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Capítulo 34: Casa

Lando suspiró al poder soltar las maletas y dejarse caer al fin en la cama. El vuelo fue largo y, siendo sinceros, sus ganas de vivir estaban por los suelos. Tenía sueño, le dolía la cabeza y estaba (aunque no lo admitiría jamás de los jamases) celoso de Lucía. Llevaba Dios sabe cuánto desaparecida y ahora era el centro de atención. Todo el tiempo riendo y hablando en español con Carlos, dándose abrazos... El inglés tuvo que contenerse para no rodar los ojos más de una vez. "Lucía la salvadora" parecían clamar Carlos y Caco. ¿Y él estaba pintado o qué? Él se había tenido que tragar toda la mierda para que ahora llegase la doña guapa y sexy de edad apropiada.

Vale. Sí. Estaba muy celoso. ¡Pero tenía motivos razonables! Además, no montaría ningún drama. Simplemente apechugaría.

- ¿Tienes hambre? - Preguntó Carlos asomándose en la habitación. - Vamos a pedir pizza.

Lando alzó la cabeza pesadamente y asintió.

- Lo que sea que no lleve pescado - murmuró dejando la cabeza caer sobre la almohada de nuevo.

Carlos sonrió. Sabía que el pequeño estaba celoso. No era tonto. Ser observador era algo que había perfeccionado con los años, y la molestia del niño no le pasó por alta.

- Ángel - llamó con suavidad. - Rupert va a poner una película, si quieres tener opción de escoger...

El británico se levantó bufando, frotándose los ojos y caminando hacia el español.

- Estoy cansado, amor - se quejó abrazándole.

- Si quieres, duérmete y te guardo un poco de pizza - respondió acariciando sus rizos.

Por un momento pensó en aceptar la propuesta, pero otra parte de él se negó en rotundo a dejar a Lucía seguir robando protagonismo. Estaba siendo estúpido, lo sabía, pero no podía evitarlo.

- Da igual, mejor voy - sonrió finalmente, besando rápidamente los labios del español. El mayor respondió con una sonrisa y besó su frente antes de perderse por el pasillo. - Si llego a saberlo, la mamada te la hace quien yo me sé - susurró frunciendo el ceño cuando estaba lo suficientemente lejos como para no oírle.

Se cambió la ropa por un chándal que le servía de pijama y se colocó unos calcetines bastantes mulliditos y calentitos. A pesar de que ya no hacía tanto frío de día, por las noches refrescaba algo más. Caminó sin muchas prisas hasta el salón, donde Rupert y Carlos se peleaban para decidir qué película ver mientras Caco llamaba por teléfono a la pizzería. El inglés bufó al ver que el único hueco libre en el sofá era junto a la única mujer.

Genial, pensó irónicamente.

Se sentó junto a ella, que se reía viendo a los dos idiotas debatir entre ver "Expediente Warren" o "El Show de Truman".

- A ver, carajotes, ¿podemos opinar los demás? - Espetó Lucía.

Carlos se rió y Lando rodó los ojos. "Carajotes". ¿Qué significaba aquello que parecía tener tanta gracia?

- De miedo o de risa - dio Rupert a elegir.

- Miedo - respondieron la española y el pequeño a la vez.

- Traidores - murmuró el entrenador, poniendo la dichosa película de los Warren.

Caco, que se había alejado de las disputas para hablar civilizadamente con el señor de la pizzería, regresó al sofá cuando terminó la llamada.

- En media hora más o menos llega - anunció sentándose en el primer hueco libre que pilló.

Su primo y él se miraron, y ambos llegaron a un acuerdo mutuo sin siquiera hablar.

- Luci, ¿me cambias el sitio? - Ofreció Carlos afablemente.

La chica asintió y le cambió el sitio. Ahora todo estaba en orden. Rupert a la derecha del todo del sofá, a su lado Oñoro, junto a Oñoro iba Lucía, y entre la mujer y Lando estaba Carlos. Los tórtolos todos juntitos.

La película empezó, y todos miraban atentos. Era una película buena, y todos estaban inmersos en ella. Lando estaba prácticamente sobre su novio, abrazado a él con fuerza. Odiaba las películas de miedo, pero era una excusa más para estar cerca de su amor.

