un poco de mi oído.
—Vamos, pequeña arpía, todos en la familia sabemos que eso no es asi.
—Vale, no me he explicado bien, vuelvo a intentarlo. Kaleb ha dejado de quitarme el sueño hace mucho, pero solo porque ahora está a punto de quitarme la vida en general.
— ¿Has pensado en su reacción cuando le cuentes tus sentimientos? —esa vez era la voz de mi madre.
—No, pero supongo que se asombrará y puede, que me denuncie por acoso. Pero tranquilos, tengo todo preparado para que eso no suceda —expliqué a mis padres mi perverso plan para secuestrar a mi crush como si se tratara de un proyecto de la escuela.
—Y mientras lo maldices una y otra vez y procuras acosarlo hasta cuando bebe café —no era una pregunta.
—Exacto, mamá. Soy y siempre seré, su mayor grano en el culo.
Colgué la llamada justo en el momento en el que entraba por la puerta de la recepción de la empresa. Maia me sonrió pero siguió en lo suyo como si nada. Decidí tomarme el resto del día libre y putear un poco más a mi jefe.
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