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CAPÍTULO 53

—¿Ya no miras Supernatural? Dime que podré hacer maratón contigo, Alex —comento tratando de esquivar su pregunta.

Recién he llegado a mi barrio y las cosas ya se están encaminando a un lugar que no me gusta. No quiero ocultarle cosas a mi amigo, pero no tengo esa confianza que había en el pasado. No sé si deba contarle toda la verdad. Quizás cuando todo mejore, pueda hablar con él.

—Sí, jamás podré dejar de ver Supernatural —murmura con el ceño fruncido sin dejar de ver a mi acompañante.

Javier ni siquiera lo observa: sus ojos amielados se encuentran sobre un árbol de Navidad bastante ostentoso que está en el centro del lugar.

—Eso no responde mi pregunta inicial, evidentemente, ya no eres tan buena para ocultar cosas o cambiar el tema de conversación.

Suelto un bufido de esos que emite Javier muchas veces cuando hablamos, ahora estoy comenzando a notar la razón de su accionar.

Espero no sonar como Alex cuando le hago las preguntas a Javier, es bastante tedioso.

—No cambio la conversación y tampoco estoy ocultando algo —comento jugando con mis manos.

—Katherine, por el amor de Chuck. —Rueda sus ojos azules—. Ambos sabemos que ese hombre alto y sexy que trajiste, de vaya a saber Dios, de dónde lo sacaste no es Paul. Ese hombre no grita el nombre de Paul por sus poros. —Niega acomodando su cabello gris con sus manos.

—Alex, hay cosas que pasaron y mmm... —Niego con la cabeza acercándome a Javier para integrarlo en la conversación mantenida con Alex—. Alex, él es Javier Jones. —Señalo a Javier con el ceño fruncido y luego a Alex—. Javier, él es Alex.

Alex sonríe ampliamente observando fijamente los ojos de Javier. El contrario asiente con la cabeza tan solo una vez, sin decir ni una sola palabra con respecto a la situación en la que nos encontramos actualmente.

Parece que no le importa en lo absoluto, él sigue en su mundo y observando todo lo que nos rodea. Es como si ese fuese su súper poder.

—Un gusto, Javier —comenta con ánimo Alex y luego agrega—: Puedes llamarme Reno, últimamente, la gente me llama así —Emite un sonido de caballo extraño.

Río a carcajadas sonoras y luego giro un poco para ver a Javier; sus ojos se abrieron y sus cejas se alzaron completamente. Parece extrañarle la acción de mi amigo y, a decir verdad, eso había sido lo más raro que he oído en mi vida.

—Como sea... Un gusto, supongo —sale de sus labios sin importancia—. ¿Vamos? —Su mirada se posa sobre mí.

Niego con la cabeza tan solo una vez para luego soltarlo y comenzar a caminar hacia el escaparate de Navidad, mi idea es estupenda.

Mis padres nunca sabrán quién es Javier, podría ser hasta Alex el que llevara a mi casa.

—Ven aquí, Javier.

Su caminar es lento y cuando llega, lo miro mal por tardar demasiado.

—¿Qué harás con esos disfraces? —Pregunta con una gran sonrisa sobre sus labios—. No soy de esos, pero si quieres probar, no hay problema.

Al oír su comentario suelto una carcajada y niego con la cabeza más de una vez. No quiero saber lo que él está imaginando con respecto a la situación, hasta vergüenza me da saberlo.

Sus manos toman mi rostro con cuidado y me mira fijamente a los ojos. No puedo evitar sonreír ladinamente ante la situación. Él no suele hacer ese tipo de cosas y menos conmigo.

—No niegues con la cabeza, quiero oír tu voz —Murmura soltando mi rostro.

Asiento con la cabeza.

—Lo siento. No es para eso, el disfraz será la entrada a la casa, Javier.

Su rostro cambia drásticamente en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Debo usar eso para entrar a tu casa? ¿Y después qué? —Sus preguntas son buenas.

No tengo un plan B y mucho menos uno C.

—No te preocupes, algo se me ocurrirá en ese momento. —Asiento con la cabeza y le tiendo un disfraz de reno adorable. Me lo imagino en esa cosita tierna, y el contraste es mágico—. Ponte esto y no hagas más preguntas.

Cuando Javier se dirige al probador bufando y maldiciendo en otros idiomas, puedo notar como Alex se acerca a mí con una gran sonrisa divertida sobre sus labios. Sé que me va preguntar más cosas; sé que él está creando teorías conspirativas ante la situación en la que me encuentro.

—¡Si necesitas ayuda voy con mucho gusto! —Exclama Alex con un tono divertido en su voz—. Lo ayudaría con cualquier cosa... —Palmea mi hombro con diversión—. Los hombres que te consigues, nena.

Niego con la cabeza tan solo una vez al oír aquel comentario.

—No es mi hom... —Me quedo callada al ver salir a Javier—, reno. —Suelto una pequeña risita divertida.

Javier se acerca a mí y niega rotundamente.

—No pienso ir así.

Tomo sus patas, ya que ahora es un animal y río levemente.

—Irás, Javier.

—¿Por qué demonios me presto para hacer esta mierda? —Pregunta mirándome a los ojos.

Llevo mi mano a su nariz roja y la aprieto viendo que la luz se enciende, no puedo no reír ante eso.

—Porque te lo recompensaré.

Alza ambas cejas y lame su labio inferior. Típica acción de él, cuando piensa con seriedad lo que le conviene.

—Mmm... Bien, espero que valga la pena.

