
Capítulo: 55✔️
—Vaya, este lugar sí que es acogedor —me susurra Nataly, como si su voz pudiera desviar mi atención de la profunda mirada de decepción que me atraviesa. La frialdad del ambiente, con las cortinas de las ventanas ocultando la luz del sol, contrasta con el frío que siento en el pecho, creando un vacío abrumador que se cierne sobre mí.
—¡Jonathan, espera! —suplico, mientras salgo apresuradamente tras de él. La puerta de nuestra habitación se cierra con un eco sordo en la pequeña sala de estar. Al llegar, me doy cuenta de que no ha puesto el seguro, así que la abro con un ligero empujón y la cierro tras de mí.
Me detengo un instante, respirando hondo para calmar mi corazón que late con fuerza. Él se ha sentado en la cama, su figura encorvada, con los codos flexionados en su rodilla y las manos cubriendo su rostro enrojecido.
—Vete —me pide con la voz ronca e inexpresiva, sus ojos evitan los míos, como si temiera que la conexión entre nosotros lo atrapara. Mi mano se aferra con fuerza a la correa de mi bolso, los dedos crispados y sudorosos, tratando de mantener la calma.
No puede estar pasando de nuevo. No me está pidiendo eso; está alterado. Él no quiere que me vaya.
—No me voy a ir —intento que mi voz suene firme, pero las lágrimas amenazan con desbordarse, pesadas y brillantes. La angustia me consume, un nudo aferrándose en mi garganta, mientras observo cómo su cuerpo se tensa ante mis palabras, como una cuerda estirada al máximo, a punto de romperse.
—Entonces me voy yo —sentencia, elevándose sobre sus talones.
La vívida imagen de él saliendo por la puerta principal de este departamento aquel día, sin mirar atrás y cerrándola de un portazo, me hace situarme junto a la entrada y gritar, llena de miedo:
—¡No! Jonathan, no te vas a ir otra vez...
No ahora, cuando más que nunca te necesito. Te necesitamos.
—¿Y qué esperas que haga? —responde, igualando mi tono y mirándome a los ojos por primera vez. Sus iris grises muestran una tormenta de emociones que me hace querer retroceder—. Tal parece que solo sabemos alejarnos cuando más nos necesitamos.
Sus palabras cargadas de tristeza al final se clavan en lo más profundo de mis huesos, y aunque en este instante podría gritarle mil argumentos sobre todo lo que hemos hecho bien (especialmente sobre lo más precioso que está floreciendo en mi interior) recuerdo que si estamos aquí ahora es culpa mía. Las palabras se agolpan en mi garganta, y al final, solo consigo articular:
—Iba a decírtelo, pero el miedo me paralizaba... temía que esto sucediera, que volviéramos a este punto.
Él se pasa la mano por la cara, frustrado, despeinándose con un toque rebelde. Muerde sus labios y suelta una risita amarga que me atraviesa el corazón, llevándome de vuelta una vez más a aquella noche lluviosa y fría, cuando estuve sola en el sofá, llorando hasta quedarme dormida, sin imaginar la devastadora noticia que me esperaba al día siguiente: su accidente.
—Es que todavía no lo entiendes, ¿verdad?
Su tono se vuelve más bajo y se acerca; los recuerdos siguen fluyendo entre los dos como las corrientes de un río desbordado.
—¿Qué vas a hacer? —las lágrimas calientes se deslizan por mis mejillas; por primera vez desde que lo conocí, un miedo profundo me invade ante la posibilidad de que se acerque para besarme—. Jonathan Smith, si vas a besarme de nuevo solo para luego abandonarme, no te lo voy a perdonar jamás.
—Está claro que no entiendes nada —me dice, acorralándome entre él y la puerta. Mis piernas titubean, y su perfume termina por invadir cada uno de mis sentidos—. Maldita sea, no hay nadie en este planeta que se sienta más feliz por verte alcanzar tus metas que yo. Lo que realmente me duele, Emma, y me duele de verdad, es que siempre me excluyas de ellas.
