Capítulo 30: Game Over
Escuchaba a Charles hablar sin prestar demasiada atención a sus palabras. Le contaba algo sobre su novia, cuyo nombre el español había olvidado por completo, y simplemente asentía sin ganas. Su mente estaba demasiado ocupada en otras cuestiones.
Como por ejemplo, el puto vídeo. El que había visto casi entero porque era incapaz de reaccionar, incapaz de pararlo. Era una pesadilla viviente. La repulsión y la ira que le recorrían al ver las imágenes lo carcomían por dentro. Podía vivir sabiendo que Lando se había acostado con Max, pero habiéndolo visto... Era otro nivel. Se sintió como si todo no valiese una mierda, como si, la piel del inglés que él llamaba suya, nunca le hubiese pertenecido. Se sentía como si Lando nunca hubiese sido suyo, su Lando, su ángel. Y aunque sabía que aquello no era así, que había tenido al inglés incluso antes de que se acostasen, su cuerpo no lo veía así.
Y las pesadillas tampoco ayudaron.
Aquella noche había soñado que estaba con Lando, y en un parpadeo, él ya no estaba a su lado, sino que estaba con Max. Y lo peor, era la voz de Óscar clamándolo como suyo, diciéndole que jamás le pertenecería a nadie más, que las marcas en su espalda eran el sello imborrable de que el español jamás podría ignorar quién era su dueño. Aquella noche lloró hasta dormirse, y a cada rato despertaba por una pesadilla que le hacía llorar de nuevo. Y así en bucle.
Tampoco se sacaba de la cabeza las palabras que le dijo a Lando. Dijo cosas que hasta a él le atravesaron el alma. Cosas que no sentía y que no pensaba, pero que aseguraban que el inglés se fuese. Tuvo que ver cómo Lando se hacía añicos delante de sus ojos, por su culpa. Y él sólo le protegía. Quiso contárselo todo, explicarle lo que pasaba, que era realmente por su bien, pero era demasiado arriesgado. Así que hizo lo que creyó mejor. Sólo quería cuidar de él, evitar que el vídeo saliera a la luz y le arruinara la vida. Y lo cierto era que había estado en su situación, y volvió a hacer lo mismo que hizo entonces: agachar la cabeza y obedecer.
Charles, que seguía hablando, lanzó una pregunta que no fue respondida y ahí se dio cuenta de que su amigo no le hacía ni puto caso, así que le dio un codazo para sacarlo de sus pensamientos. Notaba al español mucho más serio y tristón de lo normal, así que imaginó que tenía que ver con Lando. Era el único piloto que sabía lo que pasaba entre esos dos, así que, al no verlos juntos, supo que algo ocurría. No tenía ni la más remota idea de qué tan grande sería el drama, pero pensó que sería una pelea tonta o algo por el estilo.
Si sólo fuese eso...
- Carlos, colega, anímate - dijo el monegasco, sonriendo un poco, tratando de traspasarle la alegría al español.
- Gracias, acabas de resolver todos mis problemas - replicó con ironía.
Charles suspiró y rodó los ojos. No iba a ser tan sencillo, por lo visto. O Carlos estaba siendo muy dramático o el problema era serio.
- ¿Qué ha pasado si puede saberse? - Inquirió, curioso y con afán de poder ayudar al español.
- Nada - mintió descaradamente, y por la cara que puso el piloto de Ferrari, Carlos vio que no sería fácil engañarle. - ¿Tú crees que se puede perder algo antes de tenerlo realmente? - Preguntó entonces, mirando al suelo mientras seguían caminando por el paddock.
- Claro. Puedes creer que ya casi has ganado la carrera, que haya un fallo y que gane otro. Cuando pierdes una carrera, en ningún momento has llegado a ganarla, ¿no? - Explicó tranquila y enrevesadamente. - Yo me entiendo - bufó haciendo aspavientos con las manos.
- Creo que te entiendo. Decimos que perdemos la carrera, pero ni siquiera hemos llegado a ganarla en ningún momento - respondió medio sonriendo. - Pues digamos que lo que me pasa es que he perdido una carrera que creía que ya estaba ganada - añadió con una sonrisa amarga.
- Me lo puedes contar si quieres, ¿sabes? - Murmuró Charles, poniéndole la mano en el hombro.
- ¿Y de qué serviría?
- Hablar de nuestros problemas ayuda - opinó el monegasco. - Vamos, cuéntame...
