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3. Ya no más


Los días siguientes no me molestó, si me lo encontraba trataba de mirar para otra parte, pero siempre que accidentalmente nuestras miradas se cruzaban me sonreía de forma ¿tierna? No sé. Mi cabeza estaba hecha un lio, uno enorme y las clases de teatro no hicieron más que enredarlo el doble.

— Bien jóvenes, en la clase de hoy necesito su completa atención —anunció la maestra— para mitad de año haremos una presentación de talentos, en la que todos ustedes participaran obligatoriamente, así que necesito de sus habilidades artísticas. Pueden presentar una obra de teatro, cantar, tocar un instrumento y así. Primero quiero saber quién de aquí sabe tocar algún instrumento, ¿el piano tal vez?

La idea no me gustaba, pero preferiría solo tocar un instrumento a que me obligaran a actuar o hacer el ridículo frente a toda la escuela. Al ver que nadie levantaba la mano, decidí tomar la iniciativa.

— Martín cariño, que sorpresa —exclamó la profesora, provocando que todos centraran su atención en mí— ¿desde cuándo tocas el piano?

— Desde los 10 años, más o menos —dije nervioso.

— Excelente, ven aquí a darnos una pequeña demostración —señaló un piano de caoba detrás de ella en la tarima— pero también necesitamos alguien que cante, ¿Quién se anima?

Llegué al piano, me senté en el banco mirando a todos los presentes. Por segunda vez nadie levantaba la mano, por lo que ignoré ese pequeño hecho para analizar el piano. Tenía cierto tiempo sin tocarlo, por lo que recordar la ubicación de cada tecla era vital si no quería pasar una vergüenza.

—... Sorpresivo la verdad, pero maravilloso —exclamó entusiasmada la profesora— me alegra tu cambio de actitud, por favor sigue al frente junto a tu compañero a darnos una demostración.

Aún no sabía a quién le hablaba, no alcancé a ver cuándo levantaron la mano por estar distraído. La maestra se acercó posicionándose justo en frente, me dio un par de hojas con una partitura de una canción que me gustaba mucho, «Como mirarte» de Sebastián Yatra. Las analicé un rato, recordando las melodías y colocándolas cuidadosamente en su lugar.

— ¿Qué tal compañero?

Su voz gruesa y familiar me sobresaltó, sorprendiéndome al instante. Ernesto estaba junto a mí sosteniendo un micrófono, sonriendo ampliamente al ver mi reacción de desconcierto.

— ¿Tú cantas? —pregunté estupefacto.

— Según yo sí —dijo con una amplia sonrisa coqueta— aunque, beso mucho mejor.

Mis nervios estallaron ante su desfachatez, miré alrededor esperando que más nadie hubiese escuchado y totalmente sonrojado, fijé molesto mis ojos en él.

— ¿Quieres callarte? —susurré.

— Te sonrojaste —susurró con satisfacción— ternurita.

— ¿Listo chicos? Empiecen —anunció la maestra.

Respiré profundo y traté de concentrarme en la partitura que tenía en frente, mis manos se posaron suavemente sobre el teclado y empecé a tocar las primeras melodías. Las primeras estrofas fueron pronunciadas con una delicadeza y entonación, que me sorprendió sobremanera. Tanto que despegué mis ojos de la partitura, solo para fijarme que aún me miraba al cantar.

"No me salen las palabras, para expresarte que te quiero

No sé cómo explicarte, que me haces sentir

Como si fuera el verano, y el invierno no existiera

Como se separa todo

Y con esa sonrisa, que cambia la vida

Miraste hacia aquí, y ya no puedo contemplar

Que tú no seas la que me ama" *

Tenía que aceptarlo, si cantaba y muy bien. Las caras de asombro de nuestros compañeros eran notables, las chicas suspiraban totalmente encantadas con la nueva faceta que conocían del chico más rudo de la escuela. Incluso mis amigos se quedaron admirados al verlo cantar, afinado y tan contradictorio a su aspecto y actitud, totalmente fuera de lo usual tratándose de él.

— ¡Magnifico! —exclamó la maestra y los aplausos resonaron en toda la sala— sigamos.

La clase continuó normal, cada quien en extremos opuestos con sus respectivos grupos de amigos.

— Vaya artista nos resultaste —dijo Verónica aún sorprendida— ¿Cuándo nos ibas a revelar tus dotes?

