4✉️
┌───────❥───────┐
MI UNICO AMOR
└───────❥───────┘
Diana Cavendish Pov
"¡Ella nunca lo haría!"
"¡¿Cómo puedes estar tan segura de eso?!"
"¡Era mi esposa! ¡Pase más tiempo con ella que tú!"
"¡No me interesa que la hayas conocido más que yo, pero las pruebas afirman que eso sucedió!"
"No lo voy a creer..."
Y era cierto, no creía que en verdad te hayas quitado la vida. ¿Por qué motivo lo harías? Era ridículo. Tenías todo conmigo; no te hacía falta absolutamente nada. Para mí, había un culpable y esa no fuiste tu. Deseaba averiguar lo que verdaderamente ocurrió y estaba segura de que lo vería tarde o temprano. El hechizo, me conducían a pasados míos, pero también... me dirigirán a los tuyos porque había utilizado muestras, como tu sangre y tu cabello.
Tu sangre quedó en mis manos y manchó mi ropa cuando te sujeté; esa vestimenta no la había lavado porque no quería perder nada de ti. Su hedor, no era de lo más agradable, pero gracias a que la conservé en una tina de la lavandería pude conseguir lo que necesitaba.
Me encontraba en el comedor de mi casa a pleno amanecer. Por suerte, hoy era considerado como uno de mis "días libres", aunque era posible que recibiera una llamada "repentina" del hospital, pero no pensaba responderla si eso llegara a suceder.
Tú eras lo más importante para mí, Akko. De igual manera, me merecía descansar de verle el rostro a las personas.
Delante mío puesto en mi mesa, tenía un pequeño emparedado con queso derretido en un plato blanco de vidrio y un jugo de naranja en un vaso igualmente de vidrio. Desde que lo preparé no le había podido dar ningún mordisco, sólo había bebido un poco de jugo teniendo una vestimenta poco casual.
Mi vista, se hallaba fija en la silla vacía de al frente, y como si en verdad no hubieras muerto, un reflejo de ti se presentó ante mí. Sonreíste y agarraste con tu tenedor un trozo de pan cortado. Lo guiaste a tu boca y masticaste sin quitar esa hermosa y encantadora sonrisa que me hizo suspirar.
—¿Qué haremos hoy? —me preguntaste.
—¿Qué quieres hacer tu? —dije mirándote con cariño y cansada.
—Es tu día libre. Tú decides.
—No lo sé... No se me ocurre mucho.
—¿Te parece salir a caminar mientras... no sé, compramos un helado?
Sonreí agarrando mi vaso de jugo.
—Me parece perfecto.
—A ti todas mis ideas te parecen perfectas.
—Si incluyen estar contigo, siempre será perfecto —aclaré.
Lentamente, esa visión fue desapareciendo al igual que mi sonrisa. El lugar quedó nuevamente vacío con ese silencio que abrumó mis oídos, sin embargo, lo toleré como todos los días que permanecía sola en mi hogar.
Exhalé con suavidad, me puse de pies y caminé hacia la cocina con el plato en mi mano para guardarlo. Y de nuevo otra de esas visiones apareció, haciéndome sentir... más desanimada de lo que me encontraba.
—No comiste nada. ¿Te sucede algo? —volviste a preguntarme colocando tu mano en mi mejilla.
—Te extraño... —susurré inclinando mi cabeza hacia tu mano para sentir más de tu tacto.
—Estoy aquí, cariño —respondiste con una suave sonrisa mientras tus esferas me miraban con ese cariño... y calidez que tanto extrañaba y anhelaba ver otra vez—. Diana, ¿Quieres tener un bebe?
—¿Un bebe...? —dije confundida, mirándola sin mucho ánimo.
—Podríamos... hacerlo —dijiste nerviosa con tus mejillas sutilmente ruborizadas.
—¿Por qué quieres un bebe?
—¿No sería bonito? Pronto cumpliremos treinta. ¿No quieres una familia, conmigo?
