2. Tú, eres mío
El timbre sonó sobresaltándome, nos levantamos y recogimos nuestras cosas. Nos dirigimos a la clase de arte en el pabellón anterior al que estábamos. Susana, Pablo y Verónica iban en frente y Lisbeth conmigo atrás. Estábamos sumidos en una conversación personal, riéndonos por lo bajo así que nos fue imposible detectar al intruso.
— Quítate princesita —un fuerte empujón me hizo trastabillar hacia un lado— un verdadero hombre va pasando.
Caminó en medio de nosotros dos, empujándome solo a mí. Siguió su andar hasta entrar al pabellón de arte sin siquiera mirar atrás, y lo más raro, sin empujar a más nadie. Al parecer Susana puede tener razón, la cosa es conmigo. Desde ahí todo se fue al carajo, literalmente hablando.
Cada vez que podía me empujaba, me lanzaba cosas, me insultaba incluso. Casi todos los días pasaba lo mismo, nos cruzábamos con Ernesto y su grupo de orangutanes, me miraba fijamente con ganas de asesinarme y como si fuese un accidente, pasaba por mi lado haciendo algo para molestarme: un día es quitarme el maletín y lanzarlo lejos, otro día es meter el pie entre los míos terminando mi cara contra el piso, y así. Lo raro de todo es que, solo él era quien me molestaba, los demás no se atrevían a tocarme. Solo me miraban como si quisieran analizarme, y se reían entre ellos.
A final de año ya estaba harto de esta situación, por lo que cada vez que me molestaban me atrevía a responder de la misma manera. Al inicio solo se quedaban sorprendidos, pero solo por un par de segundos después de eso se reía en mi cara, alborotaba mi cabello tirando un poco de él y me llamaba princesita. El último día de clases nos reunieron a los de 9 y 10 en el salón de teatro, era una sala grande con una tarima en frente iluminada tenuemente por unas lámparas de luz azul.
— Bien chicos, silencio por favor —solicitó la maestra de teatro— esta reunión es para avisarles que, el próximo año las clases de teatro de todos ustedes serán conjuntas. Es decir, los de 10°A próximo 11°A darán sus clases con los de 9°A, futuro 10°A.
Cuchicheos de emoción por parte de las chicas, y algunas quejas silenciosas se hicieron escuchar.
— Silencio jóvenes —exigió con voz alta la maestra— espero que no se desordenen, así como serán ustedes de numerosos tendré asistentes que me ayuden a controlarlos. Chicos, les advierto que no se alboroten mucho, la calificación tendrá en cuenta la disciplina.
Suena normal la noticia, pero, ¿saben cuál es el punto malo de todo esto? Estoy o estaré en 10°B y en 11°B estará nada más y nada menos que Ernesto, mi villano favorito. Desvié la mirada hacia donde estaba él, cruzado de brazos y con una sonrisa diabólica en su rostro. Sería presa fácil el próximo año.
Gracias al cielo el año escolar había terminado, mi pesadilla cesaría por el momento y tendría 2 meses de paz mental. Habíamos planeado salir por ahí, a cine, la playa, pero salir a pasear como grupo. Tenía planeado invitar a Lisbeth a salir conmigo, solo los dos porque de verdad me estaba gustando mucho. Logré que aceptara una salida al cine un viernes de finales de noviembre, para vernos el estreno de «Saw VIII». Por lo general no veía películas sangrientas, pero ella quería ver esa y la quise complacer.
— Espero sea igual de buena que las demás —decía Lisbeth emocionada— ¿en serio no las has visto?
— La verdad no, la sangre me da cosa —hice un gesto de desagrado— me da asco.
— Que ternurita —dijo pellizcando mis mejillas.
