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Capítulo 32: Curandero Personal

Teniendo en cuenta el caos que era su vida en aquel momento, Lando no lo hizo demasiado mal. Saldría séptimo en la carrera del día siguiente, un gran resultado para él personalmente y para el equipo. Pero no podía importarle menos.

Cuando tu mundo está patas arriba y tu cabeza hecha un lío, ¿qué mas da lo demás? Lo cierto es que los problemas tienden a eclipsarlo todo, y eso era lo que le pasaba al pobre Lando, que sólo podía pensar en el español. Difícilmente había podido concentrarse durante la clasificación, y ahora que había acabado al fin y ya había hecho todas las entrevistas pertinentes, se estaba dando una ducha rápida antes de regresar al hospital.

Había sido duro para él responder a las preguntas sobre Carlos, teniendo que fingir que no era más que apendicitis y que se recuperaría. Esa era la versión que tenía todo el mundo, incluso la propia escudería. Sólo Rupert, Caco y el inglés conocían la verdad. Y el padre del británico, claro, que Dios sabe cómo se habría enterado.

El joven estaba saliendo por fin del circuito cuando un silbido le detuvo. Al girarse, le agradó ver a Charles. El monegasco iba acompañado de un hombre más mayor, de ojos azules y pelo rubio. Lando se detuvo para esperar a que llegaran hasta él y poder caminar hasta el aparcamiento en su compañía.

- ¡Menuda qualy, Norris! - Felicitó el piloto de Ferrari, pasando su brazo por encima de los hombros del pequeño.

- Gracias, tú también has estado bien - respondió sonriendo tímidamente. Se preguntaba quién era el otro tipo, que le miraba fijamente.

- Ni tanto - negó el monegasco. - Mi compañero de equipo tercero, y yo... - suspiró y se encogió de hombros.

- No te preocupes, hombre - intervino el desconocido, por el que Lando se moría por preguntar. El británico captó enseguida el acento español.

- Ah, claro. Lando, te presento a mi nuevo entrenador - dijo entonces Charles, señalando al hombre, que sonrió ampliamente.

- Un placer - dijeron los dos a la vez.

- Me llamo Óscar - añadió tranquilamente.

Le había tendido la mano, pero la cabeza del inglés empezó a dar vueltas. ¿Óscar? ¿Español? Sería una coincidencia... ¿No?

- Es un nombre bonito - opinó Lando, ignorando su tonta suposición y dándole la mano.

Siguieron caminando, conversando tranquilamente, y cuando se despidieron y Lando llegó al coche, sintió cómo le observaban. Se giró bruscamente, pillando al tal Óscar mirándole fijamente. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

- Es una estupidez - murmuró para sí, metiéndose en el coche. - Sólo es una estúpida coincidencia.

Condujo con la radio puesta, tratando así de no pensar demasiado, y le dio resultado. Cuando aparcó en el subsuelo del hospital, vio el coche de Caco en el aparcamiento. Caminó apresuradamente hasta donde estaba la habitación del español, y se encontró con la puerta cerrada y la persiana cerrada, impidiéndole ver dentro. Se sentó a esperar, zapateando al ritmo de una canción inventada, y trató de no ponerse paranoico. Tan sólo sería que el doctor estaba hablando con él y querían privacidad, nada más.

Al par de minutos, Caco salió tras el doctor de la habitación, claramente enfadado. El médico se marchó y el español caminó hasta el niño, que se levantó para recibir las noticias.

- Le han dado el alta - bufó con cara de pocos amigos.

- ¿Tan pronto? Casi se muere, joder - gruñó frustrado.

- Todas las analíticas han salido bien, así que no hay motivo para retenerle aquí - murmuró dejándose caer en una silla.

- ¿Me estás diciendo que intenta suicidarse y le dejan irse al día siguiente? ¿Sin más? - Lando empezaba a contagiarse del enfado de Oñoro.