«Familia...»
—¿Crees que sería buena madre? —consulté estando consiente del recuerdo que estaba teniendo.
—Lo estas considerando —dijiste feliz, sonriendo ampliamente.
—Claro... —murmuré insegura.
Bajé la mirada y agaché la cabeza mirando ahora las baldosas. Lo que vi, desapareció y nuevamente empezó otro, y así... sucesivamente.
—¿Crees que el jugo sea una buena combinación para las manzanas? He visto en diferentes sitios que hacen eso en las comidas que preparan. ¿Me dejarías tener un huerto?
Sutilmente reí, sintiendo mis ojos arder y las lágrimas acumularse.
—Te amo... ¿Lo sabes? ¿no?
«Lo sé...»
—¡Mira, Diana!
Débilmente observé la ventana por donde entraba la luz del sol.
—Hace un buen día. ¿Vamos a caminar?
«¿Por qué...?»
—Quiero un perro, me siento sola cuando te vas a trabajar.
«¿Por qué...?»
—¿Estás ocupada? Lo siento por haberte llamado. Extraño... tu voz.
«¿Por qué... tuviste que irte?»
—Piensa en un deseo y sopla la vela.
«Akko.» Sujeté mi cabeza e incliné mis rodillas, cerré mis parpados tratando de contener esos recuerdos vividos. Nuevas apariencias de ti aparecieron sin control y escuché cada una de ellas, causando otra vez ese dolor insoportable en mi pecho. Las lágrimas empezaron a salir y pequeños sollozos fueron "retenidos" por mi mano derecha.
Caí de rodillas apoyando una de mis manos en el suelo, recosté mi cabeza en un gabinete y apreté con fuerza mis parpados en un intento de dispersar todos esos recuerdos. Me sentía cansada y en las noches no lograba dormir casi nada.
—Diana.
Despaciosamente, la observé con fuerzo. Ella me sonrió con sutileza, posó una mano en mi mejilla y se acercó lentamente. Cerré mis ojos cuando sus labios rosaron los míos; logré sentir su aliento tibio y respiración cálida. Justo como lo recordaba cada vez que sucedía.
Mi corazón empezó a latir con fuerza, e inconscientemente abrí mis labios en un deseo de cerrar esa distancia, sin embargo, de repente su aliento se volvió frio y su respiración desapareció. Entreabrí mis parpados y lo que observé me dejó helada.
Sus ojos se encontraban cerrados; su piel muy pálida. De la comisura de su labio salía sangre y de su abdomen... brotaba demasiado. Mis ojos de nuevo se llenaron de lágrimas y con lentitud la imagen fue desapareciendo hasta no quedar ningún rastro.
—A-akko... —titubeé, sintiendo mi corazón golpear con fuerza mi pecho.
"Akko..."
"Akko..."
"Mi amor."
—Mi mujer... —solté en un suspiro cargado de dolor guiando a la vez mi mano a mi pecho angustiado.
«Mi mujer...»
"Se fue, Diana."
"No para mí."
"Tienes que empezar a superarlo."
"No recibo consejos de una mujeriega."
"No me faltes el respeto."
"¿Lo hago? Por eso estas perdiendo a tu esposa. Nunca has dejado de ser una patana."
"Cuida tus palabras, soy lo único que te queda."
"¿Por qué piensas que te necesito?"
"Todos necesitamos de alguien que nos escuche."
"¿Y acaso tu estas escuchando? Ni siquiera entiendes mi situación y haces como sí lo hicieras. ¿Con que propósito me invitaste el día de hoy?"
"Quería ayudarte, pero supongo que no hay nada más que hablar si sigues actuando como una estúpida."
«Yo era la estúpida.» Reí. «Que tontería.»
.
