Regla 3: Síguele la pista.
Dos días después de la pequeña discusión con mi jefe, lo había citado en mi oficina para que firmara varios contratos que beneficiarían a Fours Lyons. Miraba a Maia por encima del hombro mientras esta negaba con la cabeza.
— ¿Estás segura que no lo has visto en todo el día? —le pregunté a la susodicha, mientras me desabrochaba el cinturón del vestido —. Creo haberlo visto esta mañana.
—Pues pide cita con el oculista, porque Kaleb se ha ido a unos cayos en compañía de una despampanante morena que, si yo fuera bisexual también me la tiraría —me respondió sonriendo.
Fruncí el ceño. ¿En qué momento le había perdido la pista a mi jefe? Claro, por eso no había llegado esa mañana a nuestra reunión de negocios. Cabrón traicionero. Pero eso no se quedaría asi, por supuesto que no. Si Kaleb pensaba que por ser el jefe, podría salirse con la suya, estaba muy equivocado. Averiguaría en que cayo se encontraba y me aparecería ante él dispuesta a arruinarle su improvisada escapada romántica.
Por un breve lapsus de tiempo sonreí de forma maléfica, captando la atención de mi hermana, algo sobrenatural tratándose de Maia.
— ¿Por qué sonríes así? Pareces la bruja de la sirenita Ariel cuando le arrebata su voz.
Puse los ojos en blanco y mi rostro pasó a una expresión seria.
—Déjate de infantilismos, Maia. Necesito averiguar en qué cayo se encuentra Kaleb. Si yo no preciso de vacaciones, él tampoco lo hará.
Mi hermana se bajó de mi escritorio y caminó hacia la puerta de mi oficina, no sin antes darse la vuelta y dedicarme una de sus miradas perspicaces.
—Eso es fácil, hermanita —colocó su mano en el pomo de la puerta —. Está en Hawái, en el hotel Flor de Loto, suite 231.
Abrí mis ojos de par en par al ver que mi hermana había sido mucho más lista que yo. Orgullosa de ella, me acerqué y la abracé.
—Haz estado haciendo la tarea, me alegro por ti, hermanita —le susurré al oído.
Maia sonrió y enroscó sus brazos a mí alrededor.
—Ya sabes que soy experta en acoso al jefe.
Mi hermana salió de la oficina dejándome sola, lista para reservar un vuelo en primera clase para Hawái y romperle los planes a mi odioso jefe.
Dos horas después…
Hawái, Hotel Flor de Loto.
Conocía la rutina de Kaleb al pie de la letra. Sé que en ese momento se encontraría recostado en una tumbona al sol, mientras trabajaba en su portátil, porque, aunque quisiera parecer un tipo normal, todos sabíamos que era un adicto al trabajo.
—Estoy segura que sabe que, tarde o temprano, me apareceré frente a él —dije en voz alta mientras sonreía y colocaba mi pequeña maleta de mano en el suelo de madera de la recepción del hotel.
Enseguida un botones se acercó.
—Bienvenida, señorita, ¿necesita ayuda? —indagó de forma cordial, con su perfecto traje rojo y blanco ajustado a su figura.
—Sí, necesito una habitación por una sola noche — manifesté, utilizando la misma cordialidad que él.
El chico arrugó sus ojos y negó con su cabeza.
—Lo siento, señorita, pero debido al huracán categoría cinco que se acerca, el hotel está lleno — confesó con desazón, sintiendo compasión de una desconocida que, todo parecía indicar, debía pasar la noche en una banca bajo semejante huracán.
—Perdona, ¿qué acaba de decir? —Los ojos se me abren como platos —. Había jurado que la temporada ciclónica de Hawái había pasado.
—No, recién entramos en ella. Elena es el primer huracán de esta temporada. Dentro de poco comenzarán a cancelar vuelos y a cerrar las costas —explicó el chico.
Llevé mi mano a la cabeza y cerré mis ojos para tranquilizarme y no entrar en pánico. Maldito Kaleb y la despampanante morena. Ya podían haberse escapado a otro lugar menos peligroso.