- Es extranjero, así que no es su problema - respondió claramente cansado. Suspiró y se frotó los ojos, y el inglés se fijó por primera vez en las ojeras que había debajo de ellos. - Mis tíos vienen de camino para hablar con él.

- Como si sirviera de algo - susurró Lando, bastante molesto. - ¿Está dentro? - Inquirió señalando la puerta con la cabeza.

- Se está cambiando.

No necesitó más. Entró en la habitación cerrando la puerta a su paso y pilló al mayor de espaldas, poniéndose la camiseta. A Lando le recorrió un escalofrío al ver las cicatrices. Carraspeó, tratando de llamar la atención del español, pero no se inmutó. Le estaba ignorando deliberadamente, cosa que enfureció al inglés.

- Estarás contento - espetó entonces Lando, cruzándose de brazos.

- Lo cierto es que no - respondió el otro girándose. - Debería estar muerto, así que...

Aquellas palabras bastaron para desmontar al inglés.

- No digas eso - pidió sintiendo cómo sus ojos se empañaban.

- Es la verdad, Lando - murmuró encogiéndose de hombros y acercándose a él.

Pero el pequeño no estaba dispuesto a ceder. No se dejaría engatusar por Carlos. El español producía un efecto en él casi incontrolable, pero el británico tenía que ser fuerte aquella vez.

- Será tu verdad, porque la mía es totalmente distinta - replicó negando con la cabeza.

- ¿Ah, sí? ¿Y cuál es tu verdad? - Quiso saber.

La conversación se estaba dando en un tono especialmente bajo, ambos con el corazón como un flan, los dos llenos de miedo e incertidumbre.

- La mía es que necesitas ayuda, Carlos. Necesitas terapia, necesitas amor, y sobretodo necesitas abrirte un poco más. Quitarte la vida no arregla nada...

- Lo arregla todo - lo interrumpió. - Yo ya no sufro, vosotros ya no tenéis que preocuparos por mí; todos contentos.

- ¿Y lo dices tan tranquilo? - Inquirió el británico, incrédulo.

- Sí - asintió simple y llanamente.

Se giró de nuevo para ponerse los zapatos y el niño se quedó mirándolo en silencio, conteniendo las lágrimas. No podía aguantar más, no podía con aquello. Sentía que, por mucho que se esforzara, por mucho que le quisiera, aquello nunca sería suficiente. Nunca sería suficiente para Carlos. Si no era capaz de ayudarle, ¿qué pintaba él en su vida? Nada, pensó agriamente. Sus llantos, su dolor y su preocupación eran en vano, pues al español parecía importarle bien poco. Siendo claros, Lando sentía que era el único que luchaba por lo que tenían, y que llevaba mucho tiempo arrastrando él solo todo aquel peso. Y no era justo.

- ¿Por qué no me quieres? - Susurró entonces.

La voz se le quebró y las lágrimas empezaron a brotar silenciosamente, los sollozos atascados en su garganta. Carlos se giró enseguida, alarmado. Entendía el enojo y la decepción del inglés, entendía que dudase de sus sentimientos, pero dolía igualmente.

- Yo sí te quiero, ángel - respondió acercándose y tomando su rostro entre las manos, limpiando sus lágrimas con los pulgares. - Y, es más... - añadió temblorosamente. - Te amo.

Lando sintió cómo se le cortaba la respiración. ¿Había dicho la palabra? ¿Había usado ese verbo tan importante y grande? ¿De verdad había dicho "te amo"?

Sencillamente, no le creyó.

- ¿Por qué me mientes? - Murmuró apartándose, con el ceño fruncido a causa del dolor que sentía en el pecho.

- N-no miento - susurró titubeando.

No esperaba para nada esa reacción de Lando, y le dolió muchísimo. Esperaba que le creyera y le correspondiera, pero esa respuesta... No.