Alex mira a Javier y asiente.

—Valdrá la pena, si no la vale con ella, yo me dono a lo que sea. —Emite nuevamente ese sonido extraño.

—¿Cuánto sale esta porquería? —Pregunta mirando a Alex.

—Mil pesos, y no me vengas con tu dinero de otro país. Billetes argentinos, querido —Le responde Alex con un tono de voz enojado.

Javier bufa buscando en su pantalón dinero.

—Yo lo pago, después de todo, es mi plan, no el tuyo y es lo justo —murmuro pagándole a Alex.

—Disfruta de tu compra —murmura Alex.

—Lo haré —respondo con una gran sonrisa sobre mis labios.

—Me gustó como sonó eso —emite Javier con una sonrisa ladina sobre sus labios.

Ruedo los ojos divertida con la situación en la que nos encontramos. La mente de este hombre solo tiene una cosa: sexo.

—Tú y tu mente podrida —murmuro con el ceño fruncido caminando a su vehículo con una gran sonrisa sobre mis labios.

Sé que es un idiota, pero sus comentarios son divertidos y eso no se puede negar. Desde que lo conocí he reído más; hace mucho tiempo no me reía de ese modo, pero no puedo olvidar que también he sufrido más que nunca.

—No tengo una mente podrida; mi mente es abstracta y no es mi culpa que tú seas una santa —me responde con seguridad.

Lo que sale de mis labios es cierto y él lo sabe por eso simplemente se carcajea ante la situación y eso me harta de lo más intenso.

—El plan será perfecto, pero debes hacer lo que yo te diga o las cosas van a salir mal y no queremos que las cosas salgan mal, ¿no? —Cuestiono abriendo la puerta.

Javier se adentra al auto y espera a que me siente en el asiento. Sus ojos amielados se encuentran sobre el espejo retrovisor, por su rostro pálido y estático supongo que está convencido de que todo esto es un error.

No comprendo perfectamente la razón por la cual está siguiendo el plan. Se ve completamente ridículo con aquel disfraz de reno, pero le queda bien y se ve adorable para un ser humano tan misterioso como lo es él.

—No puedo creer esta porquería —Sale de sus labios.

Le doy un golpe en el hombro jugando, espero que no se salga de control ante mi acción. Visualizo la hora y niego con la cabeza tan solo una vez mirándolo ahora a él, tiene que arrancar de una vez o llegaremos tarde.

—Dale, arranca de una vez —comento en la espera de que el vehículo comience a moverse.

Cuando por fin puedo sentir el movimiento de las ruedas, sonrío levemente intentado observar el cielo que se comienza a aclarar.

Ya llegaremos tarde a mi casa, posiblemente el plan ya no funcionara del mismo modo, pero igual vale la pena intentarlo.

Seguramente, me divertiré viendo aquel plan fracasar, pero no quiero oír chimentos ni nada de esas cosas que mis padres suelen hacer.

Giro un poco para verlo y luego a la ventanilla, ya estamos llegando. Muy pronto la verdad se sabrá y ya no habrá vuelta atrás.

Señalo la calle correcta y sonrío ampliamente; comienzo a visualizar todo a mi alrededor, no puedo ver demasiado por la ventanilla. Todo parece estar idéntico desde que me mudé, quizás no cambiaron demasiado las cosas por mí.

Al llegar y bajar sé que la fiesta de Navidad ha sido cambiada drásticamente: ahora mismo están estacionando vehículos familiares y de vecinos.

No puedo creer que no me avisaron que todo había cambiado de un día para el otro, pero yo no puedo decir nada, ya que mi vida cambió en una noche.

De mis labios se escapa un suspiro atomizador al visualizar llegando a la puerta un grupo de personas que yo llamaba amigos en un gran pasado, no pensé que volvería a ver a esas personas hasta que por fin sucedió.

Ahora más que nunca no puedo quedar mal frente a mi familia y amigos, el plan tiene que funcionar a la perfección sin tan siquiera un solo error.

Miro a Javier con una gran sonrisa sobre mis labios.

—¿Qué quieres? —Pregunta sabiendo que le quiero pedir algo.

—Necesito que le envíes un mensaje a tus amigos, esos... Los de la fiesta.

El ceño de Javier seguramente se encuentra fruncido.

—¿Para qué?

—Sé que saben cantar, en varias oportunidades lo oí, así que por fi —murmuro con una gran sonrisa sobre mis labios—. Y diles que pasen por un traje de Navidad.

—¿Un traje de Navidad? —Pregunta rascando su nuca.

—Bueno... Un disfraz de Navidad. El plan B es ese, todos se van a infiltrar... Cantan, se divierten, yo quedo bien con mi familia y amigos... Y —Javier no me deja continuar con mi oración.

—¿Todo se trata de el qué dirán? —Niega con la cabeza.

—Yo...

Observo como él envía un mensaje a sus amigos y no digo nada al respecto. Javier tiene razón con respecto a sus palabras, no lo he pensado hasta que él me lo dijo. Supongo que debo pensar en todas las posibilidades existentes.

—No quiero oírte, me tienes podrido. Ya no sé ni lo que estoy haciendo o por qué lo hago. Solo te diré una cosa... —Hace una pequeña pausa para luego seguir con sus palabras—: haré esto con los chicos, pero después, espero no verte jamás.

Bajo la mirada sin comprender demasiado ni siquiera sé por qué aquellas palabras me duelen.

¿Estoy haciendo las cosas mal? ¿De qué seré capaz por ser aceptada? ¿Qué espero de los demás?

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