Me echaron del bar, el dueño furioso casi me corre a patadas.

Pero no creas que no terminaré mi bebida, pues, después de golpearlo me robé el vaso de cerveza no iba a dejarlo allí. Al parecer al tipo sólo le importaba que me fuera porque no protestó por eso.

La noche es fría, el silencio abrumador, las imágenes están difusas, mi cuerpo camina sin vida, mi mano se aferra al alcohol, mis neuronas no captan con rapidez el movimiento de las ratas al escabullirse y mi corazón parece no latir.

Así me siento, muerto. Pero no lo estoy, aquí sigo, vivo y con mucho camino por recorrer.

¿Sentís envidia? Seguramente sí.

Porque lo peor es que vos nunca vas a tener otra oportunidad para cambiar. Uno puede tener más de una vida si desea, es cuestión de empezar de nuevo, claro, si tu conciencia lo permite.

-¡Brindo por la vida! -exclamo y me río.

Mi carcajada suena tan rara que me río aún más fuerte de mi propia risa y no puedo parar de hacerlo.

Un poco de la bebida resbala de mi vaso y cae al suelo. Ahí es donde mi rostro vuelve a estar serio.

Con la cerveza no, ella es para mí no para el sucio pavimento.

Intento mantener la compostura y sigo adelante. Siempre adelante... sin mirar atrás. Con los pasos más fuertes y decididos que alguien destruido puede dar. Con la espalda tan erguida como alguien borracho la pueda tener. Y luchando para que mi alma quede sujeta a mi cuerpo y ya no intente escapar.