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Capítulo: 48✔️

¡La semana pasó volando! O al menos esa es la impresión que da cuando te la estás pasando bomba entre amigas. Nataly y yo nos divertimos aprendiendo a cocinar platos deliciosos juntas y nos convertimos en unas chefs increíbles. Desde una paella espectacular hasta postres creativos, exploramos un mundo culinario lleno de sabores y risas, sobretodo risas.

También nos relajamos viendo películas juntas, desde clásicos del cine hasta las últimas producciones de acción y comedia. Fue genial desconectar y disfrutar de momentos de complicidad que siempre recordaré a donde quiera que vaya.

Nataly me ayudó a diseñar un programa de estudios súper detallado para la universidad. Sus consejos fueron increíblemente valiosos, ya que ella ya pasó por esa etapa y ahora le toca ayudarme a mí.

Esos días fueron una montaña rusa de emociones, pero los buenos momentos fueron un bálsamo para el alma. Quiero decir, no he sanado del todo por todo lo que he pasado, ni lo haré jamás, pero sí creo que pasar buenos momentos me hizo bien y tener compañía fue crucial.

10:02 pm.
«Faltan 28 días para partir hacia la universidad», siento ese nudo en la garganta y la necesidad de apoyar la cabeza en el respaldo de la silla colgante solo de pensarlo. Me entristece y me emociona en igual medida.

La terraza de Nat se ha convertido en una terapia. El sonido de los pájaros por la mañana mientras tengo una taza de leche en la mano, y por la tarde, es algo que me fascina. En mi antiguo apartamento y en casa de mis padres apenas se escuchaba algo similar, así que lo valoro mucho.

El sol se cuela en la sala a través de las ventanas, pintando rayas horizontales en el suelo, justo en el momento en que Nat hace su entrada, como si hubiera salido de un cuento perfecto. Su pelo castaño rizo cayendo con gracia por sus hombros y sus labios pintados de su tono favorito.

¿Adivinan qué es lo primero que se le ocurre hacer? Bueno, tratándose de Nataly, no es tan difícil adivinarlo.

Sí, acertaste, quiere ir de compras, o más específicamente, comprarme ropa. Quiere equiparme para la universidad, como si fuera a tener tiempo siquiera para pensar en quitarme el pijama entre clase y clase.

—Ya podemos irnos —dice, deslizando sus dedos sobre el suave tejido de su vestido morado, mientras las invisibles polillas se desprenden, resaltando aún más sus curvas y su piel bronceada.

—Nat, ¿es realmente necesario? —me veo obligada a descruzar las piernas que tengo subidas en la hamaca, para acercarme a ella, interrumpiendo mi momento de tranquilidad. El suave vaivén de la hamaca se desvanece con mi movimiento.

—Que sí, no le des más vueltas. Te compraré vestidos cortos, tops y faldas para que luzcas guapa en todas las fiestas.

—¿De verdad crees que en la universidad la gente está interesada en eso?

O quizá soy solo yo que me los imagino como unos zombies vivientes.

—¿Qué? —responde con fingida incredulidad mientras caminamos—. Esos son los más fiesteros, te lo aseguro, en menos de un mes te volverás como ellos.

—Si no me he vuelto como tú en 15 años es que creo que soy inmune —digo en plan burla, y cuando me dedico a mirarla de soslayo, descubro que me está fulminando con la mirada. Sin embargo, su gesto no hace más que provocar una sonrisa cómplice entre ambas, como si estuviéramos compartiendo un secreto.

—Cambiando un poquito de tema —dice cuando estamos a punto de entrar a su tienda favorita, donde sé que estaremos horas, horas, horas y más horas—, reservé esta tarde/noche en un restaurante para que vayamos tú, Mia y yo, en plan "quiero que te pongas uno de los vestidos que te compre ahora".

