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MI SENTIR

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Diana Cavendish Pov

Me miraste, con ese deseo que tu solo me podías trasmitir. Respirabas con profundidad; tu pecho bajaba y subía mientras que de tus labios salían pequeños gemidos provocados por el momento que estábamos teniendo. Una sonrisa lasciva se dibujó en mis labios al verte tan encantada de las cosas que hacía en ti. Tu clavícula, hombro, cuello y parte de tu seno derecho, casi descubierto, tenían marcas de mis dientes que había hecho con lujuria.

—Diana... —dijiste con tus brazos envueltos en mi cuello.

Lentamente me acerqué a tus labios para volver a encantarme de esa sensación que me provocabas. Mi camisa fue la primera en ser despojada, dejándote a la vista mis pechos. Siempre decías que eran mejores que los tuyos por lo bien formados que eran, sin embargo, siempre te negaba esas palabras y decía que tus senos me parecían mejores, aunque no tuvieran el tamaño que los míos, para mí eran una delicia.

Tu cuerpo se tensaba cuando mis dedos se paseaban encima de tu intimidad húmeda y gritabas al darte ese placer que ansiabas desde que empezamos ese juego que no parecía querer llegar a su final. En esas exclamaciones, repetías unas y otra vez la palabra: ''Te amo'', sin embargo, cada vez lo que hacías me lo trasmitías con seguridad y cariño.

Mis respuestas entre jadeos eran claras. ''Yo también te amo.'' Al enamorarme de ti, no había otra cosa más que deseara. Eras suficiente para mí; tu amor, era suficiente para mí. Me encantaba el hecho de pensar que tu corazón compartía el mismo sentimiento que el mío; me encantaba complacer esos deseos que a veces eran repentinos. Los besos lentos podían llevarnos a querer hacer algo más, y eso te incitaba a empezar a desearme.

Me decías que mi cuerpo era muy atractivo; que mis ojos eran hermosos; y que mis labios poseían una suavidad y grosor que te hacían desear más de ellos. ''Soy tuya'', te contestaba mientras que mi mano posada en tu cintura te atraía a mi cuerpo. ''Y yo soy tuya'', respondías con alegría y complicidad, para después besarme a la vez que tus manos bajaban a mis pechos.

Sentir tu tacto al día siguiente por la mañana luego de habernos entregado una vez más, era como estar en el cielo. Despertaba feliz; despertaba tranquila; despertaba con ganas de tenerte una vez más, sin embargo, los días de semana no podíamos durar mucho en la cama compartiendo nuestro amor mutuo.

''¿Recuerdas nuestra primera cita?'', me preguntaste en un momento donde veíamos un programa de televisión que te gustaba. Era de noche y para mi suerte no había recibido alguna llamada que dañara el momento que estábamos teniendo. ''Sí'', te respondí con seguridad.

«¿Cómo olvidarlo?». Esa tarde estaba demasiada nerviosa. Había salido de mi última clase de magia y tenía tres horas libres antes del toque de queda. Cargaba un vestido celeste con zapatos de plataforma poco alta que combinaban perfectamente con lo que llevaba puesto. Ese día, visitaste nuevamente la academia con la profesora Ursula, me aclaraste que la maestra te había puesto una regla para que la acompañaras cuando venía por alguna información o provisión.

Sacar buenas notas, era un problema que resolvías con mi ayuda. Algunas de nuestras materias coincidían, pero gracias a mi aprendizaje avanzado en otras podía ayudarte en las demás. Una semana era el tiempo que permanecías en mi academia y sólo pasábamos tres horas juntas.

Cuando agarraste confianza antes de que fuéramos una pareja, te escabullías a mi habitación para quedarte dos horas más. Era gracioso las cosas que hacías para llamar mi atención, y después de haber aclarado mis sentimientos, me alegraba mucho que lo hicieras.

''¿Y nuestro primer beso?''. me preguntaste otra vez y mi respuesta fue positiva.

—¿Y cómo olvidarlo? —susurré con una copa en mi mano y una foto tuya en la otra—. Fuiste la persona que llenó de felicidad mi vida —concluí, contemplando aquella fotografía que fue tomada con tu celular en mi habitación.

No era correcto traer dispositivos móviles a la academia y eso te lo reproché, no obstante no podía enojarme contigo al conocer tus motivos. Deseabas tener un recuerdo mío que pudieras ver cada vez que podías y no sólo dos meses después, que era el tiempo que esperabas para volver a verme.

