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Capítulo 38: Desastre

Cuando aparcó frente a la casa tuvo que respirar hondo un par de veces hasta sacar el valor que realmente no tenía para meterse en ese infierno. Salió del coche y su mente le traicionó preguntándose si Carlos estaría bien en la sesión, si su discusión no había sido realmente exagerada. Ciertamente, se había pasado todo el trayecto odiándose por haber soltado todas esas cosas que nada tenían que ver con el español. Pero los recuerdos habían dolido y controlado más que la razón.

Agarró la mochila con fuerza y caminó por el jardín delantero hasta llegar a la entrada de la gran casa. Era casi una mansión. Una mansión del terror la mayoría del tiempo que vivió en ella.

Pegó en el timbre sin muchas contemplaciones. Lo mejor era no alargar aquello más de lo necesario.

Apenas unos segundos después su madre le abría la puerta felizmente. Lo abrazó hasta casi estrangularlo mientras repetía una y otra vez lo "enfadada" que estaba porque hubiese tardado tanto en ir a verla. Y también dijo un par de veces lo mucho que lo quería.

- Pasa, hijo, pasa - lo agarró del brazo y lo metió casi obligado en la casa.

Lo arrastró hasta la cocina, donde sus hermanas y su padre estaban hablando mientras desayunaban. Había salido muy temprano para llegar a la hora del desayuno y parecía que había funcionado. Pero había alguien más. Alguien que hizo que el británico quisiera irse corriendo de allí.

- ¡Amor! - Chilló la chica morena y de ojos verdes al verlo, lanzándose a sus brazos.

No supo reaccionar a ese abrazo. En realidad, no quiso.

- Hola, Mandy - murmuró dándole palmaditas en la espalda y mirando a su padre, que sonreía un poco.

Lo había hecho adrede. Era una encerrona con todas las letras.

- No sabía que vendrías - exclamó la chica agarrando el rostro del británico y teniendo intenciones de besarlo.

Por suerte, se apartó a tiempo.

- Yo tampoco sabía que estarías aquí - comentó con algo de mala hostia, mirando a su padre.

No la dejó responder cuando se puso a saludar a sus hermanas. Total, ellas eran las únicas que le interesaban lo más mínimo aparte de su madre. Las mellizas de doce años abrazaron a su hermano con fuerza y ganas, y esta vez Lando correspondió a ese abrazo tan feliz como ellas lo estaban.

Su madre no tardó en darle un café y mostrarle todos los dulces que había para desayunar.

- ¿Y qué tal todo? - Preguntó Flo, que era la que mejor se llevaba con Lando.

- Pues... Vamos sobreviviendo - sonrió un poco forzadamente y la niña lo notó. Fue la única en hacerlo. - ¿Y vosotras qué tal con la escuela?

- ¡Ayer hicimos una excursión al zoo! - Dijo Cisca bastante emocionada.

- Cómo mola - rió el chico al ver el entusiasmo de su hermanita.

- Pudimos acariciar unas jirafas - señaló Flo con alegría.

- Qué envidia - dijo sonriendo el inglés, que parecía querer evadir a los que le rodeaban y centrarse en sus hermanas; en su lugar seguro en aquella casa.

Estuvieron hablando un rato más, hasta que las niñas tuvieron que irse al colegio y su madre tuvo que llevarlas. Por suerte para el británico, Mandy seguía en el instituto, así que también se fue. Pero para su desgracia, se había quedado a solas con su padre. El cual tenía muchas cosas que decirle.

- Hijo... - murmuró, indeciso.

- No tienes derecho a llamarme así - se apresuró a gruñir Lando. - Y estoy aquí por mamá, no por ti.

- Está bien, está bien... ¿Qué te parece Mandy? Está más guapa, más mujer - comentó con una sonrisa.

- Me das un asco que ni te lo imaginas - negó con la cabeza y se revolvió el pelo. - No me gustan las mujeres. Olvídate de hacer negocios para casarme con la hija de cualquiera que te ofrezca un costal de dinero.

- Tu deber como parte de esta familia...