A medida que nos adentramos en la tienda, el bullicio de la calle se desvanece y el aire se impregna de la fragancia a ropa nueva. Su petición inmediatamente me hace soltar una risa nerviosa por lo bajo, como si estuviera anticipando una travesura por su parte. Al echar un vistazo alrededor, a los vestidos, solo puedo tragar grueso y llevarme las uñas a la boca, notando con cierta aprensión lo cortos que son algunos de ellos y lo seguro que es que sean los elegidos de Nataly.

Al pasar unos minutos, como era de esperarse, ya no sé dónde meterme. Aquí estoy, detrás de las cortinas blancas del pequeño vestíbulo, con más de 10 vestidos bajo el brazo para probármelos. Deseando que todo esto termine, especialmente después de que comencé a sentir malestar estomacal repentinamente y a tener náuseas. Siento como si me hubiera caído la regla, pero también estoy extrañada porque eso no puede ser posible debido al tratamiento que estoy siguiendo. Es raro, siento como si mi cuerpo estuviera igual de alterado que mis emociones, y eso me asusta.

Al cabo de unas 2 horas, casi 3 más tarde, finalmente llegamos al apartamento. Nat me compró, para ser exactos, 6 vestidos, 3 faldas y 2 tops, pero ni siquiera llego a ponerlos en la habitación; los suelto en el sofá y veo todo borroso a mi alrededor para correr hacia el baño y revisarme. Y sí, hay una escena del crimen en mis bragas.

—A este paso vas a creerme que estás embarazada cuando tengas a tu bebé entre tus brazos —dice desde el sofá, tomando las bolsas para llevarlas hacia donde estoy durmiendo con Mia.

Mis ojos, inquietos, buscan a Mia por todos lados hasta que la descubro en la terraza con Rocky, concentrada en su libro de colorear, muy lejos de esta conversación.

—¿Alguna vez has visto a una mujer embarazada con la regla? —la sigo hacia la habitación, apoyando el codo en el marco hasta que me mira—. No, ¿verdad? Yo tampoco.

Me mira incrédula: —¿Tienes la regla?

—Exacto. Justo me acaba de llegar.

Parece reflexionar un momento antes de finalmente dejar de lado el tema, lo que me permite tomar un respiro profundo y mostrar una amplia sonrisa triunfante, porque sí, por fin se ha acabado esta conversaciones.

—Bueno, en ese caso, no vamos a perder más tiempo hablando sobre eso, es hora de comenzar a elegir el vestido que te pondrás hoy. No sé porqué, no me hagas mucho caso, pero creo que esta salida va a ser buena, va a pasar algo realmente bueno, lo veo venir —sus ojos marrones desprenden entusiasmo mientras yo sonrío de medio lado, como si eso que pronunció fuera altamente improbable.

[...]

7:56 pm.
Mi loca amiga ha insistido, ha insistido, y que quede CLARO que es porque ha insistido en ponerme el vestido más corto y revelador de todos. La tela azul clara con pequeños destellos de brillitos se esculpe en la suave piel de mis pechos como si hubieran estado cociéndolo conmigo dentro de él. Cada pliegue y curva se ajusta con precisión, abrazando mis formas con un tacto fresco y sedoso que contrasta con el calor de la noche.

—Te queda justo como lo imaginé —farfulla Nataly entre murmullos, arreglándoselas para pintarse los labios por fuera sin salirse siquiera un poco mientras habla y sonríe fascinada—. Pareces una princesa, Cenicienta, solo te falta el príncipe.

Auch.

Desvío la vista cohibida hacia el espejo e intento hacer como que no he escuchado en absoluto, mientras me pongo algo de brillito de labios y siento la esperada y leve punzada en el corazón, como si sus palabras hubieran abierto una herida que apenas comenzaba a sanar. Trato de mantener la compostura, la misma postura, mientras noto cómo me mira de soslayo a través del espejo con una expresión reflexiva.

—¡Ash, qué bruta soy! —dice después de unos segundos en los que parece reflexionar sobre sus palabras desde mi perspectiva, casi tirando el labial en su cosmetiquera para acercarse y disculparse—. Lo siento, Emmi, no lo dije para hacerte daño ni mucho menos para hacerte recordarlo. Solo me salió decirlo al verte tan guapa —hace un gesto de disgusto mientras sus ojos, que estaban fijos en la mesita frente al espejo, ahora me miran a mí y cambia su postura por una más segura—. Pero ¿sabes qué? Olvídalo. ¡Caquita! No necesitas ningún hombre para lucir hermosa.