La culpa me pesa en el corazón y me deja sin aliento.
—Perdóname, por favor...
—Se van a matar —escucho la voz de Nataly, tensa y llena de preocupación, al otro lado de la puerta. Me sobresalto, recordando que no estamos solos en este lugar, y Jonathan se aparta un poco—. Es mejor abrir.
—¡De ninguna manera! —responde la abuela con determinación—. Son dos cabezotas y están a punto de ceder.
—No me lo está pareciendo.
—Que sí, que sí.
Jonathan se aclara la garganta a propósito, emitiendo un sonido rasposo que resuena en la habitación, en mi interior, en todos lados y las hace parar su parloteo. Sus ojos, llenos de lágrimas, se elevan hacia el techo mientras un suspiro profundo de frustración escapa de sus labios, tan perfectos como siempre. Luego, toma mi mano y me guía hacia la cama.
Su toque es cálido y seguro, y me resulta imposible imaginar que alguien que me toca así pueda desaparecer en el siguiente instante.
Cuando nos sentamos y él me suelta para regresar a su posición inicial, sin mirarme, el miedo vuelve a aferrarse a mí con fuerza. Sin embargo, el silencio se quiebra cuando su voz resuena; ahora suena notablemente más calmada, como si finalmente hubiera liberado todo lo que tenía atascado en la garganta.
—¿Cuántos días faltan? —aprieta el puño con fuerza sobre el colchón, y en ese instante, solo se me ocurre replicar su gesto, como si eso pudiera cambiar algo: acariciar sus nudillos y mano hasta entrelazarla con la mía.
Nuestros ojos se conectan con una rapidez que me roba el aliento. Desvío la mirada hacia nuestras manos, tratando de procesar la respuesta a su pregunta. Él no retira la suya, lo que envía un rayito de esperanza a mi corazón.
—¿Me estás preparando psicológicamente?
—No. Solo quiero sentirte. Siempre —respondo con rapidez.
Se relame los labios, un gesto que me hace detenerme en el tiempo. Por un momento fugaz, juro que sus comisuras se curvan en una sonrisa involuntaria, un destello de emoción positiva en medio del desastre que somos.
—Emma, Emma, Emma —tararea en un susurro suave y lleva nuestras manos entrelazadas a sus labios, dejando un beso delicado en la parte superior—. Dime cuánto tiempo falta.
—Prométeme que no me vas a dejar —mi voz se quiebra al final, cargada de vulnerabilidad.
—Emma...
—Prométemelo.
—Nadie va a dejar a nadie esta vez. Porque si tú me lo pidieras, yo iría contigo hasta el fin del mundo sin dudarlo, ¿vale? —sus palabras son un bálsamo para mi alma, llenas de firmeza y amor.
La incertidumbre se disipa un poco, y el aire entre nosotros se siente más ligero.
—Veintidós días —suelto al fin, apretando nuestras manos con más fuerza, como si ese simple gesto tuviera el poder de influir en su decisión final—. Dentro de veintidós días sale mi vuelo.
No pasa ni un minuto cuando se levanta de mi lado y lo observo con intensidad mientras se desplaza, hasta que se detiene frente a mí, sin soltarnos. Su mirada me atraviesa, cargada de emociones que me resultan difíciles de descifrar por completo. Hay amor, sí, pero también hay un temor palpable entrelazado en sus ojos
—Me prometiste que no me ibas a abandonar —musito, acercándome a su altura, buscando en sus ojos la certeza que necesito.
—Y no lo haré. Pero ahora, prométeme tú, Emma, que no me ocultarás nada más, ni lo bueno ni lo malo —me dice mientras toma mi rostro entre sus manos, sus dedos recorriendo suavemente mis mejillas en un masaje reconfortante—. Siento que no puedo soportar más secretos. Prométemelo, rubia, para que pueda besarte y hundirme en lo más profundo de tu ser —su voz se transforma en un susurro cargado de deseo y anhelo, como si cada palabra fuera un hilo invisible que nos uniera aún más.