- Yo no le debo nada a nadie. Tú sí que debes. Estás endeudado hasta las cejas y te crees que te vas a salir con la tuya - chasqueó la lengua y sonrió. - No me vas a casar con Mandy, entérate ya.

- Su familia tiene dinero, Lando, si no ayudas, tus hermanas también sufrirán las consecuencias.

El joven frunció el ceño.

- ¿Es una amenaza?

- Es un aviso. Si no te casas y no conseguimos ese dinero, nos embargarán la casa - confesó Adam, sorprendiendo notablemente al menor.

- ¿En qué te has metido ya? - Siseó apretando los puños.

Qué suerte tenía el otro de tener la isla de la cocina entre ellos. Así sería más difícil que el pequeño le diera la paliza de su vida.

- Responde, pedazo de mierda.

- Háblame con respeto - replicó el mayor con chulería.

- ¿Respeto? Mis cojones. Responde - insistió cabreado.

- Le debo dinero a un camello - murmuró finalmente, agachando la mirada.

- Ahora también con drogas. Eres increíble - se rió irónicamente y se frotó la cara. No dejaba de sorprenderlo. - Pues olvídate de ese casamiento. Y si os echan, vendré y me llevaré a mis hermanas lejos de ti.

- No puedes hacer eso. Son mis hijas. Y sino publicaré el vídeo.

Eso lo detuvo un poco, durante unos segundos. Pero no se dejaría amedrentar por el momento.

- Tú tampoco puedes obligarme a casarme - replicó con una sonrisa de prepotencia totalmente fingida.

- ¿En serio prefieres estar comiéndote un rabo que tener una mujer buena a tu lado? - Inquirió con tanto desprecio que a cualquiera le dolerían sus palabras.

- Cuida tus palabras - advirtió con la mandíbula tensa y los puños apretados exageradamente.

- ¿Qué pasa? Es lo que haces, ¿no? Comer rabos. Maricón de mierda.

Se acabó.




El agua de la ducha le caía por el cuello, destensándole los músculos que tanto habían aguantado. Se mojó bien la cara, y gimió algo adolorido al presionarse la mejilla. Además, le escocían los nudillos, que ya estaban algo dañados de cuando él y Caco ajustaron unas cuentas.

En realidad no había pasado nada más allá de un par de golpes, pues su madre llegó y los detuvo a tiempo. Lando se fijó en que últimamente no hacía más que pegarse con gente. Y no le gustaba, pero entonces recordó algo que una vez una mujer muy sabia le dijo:

"La vida no está hecha para las buenas personas como nosotros, Lan. Somos presas en un mundo de depredadores, de modo que, si queremos sobrevivir, sólo nos queda doblegarnos o convertirnos en cabrones. Yo escogí lo primero, no cometas tú el mismo error".

¿Estaba escogiendo lo segundo? Eso parecía. Pero es que estaba harto. Harto de ser el niño bueno que todos esperaban que fuese. Harto de hacer lo "correcto" para todos. De anteponer a los demás a él mismo. De ser menos que el resto.

Lo había permitido cuando aquellos niños se metían con él y le obligaban a hacerles los deberes.

Lo había permitido cada vez que en casa le decían qué decisión tomar.

Lo había permitido cuando todos le habían dicho quién le debía gustar y con quién debía estar.

Lo había permitido cada vez que alguien le pedía un favor y él no podía negarse, porque si lo hacía, se convertía automáticamente en un hijo de puta.

Pero hasta ahí había llegado. Ya no iba a aguantar ni una más.

No dejaría que ningún abusón le pisoteara.

No dejaría que su padre decidiese su futuro.

No dejaría que le apartasen de Carlos, de la única persona que amaba.

No dejaría que el miedo a lo que dijesen los demás volviese a obligarle a hacer cosas que no quería.

Era fuerte, claro que lo era. Y también podía ser un cabrón, y haría lo que fuera para que los demás se dieran cuenta y dejaran de tratarlo como a un niño dulce y cariñoso.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un ruido que lo puso automáticamente en alerta. Se giró sobresaltado, y abrió mucho los ojos cuando se encontró a Mandy totalmente desnuda delante de él.

Por todos los santos.

- ¿Qué haces? - Dijo con la voz más aguda de lo que pretendía en un principio.

- Vamos, Lando... No te hagas el tonto - murmuró coquetamente. - Los dos sabemos que nos seguimos gustando...

Se acercó un paso y el chico se alejó otro, chocándose con la pared de la ducha, estremeciéndose por el frío y sintiéndose totalmente avergonzado porque la chica le estuviese mirando así, estando él tan expuesto.

- Mandy, yo...

No pudo continuar al sentir las manos de la joven en su pecho y sus labios sobre los propios.

- Mandy - repitió asqueado, sin saber cómo apartarse.

- Sé que te pongo - susurró ella lamiendo sus labios.

Ya, claro.

- Para - rogó Lando, queriendo apartarse pero sin ser capaz.

Y ella no paraba. Igual que cuando salían, en realidad. Ella quería seguir adelante y él no, por eso le forzaba a veces. Pero la chica se acababa rindiendo al ver que el amiguito de Lando no le apetecía colaborar...

- Mandy, ¡para! - Repitió con brusquedad, apartándola con un leve empujón cuando las manos de la chica iban a una zona más íntima.

Ella le miró, confusa, y él respiró agitadamente, mareado por lo que acababa de pasar. Eran demasiadas cosas, demasiados pensamientos, demasiada culpa. Se sentía mal por ella, por él mismo; por Carlos, incluso.

- ¿Qué pasa, Lan...?

Salió de la ducha, entrando en pánico, y se envolvió con la toalla. Trató de controlar su respiración y, con ella, su ritmo cardíaco. Tenía que calmarse. Respirar hondo. Pero el vapor del agua le hacía sentir asfixiado.

- ¿Qué te pasa conmigo? ¿No te parezco atractiva? - La otra, casi llorando, seguía con su mierda de preocupación y de insistencia, y Lando estaba luchando por no gritarle cuatro cosas y luego derrumbarse en el suelo a llorar.

- No es eso, Mandy - murmuró entre dientes.

- ¿Entonces qué, eh?

- ¡Soy gay! - Gritó al fin, y sintió que dejaba de sentir tanta presión en su pecho. - Joder - jadeó, sintiéndose aliviado y pudiendo respirar correctamente de nuevo.

- Pero tú... Tú y yo... - la chica no daba crédito.

- Fuimos novios, sí. Yo fingía. No te quería. Y siento haberte engañado todo el tiempo que salimos, pero... Tampoco es mi culpa - se excusó con timidez, viendo que la otra lo miraba con tal odio que temía por su vida.

- ¡Eres un cerdo! ¡Me dijiste que me querías! ¡Que estabas enamorado!

- ¡Porque era lo que mi padre quería! - Las lágrimas se empezaban a acumular tras sus párpados. - Eres una chica genial, Mandy... Eres guapa, estás buena, y me caes muy bien; pero no me gustan las mujeres. Y no puedo cambiar eso.

Se quedó callada mirándolo. Le dolía, porque creía que realmente había algo entre ellos. Y se equivocaba. Él no era suyo y nunca lo sería porque prefería los rabos. Estaba enfadada, casi tanto como dolida. Sin decir nada, agarró su ropa y se fue.

Lando apoyó la cabeza en los azulejos del baño, agotado por ese miserable día. Se sentía sólo en el mundo. Su único mejor amigo le había clavado un puñal por la espalda. Su padre era un cabrón. Se había peleado con Carlos. Todo parecía oscuro ese día. Terriblemente oscuro.

Pero no derramó ni una lágrima.

Se vistió y se metió en la cama. Apenas era mediodía y si por él fuera, daría aquel día por acabado. Se escondió entre las sábanas, buscando calor y apoyo en ellas, como hacía de pequeño. Como hacía de no tan pequeño.

Su mente era un caos. Todos esos pensamientos de fortaleza de hacía un rato se habían desvanecido. Su realidad era que no tenía escapatoria. Salvar a sus hermanas de su propio padre y poder seguir viviendo su vida tranquilamente no eran compatibles. Era abandonarlas, o...

El teléfono empezó a vibrar en la mesita de noche. El chico sacó la cabeza de debajo de las mantas y le echó una ojeada a la pantalla.

