Tomar tu mano y entrelazar nuestros dedos

No sé qué fue lo que pasó esa tarde de enero, solo sé que ahora, estando en abril, aún continuábamos yendo a casa juntos como habíamos comenzado a hacer desde hace tres meses.

Fue solo una invitación trivial de mi parte, ya que ese día se hacía de noche muy rápido. Después de mi pregunta, que fingiste no escuchar, permanecimos callados, solo mirando fijamente al sol ocultarse tras el horizonte y ser reemplazado por la brillante luna.

Envueltos en el mismo silencio salimos, y tras saltar una de las bardas sin que el guardia nos viese, caminamos a casa.

Volviendo al ahora, mientras caminamos hombro con hombro, casi tan juntos que soy capaz de sentir el calor emanar de tu cuerpo, me siento tan desesperado.

Nunca contestaste a mi pregunta, lo que probablemente quería decir una sola cosas: que el hecho de que fueses gay no garantizaba que gustases de mí.

No sabía qué pasaba por esa entrañable mente tuya pero la mía era un completo lío de intereses.

Por un lado, quería hablar siempre contigo, verte reír y ser el causante de tus alegrías. Abrazarte y acariciar tu pelo, presionar nuestros labios juntos y fundirlos en un anhelado beso.

Por el otro lado, solo deseaba verte a mi lado en el salón cada mañana. Escuchar tu voz y contar cada pequeña arruga que las comisuras de tus labios formasen al reír.

Sí, así de intenso era lo que sentía por ti. Pero, ¿y tú?¿qué es lo que tú sentías por mí?

Estando a tu lado, permaneciendo tan cerca uno del otro, me tomó cada gota de autocontrol para no eliminar los escasos milímetros que nos separaban y entrelazar mis dedos con los tuyos. Entonces, acariciar el interior de tus palmas con mis yemas mientras nos sujetamos con fuerza.

Las ganas eran incontenibles. En verdad insoportables.

Mis manos picaban y hormigueaban deliciosamente por entrar en contacto con las tuyas.

Pero por una novena ocasión, no hice algo que moría por hacer.