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Regla 1: Selecciona la víctima correcta.

935 días
19.125 horas
1.072.100 minutos
82.090.000 segundos

Casi una vida enamorada del mismo idiota.

No veo las santas horas de confesarle mis sentimientos a mi jefe y por fin, poder ver su cara de asombro cuando lo haga. Será un momento épico, puedo sentirlo. El sonido de la alarma interrumpió mis pensamientos, le dediqué una mirada de reproche al despertador y de un solo manotazo la apagué. No había nada peor para mí que levantarme temprano un viernes, y mucho menos sabiendo que tendré que ver a mi jefe con otras mujeres por el resto del mes.

Kaleb Lyon, mejor conocido en la industria hotelera como El León. El que le puso ese mote no fue alguien muy inteligente. Un empresario capaz de ponerte en tu sitio con una sola mirada desdeñosa. Desde que comencé a trabajar para él, no había un solo día en el que no presentara mi renuncia, pero todos mis intentos los ha rechazado.

«Maldito hombre con complejo de Dios del olimpo»

Suspirando con resignación, salí de la cama y me metí en el baño para darme una ducha fría, a ver si así mis sentimientos desaparecían de una vez. En cuanto salí, me apliqué una fina capa de maquillaje y me puse uno de mis vestidos preferidos, de color rojo brillante, con unos tacones negro a juego con el bolso. Dudé por unos segundos si estaba demasiado arreglada para ir a trabajar, pero todo era poco si se trataba de lograr que Kaleb se fijara en mí. Cogí el teléfono y vi un montón de mensajes mañaneros de mi hermana y mi madre.

Mamá: ¡Buenos días, hija!

Maia: ¡Buenos días, hermanita!, tu chofer lleva una hora tocando el claxon en mi ventana, ¿podrías darte prisa y bajar de una buena vez? Necesito dormir.

Maia: Por cierto, ¿tu jefe sabe que hoy será secuestrado? 😂

Puse los ojos en blanco por su último mensaje y salí corriendo para su habitación. Entré en ella como alma que lleva el diablo y me la encontré enredada en varias capas de colchas de colores. Me acerqué a mi hermana y la zarandeé para despertarla.

—Levanta tu culo, tú también tienes que ir a trabajar, ¿o se te olvida que eres mi secretaria? —inquiero de forma graciosa. Mi hermana siempre ha sido un incordio en lo referente al trabajo, pero que le voy a hacer, es mi sangre.

Arrugó su entrecejo y restregó sus ojos, la observé bostezar y levantarse de forma perezosa, sin ganas. Conociendo a Maia, nunca tenía ganas de trabajar.

—Dios, debería ser un delito trabajar para el león. Que pereza —se quejó sentada en una esquina de la cama con los pies colgando.

—En realidad trabajas para mí, no para él —le aclaré con una sonrisa de suficiencia en los labios. Maia me miró seria, pero no habló.

—Deberías confesarle tus sentimientos, tal vez asi sea más amable y deje de tener un palo metido en el culo todo el tiempo —propuso, poniéndose de pie y entrando al baño.

Reí por su solución. Sí, técnicamente, sería mucho más fácil decirle la verdad así, a bocajarro, pero soy una Campbell, llevábamos la complicación en las venas. El señor Lyon, uno de los hombres más irritantes y obtusos para los que había trabajado, era todo un atractivo enigma que te incitaba a descifrarlo aunque sea a trompones. Siempre estaba trabajando, y cuando no, se dedicaba el día entero a atosigar a sus trabajadores, en las que siempre estaba incluida yo de primera. Era uno de esos “hombres” (nótese la ironía), que siempre llevaba un traje de diseño y un reloj de oro de más de dos mil dólares, todo eso para que a nadie le quedaran dudas de su riqueza. Para mi desgracia, también era uno de esos hombres que conseguían excitarme a pesar de ser un cabrón las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.

Durante los últimos casi tres años había pasado más tiempo con él que con mi propia familia. Era la segunda persona a la que veía todas las mañanas y la última con la que hablaba por las noches. Sí, ni mi hermana ni yo teníamos días libres a la semana. Las ventajas de trabajar para Kaleb Lyon, el león de Manhattan. Siempre había estado a su lado, incluso cuando ni yo misma lo soportaba. Kaleb tenía la capacidad de volverme loca de excitación y de ganas de matarlo a partes iguales, ni más ni menos. El único beneficio que sacaba de trabajar para él era material, porque sí, mi sueldo era más que generoso. A eso había que sumarle una oficina con vistas a Central Park, un chofer privado para mi hermana y para mí, acceso a todas sus tarjetas de créditos cuando me diera la gana y un bonito apartamento en el centro de Manhattan.

Maia y yo salíamos de nuestro apartamento en quince minutos. En el camino repasé la lista de pendientes para hoy en la agenda del señor Lyon, en la que ya se encontraba incluida una pequeña “reunión” con su principal asesora financiera, o sea, yo. En realidad, se trataba de una trampa para secuestrarlo y confesarle por fin, mis sentimientos, pero claro, él no estaba enterado de eso.