Cuando estábamos solos me abrasaba, pellizcaba suavemente mis mejillas y en varias ocasiones me había dado un beso en la mejilla. Me emocionaba con cada uno de ellos, me daba esperanzas de poder tener algo con ella. Entramos a la sala de cine, ubicamos nuestros asientos y nos acomodamos. Colocamos las bebidas en los portavasos, yo sostenía las palomitas y en voz baja me explicaba de que iba las películas anteriores.
Detrás de nosotros sentía cuchicheos, pero no les di mucha importancia, mi atención estaba centrada en la dulce chica que estaba a mi lado hablando emocionada.
— No solo es la sangre —decía con entusiasmo— es la parte psicológica de la situación, el viejito trataba de castigar a quienes no valoraban la vida y si no eran capaces, pues de malas.
— Increíble argumento, me dejas sin palabras —dije sarcásticamente.
— Mira señor sarcasmo, no me simpatizas —amenazo blandiendo su pitillo hacia mí.
— Que miedo.
La película empezó y la sangre no se hizo esperar, con cada escena me apretaba la mano para darme ánimos. Yo ni siquiera la veía, simplemente me concentraba en el tacto de su mano sobre la mía. Internamente estaba feliz, dichoso de haber elegido una película de terror. Lo mejor de todo, al final de la película mientras salían los créditos me dijo:
— Gracias por verla conmigo —susurró a mi oído.
Se inclinó hacia mí y me dio un suave beso en la mejilla.
— Fue un placer —contesté emocionado.
Pero de un momento a otro, un balde de palomitas con algunas de ellas y bastante sal aún en su interior, va a parar a mi cabeza. Inmediatamente me lo quité, me levanté girándome para mirar detrás de mí y encarar al responsable. La sorpresa fue grande, Ernesto y su séquito estaban detrás de nosotros. ¿Recuerdan el cuchicheo? Eran ellos.
— ¿Ni en vacaciones me puedes dejar tranquilo? —indague exasperado.
— ¿Algún problema con eso, princesita? —dijo seriamente, al parecer estaba molesto.
— Púdrete —espeté.
Tomé de la mano a Lisbeth y me la llevé lejos de ellos, mientras más lejos mejor para nosotros. No los volvimos a ver durante toda la tarde, por lo que estuvimos más relajados y disfrutando de nuestro paseo. Lastimosamente el regreso a clases llegó más rápido de lo deseado, así que mi tortura continuaría largo y tendido. Lo bueno era saber que ya este era el último año que él estudiaría allí, porque está en 11. Si es que algo extraordinario no ocurría.
Como todos los años, se hizo el acto cívico de bienvenida donde ya nos tocaba a nosotros ubicarnos en las gradas. Traté por todos los medios posibles estar totalmente alejado de Ernesto, pero como un imán se nos pegó justo detrás de Lisbeth. «Si tanto le gusta, ¿Por qué no se lo dice de una vez para que lo rechace y ya nos deje en paz?» pensé molesto.
Entramos a clases, durante la primera semana se mantuvo alejado por estar ocupado con los demás estudiantes de 11, quienes se encargarían de liderar varias actividades. Pero mi paz duró muy poco, durante la segunda semana de clases empezó nuevamente a molestar. En una de esas estaba hablando con Lisbeth en el receso, a punto de declarar mis sentimientos por ella cuando bravucón salvaje aparece derramando un vaso de agua sobre mí.
— Ups, se me resbaló —dijo sarcásticamente.
— Si claro, idiota —dije levantándome de mi asiento.
— ¿Cómo me llamaste? —se acercó peligrosamente a mi rostro.
Lisbeth reaccionó inmediatamente interponiéndose entre los dos, para evitar que me golpeara o que tal vez sea yo quien le dé un golpe a él.
— Ya déjalo en paz —exigió furiosa.
La miró con un gesto de calma en su rostro, ladeando la cabeza como analizando que hacer. Se acercó a ella y le dijo.
— Oblígame.