Dos toques en la puerta me hicieron guardar la foto en el cajón de mi escritorio. Antes de darle el paso a la persona que había interrumpido mis recuerdos bebí el poco contenido en mi copa y la tiré al basurero que estaba debajo de la mesa.

—Lamento interrumpirla, pero la necesitan en la sala cinco en este momento.

Suspiré, pero no de cansancio sino de tristeza. Mi cabeza daba un poco de vueltas debido al alcohol, y eso lo notó la enfermera que me detuvo en el marco de la puerta.

—N-no puede... ir así... —me comentó nerviosa.

—¿Y quién lo impide? —dije amenazante.

—E-eh... E-el paciente necesita una cirugía.

«¿Cirugía?»

—Entonces llamen al cirujano —ordené con molestia, para después regresar a mi puesto.

—N-no está... y demorará en llegar —me informó con un poco de temor.

«Carajo.» No debí tomar y menos en las horas de trabajo. Posiblemente tendría un reproche de parte de mi tía si hacía mal lo que me estaban encomendando. O era probable que llegase a enterarse de que atendí nuevamente a un paciente estando medio ebria.

—Dame unos minutos.

—¿Mi-minutos? Pero... es urgente.

—¡Dame unos minutos! —repetí alzando un poco la voz.

Empecé a acariciar mis cienes en un intento de desaparecer el mareo, sin embargo, después de... «¿Segundos?», nuevamente la enfermera hablo.

—¿Le traigo una d-de esas pastillas...?

«¿Pastillas? Claro, eso es lo que necesito.»

—¿Y que estas esperando? Tráemelas.

—¡E-enseguida!

«Rayos, me duele la cabeza y me imagino que dentro de poco empezaran nuevos rumores por esto que acabo de cometer». Sin embargo, poco me importaba. Que dijeran lo que tuvieran que decir de mí; mi reputación después podía ser limpiada con dinero utilizándolo como papel higiénico. Tenía tantos de sobra que no me interesaba en absoluto en cómo lo gastase: en cada mes aumentaba y aumentaba sin parar. Estaba segura de que nunca me quedaría escasa de eso.

.

.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté con desinterés a la persona cruzada de brazos y piernas frente a mí con una mirada fulminante.

—Casi matas a alguien, Diana.

—¿Y está muerto? —dije levantando la mirada.

Ella exhaló con molestia.

—Diana, que sea la última vez que atiendes a alguien en ese estado. Te acepté el exceso de alcohol que le has metido a tu cuerpo, pero te prohíbo beberlo aquí.

—¿Entonces? —le consulté volviendo mi mirada a las hojas en mi escritorio.

—Tu indiferencia me está molestando.

—Y a mi tu presencia —contesté enseguida.

—¿Cómo es posible? —dijo algo exaltada.

—No comiences —amenacé al reconocer lo que vendría.

—¡Diez años, Diana! ¡Has estado así por diez años! ¡¿Acaso no has aprendido a superar?!

—¡¿Y tú no has aprendido a no volver a replicarme sobre eso?!

—¡Trate de ayudarte! ¡Una y otra vez! ¡Y lo sabes! ¡No la vas a olvidar, pero tienes que superarla! Consíguete a una nueva mujer, ¡Y acaba con esto!

—Déjame en paz —pedí entre dientes, conteniendo mi reciente enojo.

Ella... nunca le agradó Akko, sólo por no venir de una familia de brujas. Mi tía, no tenía derecho a discutir sobre esto. Y escucharla suspirar hacía que esa molestia creciente en mi pecho incrementara. «Perderé el control si no desaparece de mi vista ahora mismo», me dije.

—¿Qué tuvo ella de especial para amarrarte de esa manera? Era una mujer, ¡Y hay miles en este mundo! ¿Necesitas que te presente algunas? Conozco a muchas hijas de familias altas, Diana.

—Necesito que te vayas —requerí sin mirarla con una mano en mi boca.

Nuevamente, ella suspiró.

—Volveré a hablar contigo otra vez. Y espero que, lo que hiciste hoy no se vuelva a repetir.

«Posiblemente pase... Como el dolor que se va por unos minutos y vuelve; como las olas que van y vienen con naturalidad; y como tu... que no dejaras de repetirme lo mismo.»

.

.

.

—En verdad me gustas... me gustas mucho —dijiste frente a un espejo, para después soltar una queja alta y cubrir tu rostro con tus manos.