Marqué el número de la secretaria del señor Lyon y esta contestó a los pocos segundos.

—Oficina del señor Lyon, le atiende Greta Simmons, ¿en qué le puedo ayudar?

—Greta, soy Venus, la llamo para informarle sus primeras tareas en el día de hoy.

—Encantada, señorita Venus.

—La primera y más importante, evite darle café a su jefe tan temprano en la mañana, lo pone de muy mal humor. Lo segundo, aliste la sala de conferencias para las nueve de la mañana, y lo tercero, comuníquese con la oficina del sheriff de Manhattan, dígales que Kaleb Lyon quiere hacer una denuncia por acoso a una ex trabajadora de la empresa —concluí con sorna. Estaba cansada de arreglar las cosas que el propio jefe rompía.

— ¿Se trata de Margaret? ¿La ex becaria de William Blake? —preguntó la secretaria muy interesada en el tema.

—Sí, la misma. A Kaleb no le hizo mucha gracia que coqueteara con él.

—Copiado, señorita Campbell —dijo esta con entusiasmo.

—Gracias. Hasta luego, Greta, y trate de no cruzarse mucho con el jefe, ya sabe el mal humor que se carga por la mañana —le advertí por su propia seguridad.

Corté la llama y coloqué mi brazalete Smart Watch en mi muñeca derecha. Subimos al coche Maia y yo y el chofer nos sonríe con amabilidad.

—Buenos días, señoritas Campbell —el chofer, Leo, nos miró por el espejo retrovisor.

—Buenos días, Leo —le correspondió mi hermana, yo preferí quedarme callada. De solo pensar que en unos pocos minutos tendría delante de mí la impertinente presencia de Kaleb el buen humor se me esfumaba.

Leo incorporó el auto a la carretera y llegamos a la sede de la empresa alrededor de las ocho de la mañana, lo que me dejaba media hora libre antes de que llegara el señor Lyon.

Coloqué los documentos de la mañana encima de su escritorio, escondí todas las tazas y sobres de café y pedí a uno de los becarios que se encargara de destruir algunos informes de ventas de hace años. Mientras revisaba la gaveta de su escritorio en busca de algo comprometedor que me sirviera para, finalmente, chantajearlo a cambio de mi renuncia, mi teléfono vibró en mi bolsillo.

Maia: El león ha llegado.

Puse los ojos en blanco. Organicé la gaveta y arreglé mi ropa para que no sospechara nada cuando entrara. Tomé mi teléfono y comencé a teclear un mensaje de respuesta a mi hermana.

Yo: A penas entre en su oficina llama a su línea personal e indícale la reunión conmigo. Procura que todo salga bien, Maia.

Maia: Claro, hermanita, confía en mí.

Salí de su oficina justo en el momento en que Kaleb entraba en ella. Me dedicó una mirada sexy con sus profundos ojos negros y el traje de tres piezas que llevaba gritaba a los cuatro vientos: «Sí, soy nuevo» Todas las mujeres que pasaban por su lado volteaban a mirarlo, lo que hacía que se dibujara una sonrisa arrogante de sus labios.

—Buenos días, señor Lyon —lo saludé.

— ¿Hay algún motivo por el que esté aquí parada y no haciendo su trabajo, señorita Campbell? —masculló irritante, como siempre.

—Por supuesto que lo hay. —Le enseñé mi Smart Watch donde tenía nuestra “reunión” planeada —. Lo espero abajo, señor Lyon, es un tema muy importante.

Comencé a caminar lejos de él, pero Kaleb fue mucho más rápido y detuvo mi paso tomándome del brazo.

— ¿No será para volver a presentar su renuncia? —preguntó, mordiéndose el labio inferior.

Negué con la cabeza a la par que sonreía.

—No, señor Lyon, para nada.

Me alejé de él, dejándolo medio confuso allí parado. Corrí por los pasillos de la empresa y bajé hacia el primer piso, donde se encontraba mi hermana. Me la encontré charlando muy animada con un chico mientras ella le preparaba una taza de café.

—Maia, ¿hiciste lo que te pedí? — averigüé con impaciencia.

Mi hermana me dedicó una sonrisa ladina y asintió con la cabeza, prestándole toda su atención al chico frente a ella e ignorándome a mí por completo.   

—Tu hermana es un explotadora —susurró entre dientes el chico, pero lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo. Mi hermana sonrío y me miró.

— ¿Verdad que sí? Pensaba que yo era la única que me daba cuenta —fingió hacerse la victima dejándome a mí como la mala de la historia. No sabía quién es el chico, pero lo averiguaría y me aseguraría de que fuera castigado por ser tan impertinente.