- Me vas a dejar marcas - le susurró el español, sintiendo como los dedos del inglés se le clavaban en el brazo en una escena de bastante tensión.

- Perdón - farfulló aflojando el agarre y escondiendo el rostro en el cuello del mayor.

Uno de esos sustos que hacen saltar hasta al más valiente hizo que todos se encogieran en el sofá, por no hablar del pequeño chillido ahogado que se le escapó a Lucía. Carlos no podía terminar de asustarse en ningún momento porque tener a Lando casi temblando del miedo contra él le generaba cierta ternura y diversión que no le dejaban concentrarse.

El timbre sonó, haciendo que el inglés diera otro respingo, y todos giraron la cabeza en dirección hacia la puerta.

- Lando, ¿vas tú? - Preguntó Rupert tranquilamente.

El nombrado miró hacia la oscuridad del pasillo, y un escalofrío le recorrió. No. Definitivamente no.

- Voy yo - propuso Carlos intentando levantarse, pero el pequeño Norris le tenía bien agarrado. - Pues no voy yo.

- Ya voy yo - bufó Caco levantándose de mala gana. Estaba muy a gusto acurrucado con Lucía y se lo habían chafado.

El británico se apretó más contra Carlos y el mayor no pudo evitar reír y besar su cabeza. Era demasiado tierno verlo así.

Lucía, que no se perdía lo que ocurría entre los dos, también sonreía. Carlos le había comentado que el pequeño estaba celoso, y ella, aparte de reírse, se quedó un poco preocupada. Lo último que quería era entrometerse entre ellos dos. Carlos era sólo su amigo, siempre había sido así, y estaba allí, se quedaría allí, únicamente para ayudar, porque sabía que su mejor amigo necesitaba aquello mucho. Y porque era otro español distinto el que la tenía cautivada.

- Esto huele a gloria - sentenció Caco regresando con las pizzas.

Las dejó sobre la mesita frente al sofá y todos se abalanzaron a por ellas como auténticos muertos de hambre. Una era de barbacoa y la otra de pepperoni. Eran las únicas que les gustaban a todos.

La película continuó su curso pero ya había pasado a un segundo plano. La deliciosa comida tenía entretenidos a los chicos, que engullían las pizzas familiares como rosquillas. Poco duraron las cajas llenas. En menos de media hora sólo quedaban (literalmente) las migas, y quedarían los bordes que Lando no se comía de no ser por Carlos, que se encargó de hacerlos desaparecer.

- Creo que voy a explotar - murmuró Rupert frotándose el estómago.

Los demás mugieron en respuesta, todos de acuerdo.

Las películas rotaron unas tras otras, y el salón se fue quedando vacío poco a poco hasta que Lando se quedó sólo con Carlos. El inglés estaba demasiado asustado aún como para tomar la iniciativa de irse a la cama él sólo, así que no vio otra opción más que quedarse con el español. De todos modos, no es como si pudiera dormirse después de aquel maratón de películas de terror.

Carlos estaba tirado a lo largo del sofá, con el pequeño sobre él, abrazándole, y no fingía la gracia que le hacía que el niño diera un leve brinco o que apretara los puños que estrujaban la camiseta del mayor cuando se asustaba. Sentir a Lando contra su cuerpo era y siempre sería la mejor sensación que el español podría sentir. Al menos, él lo veía así.

Pero que le quisiera, no implicaba que dejase de ser un cabrón.

La película terminó y Carlos bostezó, ya cansado de ver películas. Apagó la tele y se quedaron a oscuras. Enseguida el inglés se tensó.

- C-carlos, enciende la luz - rogó cerrando los ojos y apretujándose contra él.

- ¿Por qué? - Se rió el mayor. - ¿Te da miedo que venga el hombre retorcido? - Empezó a burlarse.

- Cállate - siseó hundiendo la cara en el cuello del español.

- El hombre retorcido, con una vida retorcida, con una familia retorcida, con una mente retorcida... - imitó el tono y la voz de la película, conteniendo las carcajadas.

- Eres un capullo - bufó Lando levantándose, sacando valor de Dios sabe dónde.

Caminó corriendo hacia el interruptor y la luz le hizo calmarse.

