Capítulo 39: Por Él
Ya había hablado con su padre, y el trato estaba hecho. Él borraba el vídeo y no metía a sus hermanas en sus sucios negocios, y a cambio él se casaría con Mandy.
A pesar del incidente de la ducha, cuando Adam llamó a la casa de los White, todos se pusieron muy contentos, incluida la chica. Y la madre de Lando tampoco puso objeciones.
Y él... Él era otra cosa. Se sentía apagado, como si todo le dara igual. Como si ya se hubiese rendido de todo. Ni siquiera le dolía, simplemente... Estaba sin estar. Ni pena, ni dolor, ni culpa. Nada. Era como un cascarón vacío. Pero esa era su forma de defenderse, de evitar que le hicieran daño. Sabía que lo iba a pasar mal y en vez de eso, escogió estar en blanco. Eso no quería decir que no fuese consciente de que Carlos intentaría ir a buscarlo. Porque era cuestión de tiempo que se presentara en Bristol para llevárselo a rastras a Woking de nuevo. En cierto modo, se estaba preparando mentalmente para ese momento. Para partirle el corazón al español lo más rápido que pudiera y poder quitarse esa preocupación de encima.
Era cruel. Lo sabía. Pero si Carlos no entendía por las buenas que sus hermanas eran su prioridad, entonces tendría que recurrir a la opción más dolorosa.
Suspiró. Estaba tumbado en la cama, con cada una de las mellizas a un lado. Ambas sabían más de lo que los demás adultos creían. No eran tontas. Y sabían el sacrificio que estaba haciendo su hermano. Por eso se pasaron toda la tarde con él, viendo la tele y hablando en su cuarto con él. Pero estaba raro. Se lo notaban. No era como solía serlo.
Y Flo, que era la que más confianza tenía con él, se cansó se ver así a su hermanito.
- Lan - susurró abrazándose más fuerte a él.
- Dime, enana - susurró en respuesta.
- ¿Qué te pasa? - Inquirió con suavidad.
- Nada - él sonrió, pero no se lo tragó ninguna de las dos.
- Hermanito... - suspiró Cisca.
Lando las miró. Una de ojos verdes y otra de ojos azules. Una de pelo largo y otra de pelo corto. Las dos muy parecidas a él. Las dos su refugio.
- Sabemos que lo haces por nosotras - se adelantó a decir Flo. - Pero... ¿Hay alguien?
Él de mordió el labio y asintió tímidamente.
- Lo hay - admitió cerrando los ojos. - Pero vosotras sois más importantes.
- ¿Tú crees? - Murmuró Cisca. - Nos las podemos apañar, Lando...
- Con papá no hay escapatoria. Estás con él o contra él, y lo segundo ya veis cómo acaba - suspiró y se incorporó en la cama. - Esta es la única forma de alejaros de él sin poneros en riesgo.
- Pero no queremos que te cases con Mandy por nosotras - replicó la de ojos azules y pelo corto, Cisca.
- Exacto - corroboró la de ojos verdes como los de él.
- Pues yo soy el adulto y he tomado esa decisión, ¿de acuerdo? - Dijo empezando a cansarse de aquella conversación.
- Vale - murmuraron las chicas en voz baja, algo intimidadas por el tono de su hermano.
Encima que él tendría que sufrirlo todo, no le darían más dolores de cabeza.
Sin embargo, en otro sitio, a unas dos horas de allí, la discusión casi iba a llegar a los golpes.
- ¡No me voy a quedar aquí, Oñoro! - Repitió por milésima vez.
- Pero mierda, no seas egoísta - replicó su primo, ajustándose las gafas. - Ha tomado una decisión y tienes que respetarla. ¿Qué harás? ¿Traerlo a rastras? ¿Y que te odie por no dejarle salvar a sus hermanas? Ahora me dirás que también te las traes a ellas y problema arreglado, ¿verdad? Pues si pensaras sabrías que entonces su padre publicaría su vídeo. Entonces, te odiaría por arruinarle la vida. Los dos estáis sin salidas, Carlos - respiró agitadamente, fruto de hablar tanto y tan deprisa.
- ¿Y qué hago? ¿Dejo que se case con esa zorra? ¿QUÉ MIERDA PASA CONMIGO ENTONCES, CACO? - Se le quebró la voz y se obligó a callarse para no romper a llorar.
Lucía los miraba sin decir nada, cohibida por la situación. Todo tenía muy mala pinta. Muy, muy mala pinta.
- Carlos... - Caco suspiró. - Yo soy el primero que quiere que Lando este aquí, contigo, con nosotros, - se encogió de hombros, - pero no puede ser, primo.
- No puedo dejarlo ir, no después de todo lo que hemos peleado y sufrido. No puedo permitir que no valiese la pena, ¿entiendes tú eso? - Inquirió con un nudo en la garganta.
- Ve por él - espetó Lucía de pronto. - Aunque sea para despediros, pero ve. Inténtalo.
- Lucía... - murmuró Caco.
- Tú cállate - bufó ella en respuesta. - ¿Has oído alguna vez lo de "la persona correcta en el momento erróneo"?
Aunque miraba a Oñoro, todos sabían que la pregunta iba dirigida a Carlos. Sainz asintió con la cabeza y tragó saliva.
- ¿Y cuándo será el momento correcto, eh? ¿Cuándo?
- Cuando los dos seáis libres. De vuestros traumas. De vuestro pasado. Y Lando, de su familia.
- Si lo dejo solo jamás saldrá de ahí, y lo sabes - señaló derrotado. - No estoy dispuesto a perderlo, Luci - se pasó la mano por el pelo, signo de que su ansiedad empezaba a martillearle en la cabeza. - Él es mi vida, y pienso seguir viviéndola. Porque por eso sigo aquí. Por él. Así que os guste o no, voy a ir por él y voy a volver con él. Cueste lo que cueste.
Nadie dijo nada cuando agarró las llaves del coche y se fue. Nadie dijo nada mientras el coche salía del garaje. Nadie dijo nada durante mucho tiempo más. Porque en esas situaciones, era difícil hablar con sentido y sentir con claridad.
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Estaba comiendo sólo en su habitación cuando su teléfono sonó de nuevo. Carlos le había llamado decenas de veces y le había escrito más de cien mensajes a esas alturas. Pero el último mensaje le hizo reaccionar.
Carlos: Estoy en tu porche
Carlos: Sal
Carlos: O entro yo
Tragó saliva. Esa era una amenaza que sabía que el español cumpliría sin miedo alguno.
Se asomó por la ventana, y ahí estaba él, en su jardín delantero dando vueltas de un lado a otro. Lando suspiró y se revolvió el pelo.
- Mierda.
Se puso una sudadera y unos zapatos y bajó las escaleras de dos en dos, atentando contra su vida un par de veces. Pasó por al lado del comedor donde su familia cenaba sin decir nada y salió de la casa.
El frío le azotó el rostro, haciéndolo estremecer. Y Carlos lo miró con sus hipnotizantes ojos. Esos en los que se había perdido tantas veces. Esos en los que el inglés se perdía esa vez de nuevo.
- Hola - murmuró bajando las escaleras del porche lentamente.
- ¿Has entrado ya en razón? - Gruñó un molesto Carlos.
- ¿Lo has hecho tú? - Replicó frunciendo el ceño.
- Estás loco si pretendes casarte con esa fulana.
- Para salvar a mis hermanas.
- Para demostrar algo - lo corrigió el español. - Porque es eso, ¿no? Demostrar que tienes huevos.
- Eso no tiene nada que ver con esto - dijo apretando la mandíbula.
- ¡Claro que sí! Te vas enfadado porque hago un comentario que te daña el orgullo y seis horas después me dejas para hacerte el héroe.
Se quedaron en silencio, en una especie de guerra miradas. Sus cabezas iban casi tan rápido como sus corazones, y sus nervios iban en aumento. Uno no quería perder al amor de su vida. El otro, no quería tener que despedirse.
- No me hago el héroe - murmuró finalmente el inglés. - Mis hermanas...
- ¿Te han pedido que hagas esto por ellas? Joder, Lando, ¡te estás metiendo en un jardín del que no sabes salir!
- ¡Deja de gritarme!
- ¡Deja tú de intentar irte de mi lado! - Chilló con las lágrimas corriéndole por las mejillas. - No me dejes cuando todo va a empezar a encajar, cuando estoy dispuesto a sanar por ti... No te vayas cuando sé que quiero pasar toda mi jodida vida a tu lado. Amándote. Cuidándote. Follándote. Todo. Porque lo quiero todo contigo. Las victorias. Las derrotas. Las alegrías. Las penas... Y si te vas no entiendo exactamente qué pinto yo aquí. Entonces no entiendo qué hago respirando un aire que no compartimos. Dime, Lando, ¿que soy sin ti? Un puto chalado y un pervertido de los cojones. Porque tú ves lo bueno que hay en mí. Sólo tú. Sólo tú has escavado lo suficiente para conocerme de verdad.
Se secó las lágrimas y se acercó, tomando al británico, que estaba en shock total por sus palabras, por los brazos.
