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Capítulo: 50✔️

Al llegar a la habitación, me despojé de los zapatos que Nat me había prestado, sí, los que apretaban como dos agujas afiladas, y caminé hacia la cama sintiendo el suelo helado bajo mis pies gracias al aire acondicionado que enfriaba la habitación.

La ropa fue lo siguiente en desaparecer, envolviéndome en mi pijama, como había planeado, regocijándome en el abrazo reconfortante de las suaves colchas frías recibiéndome. Y así, boca abajo, sintiendo el suave roce de las sábanas como si reviviera el momento en que sus labios estuvieron sobre los míos, me tomó cinco segundos volver a repasar todo lo que sucedió hoy.

Mi corazón se alteró por vez no sé cuánta. No supe si sonreír o llorar. Apreté las sábanas y «AAAHHH», grité contra la almohada. Sonreí, por supuesto que sonreí como una tonta y pataleé en la cama. ¡Habíamos quedado en volver a vernos! Quizás podría intentar contarle las cosas y arreglarlo de alguna manera. Estaba segura de que me escribiría, ¡incluso se aprendió mi teléfono para hacerlo!

Mis mejillas ardían intensamente, y sentía la urgencia de ahogar mis emociones en la suavidad de la seda antes de que Nataly viniera a compartir la habitación para dormir. Ya me había sospechado en el restaurante, y sabía que si se lo contaba, me regañaría. También era consciente de que no se daría por vencida tan fácilmente.

—¡Hola, señorita impulso! —me dijo al entrar con un tono burlón en su voz y una media sonrisa, indicando que se avecinaba una charla larga antes de dormir. Sostenía dos almohadas debajo de los hombros y el cargador en la mano, listo para poner a cargar su móvil.

—¡Hola, madre superiora! —le contraataqué cubriéndome totalmente con las sábanas. Mi sonrojo estaba en su punto máximo.

Ella soltó una risita antes de responder: —Si realmente me vieras como una madre superiora, estoy segura de que me harías caso.

—Pero sí te hice caso —dije de inmediato, llevándome las uñas a los dientes.

—Perdón, ¿con cuál de los dos me hiciste caso? ¿Con los labios o con la lengua?

—Con ambos —me tapé la boca nada más darme cuenta de lo que le había dicho.

¡¡¡Emma!!!

En ese momento, sentí cómo se abalanzaba sobre mí intentando quitarme las sábanas de la cara, ambas soltando algunas risas por su fallido intento: —Viste cómo no me hiciste caso.

—Pensé que era obvio para ti después de lo del labial.

—Bueno sí —se tumbó a mi lado y por fin, cuando sentí que mis mejillas recuperaban su calma, liberé mi rostro y miré a un punto fijo en el techo, como estaba haciendo ella—, pero ¿qué tal si te lo hubiera robado? No quería regañarte sin antes haberlo hablado. Un regaño con propiedad, ¿vale?

—Jonathan jamás me robaría un beso —afirmé con absoluta certeza, metiendo las manos al fuego por él. Jonathan podría ser pervertido (uno tierno y hot a partes iguales), impulsivo (al igual que yo), terco y mil apelativos más relacionados con la rebeldía, pero jamás violador o alguien aprovechado.

—No —alargó la vocal—. No escatimes, por favor; uno nada más no, dos, tres, cuatro, cinco... ¡y tú encantada!

—¡Ay, claro que no!

Volvió a mirarme directamente a los ojos, apoyándose en sus codos, y exclamó derrotada, dejándose caer hacia atrás de un modo dramático: —¡Ay no, ahora estás aún más enamorada de lo que ya estabas! Mírate las mejillas, tía, parece que tienes fiebre; la fiebre mejor conocida como "fiebre Jonathan".

Me volví a tapar, avergonzada de que hubiera visto y sentido el calor de mi cara. Solo allí abajo, debajo de la seda, donde no podía ver ni sentir mis mariposas revoloteando en el estómago, fui capaz de decirle: —Quedamos en hablarnos para quedar.

