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CAPÍTULO 62

Recibo una llamada de la profesora Beatriz, se supone que el examen final es hoy, pero no es así. Hoy hay clase normal. Extraño, yo esperaba y estoy completamente lista para mi final. Supongo que tendré más oportunidad para sacarme un diez muy merecido.

Muy pocas veces es posible sacarse un diez en un final. Estas cosas pasan de casualidad o porque la profesora realmente tiene fe en ti.

La profesora que tengo yo, tiene mucha fe en mí, pero quiero mi diez por merecerlo, no por otra cosa.

Me pongo de pie. Noto que mi madre me está observando con una gran sonrisa sobre sus labios. Parece estar contenta, eso es muy importante para mí. Verla de ese modo me hace sonreír igual que ella lo hace.

Me acerco y la abrazo con cuidado; ella no espera y me responde con normalidad. Está un poco sorprendida por mi actitud.

Estoy feliz, ya que nada malo puede ocurrir el día de hoy, pero el pensamiento de Javier no me lo puede sacar nadie.

No puedo dejar de pensar en él y sigo teniendo miedo.

—¿Cómo te sientes? —Pregunta separándose con lentitud.

Asiento con la cabeza.

No me siento mal, pero tampoco del todo bien.

—Bien, pensaba que iba a estar peor, pero estoy bien... Por suerte, el examen final se atrasó y puedo estudiar más —le explico con cuidado para que me entienda.

Ella no tarda en comprender mis palabras. Las escucha y asimila en menos de unos segundos. La observo con una pequeña sonrisa, ya que me había traído el desayuno. Hace mucho, no me hace uno.

Me siento nuevamente y agarro una medialuna. Ella me sirve un mate y tararea una canción que se oye en la radio, parece estar feliz, motivada para un día como hoy. No digo nada al respecto, me alegra mucho la situación.

La mirada de mi madre me deja en claro que no puede creer mis sonrisas y mucho menos mi buen humor. Ella sabe que algo malo había sucedido, ella es una madre y las madres siembre averiguan todo. Tarde o temprano, se enteran de lo que pasa en la vida de sus hijos.

A veces, me pregunto cómo seré de madre, pero luego millones de dudas surgen al respecto. Muchas de estas dudas, no pueden ser respondidas con sencillez, pero muchas otras se las podría preguntar a mi madre.

—Madre, ¿no quieres preguntarme nada? —Alzo ambas cejas esperando que ella me responda.

La veo asentir, pero no dice nada, hasta que rompe el silencio con sus palabras.

—Tengo tantas preguntas que... —Se detiene negando con la cabeza.

Suelto un suspiro sonoro sabiendo que me hará un montón de preguntas.

Observo la hora en el reloj dándome cuenta de que ya es tiempo de ir a la universidad, después de todo, el día había comenzado como cualquier otro y, por lo tanto, hay que ir.

Me pongo de pie con rapidez y saludo a mi madre; ella me responde y salgo por la puerta con una gran sonrisa sobre mis labios.

La parada del colectivo está cerca, camino rumbo a ella y al llegar veo que el colectivo se acerca. El semáforo lo detiene, pero muy pronto estará aquí. Cuando lo hace, me subo pagando el máximo de la tarifa.

Camino hasta el final y me siento en unos de los asientos disponibles. Todo el viaje miro por la ventanilla esperando con ansias alguna novedad de Javier, pero nada ocurre.

Ya estoy sentada en mi asiento: siempre me siento acá. Mi vida continúa con normalidad como así las clases. Presto la poca atención que puedo y asiento en todo momento como si supiera lo que la profesora explica.

—¿Creen eso? —Pregunta la profesora.

Yo asiento con la cabeza.

La profesora me mira a los ojos con el ceño fruncido ante mi respuesta.

—¿Eso crees?

—Lo siento... Yo no estaba escuchando.

La profesora no es tonta, se da cuenta de que algo me ocurre. No me dice nada y simplemente niega con la cabeza. Continúa explicando su clase, pero yo no escucho nada.

No puedo sacarme de la cabeza a Javier, necesito saber de él.

Miro mis manos con el ceño fruncido. Levanto la mirada, noto que no hay nadie en el aula. Exceptuando a la profesora, la cual me mira con detenimiento esperando que le diga algo al respecto.

—Lo siento... Yo, yo tuve una noche de terror.

Ella asiente tan solo una vez y se sienta cerca de mí.

Le sonrío.

—Señorita Katherine Belén London, todos tenemos esos días.

—Lamento mucho lo de hoy...

Asiente con la cabeza ante mi comentario.

—No te preocupes, anda a casa y mañana ven con una hermosa sonrisa sobre tus labios. Estoy muy segura de que vas aprobar el final —comenta con seguridad.

Asiento tan solo una vez.

Me pongo de pie para caminar de regreso a casa.

¿El día de mañana será mejor?

Abro la puerta de la casa y me quedo quieta, quiero salir corriendo, pero sé que no puedo darme ese lujo: tengo que afrontar las consecuencias.

—Hola, cariño.

Oigo la voz de mi madre.

Le sonrío con falsedad. Sé que lo va a notar y como dije, lo nota fácilmente.

—¿Quieres salir? —Pregunta acercándose a mí.

Niego con la cabeza.

—No, no tengo ganas de nada.

Mi madre asiente con la cabeza al oír mi respuesta. No puedo creer que no me obligue hacer algo con ella, eso es realmente extraño.

—Tengo que estudiar...

Aquella es la excusa perfecta para no hacer nada. Bueno... Hacer nada, es hacer algo.

Hoy, junto con mi melancolía surgió la filosofía.

Me dirijo rumbo a mi habitación y me lanzo a la cama sin hacer nada más que eso.

Puedo comenzar a sentir sueño, un sueño que me consume por completo. Más que eso, en unos segundos, ya estoy dormida.

Quiero saber la verdad, quiero todo y no quiero nada.

¿Qué es lo que me espera?, ¿ya habré arruinado todo?

Debo confesar que me gustaría encontrar el modo de saber algo de Javier, quiero que él me llame y me diga que está bien y que muy pronto vendrá a verme, pero esas cosas solo son creadas por mi imaginación.

Soy optimista con lo que quiero, pero no sé si pueda ocurrir. Sé que algo fuerte y extraño me está pasando con él.

Tengo miedo de salir herida, pero es demasiado tarde, ya lo está.

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