- Has intentado matarte, Carlos - dijo Lando en un tono tan frío que sonó casi siniestro. - Te ibas a ir, me ibas a dejar sólo. ¿Y me dices que me amas? ¿Es amor el no tener los huevos de luchar por mí? - Se calló, esperando una respuesta, pero Carlos se limitó a mirar al suelo, reteniendo las lágrimas. - Está claro que te importo una mierda, porque mientras yo me arrastro por el fango por ti, tú huyes a la mínima. Y vale, tienes traumas, pero yo no soy un puto saco de boxeo con el que desahogarte. No soy tu psicólogo tampoco. Soy un ser humano con sentimientos, Carlos, unos sentimientos que no valoras.

- Sí los valoro - insistió con rabia.

- ¿Entonces cuál es el puto problema? - Chilló Lando, rompiendo a llorar de nuevo.

- Lo he visto, Lando - susurró el español mordiéndose el labio para no llorar también. Sus cicatrices comenzaron a quemar como ya era usual y Carlos gimió de dolor. - Me... Me estaba buscando.

El inglés se quedó en shock. Abrió mucho los ojos y se quedó mirando a Carlos realmente sorprendido.

- El nuevo entrenador de Charles - recordó rápidamente. - ¿Es él? - Inquirió acercándose. El mayor asintió con la cabeza lentamente. - ¿Te hizo algo? ¿Te dijo algo?

- Yo... - negó con la cabeza y rompió en llanto, incapaz de hablar.

El británico no dudó en abrazarlo, dejándole un hombro sobre el que llorar. Acarició su nuca de forma relajante, escuchando los pequeños sollozos de Carlos. Sabía que luego se reprocharía a sí mismo dejar que le afectara tanto el dolor del español, pero no podía evitarlo. También sabía que se estaba contradiciendo a sí mismo, pero tampoco podía controlarlo.

- Quería que acabara, que se fuera para siempre, y ahora ha vuelto. Ha vuelto y estoy muerto de miedo - explicó entre montones de lágrimas en mayor. - Tenía miedo, ángel, tú no estabas y yo te necesitaba tanto...

Lando apretó el abrazo, besando la cabeza de su amor, y se controló para poder consolar a Carlos y no echarse a llorar él de nuevo.

- Y ya estoy aquí, hermoso... Sólo tenías que haberme buscado, haberme pedido ayuda - susurró acariciando su espalda. - Cuando tengas miedo, yo seré tu refugio.

El dolor desaparecía cuando el español sentía la mano de Lando pasar sobre la zona afectada, como si de un mago o curandero se tratara. El curandero personal de Carlos.

- Creía que hacía lo mejor - sollozó el mayor.

- La opción en la que tú y yo no estamos juntos nunca será lo mejor, amor - susurró el británico, juntando sus frentes. - ¿Sabes una cosa que jamás te he dicho? - Añadió mirándole a los ojos, acariciando sus mejillas y sonriendo. Carlos negó con la cabeza. - Siempre te agradeceré que me vieras.

- ¿A qué te refieres? - Preguntó el otro, confuso.

- Mi verdadero yo, el "yo" que soy contigo, has sido el único que ha sabido verlo - inició diciendo. - Yo era invisible hasta que nos conocimos. Dejé de ser lo que todos querían ver. Me viste a mí, Carlos - explicó con una amplia sonrisa.

El español sonrió y hundió el rostro en el cuello del inglés, abrazándole con tanta fuerza que casi lo estaba estrangulando.

- Te amo - repitió, esta vez sin duda alguna en sus palabras.

- Te amo - le imitó Lando, riendo y besando sus labios fugazmente. - Te amo, pero promete que jamás volverás a hacer esto.

- Lo prometo - asintió sin titubear. - Juro que...

Entonces la puerta se abrió, mostrando a unos preocupados padres españoles, que se sorprendieron al ver a los pilotos abrazados y con los ojos arrasados de lágrimas, ambos sonriendo como idiotas. Se separaron, y Reyes no perdió ni un segundo para ir a abrazar a su hijo. Entre llantos, regaños y disculpas, a Carlos de nuevo le empezó a doler la cabeza. Pero estaba feliz, porque no estaba solo. Miraba a Lando y sabía que jamás estaría solo otra vez.

