Carlos y Lando se preparaban para grabar un vídeo para promocionar alguna tontería nueva. McLaren solía hacer muchas promociones y normalmente no les molestaba, pero la situación tensa entre los dos pilotos no ayudaba demasiado.
- Tenéis que poneros esto - indicó una de las que se encargaba de su vestuario, dándole unas camisetas a los chicos.
- ¿Dónde me puedo cambiar? - Preguntó el español con educación.
Estaban en una habitación cerrada, pero ni loco se cambiaría delante de Lando. Temía sucumbir la tentación. O peor, temía que Lando viese sus cicatrices. Haría preguntas y no podría responder.
- Ehm, claro. Puedes cambiarte en el baño. Es esa puerta - indicó la mujer amablemente, y Carlos, sin decir nada más, entró al baño y se cambió rápido.
Esperó el tiempo que vio suficiente para que Lando se cambiase, y entonces salió del baño, acomodándose la camiseta y disimulando que hacía rato que ya estaba listo. Tuvo que respirar profundo dos veces para no maldecir a su suerte en voz alta. ¿Tan lento era el inglés cambiándose? Se obligó a no mirar su torso desnudo y gruñó por lo bajo.
- ¿Pasa algo, Carlos? - Preguntó el niño poniéndose la camiseta.
Carlos percibió el tono de burla y no le gustó. Él era el que hacía bromas y molestaba al otro, no al revés.
"Puto Norris" pensó enojado.
- No, nada, ¿qué debería pasar? - Sonrió y lo miró de arriba a abajo. - ¿Acaso crees que me impresiona verte con el pecho descubierto? He visto a decenas de hombres totalmente desnudos y mucho más formados que tú, Lando.
El inglés se sonrojó y miró con enojo al español. Odiaba que le recordara su vida sexual tan prolífica. Quiso tirarle algo a la cabeza y chillarle un par de cosas, pero se contuvo.
- No dices nada, ¿eh? - Se burló el mayor. - Si quieres puedo sumarte a esa lista, así no te sientes tan mal - siguió bromeando.
La parte cuerda de Lando se enfadó ante la simple idea de ser una puta más en su lista, pero la parte que empezaba a enamorarse (inexplicablemente) del español quiso arrodillarse ante él y suplicarle que sí.
- No seré uno de tus juguetes, Carlos - dijo finalmente, poniéndose la camiseta con violencia.
- Cuidado, chiquitín, que rompes la camiseta - se burló con fanfarronería.
- Imbécil - gruñó acercándose con los puños apretados.
- ¿Me vas a pegar? - Inquirió con una gran sonrisa. Lando enseguida retrocedió un paso. - Oh, la princesita se ha acobardado - rio, y esta vez fue él quién se acerco, acorralando al inglés entre su cuerpo y la pared. - Deberías dejar de intentar plantarme cara, eres un niño cobarde que intenta ser un héroe. Olvídalo, Lando - susurró muy cerca de su rostro, tanto que pudo sentir la respiración agitada del niño golpear su rostro.
- No soy cobarde - se atrevió a decir, en apenas un hilo de voz.
- Claro - se burló el español sonriendo. Se acercó a su oído, como otras veces había hecho, y el niño se estremeció al notar los labios del español rozar su oreja. - Sé lo que pretendes, y no pienso caer - susurró mientras con su mano agarraba el mentón del menor y le hacía mirarle. - No soy lo que quieres, te lo advierto una vez más - murmuró.
Y mientras Lando casi temblaba por su toque y le miraba con ojos suplicantes, el español rozó sus labios. El niño cerró los ojos e inclinó la cabeza, esperando más, pero simplemente no llegó, y cuando abrió los ojos, el hombre mayor salía por la puerta, dejándolo ahí, desesperado, haciéndole entender que para él aquello no era más que un juego. Y aún así no iba a desistir.
Frustrado, siguió al español, y grabaron el vídeo entre risas y bromas. Todo era aparentemente normal. Charlotte les tuvo que regañar un par de veces, como era típico, y nadie apostaría por lo que esos dos se traían entre manos. Bueno, Charlotte sí. La pequeña mujer sabía muchas cosas sin necesitar siquiera que se las contasen. Veía perfectamente la química y la tensión entre ambos hombres, y cuando veía que no la resolvían como era debido, le entraban ganas de encerrarlos en una habitación hasta que al fin aclararan las cosas. Pero no podía hacer eso, sólo podía callar, mirar y procurar que no se asesinasen mutuamente.