Entretanto, los 30 minutos de taxi hacia el restaurante se desvanecen como la suave lluvia que nos alcanza a través de los cristales. A pesar del clima, Mia está igual de contenta. Sus no tan pequeños piecitos cuelgan del asiento mientras se abraza a mí. Desde que le dije que me voy, siempre que puede me abraza.

—Tranquilas, chicas —nos tranquiliza Nataly con una calma que ni ella misma cree tener en este momento, mientras intenta retocarse con una esponjita y su polvo—. Ni siquiera esta inesperada lluvia va a arruinar nuestra cena, os lo juro, aunque mi maquillaje se esté corriendo.

Mia y yo inclinamos la cabeza hacia el lado opuesto de Nataly, tratando de contener una risita. Nataly se toma tan en serio esas cosas que resulta inevitable no encontrarles gracia y divertirnos a su costa.

—¿Señor, falta mucho para llegar a la dirección que le envié? —pregunta por decimoquinta vez, impaciente, aferrando una mano al respaldo del asiento y con la otra siguiendo de cerca su maquillaje más que perfecto.

—¡Justo acabamos de llegar! —alega el señor aliviado porque al fin va a salir de nosotras.

Al cruzar la puerta del local, con la mano de Mia entrelazada en la mía, mis latidos cobran vida de forma inesperada, retumbando con fuerza en mi pecho: ¡PUM PUM, PUM PUM! Una oleada de nerviosismo me embarga al ver al caballero frente a nosotras confirmar la reserva para tres personas. Mis ojos exploran febrilmente cada rincón en busca de la razón detrás de mi acelerado palpitar, una razón que estoy segura tiene nombre y apellidos: Jonathan Smith Miller.

Tiene que ser él, siempre es él. Es el único que desencadena esta reacción en mí sin siquiera haberlo visto, como si me devolviera el alma al cuerpo.

—¡Tierra llamando a Emma! —la voz de Nat me hace sobresalir de mis pensamientos, mientras Mia aprieta mi mano con fuerza. Sigo pareciendo una loca, mirando hacia todos lados y aún no logro vislumbrarlo. La ansiedad por volver a verlo se mezcla con el aroma tentador de las especias flotando en el aire y la sensación reconfortante del suelo bajo mis pies. Nataly suelta un suspiro impaciente y exclama: —¡Vamos, tía! ¡Tengo un hambre que flipas!

El ambiente del restaurante inunda mis sentidos: el suave murmullo de las conversaciones, el tintineo de los cubiertos y el aroma tentador de los platillos flotando en el aire. Mientras avanzamos hacia nuestra mesa, situada casi en el centro del amplio restaurante, la expectativa se entrelaza con los sabores y colores a mi alrededor. Mis latidos se aceleran aún más, dando la impresión de tener el corazón en la boca, al echar un vistazo hacia adelante y confirmar que no me equivocaba: él está justo ahí.

Parece que aún no se ha percatado de mí o simplemente no le importa que yo esté aquí. Obviamente, Lina también está presente. Jonathan parece hablar de algo serio por su expresión, cosa que no sé de Lina porque se encuentra de espaldas a mí y Nataly logra taparla con su cuerpo casi por completo.

—¡¡Emma!! —Nat chasquea sus uñas perfectamente arregladas delante de mis ojos, haciéndome sobresaltar por un momento. El sonido agudo me saca de mi ensimismamiento.

—¿Qué? —tomo la copa de agua ante mí, sintiendo como el agua corre por mi garganta y parece más un licor fuerte que calmar mi corazón. Cierro los ojos por un instante, intentando recuperar la compostura mientras el sabor frío del agua apenas logra aliviar la tensión que se ha apoderado de mí.

«Genial, ya entramos en trance de nuevo. De aquí es directo para el psicólogo».