- Dime, ángel... ¿Qué haré sin mi novio? ¿Sin el amor de mi vida? Me la suda todo ya, Lan. Que publiquen el puto vídeo, te defenderé hasta la muerte. Que tu padre haga que me despidan - negó con la cabeza. - No le tengo miedo a nada de eso mientras sepa que tú vas a estar conmigo. Batallando. Riendo. Jugando. Sufriendo. Todo, pero juntos. Porque es lo que llevas semanas prometiéndome. Hacer las cosas juntos - se separó de él de nuevo. - Di algo, por favor - pidió con algo de histeria.
El pequeño no sabía que decir. Se había quedado sin palabras. Su mente trataba de asimilar aquella gran declaración de Carlos y aquellas palabras tan bonitas.
"No te vayas cuando sé que quiero pasar toda mi jodida vida a tu lado", eso repetía su cabeza.
- No puedo dejarlas - murmuró, repitiendo lo mismo de nuevo, tratando de ver si, diciéndolo una y otra vez, se lo creía él mismo.
Un gruñido de frustración le salió a Carlos desde lo más profundo de su ser.
- Me siento como si le estuviese hablando a una pura pared - murmuró paseándose de un lado a otro. Como hacía siempre que la ansiedad empezaba a superarlo. - ¿Es que no puedes entrar en razón? Entra y pregúntale a tus hermanas: "¿podréis sobrevivir sin mí?". Sal de dudas. Si dicen que sí, nos vamos a casa. A nuestra puta casa. Porque es nuestra. No mía - se mordió el labio, conteniendo más lágrimas. - Lo mío es tuyo. Mis cosas, mis secretos, mis miedos, todo, Lando... Yo mismo soy tuyo.
Él seguía sin hablar. Sólo escuchaba con los ojos escociéndole de tener que retener las lágrimas. Parecía tan fácil todo cuando Carlos lo decía así, con tanta pasión y tanta confianza. Con tanto amor. Pero la realidad no sería así. Lo sabía. La vida nunca era tan sencilla.
- He tomado una decisión - susurró entonces. - No espero que la entiendas - se encogió de hombros. - Pero al menos respétala.
- ¡Eres un puto egoísta! - Le recriminó el otro.
- ¿Yo soy el egoísta? ¿El que dejó que lo humillaras y pisotearas hasta que tuviste los huevos de admitir que estabas enamorado? ¿El que ha dejado de lado todo para ayudarte? ¿El que daría su vida por ti? ¿Yo soy el egoísta? - Repitió alzando el tono significativamente. - Te intentaste suicidar y dejarme solo. Yo al menos no voy a acabar con mi vida.
- Dicen que hay destinos peores que la muerte, ¿no? - Sonrió irónicamente, mirando la gran casa de los Norris. - Te matarán en vida.
- Si no lo hacen ellos, lo harás tú - murmuró mirando al suelo. Si iba a decir lo que pensaba decir, no podía mirarlo a los ojos. - Tú no estás aquí porque me quieras, estás aquí porque soy el único que te soporta. El único que te quiere. Estás aquí porque eres un puto desastre y un enfermo mental que nadie más es capaz de soportar. Estás aquí porque nadie jamás se va a parar dos minutos a conocerte porque eres un cabrón y un gilipollas - cerró los ojos y respiró hondo. - Estás aquí porque soy el único que te ha consentido que lo destruyas.
Alzó la mirada y se arrepintió al segundo. Sólo con ver esa expresión en el rostro del español, sólo con eso, deseó que jamás hubiese pronunciado esas palabras. Que jamás hubiese tenido la oportunidad de abrir la boca.
Carlos asintió, derramando las lágrimas sin ningún pudor a aquellas alturas. Le dedicó la sonrisa más triste que el inglés vería en su vida y dio media vuelta. Y se marchó. Se marchó sintiendo que se le escapaba la vida.
Un trueno partió el cielo y empezó a chispear. Lando permaneció bajo la lluvia durante un rato. Temblando. Y no de frío. Llorando. Arrepentido de todo ya. El chispeo aumentó hasta ser una lluvia fuerte y escandalosa. Y se quedó allí, inmóvil, hasta que el agua le caló la ropa y empezó a dejar sentir los dedos de pies y manos.
"¿Qué acabo de hacer?", se preguntó con amargura. "¿Qué acabo de decir?".
Dos corazones rotos. Dos mentes atormentadas. Dos almas gemelas que se separaban y no solo por la distancia. Dos bocas que no se volverían a tocar en ningún futuro cercano.
La única cuestión era...
¿Se trataba de su game over definitivo?
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