Cuando acabaron de grabar, regresaron a la habitación de antes y Carlos de nuevo se cambió en el baño. Eso llamó la atención de Lando. En todo el tiempo que habían compartido, el español nunca había dejado al descubierto su torso, y tampoco subía ninguna foto sin camiseta, como otros pilotos (ejem, George Russel) sí hacían. Además, muchas veces, las camisetas del español habían dejado muy claro que estaba más que formado, por lo que dudaba que el hombre mayor estuviese acomplejado. Algo escondía, y su famosa curiosidad le hacía querer saberlo todo. Pero aquella vez no fue posible averiguar nada. No sería hasta más adelante que sus dudas se resolverían, y cuando lo supiera todo, desearía jamás haberlo sabido.
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Carlos tuvo una suerte pésima, pero la de Lando fue peor, quien ni siquiera concluyó la carrera. Ambos compartían la frustración ese día, y mientras todos festejaban, ellos dos permanecieron encerrados en sus habitaciones de hotel.
Carlos intentaba concentrarse en el vídeo de la carrera. Quería ver todos los detalles, ver dónde pudo haber perdido tiempo y qué pudo haber hecho para adelantar a alguien. Era ya la segunda vez que veía la grabación completa de la carrera, y podría haberla visto muchas más veces si no hubiesen irrumpido en su habitación. Caco entró como Pedro por su casa y apagó la televisión donde se reproducía por tercera vez la grabación.
- ¿Qué haces? - Gruñó el piloto.
- Sacar tu amargado culo de aquí. Vamos, festejar no te hará daño - le tiró una camisa y unos pantalones decentes a la cara y se cruzó de brazos, esperando.
- No pienso ir a ningún lado, Oñoro - replicó.
- No te estoy preguntando, te lo estoy ordenando - bufó en respuesta. - Charlotte me ha pedido que os saque a ambos - se justificó.
- Estás loco si crees que volveré a salir de fiesta con Lando cerca - dijo Carlos, mirando mal a su primo.
- ¿No puedes mantener la bragueta subida o qué? - Se burló.
- Tú no lo entiendes - respondió mirando a otro lado y poniéndose la ropa que hacía un momento Caco le había arrojado.
- Tienes razón, no lo entiendo - admitió Oñoro. - No sé qué tiene Lando. Es un puberto con granos y sin un cuerpo realmente espectacular. Normalmente te gusta el tipo de hombre totalmente opuesto. Además, no entiendo tampoco tu insistencia con él. Supondré que es porque por primera vez no puedes tener lo que quieres - reflexionó acertadamente.
- Yo también quisiera saber qué es lo que tiene... Pero me atrae. No es a lo que estoy acostumbrado, supongo que es eso. Es inocente, es tímido, es tierno... Y eso me da morbo.
- Eres repugnante - opinó Caco.
- Lo soy - reconoció sin problema alguno.
Sabía el monstruo que era y no pretendía ocultárselo a Oñoro, quien era su mayor confidente y había estado a su lado durante toda su vida, incluido aquel fatídico día, el día que lo cambió todo.
- Primo, una pregunta - llamó Caco, y Carlos lo miró atento mientras se subía los pantalones. - ¿Hay algo más aparte de deseo entre tú y Lando?
- De su parte, quizá, de la mía, no. Él es simplemente una hermosa tentación, y yo soy para él la atracción peligrosa que te asegura dolor y aún así pretendes probar - se encogió de hombros. - Sólo eso.
- Entonces, si es sólo eso, acuéstate con él y acaba con toda la tensión sexual que hay entre vosotros o todos se darán cuenta - aconsejó Oñoro, sabiendo que había mentira en las palabras de su primo y retándolo de forma que sabía que no podría resistirse.
Había notado que su primo tenía real interés por el inglés, y aunque aquello no era ni de cerca amor, pensó que si sucumbía a la tentación, tal vez sus intenciones cambiasen drásticamente. Lo único que Caco quería para Carlos, era que lograse superar lo que hacía tanto tiempo lo atormentaba y se dejara embaucar por el amor. Pero no sería fácil. Oh, claro que no sería fácil.
- Creía que no querías que me acercara al inglesito - murmuró Carlos.
- Eso era antes de que viese que no es tan inocente como creía - mintió.
Por supuesto que mentía. Pero si insinuaba siquiera que Carlos podía sentir algo más por el pequeño Norris, sabía que huiría. Así era su primo. Todo lo romántico lo alejaba y asustaba. Y aunque lo entendía, también quería que lo superara. Aquellas heridas eran muy viejas, y aunque físicamente habían cicatrizado, mentalmente seguían torturándolo tanto como el primer día.
- Está bien, entonces tengo vía libre, ¿no? - Quiso saber el piloto de McLaren, con una gran sonrisa fingida.
Quería alejarse de Lando, pero su primo lo estaba retando y no podía rechazar ningún reto.
- Haz lo que te dé la gana - dijo Caco rodando los ojos, haciéndose el cansado, cuando por dentro estaba orgulloso de que su estratagema estuviese funcionando.
Sin decir mucho más, ambos fueron a buscar al inglés y se fueron a la fiesta que habían montado los de Ferrari. No ocurrió nada destacable durante las primeras horas de la fiesta. Carlos y Lando ni siquiera estuvieron cerca en ese periodo de tiempo, y no fue hasta que un tipo empezó a molestar a Lando que Carlos se acercó al niño.
Un hombre corpulento no dejaba de incordiar a Lando, quien estaba increíblemente incómodo y asustado. El gran hombre le insistía en ir a bailar, no dejaba de tomarlo por la cintura y de hablarle al oído. Lando sencillamente quiso vomitar. Nunca había vivido nada parecido con un hombre, y le pareció casi tan incómodo como cuando era una mujer la que no le dejaba. Carlos, que de lejos lo veía todo, sabía que su pequeño compañero de equipo rogaba por un rescate. Así que no dudó en interrumpir el momento, cosa de la que Lando le estaría agradecido después.
- ¿Algún problema? - Lo confrontó el otro hombre, y Carlos gruñó.
- Le estás molestando - es lo único que dijo.
- ¿Y tú quién eres? ¿Su protector? - Se mofó el otro.
Lando casi temblaba del miedo. Quería echarse sobre los brazos del español, pero no podía.
- No, pero es mío, así que apártate - replicó Carlos, posesivo y demandante.
- ¿O sino qué?
- O entonces haré de tu ya de por sí horrible cara una aberración de la naturaleza. Suéltalo o te arrepentirás el resto de tu vida - amenazó el castaño, haciéndole frente al hombre, que no era mucho más grande que él.
- No me asustan las amenazas de un pijo como tú - se carcajeó.
Carlos sonrió. No era la primera vez que oía algo parecido. Todos los cabrones que se habían enfrentado a él habían acabado con la cara hecha un cuadro; pero un cuadro de estos de arte abstracto que son feos de cojones.
- Última advertencia, gorila - dijo en su tono más amenazador, mirando a Lando de reojo, quien no se atrevía a zafarse del agarre del grandullón.
El otro hombre rio y no soltó al muchacho. Cuando Carlos vio como su mano fue al trasero del inglés una rabia inexplicable le inundó y actuó sin pensarlo, golpeando el rostro del hijo de puta. El golpe fue de tal calibre que se tambaleó y soltó a Lando, quien corrió a esconderse tras el español, que maldecía en voz baja por el dolor que sentía en sus nudillos. Había sido un golpe fuerte, lo suficiente como para dejar medio ko al cabronazo.
- Vuelve a ponerle una mano encima y será lo último que hagas en tu miserable vida - gruñó Carlos antes de tomar a Lando por la cintura y sacarlo del barullo de gente.
Cuando el aire de la calle inundó los pulmones de ambos y la tranquilidad se cernió sobre ellos, Lando abrazó al español, temblando aún por la experiencia. Escondió su rostro en el pecho de Carlos y se aferró a su camisa con fuerza. El español sintió como su estómago se revolvía con una sensación extraña, pero la ignoró y abrazó a Lando. Se dijo a sí mismo que sólo estaba siendo empático con el inglés.
- ¿Estás bien? - Murmuró Carlos, sintiendo al pequeño tiritar en sus brazos. - ¿Te ha hecho algo?
- Tranquilo, no me ha hecho nada - susurró alzando la cabeza para mirarlo a los ojos. - Gracias...
- De nada - suspiró el español, que miró sus labios inconscientemente.
Lo que no sabía era que el inglés hacía exactamente lo mismo. Ambos se miraban a los labios, ambos con los mismos deseos. El español tomó la barbilla del menor, quien miraba con anhelo al mayor.
- Sea lo que sea, hazlo - susurró el inglés, rindiéndose finalmente.
Y Carlos no lo dudó. Besó sus labios, y por primera vez no se sintió como un intruso, pues fue correspondido. Los labios inexpertos del inglés supieron llevar el ritmo y la intensidad y pronto las lenguas entraron en la ecuación, danzando en perfecta sincronía. Lando se sintió en una jodida nube, y aunque Carlos se asustó el principio por la intensidad que tenía lo que le hacía sentir Lando, se dejó llevar. Los dos olvidaron que todo pintaba a que iba a salir mal y se besaron bajo las estrellas, con pasión, con deseo, con desesperación. Se liberaron con el beso, y todo se sintió bien, se sintieron en su sitio, donde debían estar, donde pertenecían.
Porque, aunque aún no lo sabían, se pertenecían el uno al otro.
♤
Nota de la autora:
¿Yo? Yo estoy que me subo por las paredes de lo emocionada que me deja el final. Ya sí viene lo chido AJAJAJA.
Espero que os haya gustado y gracias por todo vuestro apoyo.
Postdata: Es muy temprano, tengo sueño, ayúdenme 😭.
Os ama,
A💛.
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