«Mi cabeza...» Parpadeé confusa volviendo de poco a poco a estar presente. «¿Me quedé dormida?». Coloqué una mano de mis manos en mi cabeza rememorando de a pocos lo que sucedió. Pequeños recuerdos pasaron de prisa por mi mente, haciéndome sentir un poco aturdida. Parpadeé nuevamente, me levanté del suelo sobando mi cabeza y un pequeño quejido me hizo despertar del todo.
«¿Qué hora es?» Miré por la ventana. «Ha anochecido.» Entrecerré mis ojos mirando con indiferencia la noche. «¿Tanto tiempo he dormido?» Igualmente, no me impresionaba tanto; después de todo no había descansado correctamente. Además, mis sueños tampoco me sorprendían. Sin embargo... ¿Por qué había soñado con esa vez donde Amanda me reaprovechaba por mi comportamiento? «No importa.» Eso, había pasado hace ocho años. «No debo darles importancia a cosas irrelevantes en este momento.»
Caminé con mi mano aun en mi cabeza tratando de calmar el dolor, pero en cada paso que daba hasta llegar al sótano lo aumentaba. Llegué a la mesita, miré un libro que no había dejado antes en ese lugar. Extrañada y curiosa, abrí la primera página encontrando una escritura hecha con tinta negra.
—¿Hacer el hechizo cada tres días? ¿Qué? —susurre confundida.
«¿Qué clase de orden es esta? ¿Qué está ocurriendo?». Era bastante confuso. «¿Por qué me pide hacerlo ahora cada tres días y no seguido?». Tensé mi mandíbula y le di furiosa un golpe a la mesa. «¡Quiero traer a Akko de regreso lo más rápido posible! ¡¿Por qué me hace esto?!». Estaba consciente de que habrían cambios; claramente lo decía en las reglas, pero nunca imaginé que sucediera algo como eso. Era verdaderamente molesto.
Golpeé de nuevo la mesa con fuerza maldiciendo en voz baja por ese repentino cambio y por el dolor fuerte en mi cabeza. Llevé dos de mis dedos a la zona donde sentía una de mis venas palpitar, e intenté otra vez de tranquilar el dolor. Al sentir un líquido descender por la mano que estrellé contra la mesa, la miré asegurando mis sospechas. La sangre que se resbalaba caía como gotas en el suelo.
—Mierda —murmuré.
«Bien, si así lo quiere, así lo haremos.» Esa noche sería mi último hechizo, luego tendría que esperar tres días para hacer el otro. Eso era... en verdad frustrante. Luché cinco años para conseguir los materiales y mejorar mi magia. Y ahora... ¿Me pedía que esperara más? Era ridículo... Tan ridículo que podía reírme como no lo había hecho en años.
.
.
.
«Un restaurante lujoso...» A Akko no le gustaba que fuéramos a cosas extravagantes, pero esa noche... era una ocasión especial para mí.
Después de haber tomado una pastilla, vendado mi mano y calmado mi malhumor con un grito fuertemente exclamado que solamente escuché yo, me encontraba en otro de mis recuerdos pasados; un recuerdo que jamás olvidaría. Pasó como en un cuento de hadas.
Conversamos con ánimos, aunque no te sintieras tan a gusta por el lugar que escogí cuando tu fuiste que planeaste la salida, sin embargo, me dijiste que habías aceptado porque siempre eras tú la que decidía a donde iríamos, y que querías saber a qué sitio te llevaría esa noche.
Anteriormente en una cena que preparaste en nuestra casa, te había enseñado a usar correctamente los cubiertos: me lo pediste, ya que no deseabas quedar mal frente a las multitudes de personas en los bailes que organizaba Daryl, todos los años. En algunos asistíamos y en otros no.
Ser un conejo y estar escondido en uno de esos carritos que llevan los platos, no era de lo más cómodo que había encontrado, pero sólo esperaba a que fueras al baño para poder entregarte la carta.
Debía admitir que, en esa noche estabas reluciente. Cuando hice la reservación y te dije el lugar donde iríamos, optaste por ponerte un vestido rojo escarchado y ajustado que estaba un poco abierto en tu muslo izquierdo. Además, tu sutil maquillaje reflejaba esa belleza que me había atraído. También agradecía internamente que antes de salir no cambiaras los planes, puesto que a veces sucedía.
