Estirar mi mano y comprobar si tu cabello es tan suave como parece

Estábamos recostados en el fresco piso de madera que había en tu casa. Era una suerte que nos hubiera tocado hacer el aburrido proyecto de historia juntos, aunque a decir verdad, yo ya había venido a esta casa con anterioridad más veces de las que podía recordar.

Tu madre nos había preparado una deliciosa limonada con hielo, pero se había tenido que disculpar para ir a su trabajo. Tu padre también había venido por la mañana, sin embargo, se había marchado tan rápido como llegó.

Sí, Kyung. Tus padres estaban demasiado ocupados trabajando, para darte lo mejor, que no notaron tu sufrimiento.

Y sí, Kyung. Yo también estaba tan abrumado por los sentimientos que acababa de descubrir que tenía por ti como para prestar atención a tu cuerpo marchito.

Tú seguías luciendo tan hermoso para mí aún y cuando la piel blanca bajo el grueso suéter tenía varios hematomas que yo nunca vi.

El sol caía con lentitud hacia el horizonte y tú te encontrabas tendido boca arriba. Un tranquilo semblante adornaba tu carita de ángel. Mantenías los párpados cerrados a la par que los últimos rayos del día bañaban tu cuerpo. El fresco aire de noviembre hacía a tu pelo revolotear de forma tentadora.

La imagen era simplemente majestuosa. Tanto que, por un segundo, me quedé sin aliento.

Tuve tantas ganas, Kyung. No tienes ni la menor idea de cuánto deseé poder estirar mi brazo y enterrar mis dedos entre las finas hebras de tu cabello castaño claro.

Mis manos quemaban por posarse sobre tu cabeza y acariciarte suavemente, tan delicadamente como pudiese.

Como te lo merecías.

Como probablemente tú también deseabas que yo hiciera, pero no te atrevías a pedirlo.