CAPÍTULO 52
Ya pasaron los quince días de las vacaciones y es tiempo de regresar a la escuela. Estoy un poco molesta por haber logrado pasar a las finales, pero me estanqué con mi caso y no puedo hacer nada para lograr trabajar con el profesor. Sin embargo, descubrí que me gustó ir a ver el trabajo del profesor, bueno, en realidad, me gustó estar viendo y atendiendo los problemas de los policías. Sin duda, eso fue genial.
El viaje fue todo un éxito, pude ayudar a William, le comenté de todo lo bueno que hay en el mundo y él me prometió salir a la luz y empezar a vivir una nueva vida. Con eso fue suficiente para mí, pero no lo fue para quedarme un mes más. Algunos de los chicos ya se fueron, ahora es mi turno de abandonar la casa.
Ya falta muy poco para el verano, empezó hace tres meses la primavera, y ya tengo calor. El verano se está acercando más rápido que nunca. Ya hay decoraciones para la Navidad, no lo puedo ni creer. Faltan unos meses, pero ya está todo decorado.
Al llegar al campus, observo el auto de Javier y a él bajando de su vehículo. Me mira y se acerca con rapidez hacia mí.
—¿Y cómo te fue? —Me pregunta.
Hago una mueca con mis labios y luego niego.
—Tuve un caso muy complicado, pero fue intenso. Me quedé mucho tiempo y perdí varias clases... —Hago una mueca con mis labios—. Igual, espero poder ir a casa y mañana empezar las clases. No puedo creer que estuve tres meses allí, ahora estamos en las vacaciones de verano y mañana acaban. No pude disfrutar nada, solo trabajar y trabajar.
Javier escucha todo lo que sale de mis labios y luego asiente con la cabeza. Me doy cuenta de que él también se ve cansado, pero decido no hacer preguntas con respecto a eso.
—¿Quieres que te lleve a casa?
Hago una mueca con mis labios.
—Sí, pero mírame... Soy un asco —respondo.
—Siempre tienes planes, no te preocupes —comenta con seriedad.
Asiento más de una vez al escuchar sus palabras.
Nos subimos al vehículo y comenzamos a platicar de la vida.
—Es simple, no hay mucho que hacer o decir —comento observando maravillada las luces que adornaban las calles de Argentina, más específicamente de la provincia de Buenos Aires.
Logro oír un bufido salir de los labios de él. Una sonrisa amplia se dibuja sobre mis labios teniendo lo que parece un plan, un plan extraño que surge gracias a la Navidad.
Suelto una carcajada sonora de mis labios y giro para ver a Javier y lograr imaginarlo en aquella situación, no me lo imagino ni en sueños.
Me estiro un poco para alcanzar el volumen de la música de la Navidad: son los villancicos navideños más tiernos que he oído en mi vida y la imagen de mi mente es completamente estupenda. Aunque por cómo es él, se negaría rotundamente a seguir con el plan maestro que las luces rojas me han dado.
—¿Qué te sucede? —Pregunta extrañado.
Suelto una carcajada sonora al imaginarlo como un reno. Lo miro fijamente a los ojos y para evitar seguir con mi risa, muerdo mi labio inferior con fuerza.
—Ya tengo el plan —Murmuro con una gran sonrisa sobre mis labios—. Debemos esperar a que las tiendas abran y tú y yo iremos a comprar un bello atuendo navideño.
Estoy completamente segura de que esto funcionará. No hay mejor plan extraño que el que se me ocurrió. Nunca se me ocurrían malos planes, espero que esta no sea la primera vez con un plan fallido.
—¿Qué?, ¿estás loca? —Alza ambas cejas.
Su rostro era algo inexplicable, pero todavía lo sigo visualizando como un tierno reno.
—¡Sí, reeee! —Exclamo haciendo una mueca con mis labios—. Muy loca. —Me acomodo en el asiento del vehículo cómodamente.
—Sí, definitivamente no hay ni un rastro de cordura ahí dentro —dice él con un tono más relajado y divertido.
Alzo ambas cejas; jamás lo he oído hablar de aquella forma tan especial.
—Wow, ¡milagro de Navidad! —Exclamo y giro para verlo a los ojos, ya que el semáforo nuevamente está en rojo.
—¿Milagro de Navidad? —Pregunta con el ceño completamente fruncido.