El inglés sonreía mientras veía a los españoles abrazarse mientras hablaban y lloraban. En su pecho un poco de orgullo apareció. En parte, Carlos estaba abrazando a sus padres porque él le salvó. Porque Caco, Rupert y él le salvaron. Habían mantenido a una familia unida, y era lo que contaba.

Lando salió de la habitación para dejarles más privacidad, y se sorprendió al ver a Caco hablando en español con una chica bastante guapa de unos veintitantos. Tenía ojos claros y pelo oscuro, haciendo un contraste hermoso a la par que extraño. Tenía los ojos rojos de haber llorado y ojeras por haber dormido poco. Pero lo que más le sorprendió al inglés fue la expresión dolida de Oñoro.

- ... no, no puedes volver de la nada - le recriminaba Caco. Lando no entendía nada.

- Caco, por Dios, he venido por Carlos, no por ti. Madura de una vez - replicó bruscamente, camuflando el dolor que realmente sentía en su pecho al ver al hombre después de tanto tiempo.

El inglés reconoció el nombre de su amor en la frase, pero seguía sin entender qué pasaba.

- Mis tíos no tendrían que haberte traído - bufó el español, cruzándose de brazos.

- ¿Nunca vamos a poder zanjar esto?

- No, Lucía, no podemos - declaró yéndose, incapaz de enfrentarse a la primera y única persona que realmente había amado en toda su vida.

- Espera, ¿eres Lucía? - Casi exclamó Lando.

Aquello empezaba a parecer una de esas novelas turcas que salían en la tele.

La mujer miró por primera vez al pequeño británico.

- Sí. Y tú eres Lando, ¿no? - Respondió después de suspirar.

- Sí.

Se miraron en silencio unos instantes, serios y pensativos, pero entonces una sonrisa pintó los labios de la hermosa mujer.

- Gracias - murmuró acercándose para abrazar al inglés.

- ¿Por qué? - Inquirió Lando, confuso, pero aceptando el abrazo.

La chica se separó y puso las manos en los hombros del británico.

- Por cuidar de mi mejor amigo.

- Creía que ya no os hablabais - comentó el inglés.

- Y así es, pero sus padres y yo nos hemos mantenido en contacto todo este tiempo, informándome sobre él... Es un placer conocerte, Lando. Me han hablado de ti hasta el cansancio - bromeó haciendo que al chico se le escapara una risita.

- Espero que no hayan dicho nada malo - le siguió el juego, y ella negó con la cabeza.

- Creo que eso sería imposible - declaró con una sonrisa sincera.

Carlos y sus padres salieron de la habitación entonces, los mayores con una sonrisa, y Carlos con expresión neutra. Su rostro cambió drásticamente cuando vio a su mejor amiga de la adolescencia junto al amor de su vida. Estaban ahí. Los dos. Eran reales.

- Sigues igual de fea - es lo único que dijo antes de fundirse en un abrazo con ella.

Lucía rió y lloró, sintiendo cómo la distancia que el tiempo había interpuesto entre ellos se extinguía.

- Y tú sigues siendo igual de idiota.

Nota de la autora:

Bueeeno... Ha sido un capítulo lleno de emociones, ¿no? Yo estoy gozando como no os imagináis escribiendo esta historia, de verdad lo digo. A partir de ahora van a pasar cositas... Ya veréis.

No me puedo quedar sin decir que este capítulo se lo dedico a mi amadísima @Basummers2020 que es una persona muy importante en mi vida y además, hoy es su cumple. Felicidades guapa ❤️‍🩹.

Gracias por todo el apoyo que me dais y ojalá os esté gustando mucho <3.


Os ama,

A💛.

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