Carlos❤️

Suspiró y sonrió un poco. A lo mejor le calmaba hablar con él. Tal vez le ayudara a pensar mejor las cosas. Respondió tras dudar unos segundos más.

- ¡Ey! No esperaba que respondieras, la verdad - murmuró Carlos nerviosamente.

- Hola - susurró en respuesta.

Había una tristeza en su tono de la que Carlos se percató al instante.

- ¿Qué tal en Bristol? - Preguntó con suavidad.

- Fatal. Todo ha sido un desastre - dijo sin muchos miramientos.

¿A quién pretendería engañar diciendo que todo estaba bien?

- ¿Tu padre? - Intentó adivinar el español.

- Mi padre, Mandy, los recuerdos... Un poco de todo, en realidad - susurró abatido. - Quiero volver contigo, amor - añadió en apenas un hilillo de voz, sintiendo un nudo que se formaba en su garganta y unas lágrimas que escapaban de sus ojos.

- Puedes hacerlo cuando quieras, ángel. Y lo sabes - respondió con preocupación.

- No puedo - suspiró y respiró hondo para no llorar. - Mis hermanas me necesitan, Carlos. Y mi madre también. Si no las saco de aquí...

- Siento que no me has contado muchas cosas sobre tu familia, Lan - opinó el castaño, al que le costaba seguir la conversación dado que no sabía de lo que le hablaba el pequeño.

- Bueno, pues... Resumidamente, mi padre es un capullo que se mete en negocios y apuestas y, como no es demasiado listo, está siempre endeudado. Así que usa a sus hijos para casarnos con otros empresarios y tener más dinero que perderá de nuevo porque es gilipollas - explicó bastante vagamente la situación, pero estaba tan hastiado de todo lo que sucedía que no quería ni hablar.

- ¿O sea que se enfadó tanto por lo nuestro porque quería hacer negocios contigo?

- Sí, quiere casarme con Mandy, una chica que es hija de uno de los hombres más ricos de Bristol - suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. - No puedo dejar que intente lo mismo con mis hermanas, Carlos. A Oliver ya lo engañó.

El español trataba de asimilar lo que el inglés le contaba. Desde luego que no se esperaba nada de eso. Se trataba nada más y nada menos que de matrimonios concertados. En pleno siglo XXI. Era totalmente de locos.

- ¿Y tu madre no sabe nada?

- Ella nunca se entera de nada. La amo, pero... es medio tonta, para qué mentir. No se estera de la mitad de las cosas - volvió a suspirar. - No sé qué hacer para arreglarlo.

- No tienes que arreglar nada, no es tu culpa...

- ¿Y qué hago? ¿Las dejo aquí y que él haga con ellas lo que quiera? - Replicó algo ofuscado.

Al otro lado de la línea, Carlos se mordía el labio, pensativo. Era una situación realmente complicada. ¿Sería él capaz de abandonar a sus hermanas? No. Así que tampoco veía cómo Lando podría hacerlo.

- No sé, Lando... Debe de haber alguna forma...

- Sí que la hay - asintió fríamente. - No tengo otra, Carlos.

- Ni se te ocurra. Debe de haber otro modo - insistió.

- Ellas me necesitan, amor - murmuró mordiéndose el labio para no romper a llorar.

- Yo también te necesito, Lan - susurró el español. - No me puedes dejar así, Lando, así no...

- Tú puedes solo con todo esto y más, precioso. No me necesitas.

- ¡Sí que lo hago! - Chilló desesperado. - Lando no lo hagas, por favor.

- Tú sólo... Sólo recuerda que te amo, ¿vale?

- Lando, no cuelgues.

- Te amo - repitió.

Y colgó.

Entre ser un cabrón o dejarse doblegar, la situación había ganado a favor de lo segundo. No había otra salida. Lo cierto era que su padre lo tenía entre la espada y la pared. Si se llevaba a las niñas, él podría publicar el vídeo y arruinarle la vida. Y no podía dejarlas. Esa no era una opción.

Se levantó y se limpió los ojos, secando las pocas lágrimas que habían logrado escapar.

La decisión estaba tomada.

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