«Ya podrías tú tener un poco de dignidad» me habló una vocecita en mi interior. Por supuesto que la ignoré.
El botones se alejó de mí, dejándome en una encrucijada total. ¿Dónde demonios pasaría la noche? Como si fuera la luz al final del túnel, divisé la silueta de Kaleb a lo lejos. Iba de la mano de una morena con curvas muy sugerentes. La vibración de mi móvil hizo que lo perdiera de vista. Frustrada por la intromisión, lo saqué de mi maleta de mano y leí el correo electrónico que me había llegado.
[email protected]: Señorita Campbell, debo darle la mala noticia que me encuentro muy enfermo. El médico me ha dicho que era algo contagioso, por lo que decidí tomarme un descanso. Estaré en cama hasta que me encuentre mejor. Le adjunté un informe médico para que vea que no miento. Un cordial saludo, su jefe.
Kaleb Lyons, Presidente General de Fours Lyons Entrepises.
¡Será cabrón y mentiroso!
Abrí el archivo adjunto que mencionó y me encontré un informe médico perfectamente fraudulento. Seguro sobornó al médico que lo realizó. Impulsada por la rabia, tomé mi maleta de mala gana y me encaminé hacia donde había divisado su silueta, pero antes debía congeniar un plan. Agarré el móvil y le envié un mensaje de texto para comprobar hasta dónde llegaría con su mentira.
Yo: He leído su correo electrónico. ¿De verdad ha contraído una enfermedad?
León explotador y sexy: Sí. No sabes lo caliente que tengo el cuerpo de la fiebre tan alta.
¡Mentira! Tendrá el cuerpo caliente, pero por la cercanía de esa morena.
Yo: Ya veo. Que se recupere pronto, jefe.
León explotador y sexy: Gracias por su interés en mi salud, señorita Campbell. No me extrañe.
¡Capullo egocéntrico!
Guardé mi móvil y le hice una seña al botones de antes para que se acercara. Cuando este lo hizo sonriendo, decidí que mi plan comenzaría en ese justo momento. Kaleb Lyons tenía las horas de vacaciones contadas.
—Necesito papel y bolígrafo urgente —le pedí con prisas. El chico asintió y corrió detrás del mostrador de recepción, para luego regresar con lo que lo había pedido.
Comencé a escribir apoyada en mi maleta. Cuando terminé, le entregué el bolígrafo al chico y doblé la hoja de papel como si fuera una carta. El chico me miró extrañado, pero esperó con paciencia a que le indicara que hacer a continuación.
—Entréguele este mensaje al señor Kaleb Lyon, es urgente, por favor —le pedí.
El botones lo tomó, pero negó con la cabeza.
—Por motivos de seguridad me es imposible entregar nada si no conozco su remitente.
Puse los ojos en blanco.
—Bien, lo describiré entonces. Es un tipo sexy, musculoso, de cabello negro despeinado, es egocéntrico a más no dar. Sus ojos son oscuros como la noche, pero penetrantes. Y tiene la sonrisa más cabrona del mundo. Lleva un traje gris a medida, cosa extraña si te hospedas en un hotel de lujo en Hawái y se supone que estás de vacaciones, pero en ese hombre nada es casualidad. Y, conociéndolo como lo conozco, lleva un portátil en la mano y siempre tiene mala leche.
— ¿Usted es su esposa? —indagó el chico, sorprendido por la descripción que le acababa de ofrecer.
— ¡No, por Dios! Soy su asesora financiera.
—Está bien, señorita, le entregaré su mensaje.
El botones se encaminó hacia la zona de piscina para entregarle el papelito a Kaleb. Por un momento sonreí y afilé mis dientes mentalmente. Caminé detrás del chico y me escondí detrás de una columna, dispuesta a escuchar toda la charla y a ver la cara de pasmado de mi jefe. El mismo se veía relajado en su tumbona, la misma relajación que el capullo me había negado en los últimos tres años. El botones s ele acerca por detrás y lo analiza, seguro tratando de averiguar si mi descripción encaja con él.
— ¿Señor Lyon? —inquirió mirándola con los ojos entornados —. Tiene un mensaje urgente para usted.