La escuché suspirar tratando de controlar su temperamento tras escuchar mis palabras: —Emma, por favor, ten cuidado. No quiero que vuelva a lastimarte.

—Lo sé, Nat —también suspiré—. Gracias por preocuparte por mí en serio, pero estaré bien. Estoy segura.

Con esas últimas palabras de advertencia resonando en mi cabeza, mi respuesta, Nat envuelta en las sábanas al otro lado de la cama, Mia en el medio tras llegar más tarde, las luces apagadas y el suave reflejo de la luna en la ventana, me sumergí rápidamente en el sueño.

[...]

11:39 am.
Mi móvil y el de Nat se sincronizan para sonar al unísono, lo que provoca que ambas, con la excepción de Mia, quien parece no darse por enterada debido a que está ocupada clavándome su rodilla en la nalga, nos despertemos. Nat chilla mientras apaga su alarma, murmurando algo así como "que te den, viejo panzón".

—Emma, apaga eso o te lo tiro por la ventana —me ladra tapándose el rostro con la almohada—. Mia, te agradecería que no me aprietes más la vejiga, ¿sí? Gracias.

—Ash, ya voy —respondo girándome hacia el otro lado.

A regañadientes, estiro la mano que queda más cerca de la mesita y acerco el móvil a mi oreja. Siento el frío de la pantalla debido al aire. El sonido del tono de llamada retumba en mis oídos mientras trato de enfocar mi mente somnolienta para darle al botón de aceptar la llamada.

—¿Sí? —digo con la voz de alguien que parece acabar de despertar de una siesta de 15 horas, como un perezoso en un día soleado.

Escucho una risa muy atractiva del otro lado de la línea antes de responder: —Ah, estabas dormida todavía, por un momento pensé que no querías hablarme.

Dios, decir que casi me caigo de la cama al escuchar su voz no es exageración, lo juro.

—N-no —los nervios me traicionan, el corazón me explota, las mariposas se despiertan y se desatan—, realmente estoy dormida —aseguro, parándome sobre mis talones para caminar en círculos por toda la habitación.

—¿Estoy?

¡Emma, tonta!

—Estaba —corrijo.

—Ya veo —dice. Me doy dos palmaditas en la frente y no puedo evitar unirme a su risa de inmediato—. Entonces solo días porque buenas las ganas que me dejaste de besarte ayer.

Ahhhhhhhh, también puedo jugar a eso, creo...

—Días... porque bueno el beso de ayer —me atrevo a decirle, y al instante me arrepiento, volviendo a atrapar mi labio inferior entre mis dientes. Siento mi corazón latir a mil por hora, martilleando el piso de madera con la planta de mis pies descalzos, desafiando la paciencia de mi amiga adormilada.

—Días porque buena pareja hacemos tú y yo —me contraataca él.

—Días porque...

—Días porque bueno el almohadazo que te voy a tirar si no te vas a hablar por teléfono a otra parte, Emma —gruñe Nataly con un mohín, apuntándome con la almohada entre sus brazos, lista para lanzármela.

Ella siempre recurrirá a la violencia como primera opción.

Abro los ojos como platos al escucharla y rápidamente retiro el teléfono de mi oreja. Salgo de la habitación con la sensación de que está infestada de chinches y que éstas me están picando las palmas de mis pies.

Entonces, cuando siento que estoy a salvo, retomo la llamada apenada: —Lo siento. Nataly no es muy amigable cuando está medio dormida —dejo caer mi espalda sobre la pared soltando un leve suspiro, mientras mis dedos tamborilean nerviosamente en el suelo, a la espera de su respuesta. El eco de mis palabras parece prolongarse en el aire, únicamente acompañado por el zumbido constante del aire acondicionado que se cuela en el silencio.

—Ah, no me di cuenta. No te preocupes —dice en un tono de voz que roza la burla, pero no llega a serlo. La risa se cuela en sus palabras, haciéndome sonreír sin poder evitarlo.