—El menú. Escoge algo —dice Nat extendiéndomelo, con una mirada entre preocupada y curiosa.

—¿Y Mia? ¿Ella ya pidió? —cuestiono, llevando mis manos a la cara en un gesto de nerviosismo apenas disimulado.

—Ahora mismo. Ya se llevaron el pedido. ¿No lo viste? —enarca las cejas intentando descifrarme.

¿Qué? ¿Cuándo?

—Bueno, quiero lo mismo que tú y Mia —le confío, tratando de mantener la calma mientras mi mente divaga hacia la presencia magnética de Jonathan en la mesa contigua.

—¿Qué? Pensé que no te gustaba nada que llevara huevo hervido —replica Nat con una mueca de confusión, desviando su mirada hacia el objeto de mi atención.

—Y no me gusta —digo, mis ojos volviendo a su mesa, cuando de pronto lleva las manos a su cara en un gesto que no puedo interpretar por completo. Sus movimientos bruscos capturan mi atención mientras trato de descifrar su reacción.

¿Están discutiendo?

—¡Joder! —exclama Nataly exaltada—. Emma, ¿pero qué diablos? ¿Por qué aparece en todos lados dónde estás? ¿Te orinó o qué?

—¡Nat! —exclamo llevando las manos a mi rostro rojo, sintiendo la mirada curiosa de Mia en mí.

—¿Cómo que la orinó?

Los ojos de Nataly se ponen como platos tratando de salir de sus órbitas, al igual que los míos. Acto seguido agarra a Mia a cada lado del rostro, tapándole sus orejitas para preguntarme: —Emmi, ¿quieres que vaya allí y les devane los sesos a esos gilipollas? No me supondría ningún esfuerzo —aprieta los labios en un gesto de venganza que los hace parecer una línea casi recta.

—Ellos estaban aquí antes de que nosotras llegáramos... —digo derrotada, llevando una vez más el agua a mis labios que se han secado de repente. Mientras observo, noto la mirada ladeada y fruncida de Lina sobre mí.

—Nataly, nos vieron —musito en un tono apenas audible, lo suficientemente bajo para que solo ella y yo podamos escucharnos, y Mia, porque la pobre no tiene más remedio que estar involucrada en los asuntos de su hermana postiza loca.

—Que nos vean. Tenemos el mismo derecho a estar aquí que ellos —dice, ladeándose también para mirarlos—. ¿Se van? —pregunta, sumida en la situación al notar que Lina se inclina en su asiento y se levanta para salir.

¿Qué? ¿Por qué se ha ido?

Un nudo se forma en mi garganta al sentir la intensidad de la mirada de Jonathan sobre mí. Mis manos tiemblan ligeramente y un suave cosquilleo recorre mi piel, como el roce de una brisa cálida en una tarde de primavera. Observar su rostro me llena de una profunda melancolía, como si quisiera detener el tiempo y capturar cada matiz de su expresión para siempre, como si deseara congelar ese instante en la memoria para revivirlo una y otra vez.

De repente, agarra una de las servilletas sobre su mesa y se la lleva a la nariz, sin interrumpir nuestro contacto visual. El miedo me consume al notar la sangre sobresalir de ella, tanta que tiene que salir hacia el baño. Siento cómo mi pecho se convierte en un tambor desbocado, marcando un ritmo acelerado que parece querer escapar de mí, mientras una oleada de preocupación e incertidumbre me invade al verlo alejarse hacia el baño entre la multitud del restaurante.

¿Qué le pasó?

—Ni se te ocurra ir detrás de él —me advierte Nataly, señalándome con su dedo índice.

«¡Emma, no! ¡No te importa!», intento convencerme a mí misma, a regañadientes, de que es así, llevando las manos a mi pelo recogido en una cebolla.

¡Genial, ni siquiera el pelo me puedo tocar!

—Nataly... —murmuro, mirándola a los ojos como si le estuviera pidiendo permiso a mi madre.

—¡Emma, no me mires así! —niega con la cabeza—. ¡No!