Carlos iba a responderle, a contarle lo ocurrido, pero se detuvo en seco al ver a un hombre de espaldas, uno que le resultó familiar. Frunció el ceño, asegurándose de que era sólo su impresión y que era una persona más, alguien normal y corriente. Pero entonces Charles volvió a hablar.
- ¡Ah, mira! Ese es mi nuevo entrenador. Es español, así que seguro que os entendéis bien - señaló alegremente.
Cuando el piloto de McLaren se dio cuenta de que miraban a la misma persona, un escalofrío le recorrió la espalda. Las cicatrices se encendieron con la misma rapidez que se prende una cerilla. Dolía, dolía muchísimo. Y eso que sus dudas aún no estaban confirmadas.
- ¡Díaz! Ven, te voy a presentar a Carlos Sainz - lo llamó el joven piloto de Ferrari, acercándose más a su nuevo entrenador.
Carlos no movió ni un músculo, ni siquiera respiró. Su mundo se detuvo, parando el reloj. Porque ahí estaba él, después de casi 10 años. Igual de guapo y atractivo que antaño. Y esa sonrisa malévola y ojos de hielo que le provocaron un escalofrío al pobre piloto.
- Ya lo conozco, Leclerc - respondió el hombre mayor, sonriendo y mirando fijamente al español. - Te veo bien, Carlos - murmuró sin siquiera disimular el repaso de arriba a abajo y la mirada lasciva que le dio al piloto de McLaren.
- ¿De qué os conocéis, Óscar? - Inquirió Charles inocentemente. No tenía ni idea.
Y todo se paró por completo. Era él y no quedaban dudas. El mundo de Carlos, si ya se estaba desmoronando antes, ahora había quedado reducido a cenizas. Tenía a su mayor y más vieja pesadilla ante sus ojos, y no había nada que hacer.
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Lando miraba el techo, pensando en todo y en nada a la vez, dándole vueltas al asunto y al mismo tiempo dejando su mente en blanco. No sabía qué hacer, no sabía qué paso dar. Había llegado a un callejón sin salida.
Sufría un poquito menos ahora que ya sabía que Carlos sólo intentaba protegerle, y su corazón ya no estaba irremediablemente roto por lo menos. Ya sabía que el español le quería tanto como para separarse de él. De todos modos, la perspectiva de que no podían estar juntos, era horrible. Pensar que estaban amenazados si se juntaban, le generaba una rabia y una impotencia que lo ponían malo. Pero no podían hacer nada. Conociendo el precursor de la amenaza, no.
Aquello era otra cosa. No sólo Max le había traicionado, sino alguien mucho más cercano y querido; alguien que no se imaginaría ni de cerca. Pero todo encajaba a la perfección. Max se lo contó por envidia y venganza y él sólo tuvo que mover sus hilos. Es lo que tiene el ser poderoso y tener dinero.
El inglés odiaba toda aquella situación. Lo mirase por donde lo mirase, acabaría mal. Podrían despedir a Zak, publicar el vídeo, despedir a Carlos, y quién sabe qué más. Incluso se las podrían ingeniar para sacar a relucir los secretos más oscuros de la pareja. Y ambos tenían mucho que perder y mucho que esconder.
Por suerte o por desgracia, Max conocía a Lando como a la palma de su mano, se sabía todos sus secretos, todos sus miedos, todas sus inseguridades. El joven estaba entre la espada y la pared, porque sabía que, como se acercara a Carlos, le arruinarían la vida. No le cabía duda. Y Dios sabe si serían capaces de averiguar de algún modo lo que le pasó a Carlos. Porque Lando tenía claro que, si lo de las cicatrices de Carlos salía a la luz, aquello destruiría por completo al español, acabando con lo poco que quedaba de él.
No lo había visto en todo el viernes, sólo de lejos. Y lo prefería. Si no mantenían las distancias... El inglés golpeó la cama, enfadado. No entendía la necesidad de todo aquello. ¿Qué más les daba si estaban juntos o no? Odiaba a Max, y es más, odiaba al cabecilla de todo. De no ser por ellos, el joven estaría ahora en brazos de Carlos, no en su triste y vacía habitación de hotel, llorando y buscando una solución desesperadamente.
Y si él supiera lo que se le acababa de caer encima a Carlos, se lamentaría menos y mandaría todo a la mierda por ir con el español y apoyarle. Pero las cosas no son nunca tan sencillas.
