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CAPÍTULO 1

Capítulo 1

Me levanto temprano con la esperanza de hacer los bellos preparativos para Navidad. Lo único que deseo es que todo quede perfecto para lograr una fiesta única. No quiero que sea la mejor celebración de la ciudad, solo deseo lo mejor para lograr la integración de Paul a mi familia. Después de todo, esta será la primera Navidad junto a mi novio y mis seres queridos.

Esta relación no es una tontería, tampoco un capricho de adolescente. Siento que, por primera vez en la vida, esto es real, autentico, bello y algo mágico. Siempre, a su lado, el tiempo se detiene volviéndose nada.

Todo debe salir impecable. Necesito que todo quede genial. Sé que muchas veces pienso de aquel modo, pero no tengo idea de cómo lograr hacer que todo cobre sentido.

Hace muy poco nos mudamos juntos en un departamento de la universidad y las cosas que suceden son fantásticas. Todos los días algo nuevo y magnífico, todavía puedo imaginar que todo es un sueño. Tengo miedo de despertar, pero si lo llego hacer, sé que él estará a mi lado hasta el final. Las cosas que pasan por mi mente me hacen cavilar ardientemente en cosas que no debo. Supongo que las cosas más secretas de mi mente no tienen importancia en momentos como este.

El día de hoy se ve realmente hermoso. El sol ya está comenzando a picar, no hay ni una pequeña brisa de viento en el aire. Hace mucho calor, simplemente, pierdo mucho tiempo haciendo una lista completa de las cosas necesarias para asegurar una buena fiesta de Navidad.

Sé que tengo que estar pensando en mi último año de la universidad, pero solo me concentro en planificar la fiesta. Creo que tengo que dejar de pensar en eso para ponerme las pilas y empezar con el estudio.

Ladeo la cabeza y observo a Paul dormido. Supongo que eventualmente despertará, siempre lo hace y cuando eso sucede mi día recién comienza.

Sin él, yo no sería nadie: no sería nada.

Aquel hombre es vital para seguir con mi vida.

Al notar que se voltea hacia un lado, sospecho que está despierto. No es así, observo sus omóplatos que se mueven con seguridad y tranquilidad. Claramente, está dormido, ya que de otro modo se hubiera levantado de la cama en un salto.

Me pongo de pie con rapidez, de aquella silla en la que me encuentro sentada, y camino hacia él, ya es tiempo de despertar.

—Despierta —susurro cerca del oído de él joven dormido en el gran colchón de dos plazas.

Lo que recibo de parte de él es un simple gruñido de enfado. Jamás me imaginé que recibiría eso de su parte, ya que nunca se comporta de aquel modo pedante y mucho menos conmigo. Él sabe que detesto aquel sonido. Aquello me parece extraño, pero últimamente todo me resulta demasiado extraño.

—Arriba, hay muchas cosas que hacer el día de hoy. —Me siento en el colchón con una pequeña sonrisa sobre mi rostro.

El día ya comenzó, pero él sigue con sus bellos ojos cerrados. Lo único que me deja pensar es que se enfermó o algo así, pero con más razón tengo que despertarlo.

Comienzo a estirar mis brazos y tomarlo de los hombros, para lograr alguna reacción de aquel joven, pienso que quizás si lo molesto, recibo un sonido o algo de parte del bello durmiente.

Gruñe y toma mis manos con fuerza, un pequeño bufido ronco sale de sus labios.

—Cinco minutos... o podrías esforzarte y hacer que me levante con rapidez. —Es lo único que logro sacar de sus labios.

—Cinco minutos serán.

Suelto una pequeña risita de mis labios, esa risita que trato de mantener dentro de mí y asiento recostándome otra vez a su lado. También estoy demasiado cansada por el día anterior. Todo lo que hicimos nos había dejado cansados; todo el día estuvimos fuera de la casa por los preparativos para Navidad.

—Qué lastima... —Susurra.

Aún no suelto aquellas grandes, fuertes y perfectas manos que él posee. Me gusta estar así a su lado. Cierro mis ojos por un par de segundos y me quedo completamente dormida.

Me encanta ser lo más honesta y sincera ante él. Puedo ser yo, nunca había encontrado en mi vida a un hombre como Paul, él fue el único que cambió por completo todo.

En vida tan solo estuve con dos hombres, uno era mi mejor amigo Alexander y luego Paul. Sé que ya no habrá ningún otro hombre para mí. De igual manera, no considero demasiado a Alex, él era mi mejor amigo de la infancia y ahora ya no lo veía. Se había olvidado de todos nosotros, a esas personas que él mismo llamaba amigos. Quizás yo también había contribuido para terminar con esa hermosa amistad.