—No le hagas caso, amor, estamos de vacaciones —le sonríe la morena mientras le arrebataba el portátil de las pierna.
—Es urgente, de su asesora financiera.
— ¿De quién? —la voz de Kaleb se quebró y terminó escupiendo el trago que acababa de darse.
—No me ha dicho su nombre, señor, pero es su asesora financiera —. El botones le ofreció el papelito y Kaleb lo observó con recelo.
Mi jefe meneó su cabeza en negativa a la par que mantenía la mano del botones suspendida en el aire aún con el papel entre ellas.
—Siento decirle que no tengo asesora financiera. Debe de ser un error —replicó el capullo. Apreté mis puños para contener las ganas de salir de mi escondite y estrangularlo con mis propias manos.
—No lo es, señor. Lo ha descrito exactamente igual.
Kaleb se levantó con curiosidad y sonrió.
— ¿En serio? ¿Y cómo me ha descrito? Debe ser una acosadora.
Observaba todo con atención desde la columna. El botones abrió el papelito y comenzó a leer, no sin antes indicarle las palabras textuales que había utilizado para describirlo.
—Cito sus palabras… «Es un tipo sexy, musculoso, de cabello negro despeinado, es egocéntrico a más no dar. Sus ojos son oscuros como la noche, pero penetrantes. Y tiene la sonrisa más cabrona del mundo. Lleva un traje gris a medida, cosa extraña si te hospedas en un hotel de lujo en Hawái y se supone que estás de vacaciones, pero en ese hombre nada es casualidad. Y, conociéndolo como lo conozco, lleva un portátil en la mano y siempre tiene mala leche»
Kaleb negó con la cabeza al tiempo que se reía.
—No llevo portátil.
«Payaso»
—Se lo ha quitado la señorita justo hace unos minutos —contraatacó el botones.
—Vale, deme ese puto papel —le arrebató el papelito de las manos y comenzó a leerlo.
Ni siquiera intentó disimular, cuando el botones se alejó de ellos dos, Kaleb hizo añicos el papelito y continuó recostado en su tumbona como si nada.
—Tu asesora financiera parece maja, ¿es guapa? —preguntó la morena a su lado.
—Muchísimo, pero es insoportable.
¡¿Me ha llamado insoportable?!
Salí de mi escondite dispuesta a encararlo y aclararle quien de los dos es el insoportable. Llegué hasta él y aclaré mi garganta justo en el momento en el que se colocaba sus lentes de sol.
—Ya veo lo caliente que tiene el cuerpo. ¿Está disfrutando de sus vacaciones no planificadas, señor irresponsable?
Lo observé tomar aliento, se giró para encontrarse cara a cara con su mayor grano en el culo. Sus ojos oscuros están fijos en los míos, y su sonrisa sarcástica se hacía mucha más grande.
— ¿Y bien, señor Lyon?
Tragó saliva.
— ¿Cómo sabías que estaba aquí? — curioseó pasmado.
—No eres muy bueno mintiendo, jefe. Toda la empresa sabía que estaba en Hawái.
—Vaya, me temo que tendré que despedir a la empresa entera por destapar mi mentira.
Me acerqué a él y lo miré con los ojos entrecerrados. La morena que antes estaba a su lado, salió corriendo a la mínima oportunidad.
—Sabe que eso no será posible. Usted y yo sabemos que no es capaz de despedir ni a una mosca. Y si tan drástico quiere ser, ¿por qué no me despide? —aproveché la oportunidad para solicitar mi despido por… ya había perdido la cuenta.
—No lo veo claro, Venus.
Él sonríe y acorta la distancia entre ambos.
—Tiene dos horas para volver a Manhattan, señor Lyon. —Miré mi reloj y tomé mi maleta para luego salir pitando de su presencia.
— ¿O si no qué? —rebatió él, tratando de sacarme de mis casillas.
Giré mi cuerpo para enfrentarlo, justo como él deseaba.
—No le quedará más remedio que firmar mi dimisión.
Silencio. Nos miramos uno al otro en una lucha de voluntades. Hasta que me alejé de él.
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