Mi oportunidad llegó, avisaste que irías al baño y sigilosamente salté hasta alcanzarte. Cuando la puerta que empujaste para entrar se cerró, casi agarra mi cola, pero suspire aliviada de que eso no ocurriera; no me imaginaba el grito que hubiera contenido. Lentamente me escabullí y esperé con paciencia a que salieras de uno de esos baños que elegiste.
Cuando empezaste a verte en el espejo mientras limpiabas tus manos, aproveché que nos encontramos a solas para dejarte la carta en tu tacón izquierdo. Y una pequeña mordida, te hizo reaccionar y encontrarla.
.
.
Aun no abres el sobre que tomaste y guardaste en tu bolso cuando lo tuviste en las manos. No tenía nada más que hacer que observar ese... momento; el momento donde te propondría matrimonio.
Recordaba que me sentía muy nerviosa y tenía miedo de que no aceptaras por no tener una idea o.... sueño similar al mío. Quería todo contigo y deseaba hacerte la mujer más feliz de ese mundo.
Así que, después de que acabaras con tu cena y reposáramos, me puse de pies y me situé a tu lado. Tu me miraste confundida, contemplando mi rostro inseguro y mejillas ruborizadas.
—¿Nos vamos? —Fue lo que preguntaste al verme de pies—. Solo déjame...
—Akko —te interrumpí.
Lentamente me arrodillé causándote aún más confusión y creando también... sorpresa en tu hermoso rostro. En mi espalda sostenía una cajita negra con nuestros anillos. Mis manos sudaron y la gota de sudor que se resbalo por mi antebrazo la sentí fría. Suspiré con profundidad, agarrando ese valor que había perdido al haberme arrodillado. Tomé tu mano y empecé a decir unas palabras que escuchaste con atención.
Mi corazón latía a mil por hora; lo sentía hasta en la garganta, pero no iba a arrepentirme; no en ese momento que ya me encontraba arrodillada frente a ti diciéndote la felicidad que habías traído a mi vida. Al acabar, te mostré los anillos y dije esas palabras "mágicas" que hizo que tus ojos se abrieran de par en par, e hizo también que tu cuerpo quedara como una estatua.
—Di... Diana.
Luego de unos segundos exhalaste con asombro, tus ojos brillaron y tus brazos me envolvieron con fuerza aceptando mi propuesta entre risas y sonrisas de alegrías. Y luego de otros pocos segundos, las lágrimas que contenías se empezaron a desbordar de tus ojos.
—¡Si quiero! Te amo mucho —me dijiste mirándome fijamente.
Tus lágrimas de felicidad, no arruinaron ese pequeño rubor que te habías colocado en tus mejillas, y aun si lo hubiera hecho, mis ojos se verían con el mismo cariño que tenían siempre.
Esa cena... la cena que planeaste, la utilice para proponerte matrimonio.
---------------
Fin del Cap. 4 (Mi único amor)
Contenido de la carta:
┌───────────────❥────────────────┐
Cuando hacemos el amor tengo tantas cosas que decir de tu cuerpo que a veces las palabras no alcanzan y las demuestro con acciones. Sin embargo, si tengo algo que decir en este momento, diría que tu escultura es la más hermosa que he visto y tocado en mi vida. Eres tan bella que el dinero no podría comprarte, y tampoco permitirías que eso sucediera.
Me encanta cuando dices que eres mía, solamente mía, porque yo no te quiero compartir con alguien más.
Estoy para protegerte; estoy para amarte; estoy para atenderte; estoy para acompañarte en cualquier momento que tengas, sean malos o buenos; estoy para escucharte; estoy para cumplir cada uno de tus sueños; y estoy... para hacerte feliz.
Eres y serás siempre... mi mujer.
└────────────────❥────────────────┘
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro