Prólogo
El joven, inquieto y ansioso, balanceaba los pies, dado que no le llegaban al suelo. Se acomodó de nuevo en la silla y se echó sobre la mesa, tratando de ocultar un bostezo.
Lando nunca había sido un chico paciente, y menos aún cuando se trataba de algo tan importante para él. Estaba a la espera de su nuevo compañero de equipo, el primero que tendría en la Fórmula 1, y eso le ponía nervioso. Sabía perfectamente de quién se trataba, y tal vez fuese aquello lo que le asustaba más de todo. No todos los días se conocía a alguien tan famoso y tan talentoso como lo era Carlos Sainz.
Charlotte, la asistente de Lando, había ido a recibir al mayor, y el joven sintió que era la primera vez que deseaba tanto que Charlotte estuviese con él. La rubia sabía como cuidar al niño, y él, con sus apenas 19 años, se sentía perdido sin la mujer.
Entonces, sobresaltando un poco al chico, la puerta se abrió, dejando ver a la rubia acompañada por un hombre alto y fuerte, con el pelo castaño y unos ojos marrones en los que cualquiera se perdería, de un tono café que se asemejaba al negro. Lando se levantó, sin saber exactamente qué hacer, y el mayor le dedicó una cálida sonrisa que no hacía honor a su reputación de serio y distante.
- Carlos Sainz - se presentó tendiéndole la mano al menor.
- Lando Norris - dijo el joven dándole un tembloroso y titubeante apretón de manos.
La impresión del mayor respecto al joven fue verdaderamente errónea. Lo tomó por un niño idiota y tímido, y aunque tal vez lo era, había mucho más en aquel muchacho.
- Un placer conocerte, Lando - dijo Carlos en tono afable. - Ahora seremos compañeros - señaló metiéndose las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros.
El joven sonrió y asintió, cruzando los brazos en un intento de hacer algo para no permanecer en una postura estática.
- Será mejor que me vaya y os deje un rato para conoceros - murmuró Charlotte, que desde ese momento, aunque ni los dos hombres lo sabían, había visto ya una chispa extraña.
La mujer los dejó a solas tal y como había dicho que haría y ambos se miraron, sin saber exactamente por dónde continuar. Carlos, sólo miraba al joven, divirtiéndose por el nerviosismo del niño, y Lando, buscaba desesperadamente algo que decir para romper lo que, en su opinión, era un incómodo silencio.
- He oído que juegas al golf - comentó Lando finalmente.
- Y tú también, ¿no? - Inquirió Carlos.
- Más o menos - musitó el chico, algo apenado por sus nefastas habilidades con el golf. Aún le quedaba mucho que aprender.
- ¿Tienes novia? - Preguntó el mayor, con una sonrisa extraña y una muy mala idea en la cabeza.
A Lando lo pilló por sorpresa la pregunta de Carlos. Apenas se conocían y ya hacía preguntas de ese tipo... Era realmente extraño a los ojos del joven, que no era capaz de ver las segundas intenciones tras la duda del mayor.
- No - negó ruborizándose. Carlos enarcó una ceja y volvió a sonreír.
- ¿Y novio?
- Tampoco - volvió a negar Lando, con una risita nerviosa.
Nunca se había planteado el hecho de que le gustaran los hombres. Creía tener claro que le gustaban sólo las mujeres.
- ¿Y tú? - Contraatacó Lando con curiosidad.
- He tenido novios y novias, pero actualmente nada - explicó Carlos, tratando de dejar en claro lo que le gustaba. Pretendía poner nervioso al chico, y parecía funcionar.
- Oh, vaya... - Titubeó un poco al hablar y se miró los pies. - Entonces... Compañeros de equipo, ¿eh? - Tartamudeó tratando de desviar el tema de la conversación.
Había algo en el mayor que le ponía demasiado nervioso como para que fuese normal. Pero él se intentaba convencer de que era solo su timidez.
Carlos analizó el rostro el menor, fijándose especialmente en sus ojos verdes, que honestamente, eran los más bonitos que el español había visto jamás. También le llamó la atención los rizos que adornaban la cabeza del niño, de un color marrón que, a pesar de su simpleza, al mayor le pareció precioso. Estaba claro que la inocencia y la belleza del joven atraía a Carlos, pero no era nada más que eso: atracción. Nada más le interesaba al mayor.
- Creo que nos llevaremos bien - opinó Carlos tras dejar que el silencio tensara lo suficiente las cosas. - Pero la próxima vez que nos veamos procura estar más relajado, que no muerdo - bromeó el español, haciendo que el inglés se ruborizase de nuevo.
Lando estaba muy confuso. ¿Por qué de repente se sentía así con ese hombre? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba así a Carlos? No lo sabía, y eso le mataba por dentro.
- Lo intentaré - dijo el inglés sonriendo tímidamente.
Y así fue su primer encuentro. Carlos desapareció por la puerta por la que había llegado en un principio y dejó al niño solo en la habitación, preguntándose qué tenía ese español de gracioso acento que lo confundía tanto.
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