—¿No te piensas levantar hoy, princesa? —Oigo la voz de él sobre mi oído, me agrada sentir su calidez en mí.

Abro mis ojos con una pequeña sonrisa sobre mis labios.

Asiento estirándome cómodamente en el colchón.

—Creí que dormiríamos cinco minutos más. —Me repongo tomando asiento para lograr ver sus perfectos ojos.

Simplemente, quiero una respuesta, siempre espero una respuesta concreta de todo el mundo.

—Así fue, yo me desperté luego de los cinco minutos, pero alguien siguió durmiendo pacíficamente y notoriamente no podía despertar a mi hermosa princesa. Sé que no te gusta eso —comenta con una pequeña sonrisa ladina sobre sus labios.

Se acerca a mí con delicadeza y toma en cuenta la diferencia de altura para dejar un beso frío, pero adorable sobre mi frente.

—¿Qué soñaste?—Pregunta tomando asiento a mi lado.

La yema de sus dedos sube con lentitud por mi muslo. Una pequeña sonrisa se dibuja sobre mis labios al sentir su acción; niego con la cabeza tan solo una vez y tomo su mano, simplemente, para acariciarlo.

«¿Qué había soñado?», pienso en mis adentros.

Se oye el timbre de la habitación y mi ceño se frunce. No entiendo lo que está ocurriendo, así que me apresuro a ver por la mirilla y me doy cuenta de que se trata de mi madre.

—¿Quién es, Katherine? —Cuestiona Paul.

—Mi mamá —respondo.

Ruedo los ojos y le pido a Paul que se esconda, pero él se queda parado contra la pared mientras lee el capítulo de una novela que se está comiendo hace unos meses.

Le abro la puerta a mi mamá y ella observa el viejo edificio con una mirada de desaprobación. Tiene la costumbre de sacarle defectos a todo. Mi padre sonríe, para calmar el ambiente, y mi madre vuelve a animarse.

—¡No me puedo creer que estés en la facultad! Mi única hija, estudiante universitaria, viviendo por su cuenta. No me lo puedo creer —gimotea mientras se da unos toquecitos con un pañuelo para secarse las lágrimas sin arruinarse el maquillaje.

La habitación no es muy grande, hay una cama de dos plazas, un armario, una pequeña cómoda y dos escritorios. Al cabo de un instante, mi mirada se desvía hacia el origen de su sorpresa: Paul, el chico alto y castaño que está apoyado contra la pared leyendo Antígona. Su pelo es como una fregona, lleno de rizos gruesos apartados de su frente, y lleva un piercing en la ceja y otro en el labio. Desciende la vista hacia su camiseta negra y hacia sus brazos, también tatuados. No tiene ni un centímetro de piel sin decorar y sé que eso a mi mamá no le gusta.

—Mamá, esta no era la manera en la que te quería presentar a Paul. —Sonrío amplia mirando los ojos de ella—. Pero, bueno, no me queda de otra que hacerlo. Mamá, él es Paul... Mi novio.

—¿Qué? —Pregunta sin poder asimilar que su hija tenga un novio.

Paul deja el libro sobre el escritorio y se acerca a nosotros. Saluda a mis padres con cordialidad y mi papá se lo queda viendo, parece sorprendido y que hay algo que no le gusta. A ninguno de mis padres le gusta mi novio, pero eso no me importa.

Una hora después, tras las advertencias de mi madre (que siempre me brinda en cada visita) sobre los peligros de las fiestas y los estudiantes masculinos por fin se dispone a marcharse. Como de costumbre, me da un abrazo rápido y un beso, sale del cuarto e informa a mi papá de que lo esperará en el coche.

—Ten cuidado, cariño —dice él con una dulce sonrisa sobre sus labios—. No quiero nietos y estoy seguro de que tu madre mataría a tu novio.

Suelto una carcajada sonora y asiento con la cabeza, sabiendo que es la verdad. Estoy más que segura de que eso es muy cierto.

—Adiós, pa —respondo con calma y cierro.

Me quedo unos segundos contra la puerta y niego con la cabeza tan solo una vez.

—Estoy muerta —comento.

—Claro que no —dice Paul con diversión.

—Bueno, ¿y ahora qué? —Me encojo de hombros viendo la hora en el reloj de Paul—. ¡Llegaré tarde a clases!

No puedo creer que después de unas largas vacaciones me despreocupe por las clases. No puedo hacer eso, después de todo, es mi último año.

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