—Te lo prometo, te lo prometo, te lo prometo... —repito entre sollozos, abrazándolo con fuerza, dejándome envolver por todo lo que es él y el profundo efecto que tiene en mí.
De repente, la atmósfera íntima se quiebra con una voz familiar.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que iban a ceder! Ojalá hubiéramos apostado algo —exclama la abuela aún desde detrás de la puerta, convencida de que no la oímos. Mis mejillas se tiñen de un intenso color rojo
Jonathan suelta un bufido, y no puedo evitar soltar una risa suave, sintiendo cómo la tensión entre nosotros se esfuma y todo vuelve a la "normalidad".
—Son unas cotillas —digo con una sonrisa, al tiempo que seco mis mejillas húmedas con la palma de la mano.
—Sí, y créeme que no conocía ese lado de mi abuela.
—Solo están preocupadas por nosotros —me apresuro a decir.
—Sí —suspira, apartando la mirada de mis ojos y concentrándola en mis labios—. En cambio, yo solo estoy preocupado por las ganas que tengo de besarte para sellar nuestra promesa.
—A-aquí no podemos, ¿verdad?
Ambos miramos hacia la puerta y negamos ante la idea.
—¿Vamos?
—Vamos.
Listo. No necesitamos más palabras.
Al abrir la puerta y salir hacia la sala, nos sorprende descubrir que las cotillas han desaparecido, como si se hubieran escondido para darnos un "momento de privacidad".
—Vamos al estacionamiento; allí tengo la moto.
No tengo la más mínima idea de qué bicho me ha picado tras sus últimas palabras, así que no me lo preguntéis. No sé si es alguna hormona provocada por el bebé o si, en realidad, hemos pasado por tantas cosas que estoy empezando a perder la cordura. Pero hay algo de lo que estoy completamente segura: en cuanto me doy cuenta, ya estoy montada en la moto, incluso antes que él, como si fuera mía. Con un pie firme en el suelo (hasta donde mi altura me lo permite), mis manos se aferran a los manillares, como si tuviera la más remota idea de cómo equilibrar todo esto cuando salga disparada.
En un parpadeo, él llega y se sienta detrás de mí, hundiendo el asiento bajo su peso. Trago con dificultad cuando nuestros ojos se encuentran en el espejo retrovisor, y una cosquilla traicionera recorre mi vientre.
Hormonal no; estoy lo que le sigue.
—¿Tienes intenciones de conducir tú hoy? —me susurra casi al oído, su aliento mentolado recorriendo mi piel y provocando escalofríos. Con solo esas seis palabras, el calor se apodera de mi rostro.
Sacudo la cabeza con vehemencia, desechando la idea: —¿Estás loco?
Aunque tengo que admitir que su propuesta no suena del todo mal. De hecho, es tentadora, excitante; nada mal para ser exactos.
¡Cállate, Emma!
—No deberías descartarlo de inmediato. Eso fue muy parecido a lo que me dijiste la primera vez que te lo propuse en la pista. Al final, aceptaste, y te encantó.
Su mano aterriza sin previo aviso en mi cintura, inclinándome hacia adelante para darme más espacio.
—Solo te acompañé; es muy diferente a manejar. No puedo hacerlo sola —respondo con poca convicción, relamiéndome los labios mientras siento la anticipación recorrer cada fibra de mi ser.
—Tú puedes con todo.
Su otra mano se desliza por mi espalda baja, metiéndose bajo la enguantada y empujándome aún más hacia adelante. Mis manos, casi por inercia, se aferran con más fuerza a los manillares.
—Así de fuerte te tienes que agarrar.
—Oye, yo nunca te he visto montando así —me quejo.
Él suelta una risita suave.
—Te ves preciosa.