No muy lejos de allí, Oñoro golpeaba la puerta del baño, tratando de abrirla, pero el pestillo estaba echado. Rupert ya había ido a avisar al inglés, pero parecía que ya iba tarde. Si Caco no abría la puerta deprisa (pensaba el propio Caco), se acabaría.
- ¡Carlos, joder! - Lloraba y gritaba el primo del piloto español. - ¡Abre de una puta vez!
Empezó a coger carrerilla y estrellarse contra la puerta, intentando romperla. Pero no era como en la películas. Claro que no. La puerta estaba dura de cojones. El hombro le palpitaba de dolor, pero poco importaba eso ahora.
- ¡Maldito seas, Carlos! - Maldecía Oñoro desesperadamente.
Y mientras, Rupert tocaba la puerta del inglés, que interrumpió su llanto para ir a abrir al notar la intensidad de los porrazos. Al abrir y ver la expresión de su compatriota, un simple "Carlos" bastó para que Lando echara a correr por el pasillo como un loco.
- Primo, por favor, abre... - sollozaba Caco en la habitación.
No quería vivir eso de nuevo. No quería tener que rescatar a su primo del borde de la muerte. No por tercera vez. No podía dejar que pasara de nuevo. Reyes y Carlos padre no lo soportarían. Él mismo no lo haría. Y lo peor, es que aquella vez temía que no llegase a tiempo. Por varios minutos tuvo la certeza de que aquello era juego, set y partido; pensó realmente que allí acababa todo.
Lando entró como una flecha a la habitación del español, y en cuanto vio a Caco llorando junto a la puerta se estrelló contra ella como si fuese un toro en San Fermines. Nada le importaba lo demás que salvar a Carlos de lo que hubiese hecho, porque es que en realidad no sabía ni qué pasaba.
Los tres hombres entraron atropelladamente al baño, y se congelaron ante la imagen que encontraron. Lando fue el primero en reaccionar, que fue corriendo a sacar a Carlos de la bañera.
- No, no, no, no... Carlos, amor, no - lloriqueaba viendo que no abría los ojos, que no hablaba, que su pecho apenas se movía.
Caco y Rupert le ayudaron a sacarlo del agua, aún medio vestido, con apenas pulso.
- Carlos, no nos dejes, por favor - rogaba Oñoro.
Rupert empezó a hacerle la maniobra de Heimlich, para tratar de reanimarlo. Su corazón apenas latía. Pero no podían dejar que se fuera. No así. No ese día.
- Vamos, Carlos, por favor... Precioso despierta, despierta y no me dejes sólo. Vuelve conmigo, te necesito, te necesito todavía - sollozaba Lando, apretando su mano y apartándole el pelo de la cara.
Rupert repitió la maniobra, y entonces Carlos reaccionó, tosiendo todo el agua y pudiendo respirar de nuevo. Entre los tres, le ayudaron a incorporarse para que no se atragantara con el agua, y todos respiraron tranquilos. El español se desmayó acto seguido, pero su ritmo cardíaco volvía a ser constante y normal.
El joven piloto se abrazó a él, a su amor, rezando a quién le oyera para que aquello se quedara solo en un susto.
¿Qué le habría llevado a ese extremo? La misma duda estaba implantada en la cabeza de los tres hombres que miraban con el corazón en un puño al español inconsciente.
Unas horas antes
- ¿De qué os conocéis, Óscar?
- Le di clases de educación física cuando estaba en el instituto. ¿Te acuerdas de mí?
El hombre se acercó para estrecharle la mano, pero Carlos estaba totalmente paralizado, con tal expresión de terror en el rostro que incluso Charles pudo darse cuenta de que algo andaba mal.
- ¿Carlos? - Murmuró el piloto de Ferrari.
- No - susurró el español sin poder apartar su mirada del viejo conocido, alejándose un paso, notando su espalda arder como nunca antes lo había hecho, como si tuviese el mismísimo infierno en la espalda. - No eres real - dijo a punto de llorar.
- Yo también te he echado de menos, pequeño... - replicó el otro, sonriendo afablemente.
Y echó a correr. Ni se lo pensó. Huyó. El monegasco no entendía nada.
- ¿Qué ha sido eso?
- Nada. No teníamos buena relación. Le suspendí - mintió sonriendo como si nada.
Charles no quiso darle más vueltas y asintió. Allí había gato encerrado, y no se atrevía a preguntar.