Los di por incorregibles a ambos y caminé hacia el sótano de la empresa, el mismo que servía de almacén, donde se guardaban todos los documentos de finanzas y contratos. Días atrás entre mi hermana y yo habíamos preparado todo para el gran día. En el medio del almacén se encontraba una silla en donde se sentaría mi jefe y yo lo ataría con la cuerda que había comprado dos semanas atrás. Procuré esconderme detrás de unos archivos y esperar con paciencia a que Kaleb apareciera.

Media hora después, los pasos de unos zapatos me indicaron que alguien se acercaba al lugar. Mi nerviosismo aumentó y las manos me temblaban. En la puerta de entrada al almacén había dejado una nota indicándole que se sentara en la silla. La persona que entró siguió mis instrucciones al pie de la letra y así lo hizo. Me había asegurado de apagar todas las luces para que el momento fuera épico, había llegado la hora de confesarle mis sentimientos a mi jefe. Cuando vi que una figura masculina tomaba asiento, salí de mi escondite con la cuerda entre mis manos y comencé a atarlo a la silla.

—Shh, no digas ni una sola palabra —le susurré al oído a mi jefe al ver que comenzaba a defenderse.

Deslicé mis ávidas manos por sus hombros y algo raro capta mi atención. Mi jefe gimió y susurró entre dientes algo que no alcancé a oír, pero que hizo que espabilara y me diera prisa con mi confesión. Me alejé un poco de él y desabrocho el cierre de mi vestido, dejando que este caiga por mi cuerpo en forma de cascada. Todo eso ante la atenta mirada de mi jefe. Dejé mi cuerpo expuesto casi por completo, solo mantuve mi sujetador y mis bragas, el resto había desaparecido, incluidos mis tacones. Aunque no podía ver bien la expresión de Kaleb, eso cambiaría muy pronto. Caminé de forma sensual, contoneando mis caderas para provocarlo, hasta el interruptor donde se encendía la luz, de un suave manotazo lo presioné y mi boca se abrió de par en par cuando me giré para finalmente, confesar mis sentimientos.

Ante mí, con los ojos como platos, se encontraba William Blake, el socio y mano derecha de mi jefe.

—Vaya, señorita Campbell, no me imaginaba que tuviera un lado sadomasoquista. Si quería desnudarse para mí, solo tenía que decirlo, no era necesario secuestrarme —sonrío y devoró mi desnudes con descaro. Lo fulminé con la mirada y corrí hacia mi ropa para vestirme con rapidez, cosa que no logré realizar con éxito porque había olvidado donde demonios había tirado el vestido y los tacones.

Avergonzada y sonrojada a partes iguales, traté de salir corriendo por la puerta y dejar al amigo del jefe allí, amarrado, pero mis pasos fueron interrumpidos por la presencia de Kaleb frente a mí.

—Yo… yo…

Ni siquiera podía emitir palabra alguna. La vergüenza no me lo permitía.

«Dios mío, mátame de una vez»

De forma instintiva, Kaleb me miraba con un destello de ¿deseo?, no, era imposible, también se mordía el labio inferior y sonreía divertido por mi escena vergonzosa. Mis mejillas ardían y me encontraba en una encrucijada. ¿Y ahora qué haría? ¿Qué escusa le decía?

— ¡Kaleb, tío, te dije que Venus estaba enamoradísima de mí! —gritaba su socio desde su posición sumisa en la silla mientras le sonreía a su amigo con suficiencia, como si fuera un concurso de meadas.

Kaleb solo lo fulminó con la mirada y me tomó del brazo. Ya no sonreía, ahora su expresión era seria.

—Señorita Campbell, ¿qué significa todo esto? ¿Se está follando a mi socio? —dijo mientras me llevaba consigo arriba, a su oficina.

Quería gritarle que estaba desnuda, que no podía dejar que toda la empresa me viera en pelotas con él de la mano, pero el nivel de torpeza que sentía no me dejaba decir nada. Solo me limité a retirar mi mano de su agarre y a negar con mi cabeza. Kaleb pareció entender mi gesto, porque comenzó a alejarse de mí poco a poco, subiendo las escaleras hacia su oficina.

—La quiero en mi oficina en cinco minutos, señorita Campbell —era una orden, y cuando el León daba una orden, nadie se atrevía a desobedecerla, incluida yo.

Tenía cinco minutos para encontrar mi ropa, desatar al socio de Kaleb y matar a mi hermana por haber permitido semejante confusión.

Cuando logré encontrar mi ropa, saqué mi teléfono y le envié un mensaje de texto rápido a mi hermana, para que tuviera tiempo de correr si sus pies se lo permitían.

Yo: Solo tenías una misión, Maia, y la arruinaste. Voy a por ti y no seré nada gentil contigo, maldita.

No hubo respuesta, aunque tampoco la esperaba. Con determinación, y echando a un lado mi vergüenza, subí las escaleras hasta la recepción, donde estaba segura que se encontraría mi hermana querida, la cual pronto sería un bonito y joven cadáver.

«Maldita Maia y todo su bajo nivel intelectual»

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