Lo miro; sus ojos, que hasta hace apenas unos minutos reflejaban algo tan distinto, ahora se desvían hacia abajo, examinando cada curva con atención.
—¿Y tienes una buena vista de mi culo?
—La mejor.
Sonrío, satisfecha con su respuesta. Me incorporo, sacudiendo el cabello con un gesto audaz antes de dejarme caer contra su pecho. La adrenalina me consume como una llama voraz; es un fuego que no puedo ignorar.
—¿Sabes cómo se siente mejor?
No se rinde. Sus manos rodean mi cintura, levantando la tela con un roce íntimo que me hace estremecer.
—¿Cómo? —pregunto, sintiendo el aire cargarse de electricidad.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el momento.
—Después de correrte —susurra, su voz grave y seductora acariciando mis oídos.
—Jonathan...
Involuntariamente, se me tensan las piernas ante su insinuación y solo puedo recordar lo que él mencionó hace unos días, dándole toda la razón: "solo nosotros podemos pasar de gritarnos a ser así de empalagosos en menos de un minuto".
—¿Quieres? —juega con el elástico de mi falda, sus dedos provocando una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo.
Miro a mi alrededor, asegurándome de que nadie esté cerca. Mi corazón late con fuerza; no puedo creer que esté a punto de decirle que sí en un lugar como este. Aunque, pensándolo bien, no es la primera vez que lo hacemos en un lugar inapropiado; ese pensamiento solo hace que mi centro palpite con un peligro tentador que apenas puedo soportar.
—Rápido, por favor. Y no muy intenso, ya sabes que después me tiemblan las piernas.
—¡Esa es mi chica! —me besa el cuello con frenesí, su aliento cálido en mi piel—. Será tan intenso que no podrás olvidarlo en toda la semana, pero lo suficientemente ligero como para que puedas manejarlo. Lo prometo; y ya sabes que debemos cumplir nuestras promesas.
Me quedo unos segundos reflexionando antes de responderle:
—Dijiste que nuestra promesa se sellaría cuando tus labios tocaran los míos —le recuerdo, girando la cabeza hacia él. En ese instante, él me agarra del cuello y me besa con una profundidad que me deja sin aliento. Sus labios se funden con los míos mientras sus dedos exploran mis braguitas, comenzando a frotarme con una dulzura que provoca un movimiento impaciente en mi cuerpo.
La posición se vuelve incómoda, pero esa incomodidad solo intensifica la adrenalina que siento por dentro. No puedo evitar gemir de placer cuando aparta mis bragas; sus dedos fríos se encuentran con mi humedad, enviando escalofríos que recorren toda mi columna vertebral.
—No gimas, por favor —me suplica, tapándome la boca mientras hunde su cara en mi pelo, respirando con la misma dificultad que yo.
Me penetra primero con uno y luego con el otro dedo. Lucho por no morder su mano, concentrándome en el momento. Los retira y los vuelve a introducir, acelerando el ritmo en varias ocasiones; cada movimiento provoca que apriete mis muslos contra su mano, sintiendo cómo mi pecho sube y baja de manera descontrolada. Cada embestida desata una mezcla embriagadora de placer y tensión que me deja al borde del abismo.
—Más rápido, rubia. Vamos —me dice, abriendo mis muslos cuando se tensan—; imagina que es mi...
—Jonathan... —jadeo como puedo, aferrándome a su mano mientras el orgasmo me envuelve como él lo prometió: inolvidable y fácil de manejar. Ni siquiera es mediodía y ya estoy viendo estrellas.
La forma en que sus manos marcan las venas en su piel cada vez que me aferro a él es casi hipnótica. La intensidad de su aliento cerca de mí aviva aún más mi deseo; una llama ardiente consume cada rincón de mi ser. Quiero montarlo y dejarnos llevar hasta mañana; ya sea sobre la moto o en nuestra habitación... donde sea.