Sonreí tenuemente con mi mentón apoyado en mis patas delanteras de comadreja que eran utilizadas como soporte. El siguiente hechizo... La siguiente carta que debía entregarte, era en un recuerdo donde intentaste declararte, pero no salió bien porque cuando lo hiciste, no entendí ni una sola palabra de lo que dijiste. Tus mejillas estaban sonrojadas, haciendo juego con tus ojos. Y gracias al silencio podía escuchar el latir apresurado de tu corazón.

Ahora, me encontraba espectando un momento que me constaste años después; estando en la habitación que te era otorgada en mi academia. Era gracioso, pero dulce. Me gustaría permanecer más tiempo mirándote intentar una y otra vez como dices esas palabras que no lograste unirlas correctamente cuando estuviste frente a mí. Sin embargo...

—Cuando te conocí... me pareciste bonita. ¡No! ¡Maldición!

Ese día, tuvimos una conversación peculiar.

''Sa-sa-sabes me c-caes b-bien...''

''¿Gracias?''

''Qu-quiero d-decir, e-eres... asombrosa. ¡N-no! E-eh... d-divertida''

''¿Estás bien?''

Fue gracioso, pero, aunque quisiera quedarme contemplándote, no podía. Había venido con un motivo y debía cumplirlo antes de que te retires de la habitación.

—Akko, ¿estás listas? —le preguntó la maestra Ursula detrás de la puerta.

—¡Voy!

Lentamente, me deslicé por un hilo que sostenía una jaula con un ave dentro. Me aseguré de que tuvieras la mirada en el espejo, mientras con sigilo caminaba en el piso de madera y daba un salto en tu cama.

—¿Quién eres? —preguntaste detrás de mi espalda.

Me sobresalté, quedando como una estatua. «¡Demonios! ¡No la mires o arruinaras el hechizo!». Estaba prohibido hacer contacto visual. Abrí mi pequeña mandíbula dejando caer la carta sobre la cama, y antes de que tus manos pudieran tocarme, salí corriendo hacia donde había venido.

—¡Oye! ¡Espera!

No hice caso alguno a tus palabras y desaparecí de tu vista con mi corazón latiendo desenfrenadamente. Coloqué mi pata derecha en mi pecho en un intento de calmarlo, pero el recordar de tus manos cerca de mi largo cuerpo de animal, creó esa sensación que recordaba con exactitud.

Ese momento... donde nos mirábamos fijamente estando en la cama. Tu mano izquierda acariciaba mi mejilla mientras te contemplaba con amor.

«No...», me dije al sentir pequeñas gotas humedecer mis mejillas peludas. Cerré mis parpados conteniendo nuevamente ese dolor; esos recuerdos donde tu cuerpo sin vida estaba en mis brazos; de tu sangre en mis manos; de tus labios fríos en los míos cálidos; y la palidez de tu rostro. Esos recuerdos pasaron como fotografías tomadas por segundos en mi mente.

—¡¡¡Ah!!! —grité agarrando con fuerza los pelos de mi cabeza.

Exhalé con fuerza, sintiéndome... humana otra vez. Abrí mis parpados contemplando el barrio donde vivía y las mismas personas pasaron caminando por las aceras. Algunos por detrás me miraron con extrañeza. Arqueé una ceja y lentamente bajé mis manos puestas en mi cabeza, observando una mancha de sangre en el centro de mi palma que se deslizaba como gota.

—¿Qué está pasando? —susurre aterrada.

Con prisa despojé las llaves de mi bata y entré con rapidez a mi hogar. Empecé seguidamente a buscar desesperadamente ese ''algo'' significativo, sin embargo... después de horas de búsqueda no encontré absolutamente nada.

Mire mis manos observando la mancha desaparecer. Toqué mi cabeza en busca de una herida que me hubiera causado sin consentimiento, pero... otra vez no había encontrado nada.

Me apoyé en el respaldo del mueble y me dejé caer con lentitud sintiendo ese vacío en mi pecho.

¿No había funcionado?

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Fin del Cap. 2 (Mi sentir)

Contenido de la carta:

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La soledad es lo que me rodea actualmente. Las personas que consideraba amigos se han esfumado como humo de un cigarro que es exhalado. Eso, no me sucedía cuando estabas contigo, porque contigo a mi lado todos querían estar en compañía. Eso también me hace pensar que eras el alma alegre que los atraía. Lo que quiere decir que yo solamente era ese alguien que te acompañaba.

Sin embargo, eso no me molestaba. Lo que, si te molestaba a ti, era que algunas chicas me empezaran a coquetear al haberte separado de mí unos minutos. Tus celos me causaban ternura y me encantaba calmarlos con besos públicos que te hacían sentir especial. Y cuando sonreías, me consideraba la persona más afortunada del mundo.

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