Por un pequeño instante, hay silencio, un silencio en el que lucho internamente en si preguntarle o no, en si se acordará o no. Puedo escuchar el suave suspiro que escapa de sus labios al otro lado de la línea, lo que me hace preguntarme qué estará pensando.

—¿Entonces vamos a encontrarnos hoy? —decimos al unísono en el momento menos esperado, sin ponernos de acuerdo. Una total locura que me hace dar pequeños brinquitos suaves en mi lugar, para que no me escuche.

—Sí —exclamamos también los dos juntos, sin dudarlo.

—Vale —puedo decir yo sola.

—¿En dónde?

Llevo las manos a mi pequeña cadena, dudosa, tocando el pequeño dije mientras la otra se aferra al teléfono, como si de eso dependiera que mis nervios me permitan hablar.

¡Ya sé, ya sé!

—¡Te envío la ubicación! —mi voz claramente no sale nada controlada; el nerviosismo y la expectativa brotan por cada maldito poro de mi piel y no logran ser controlados.

Quedamos a las 2:00 en el lugar que le había indicado. Desde entonces, mi mañana comienza a transcurrir lentamente, impregnada de desesperación y nerviosismo. Mientras tanto, intento freír unos huevos para el desayuno y, desafortunadamente, se me queman hasta quedar irreconocibles.

¿Cómo pasó eso? No lo sé.

Decido limpiar el departamento junto con el desastre para distraerme; mientras lo hago, Nataly no para de halagarme y me dice entre risas:

—Le diré a Jonathan que te invite a una cita seis veces más, así te pones nerviosa, quemas huevos y luego me limpias todo el depa la semana entera en recompensa.

En respuesta, le muestro el dedo corazón.

Realmente no entiendo por qué me siento así, ni siquiera cuando comenzamos a salir hace ya cinco meses me sentí de esta manera. Siento como si estuviera reviviendo todo al triple de intensidad. No me siento yo misma, y tengo pruebas: ¡le pedí a Nataly que me maquillara! ¿Te lo puedes imaginar?

—Nat, porfa, no te excedas, ¿sí? Quiero que me reconozca.

Mi petición parece entrar por un oído y salir inmediatamente por el otro, sobre todo cuando ella saca un labial rojo y yo intento detenerla con una señal de stop, negando con la cabeza mientras le digo: —Nada de labiales.

Me lanza un gesto de pocos amigos mientras sigue aplicándome polvo matificante.

Luego, con una sonrisa de dudosa procedencia, saca uno de esos vestidos informales que me compró para la ocasión y puedo entender completamente por qué sonreía de esa manera. El vestido es de un blanco radiante, el cual me queda como un guante, súper apretado. Mientras lo observo en el espejo, siento que cada fibra de mi ser está inundada por la tensión y los nervios, dejándome sin aliento.

Las palabras se atoran en mi garganta, incapaz de articular algo coherente o siquiera de quejarme por lo apretado que me queda. Es como si la tela estuviera moldeada a mi piel, resaltando cada curva y haciendo que me sienta más vulnerable que nunca.

Sí, es terrible la facilidad con la que me he dejado embaucar por Nataly hoy.

Las próximas horas no pasaron volando en absoluto, estuve completamente absorbida por la anticipación y la ansiedad. En el momento en que salgo del departamento y llego al lugar en el que le dije que quedaríamos, veo las gradas vacías y el césped verde intenso me trae tantos recuerdos, que me arrepiento.

Esto fue realmente una mala idea.

Finalmente, me dejo caer en una de las gradas, enterrando mi cabeza entre mis manos mientras reflexiono sobre la locura de mi decisión. ¿Cómo se me ocurre quedar en este lugar tan apartado? Ruego en silencio para que no me encuentre y simplemente se marche.

De lo contrario, pensará que todo esto es absurdo. Él no tiene recuerdos de nosotros, ¿por qué encontrarnos en un sitio tan remoto y desolado como este? En medio de la nada... Seguramente pensará que estoy completamente loca.