- Gallina - canturreó Carlos levantándose y acercándose al pequeño.

- Idiota - recalcó frunciendo el ceño.

- Oh, vamos... No te enfades - murmuró tomándolo por la cintura, chocando sus caderas suavemente y sonriendo de aquella forma que volvía loco al británico. - Estaba jugando.

- Sí, ahora intenta arreglarlo - el niño se cruzó de brazos, resistiéndose al chantaje emocional que le estaban haciendo.

Carlos rio de nuevo, besando inesperadamente al más joven. Primero se hizo el sorprendido, y luego simplemente se dejó besar. Aún estaba enfadado, pero el español besaba demasiado bien como para desperdiciarlo.

- ¿Me perdonas? - Ronroneó el mayor, aún rozando los labios ajenos.

- Tienes que hacer algo más como para que te perdone - replicó, cabezota como siempre.

- Ángel - susurró en forma de ruego, dejando que su aliento chocara con la piel del cuello del pequeño.

Lando se estremeció y se mordió el labio, conteniendo un jadeo. No, no iba a dejar que se saliera con la suya.

- Deberíamos ir a dormir, mañana temprano tenemos cita con el doctor - dijo lo más fríamente que pudo, separándose y cruzándose de brazos.

- Bien, pues que disfrutes de dormir tú sólo con todos los espíritus demoníacos que andan sueltos por la casa - decidió entonces Carlos, sonriendo y encaminándose por el pasillo, que estaba a oscuras.

El niño entró en un absurdo pánico y fue tras el español, encaramándose a su brazo como si le fuese la vida en ello, imaginando cómo de las sombras emergían monstruos aterradores.

Definitivamente esa noche no dormiría.

Carlos sonrió y no dijo nada, y cuando llegaron a la habitación comenzó a desvestirse tranquilamente mientras Lando se protegía de cualquier enemigo con las sábanas, como si se tratasen del escudo más potente del mundo. El español no tardó en acompañarle, metiéndose bajo las mantas también con apenas unos shorts que dejaban muy poco a la imaginación.

Cada uno se quedó por su lado, dándose la espalda, como si estuviesen realmente enfadados. Cosa que no estaban. Pero lo parecía. Lando suspiró y se giró, abrazando por la espalda a su novio y dejando un beso en el centro de su esta. Delineó con las yemas de sus dedos el relieve de las cicatrices, acariciando y aliviando cualquier molestia. Carlos respiró hondo, relajando sus hombros, que se tensaron al sentir el toque sobre las viejas marcas, y respiró tranquilo. Mientras fuese Lando el que le tocaba, podría estar seguro. Podría decir con seguridad que estaba en casa. Su casa.

- Eres muy fuerte, cariño - susurró el pequeño, besando la nuca de su amor. - Más de lo que crees.

Carlos no respondió. No supo cómo hacerlo. En cambio, se giró y abrazó con fuerza al inglés, sus piernas enredándose y sus alientos mezclándose. Juntos. Siendo uno solo.

- Seré fuerte mientras estes conmigo, Lan. Si te vas, ángel, yo ya no soy nada - replicó rozando sus labios.

- Por eso me quedaré. Por eso mañana entraré contigo a esa consulta. Y por eso te seguiré amando todos los días de mi vida - murmuró temblorosamente, emocionado por sus propias palabras.

Aquellas ya eran declaraciones fuertes y que implicaban mucho más compromiso. Uno al que Carlos le tenía cierto pánico.

- Te amo - largó finalmente, sin saber qué más decir.

Era lo único que tenía que decir, lo único que sentía con fuerza en el pecho, lo que le aceleraba el corazón a diario.

Se sorprendió al recibir un cálido beso del más joven, y sonrió sin poder controlarlo.

- Te amo - correspondió Lando profundizando el beso.

Nota de la autora:

Holiis.

Sé que estos capítulos pueden resultar un poco más aburridos y de relleno, pero con la cantidad de cosas que se vienen, creedme que agradeceréis este pequeño descanso.

No sé ni cómo agradeceros todo el apoyo que le dais a mis dos niños, os adoro muchísimo. Sin ustedes, esta historia no sería nada. Gracias por estar, y por leer, personitas mías <3.

Os ama,

A💛.

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