Asiento con la cabeza, poseo una gran sonrisa sobre mis labios.
—Síp, milagro de Navidad.
—¿Por qué?, ¿qué fue lo que pasó? —Me pregunta bajando la música navideña.
Hago una mueca con mis labios y subo la música para comenzar a cantar con ahínco y felicidad. La Navidad es una de las mejores épocas que he conocido en toda mi vida y nunca puedo dejar de ser realmente feliz.
—Era Rodolfo el reno que tenía roja la nariz... —Suelto una carcajada sonora al terminar de cantar, ya que él apaga su radio.
—No cantes, no quiero escuchar nada —comenta y ese Javier oscuro surge nuevamente.
Niego con la cabeza tan solo una vez y prendo la radio nuevamente para cantar.
—Vamos, che. Falta muy poco para Navidad y sería muy bello oír tu voz.
—No me importa que sea Navidad, he hecho una promesa y nunca más voy a cantar.
Mi ceño se frunce inmediatamente al oír lo que sale de sus labios y niego con la cabeza.
—Nadie lo sabrá, solo tú y yo —digo con una pequeña sonrisa sobre mis labios.
—Con eso es suficiente...
—Vamos, Javier.
Niega comenzando nuevamente a manejar. No le importa lo que le dije, él sigue siendo ese oscuro joven en una época colorida y feliz como es la Navidad.
—Ya he dicho que no.
—¡Bien! —Exclamo y señalo una tienda de disfraces muy interesante—. ¡Alto, para, Javier!
Lo veo negar con la cabeza, pero estaciona donde es permitido.
Ambos salimos del vehículo para caminar juntos a la tienda que, por suerte, ya está abierta. Al entrar, una sonrisa amplia se dibuja sobre mis labios, el olor es a Navidad. Es un olor que no se puede explicar: todo es tan hermoso con mis colores favoritos como el rojo, verde y el azul. Velas, adornos y unos hermosos árboles de diferentes tamaños y colores.
Tomo la muñeca de Javier sabiendo que seguramente saldría corriendo de ese ambiente. Lo acerco a mí y niego con la cabeza.
—Tú te quedas conmigo —Susurro mirándolo fijamente.
Lo miro y sus ojos se dan vuelta. Una pequeña sonrisa se dibuja sobre sus labios y señala hacia arriba de nosotros, observo que hay un muérdago y niego con la cabeza tan solo una vez.
—Muérdago, bésame —comenta dando un paso hacia mí.
Suelto una carcajada sonora al oír lo que sale de sus labios.
—Aquí eso no se hace, no seguimos con esas tradiciones extrañas —Le respondo.
—¿Qué? Vamos, es muérdago y debes besarme.
Niego con la cabeza.
—Es muérdago —le doy la razón—, creí que no te gustaba la Navidad y sus tradiciones.
—Algunas tradiciones no me gustan, pero... —Señala sus labios con su dedo índice.
Sonrío levemente acercándome con lentitud a él, me pongo en puntas de pie para lograr llegar a sus labios. Cuando estoy a punto de llegar, se oye un carraspeo y me acomodo para ver a la persona. Javier suelta un bufido de frustración y también observa a la persona con el ceño fruncido, ya que se lo quiere comer entero.
—Katherine, hace mucho tiempo no te veo —comenta el joven alto de cabello gris.
Alzo ambas cejas sin poder creer lo que estoy viendo. Sin duda alguna, suelto a Javier y corro para abrazar al joven con una gran sonrisa sobre mis labios. Está vestido de reno: con cuernos, nariz roja y un suéter gris con cuerpo de reno.
—¡Oh, por Chuck! —Exclamo alejándome con cuidado—. ¡Alex!
Alex suelta una carcajada sonora y luego me mira a los ojos. Le resulta completamente extraño mi atuendo y mucho más el joven oscuro que se encuentra todavía debajo del muérdago sin decir nada, perdido por la vida misma.
—Kathe, ¿qué haces aquí? Creí que estarías con tu familia... —Se acerca a mí oído para que Javier no lo oiga—. ¿Y ese?, ¿Paul?
Hago una mueca con mis labios al oír la pregunta de Alex. Ese hombre siempre había estado conmigo, a mi lado. Es un muy buen amigo, me encanta estar cerca de él, pero lamentablemente cuando comencé la relación con Paul mi pasado quedó atrás.
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