Se marchó sin decir más nada. Le agradecía y me excusé un rato con ella para poder ir al salón, buscar un pañuelo que cargaba a veces y secarme un poco. Llegue a mi maletín, saque una pequeña toallita de algodón color azul y me quité la camisa del uniforme, quedando con la camisilla blanca sin mangas que siempre me colocaba debajo. Por lo menos esta no se había mojado mucho, la mayor parte del agua fue absorbida por la camisa.
Mientras secaba mi cara y cabello, sentí un cosquilleo en la nuca y nuevamente esa sensación extraña de ser observado. Temiendo lo peor desvié la mirada hacia la entrada y para mi mala suerte, ahí estaba Ernesto apoyado en el umbral de la puerta mirándome fijamente. Al notar que me di cuenta de su presencia, empezó a caminar en mi dirección. Mi puesto estaba en el fondo del salón, por lo que instintivamente camine hacia atrás hasta tocar la fría pared.
De aquí en adelante todo fue tan confuso como absurdo, deseaba con toda mi alma que solo haya sido un delirio de mi mente o una historia contada por alguien más. Me acorraló en la pared, colocó ambas manos a cada lado de mi cara para evitar que escapara. Acercó amenazantemente su rostro al mío, sus ojos brillaban con su típica furia asesina.
— ¿Cómo me llamaste hace un rato? —preguntó entre divertido y molesto.
Le gustaba jugar conmigo, ver mi reacción de miedo. Me quedé paralizado, sabía que de esta no iba a salir ileso.
— ¿Qué pasa princesita, te comió la lengua el gato? —se burló.
Sus palabras no hicieron más que llenarme de rabia, por lo que cometí el peor error de mi vida. Seguirle la corriente.
— Idiota, te llamé idiota porque eso es lo que eres, ¿ahora si escuchaste bien o te lo repito? —dije sin moverme.
Me miró sorprendido y tal vez con un poco de admiración. De pronto no muchos se atrevían a hablarle de esa manera, pero es que ya me tenía harto. Y aquí es donde se pusieron las cosas raras.
— Muy valiente ¿no? —tensó los brazos para impedir aún más mi huida— a ver qué tanta de esa valentía te queda después de esto.
Por instinto cerré los ojos al ver que alzaba una de sus manos, esperando sentir su puño estrellarse en mi cara. Pero no fue así, su mano abierta fue a parar suavemente a mi mejilla y con el corazón acelerado sentí su boca tocar la mía. Con la otra mano me tomó por la cintura y pegó mi cuerpo al suyo, aumentando los movimientos de nuestras bocas. Me besaba de una manera entre tierna y suave al inicio, y después apasionada.
Me dejé llevar por la mera sorpresa, algo así como en modo automático, porque en mi cabeza aún no cabía tal acontecimiento. Me acariciaba la mejilla mientras lentamente seguía besándome, recorriéndolas dulcemente con besos suaves bajando por mi cuello haciendo un chupetón en la base. No podía moverme, la presión de su cuerpo sobre el mío no me lo permitía. Dejo libre mi cuello para regresar a mi boca, dio un último suave beso y se separó de mí, ambos con la respiración agitada. Su mirada era diferente, incluso puedo decir que estaba sonrojado.
—Tú —dijo tomando mi rostro por la barbilla— eres mío.
Plantó un beso más en mis labios y se marchó como si nada, dejándome con mil y una preguntas estallando en mi atareado y confundido cerebro. Me senté en el suelo, mirando la lejanía como esperando ver una señal divina que me explicara con dibujitos lo que acababa de suceder. Pero tal señal nunca llegó, y tenía miedo. Mucho miedo.
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Hola criaturas del señor!!!
¿Que tal la vida? ¿Ya tomaron agüita?
Espero les haya gustado este capitulo, se viene lo mas interesante... Ustedes que creen, ¿Solo lo hace por joder o de verdad hay sentimientos ocultos en el frío corazón de Ernesto?
Leo sus teorías...
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