—Feliz San Valentín, cariño. Eres la novia más valiente del mundo —echa a un lado mi pelo y me besa las mejillas con una ternura que contrasta intensamente con la pasión del momento anterior.
—Te amo, te amo, te amo... —repito sin parar con los ojos cerrados, sintiendo el latido de su corazón contra mi espalda.
—¿Estás lista para vivir el mejor San Valentín de todos los tiempos?
Coloca mis braguitas en su sitio y al recordar a qué se refiere, me pongo alerta nuevamente, aún agitada.
Él extiende la mano a mi alrededor y, con un movimiento ágil, recoge los cascos colgantes del manillar; primero me coloca el mío y luego se pone el suyo.
—Necesito que te quedes en esta posición, ¿de acuerdo? Relaja las manos en los manillares. Yo colocaré las mías sobre las tuyas y te guiaré en cada momento. Te prometo que esto será lo mejor que hemos hecho. ¿Confías en mí?
—Mucho —respondo con total sinceridad. En el instante en que esas palabras cruzan mis labios, él enciende algo y el motor empieza a rugir, resonando al unísono con la adrenalina que recorre nuestras pieles. Aceleramos juntos hacia la salida del estacionamiento.
Sus manos permanecen firmemente sobre las mías, y esa conexión solo intensifica la ilusión de que soy yo quien controla todo. El orgasmo aún vibrando en mí se mezcla con el ronroneo del motor, entrelazándose con el latido acelerado de mi cuerpo. En esta fracción de tiempo, me siento más viva que nunca, traspasando todos los autos a nuestro alrededor y esquivándolos con destreza. No tengo claro qué idea tenía para San Valentín, pero definitivamente esto supera cualquier expectativa.
[...]
DOS DÍAS DESPUÉS. 16 de febrero. Cumpleaños de Jonathan. (20 días).
—¡Por favor, Nat, dime que lo traes! —le suplico, sintiendo cómo el sudor se desliza por mi piel por los nervios incluso a pesar del frío, mientras el vestido me oprime incómodamente.
El maquillaje que me aplicó esta tarde seguramente se está arruinando, y con razón. ¿Cómo pude olvidar lo más pendiente que tenía para hoy?
El ultrasonido.
—Aquí está —murmura, poniendo los ojos en blanco al entregármelo. Por fin puedo respirar de nuevo y me pierdo en la imagen de nuestra pequeña bolita—. Emma, no puedo creer que estés tan nerviosa. Jonathan ya está adentro y se enteró de la fiesta hace tiempo.
—No podrías entenderme —susurro—. No, no podrás hacerlo hasta que estés en mi situación. Siento todo al triple. Lo que para otros es una pequeña cosa, para mí se convierte en un monstruo en segundos.
Me toma del brazo y me guía hacia el interior, donde las luces de colores del bar alquilado por la señora Victoria para la fecha nos envuelven con su cálido resplandor. Entre todas ellas, la luz roja destaca intensamente, contrastando con el tono de mi vestido. La música pop que tanto le apasiona a Jonathan resuena por todas partes, creando una atmósfera vibrante y llena de energía.
—Y supongo que el hecho de que hoy se lo dirás a Jonathan tampoco te lo pone fácil. Te encanta complicarte la vida —vocifera, esforzándose por ser escuchada entre la música estridente y el bullicio de la gente.
—Ni siquiera me lo menciones; solo de pensarlo me dan ganas de hacer pis de los nervios. Su reacción me ha tenido desvelada cada noche durante días.
—Sí, y ya sabemos lo que has estado haciendo con él cada noche de esos días —me lanza una mirada de reojo, provocando que mi rostro se tiña de un rojo más intenso que las luces que nos rodean.
—Ya te pedí perdón, ¡no me lo recuerdes más! —chillo, intentando disimular mi vergüenza.
Nos detenemos junto al baño y ella me señala hacia adentro antes de continuar: —Entra y relájate un poco; yo iré a distraer al cumpleañero. ¿Qué le has dicho para que te dejara sola un minuto?