Tonta. Tonta.

Vaya, es que no me sorprendería en lo absoluto si, al encontrarme, decide llamar a un loquero en cuanto salga de aquí.

Mientras me froto las rodillas, no logro decidir qué hacer. El lugar está en completo silencio, solo se escucha el suave susurro del viento y el lejano canto de los pájaros. Las gradas queman bajo la tela de mi ropa. Al mirar de nuevo el césped, todos y cada uno de los recuerdos vuelven a mi mente, sin excepción de uno solo.

Estoy a punto de levantarme, decidida, para dar media vuelta y retirarme hacia la parte trasera de las gradas cuando, de repente, choco contra su pecho. Es como si fuera inevitable, como si fuera el único lugar del mundo en el que pudiera chocar, sintiendo el latido de su corazón bajo mi mano.

Un "Auch" escapa de mis labios por el impacto del golpe, mientras mi mano instintivamente busca sostenerme en su cuello, sintiendo su pelo suave y la fragancia que destila. Una de sus manos me agarra por la cintura con firmeza, como si supiera que eso es justo lo que necesito en este momento para estar de pie.

El sol brilla con fuerza sobre nosotros, creando destellos dorados en su cabello y resaltando cada línea de su rostro. Cada detalle de su expresión queda grabado en mi memoria: la curva de sus labios, el brillo intenso en sus ojos, el gesto inconsciente de acariciarme el brazo con su pulgar.

—¿Estás bien? —pregunta con los ojos fijos en los míos. Parpadeo, tratando de percatarme de que no estoy en medio de una ensoñación. ¿Por qué siempre me pasan estas cosas con él?—. ¿Siempre tratas de escapar?

—N-no, no iba a escapar —balbuceo, enderezándome y tratando de recobrar mi compostura, mientras siento el rubor subir por mis mejillas. Sus ojos grises me observan detenidamente, como si intentara descifrar mis pensamientos con solo una mirada.

—Nooo, ¿cómo crees? Solo ibas a irte sin verme.

Muerdo mi labio inferior, luchando contra la urgencia de reírme nerviosamente, pero mis esfuerzos son en vano. Finalmente, sucumbo y admito: —Vale, sí. —Observo cómo sus facciones cambian y cómo frunce levemente las cejas con mi confesión. Entonces me esfuerzo en aclarar—: Pero no es por lo que crees.

—¿Entonces por qué? —deja caer su espalda contra la pared de las gradas, su mirada fija en la mía con una mezcla de curiosidad y expectativa. Sus brazos se contraen levemente justo allí donde los deja caer, revelando un sutil rastro de tensión en cada músculo.

Dios de los abdominales. Trago grueso e intento volver al tema sacudiendo un poco la cabeza, desviando la mirada por un instante para recomponerme. Mis mejillas arden ligeramente, consciente de mi reacción, y me esfuerzo por mantener una expresión neutral mientras confieso: —Es que pensé que pensarías que estaba loca por citarte aquí.

—¿Aquí? —me mira de manera extraña y camina a mi lado escaleras abajo para llegar al césped. Me hace una seña para que vaya—. ¿Y qué tiene de malo estar aquí? Me gusta. Me resulta familiar.

—No es que tenga nada de malo... —replico mientras bajo tras él—. Es solo que es importante.

Extiende su mano para ayudarme a bajar. El roce de su mano sobre la mía desencadena una corriente eléctrica que se propaga por todo mi cuerpo, dejando una huella congelada en mi sistema nervioso. En ese instante, suelta una risa y me dice: —Huir por vergüenza no es de Rubias Peligrosas.

Mis ojos se abren como platos y le señalo con el dedo índice, advirtiéndole con una mirada intensa: —No juegues con eso.