Pero Óscar no había acabado allí de casualidad. No era una simple coincidencia. Le dijo al monegasco que iba al baño, y fue tras los pasos de Carlos, que estaba escondido en la zona de trailers, echo una bola mientras luchaba contra el dolor físico y emocional.
No aguantaba más. Podía perder a Lando, podía soportar eso, podía mantenerse alejado del inglés para protegerle, pero enfrentarse a Óscar... No. Era demasiado. Demasiado con lo que luchar él sólo.
Y lo peor aún estaba por llegar.
- No te puedes esconder eternamente de mí, Carlitos.
De nuevo, su mayor pesadilla hecha una realidad. Su voz le provocaba escalofríos, le recordaba la sensación del cuero del látigo golpeando su espalda. Le costaba respirar sólo con notar su presencia.
- No, no eres real - repitió, asustado. - Me he vuelto loco, eres fruto de mi imaginación - se decía una y otra vez el español, escondiendo la cabeza entre los brazos.
- No, cariño, estoy aquí, soy real - susurró en respuesta, acercando su mano para acariciarle el pelo.
Carlos tembló violentamente, sollozando de forma sonora. Volvía a ser ese quinceañero indefenso ante aquel hombre rudo, mayor y fuerte. Volvía a ser una presa fácil.
- Vete - rogó, totalmente descompuesto, sin atreverse a mirarlo.
No podía reaccionar, defenderse. Era mucho que soportar. Y no era tan valiente. Después de todo el tiempo, seguía doliendo lo mismo que el primer día.
- No voy a irme ahora que te he encontrado. Llevo mucho tiempo esperándote, pequeño - respondió tomando el rostro del pobre chico entre sus manos.
Carlos sintió como si el mismísimo diablo estuviese ante sus ojos. Su toque le ardía, encendía las heridas de su espalda hasta querer hacerle gritar de dolor.
- ¡No me toques! - Chilló apartándole, arrastrándose lejos de él.
Aunque su complexión era la de un adulto fornido, su mente estaba atrapada en el pasado, su cerebro volvía a funcionar como el del adolescente al que tanto daño le hicieron.
Óscar, que estaba agachado, frunció el ceño y se levantó. Esperaba una recibida así, pero en su mente de psicópata Carlos no tenía que tener miedo, porque él no hizo nada malo. Sólo se divirtió.
- Pórtate bien, o habrá consecuencias, pequeño - amenazó acercándose y tomándolo del brazo para levantarlo. Clavó sus dedos en la piel del piloto, que sollozó sin hacer nada más. - Sigues siendo tan bonito, Carlos - susurró a su oído, lamiendo el lóbulo de su oreja.
Carlos se estremeció y soltó otro sollozo. Iba a vomitar. Sentía la fatiga.
- Por favor...
- Dejame probarte de nuevo, Sainz - murmuró rozando sus labios.
El español lo apartó de un fuerte empujón. Estaba totalmente aterrorizado, pero hasta el miedo tenía un límite. Aquello ya no lo controlaba su mente, sino que su cuerpo tomaba el control y reaccionaba al toque del otro hombre como su mente debería hacerlo: rechazándolo.
Sentía que se derrumbaría literalmente en cualquier momento, que desfallecería allí mismo sin más. Y volvió a huir, esa vez corriendo como alma que lleva el diablo y sin detenerse hasta asegurarse de que no podría encontrarle, encerrándose en la cabina que le correspondía en el motorhome de McLaren.
Estaba repugnado. Había dejado que le rozara siquiera. Se sintió sucio, con ganas de ducharse para quitarse la horrible sensación del cuerpo.
El alma, el corazón y el cuerpo le dolían tanto que no podía evitar llorar de la intensidad del dolor. Y también lloraba porque la ansiedad que sentía era arrolladora. Aún no se explicaba cómo había podido controlar los ataques de ansiedad. En la seguridad de la cabina tuvo varios bastante fuertes, que tuvo que soportar él sólo. Pero los llevó como buenamente pudo.
Aquella, fue la gota que colmó el vaso. Aquello, fue el game over definitivo para Carlos.
Ya no aguantaba más.
No hacía más que joder a quienes le rodeaban. Ahora también podría salir Lando herido por su culpa. Y él no tenía nada que aportar al mundo. Tenía un trauma irreparable. No podía hacer nada más que sufrir hasta que muriese.
Y ya tenía claro que su dolor no duraría mucho más.
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