— Cuando me hiciera famoso —contesté con cierta presunción.

— ¡Ya! Famoso —evidentemente Lisbeth estaba tratando de contener una carcajada.

— ¿Puedo saber de qué te ríes, niñita? —indagué pellizcando sus mejillas.

— Nada —se quejó— duele, eso duele.

Nos reíamos con ganas y entre veces aprovechaba el juego para abrazar a Lisbeth por la espalda, tomándola por la cintura. Y nuevamente aquella sensación en mi nuca, por lo que al desviar mis ojos estos se cruzaron con la mirada molesta de Ernesto.

«Tú eres mío» alcancé a leer en sus labios. Y como por una orden silenciosa, mis manos soltaron la cintura de Lisbeth un poco nervioso. Gracias al cielo no notaron mi cambio de actitud, ni mucho menos esa mini conversación unilateral y amenazante con Ernesto. En serio, tenía miedo, me sentía entre la espada y la pared. Pero esto solo era el inicio de un muy largo año. Al final de la clase, la maestra volvió a preguntar si de casualidad no había más nadie que tocara el piano o cualquier otro instrumento. Al no recibir respuestas, se acercó a mí.

— Martín, cariño —dijo con tono un tanto meloso— necesito un favor tuyo.

— Dígame.

Detrás de ella apareció de la nada Ernesto, con una sonrisa de satisfacción que empezaba a fastidiarme un poco.

— Como no hay más nadie que sepa tocar el piano, necesito que le des un par de clases a este chico —señaló a Ernesto quien ahora estaba justo a su lado mirándome fijamente— por lo menos hasta que aprenda a tocar una sola canción, se las dejo a su elección. Gracias querido, lo tendré muy en cuenta.

Se fue apresuradamente caminando rumbo al grupo de asistentes, quienes elegían opciones para las obras de teatro. Sorprendido y molesto, solo pude ver como se marchaba dejándome con mi verdugo.

— Pero ni siquiera contesté —me quejé haciendo un puchero.

— Tan lindo haciendo pucheros —exclamó Ernesto.

— ¡Muérete! —me alejé a buscar mi maletín y poder irme, antes que mis amigos me dejaran atrás.

— Empezaremos hoy después de clases, princesita —gritó a mis espaldas.

— Si, como sea.

Salí apresuradamente con los últimos de los estudiantes que rondaban el lugar, lo primordial en estas situaciones es no quedarme a solas con él, aunque gracias a la maestra será más complicado de lo que creí. «¿Por qué me persigue la desgracia?» pensé. El resto de las clases fueron normales, pero con cada una que pasaba mis nervios aumentaba y no pude esconderlos.

— ¿Sucede algo? Estas nervioso —preguntó Lisbeth preocupada.

— Tengo que quedarme después de clases, a partir de hoy y todos los días —expliqué aterrorizado— para dar clases de piano.

— ¿A quién? —indagó Pablo escuchando nuestra conversación.

Tanto Verónica y Susana se sumaron a la expectativa.

— A Ernesto —dije con un suspiro de resignación.

— ¡No inventes! —exclamó Susana.

— ¡Eres hombre muerto! —concluyó Verónica.

— Se vale llorar —dijo Lisbeth.

— Gracias Lis —el sarcasmo fue natural— adoro tu comprensión.

El timbre que anunciaba mi próxima tortura sonó fuerte y diabólico, me despedí de mis amigos quienes me desearon suerte, y hasta me dieron un número de teléfono en caso de emergencia. Llegué nerviosamente al aula de teatro, esperando encontrarme a la profesora, pero solo estaba él.

— ¿Y la profesora? —indagué tratando de ocultar mis nervios.

— No puede quedarse con nosotros porque tiene clases —contestó con toda la naturalidad del mundo.

— Ok, me voy —giré sobre mis talones rumbo a la puerta.

— ¿Mucho miedo? —reía sarcásticamente— ¿Dónde quedó esa valentía? No puedes huir.

— No estoy huyendo —lo encaré— te estoy evitando que es diferente.

— Claro —se acercó a mí y me dio una nota con la letra de la profesora— no tienes de otra, princesita.

Leí rápidamente la nota, en resumen, decía que las clases eran parte de un castigo por su mala conducta, y que si no cumplía con ello podría ser expulsado definitivamente de la escuela.