Repite su apodo con esa sonrisa de certeza todavía dibujada en la comisura de sus labios. Me jala de los brazos y enrosco mis piernas alrededor de su cintura. Me aferro todo lo que puedo a él cuando me acerca más hacia sí, sintiendo su calidez y fuerza envolviéndome por completo, sus vaqueros gastados me raspan la parte interna de los muslos, pero en plan "sin queja"—. No entiendo cómo llegamos a este punto, pero lo único que sé es que quiero "más" contigo, una y otra vez. Siempre contigo.

Mis ojos se humedecen, las lágrimas luchan por salir pero las contengo, sin saber cuándo dejarán de hacerlo. En este momento, está claro que él quiere estar conmigo. Su mirada revela tanto amor y comprensión que me siento abrumada. Sin embargo, la verdadera incógnita es ¿cómo le explico lo que le oculté durante tanto tiempo? Cada palabra parece pesar toneladas y el miedo a su reacción me paraliza. ¿Podré encontrar la forma de revelarle la verdad sin perderlo de nuevo?

Antes de que pueda encontrar una respuesta a mis propias preguntas, su voz me saca de mis ensimismamientos: —¡Hey! ¿Qué sucede? ¿Por q...?

—Bésame, por favor —susurro, con la voz apenas audible, temiendo que se quiebre, temiendo las preguntas que vendrán y mis propias respuestas a ellas. Sus labios rozan los míos con suavidad, como el susurro del viento en una noche tranquila.

—No tienes que volver a pedirlo —susurra él también, acortando la dolorosa distancia. Sus labios encuentran los míos con una urgencia palpable en el aire, como si cada instante fuera un deseo anhelado durante mucho tiempo. Siento el suave roce de su aliento, sus dedos acariciando mi rostro con ternura antes de adentrarse con profundidad junto a su lengua. Como siempre en uno de nuestros besos, nunca es tranquilo. Él toma el control al dejarme suavemente en el césped y posicionarse entre mis piernas.

¿Cómo pude siquiera imaginar que volvería a experimentar esta pasión y conexión íntima? Cada roce de los dedos de Jonathan despierta sensaciones que pensé olvidadas. Creía que mi cuerpo estaba dormido, viviendo solo por vivir, por acompañarme.

—Jonathan —gimo al sentir sus dientes en mi clavícula, sus lametazos fríos, retorciendo mi espalda y estremeciéndome, acercándome más a él para sentir sus roces.

—Lo sé, nena. Esto también, ¿verdad? —sus dedos se deslizan con facilidad por mi vestido hasta alcanzar mis braguitas, acariciándolas contra mí y haciéndome cerrar los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás—. ¿Ya habíamos estado en esta situación antes?

—Sí... —apenas puedo confirmar, agitada.

Una de mis manos se aferra con fuerza a su pulóver, recorriendo su torso hasta llegar a su cuello con mis besos, mientras la otra se hunde en el césped, aferrándose desesperadamente a los escasos yerbajos que asoman. Sus dedos apenas me rozan y yo ya siento que estoy en las nubes, clavando cada vez más mis uñas en él, como si ese fuera el punto exacto que me conecta con él, uniendo el cielo y la tierra.

Incluso cuando se separa, lo siento. Me siento húmeda, excesivamente húmeda, raramente húmeda y, por alguna razón, mareada.

—¿Qué es esto? —me pregunta, tirando del pequeño hilo.

Ay no.

Ay no.

Ay no.

Diosito, por favor, esto no puede estar pasando, trágame, te lo ruego, hazme desaparecer y escúpeme en el agujero negro.

—¿E-estás en tus días?

[...]

—Tranquila, Rubia, no es para tanto. Solo es sangre —intenta tranquilizarme. Sin embargo, en cuanto menciona la palabra "sangre", me hace recordar la vergüenza que he pasado hace un rato y tiene el efecto contrario al que él pretendía.

Hundo la cabeza entre mis manos, sintiendo cómo el rubor vuelve a invadir mi rostro con fuerza, justo en el momento en que la encargada de los helados se acerca a nosotros con una sonrisa y nos pregunta: —¡Hola! ¿De qué sabor van a querer?