—Solo será un momento, solo quiero ver si está bien —le aseguro, sintiendo el frío tacto del cristal al abandonar la copa de agua sobre la mesa después de tomar un gran buche. Paso la mano por el vestido, sintiendo la textura suave y ligera bajo mis dedos temblorosos.

—Cuando dejes de ser tan terca y impulsiva, ese día vas a ser plenamente feliz —su voz suena firme, atravesando el bullicio del restaurante y llegando a mis oídos con un tono de advertencia que resuena en mi mente. Aunque sus palabras parecen querer calar en mi ser, en este momento no puedo prometer que las tomaré en cuenta.

—¡Espera! —exclama, deteniéndome en seco cuando estaba a punto de pasarlas a ella y a Mia, buscando algo en su minúsculo bolso—. A ver, agáchate un momento y cierra los ojos.

—Nat... —me quejo, atrapando mi labio inferior entre mis dientes, mientras mi mirada se desvía hacia la puerta del baño al que ha entrado Jonathan.

—Agáchate y cierra los ojos si no no te dejo ir.

Temblando de anticipación, obedezco su misteriosa instrucción. Siento el roce suave de algo húmedo sobre mis labios, lo que me hace abrir los ojos instintivamente.

—Nataly, ¿es en serio? —me quejo cuando ha terminado de echarme todo el labial de color nude que ha querido.

Ni que nos fuéramos a besar en un momento como este.

—Muy en serio. No quiero que hagas algo de lo que te arrepientas después —me dice con firmeza, pero apenas logro escucharlo. Mis pasos me llevan rápidamente hacia la puerta del baño, y antes de que pueda contenerme, mi mano se desliza hacia el tirador.

Al abrir la puerta, me encuentro con Jonathan sosteniendo una toalla empapada y una pila de agua abierta en sus manos. Nuestros ojos se encuentran a través del gran espejo que separa los lavamanos, reflejando una mezcla de sorpresa y preocupación en mis ojos, y una expresión de desconcierto en la suya. Por un instante, el silencio es interrumpido solo por el goteo constante del agua.

«¿Por qué todo es tan intenso cuando estoy cerca de él?», me pregunto mientras avanzo hacia allí. Al llegar a su lado, tomo su rostro entre mis manos y le pregunto qué le ha pasado en casi un hilo de voz, notando la tensión en sus músculos faciales y el ligero temblor en su mirada.

—Tú... ¿te has equivocado de baño o has venido por mí? —su pregunta, acompañada por una sonrisa traviesa, me toma un poco por sorpresa. Supongo que es comprensible; seguramente está tratando de aligerar la tensión del momento, la cual se hace evidente por nuestra cercanía. Y al menos para mí, esa tensión sí me afecta mucho.

—Ja, ¿me tengo que reír ahora o lo puedo dejar para después? —lucho por contener una risita que amenaza con escaparse de mí, mientras intento mantener la compostura y concentrarme en su nariz, la toalla y en limpiarla—. Hablo en serio, ¿qué te ocurrió?

—Ah no, si tú no respondes a mi pregunta, no respondo a la tuya.

—Entiendo, supongo que es justo —murmuro en su mismo tono, acoplándome a su juego, girándome sobre mis talones para mojar un poco más el borde de la toalla. El agua fría se desliza por la tela mientras observo cómo se empapa lentamente. Al volver a girarme, tengo su rostro tan cerca que por inercia me echo hacia atrás, sintiendo el roce del agua en mis manos y el sutil perfume que emana de su piel.

—¡Hey! Dejemos que circule un poco el aire —digo, apartándolo suavemente para crear algo de espacio entre su cuerpo y el mío.

—¿Qué? Solo iba a tomar esto —señala hacia una toalla seca detrás de mí, justo al lavamanos contiguo—. ¿Pensaste que nos íbamos a besar... otra vez?

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Nota de la autora📖:

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Capítulo dedicado a @DanielaRodriguez0939 y a @anelam2003, con mucho amor. 🦦🎀

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🦋KOCT📖

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