— No me digas —dije con resignación mirándolo fijamente— si no lo hago soy hombre muerto, ¿cierto?

— Que inteligente eres —acarició suavemente mi mejilla.

Con fastidio retiré su mano de mi rostro.

— Dejemos algo claro desde ya —aventuré a decir— esto ya es demasiado incómodo para mí, así que, por favor, por primera vez desde que llegué a este colegio, déjame en paz. Así sea solo durante estas clases, ¿sí?

— ¡Ya veremos! —me dio la espalda y se dirigió a la tarima.

— Eso no es una respuesta válida —exclamé.

Lo seguí preparándome psicológicamente para lo que se venía. Pero sorpresivamente no hizo nada raro ni fuera de lo normal, todo lo contario: me hizo caso y se comportó. Así pasaron las primeras dos semanas de clases, y a medida que pasaba el tiempo notaba varias cosas en él: es del tipo meloso y tierno, así como los ositos cariñositos. Extraño, la verdad. Incluso podría decir que es divertido, aprende rápido y hasta es amable cuando se le da la gana. Además, no vayan a malinterpretar esto, pero, tiene una sonrisa muy linda o eso dicen las chicas incluyendo a Verónica.

En la tercera semana, ya me sentía más relajado en su presencia. Aunque parezca poco probable, me estaba empezando a caer bien, no molestaba ni decía cosas inadecuadas. Ese viernes en específico, estábamos terminando de afinar los últimos versos de la canción que habíamos elegido. Normalmente lo acompañaba, pero se me dio por dejar que tocara solo y lo hizo de maravilla.

— Vaya, eso estuvo muy bien, sospechosamente bien —lo miré fijamente, dudando— dime la verdad, ¿ya sabias tocar el piano?

— ¿Qué te puedo decir? —con gesto inocente y una sonrisa ladeada continuó— solo era cuestión de recordar algunas cosas.

— ¿Disculpa? —mi desconcierto era enorme— olvídalo, esto es parte de tu castigo.

— En realidad, mi castigo solo fue una semana —anunció acercándose a mí.

— ¿Y hasta ahora me avisas?

— Me gustan tus clases —susurró peligrosamente cerca de mi rostro.

— Ah claro... me voy —titubeé.

Totalmente nervioso, me levanté apresuradamente y caminé directo a la salida. A mitad de camino, Ernesto me intercepta posicionándose justo en frente de mí y, siendo más rápido que yo, me abraza rodeando mi cintura con su brazo izquierdo y con la derecha toma mi rostro. Sin poder decir nada, acerca su rostro al mío. Contengo la respiración, sintiendo sobre mis labios la suya, agitada y en medio de un susurro dice.

— Me contuve todas estas semanas, pero ya no más.

Suavemente roso mis labios con los suyos, esperando que yo reaccionara de alguna manera, y lo que hice fue abrir un poco mi boca. ¿Alguien podría explicarme por qué demonios hice eso? Y quiero una explicación no gay.

El beso se intensificó con una energía que antes no había sentido. Sinceramente y antes de aquel día en el salón, nunca había besado a nadie así que no tenía con que compararlo, pero si sentía diferente a esa vez.

Era como un cosquilleo en mi estómago, no tenía control sobre lo que hacía, solo me dejé llevar, pero esta vez no sentí ese miedo paralizante. En mi cabeza el tiempo se ralentizó, no supe por cuanto estuvimos así, besándonos. Sus manos recorrían mi espalda suavemente, mientras las mías estaban aprisionadas entre su pecho y el mío sin poder moverlos. Lentamente, mordió delicadamente mi labio inferior produciendo una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Su rostro seguía muy cerca del mío, nuestras frentes se tocaban y podía sentir su respiración agitada igual que la mía.

— Tengo que irme —sin siquiera atreverme a mirarlo a los ojos, salí rápidamente del lugar.


*****

ALV!!!! Shokeadas, o qué? Huye como el viento, tiro al blanco!!!!

Gracias por leerme, pero les aviso que el siguiente será el último capitulo de esta traumante... digo, de esta bella historia.

Pero dejaré una pequeña pregunta, ¿Les gustaría una siguiente parte? Sinceridad ante todo porfis...

Besos, l@ amoooooo!!

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