El aire se impregna con el dulce olor a chocolate y vainilla que emana de los congeladores, mientras el suave murmullo de conversaciones y risas llena el ambiente acogedor de la heladería. Me estremezco ligeramente al percibir la frescura del lugar, contrastando con el cálido rubor en mis mejillas.

—Tres bolas de chocolate con crema, por favor —le encarga Jonathan y de inmediato siento su mirada en mí—. ¿Y tú?

—Lo mismo —murmuro apenas, manteniendo mis manos cubriendo mi rostro cuando percibo que la chica se ha ido a por el pedido.

Un breve silencio se instala por unos instantes, que por supuesto, él interrumpe para intentar ayudarme a superar la vergüenza: —¿Entonces esto es lo que hacen los novios después de iniciar la relación?

Asiento levemente.

—¡Vaya! ¿Cuántos novios has tenido? ¿Todos te han llevado a comer helado después de iniciar la relación?

Ok, primera sonrisa lograda.

—¿Eso es un sí? —insiste y vuelvo a sonreír, sintiendo el calor en mis mejillas.

—Vale, es un "necesito un momento a solas para reagruparme y volver renovada". Voy al baño a lavarme la cara y despejar mi mente —le respondo, tratando de contener una sonrisa.

Decido tomar un momento para mí y me pierdo en el local tratando de localizar el baño. Finalmente, la chica que antes nos había tomado el pedido me indica que queda justo a la derecha.

También, de alguna manera u otra, el baño ha sido como una excusa para revisar los mensajes de mi móvil, que no ha dejado de vibrar. Antes de sumergirme en ello, decido lavarme la cara e intentar recuperar el color normal de mis mejillas.

Sin embargo, siento que nada de lo que he hecho anteriormente sirve en lo absoluto cuando mi rostro se vuelve a tornar de un solo color después de ver las cientos de llamadas perdidas y los mensajes atemorizantes que me ha dejado el susodicho número desconocido.

¿Ya lo habías olvidado?

¿Pensabas que había desaparecido?

Pues no, simplemente me dediqué en el tiempo que no lo mencioné a ignorarlo y bloquearlo. Pasaron unos días y no recibí más sus mensajes ni sus llamadas a media noche, pero hoy han vuelto, al parecer desde otro número, y nada suaves.

Las palabras amenazadoras parpadean en la pantalla del teléfono, y una sensación de temor se apodera de mí. Las sombras del baño parecen cobrar vida, y de pronto me siento observada por todas partes, como si alguien estuviera acechándome en la oscuridad. Cada pequeño ruido me hace saltar.

Dios. Jonathan.

Necesito ver a Jonathan.

Con la necesidad urgente de verificar su seguridad quemándome el alma, salgo del baño con pasos apenas firmes, cada músculo tenso por los nervios. El sudor frío perlado en mi frente es un reflejo físico de la angustia que me consume, y al verlo, casi que no sé qué es peor...

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Nota de la autora📖:

¡Holaaaa! ¿Cómo están? 💗✨No olviden interactuar con el capítulo dejando su voto y algún que otro comentario. 🫶🏻 Me ayudan mucho si lo hacen, por favor. 🩷

Notita #2: ¿Cómo sabes que esos mensajes lo va a complicar todo? 👇🏻

Porque cuando lo sabes, lo sabes... 🎶🎶 cuando lo sabes, lo sabes. XD

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Capítulo dedicado a @bookftk, @DanielaRodriguez0939, @LilianaLemus2, @anelam2003, con mucho amor. 💛✨🩷

Ahora las personitas que votaron💕: @VeneVelasco, @Cataaaaaa27, @Nic11Nigh, @YuliannyPulido, también con muchoooo amor.💗

¿Quieres que te dedique un capítulo? Coméntame algo relacionado con el mismo, tu opinión o vota. ✨💗

🦋KOCT📖

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