Lo busco con la mirada hasta que finalmente lo encuentro en el centro del bar, apoyado en la barra, sonriendo con esa chispa que siempre lo caracteriza. Está guapísimo; él siempre lo está, pero hoy... ¡ufff! Sin pensarlo, escondo el ultrasonido detrás de mi espalda. Él me guiña un ojo y me llama con un gesto de los dedos.
Le hago una señal para que me espere y me giro hacia Nat, que pone los ojos en blanco con exasperación.
No le hago caso; es una cursi cuando quiere. Además, está estresada porque no quiere encontrarse con lo inevitable: Leo.
—No me mires así. Le he dicho que te iba a recibir —me meto en el baño y la miro antes de cerrar la puerta—. ¿Podrías llevarlo a un lugar más privado, por favor? —le hago ojitos—. No quiero decírselo aquí. Te prometo que no te pediré nada más esta noche.
—Sabes que ni siquiera si le pones Nataly a la niña, en caso de que sea niña, me vas a pagar todo lo que he hecho por ti hoy, ¿verdad?
—Lo tendré en cuenta —respondo con una sonrisa, antes de cerrar la puerta y dejar mi pequeño bolso sobre el amplio lavamanos.
Es un poco cursi, pero he comprado un lacito rojo para envolver el ultrasonido como si fuera un cucurucho, junto con una pequeña postal que dice: "¡Vas a ser papá!".
Sí, ya sé que me estoy adelantando a su reacción, pero estoy segura de que le encantará la noticia. No hay forma de que no lo haga.
Cuando finalmente tengo todo listo, lo miro con admiración, sintiendo una profunda mezcla de orgullo y cariño. Luego, con delicadeza, lo guardo en uno de los bolsillos de mi chaqueta y me dirijo hacia uno de los cubículos del baño, con el corazón latiendo de anticipación y la vejiga a punto de estallar por los nervios.
Al llegar, escucho algunos ruidos, y un escalofrío recorre mi espalda al encontrar la puerta cerrada con firmeza.
—¿Hay alguien ahí? —vocifero nerviosa, pero no obtengo respuesta. El silencio es aplastante; incluso el más mínimo sonido ha desaparecido, lo que incrementa mi inquietud. A ver, no soy idiota; sé que esto es un baño y que podría haber alguien más aquí, pero cualquiera en su sano juicio habría saltado y dado señales de vida.
Convenciéndome de que estoy paranoica, decido regresar al espejo y abrir uno de los grifos. Cierro los ojos cuando el agua fría toca mi piel e intento calmarme.
Gran error.
Al abrirlos nuevamente, un grito de pánico brota de lo más profundo de mí. En el reflejo del espejo, detrás de mí, se erige una figura imponente: un cuerpo envuelto en una capucha oscura y un abrigo negro. Mi grito se ahoga en un instante cuando él me cubre la boca y la nariz con un paño que me sumerge en la oscuridad de la inconsciencia.
—Te advertí que no me provocaras.
_______________________________
Nota de la autora📖:
¡Holaaaa! ✨¿Cómo están? 💗✨No olviden interactuar con el capítulo dejando su voto y algún que otro comentario. 🫶🏻 Me ayudan mucho si lo hacen, por favor. 🩷
JUUJUJIKIKIJUJ ¡Se acabaron los capítulos "tranquilos", María Josefa! Prepárate, porque se avecina el gran drama. 😼
En IG dejo spoilers a cada rato, cuentas regresivas para que sepan qué día voy a actualizar, por si quieren ir a seguirme para enterarse (escritora_romance06).
_______________________________
Capítulo dedicado a @DaniYicelCamelo, @MariaMaccarrone1, @CarolinaRomero114, @anelam2003 y @bookftk. 💗💗
Los tqm. ✨🥹
¿Quieres que te dedique un capítulo? Coméntame algo relacionado con el mismo o tu opinión. ✨💗
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro