Capítulo 29: Brazos Cruzados
Dolía. Aunque fuesen mentiras, dolía. Sentía su corazón retorciéndose en su pecho. Por muy claro que tuviese que no decía la verdad, las palabras le atravesaron el alma con dureza. En parte, dolía tanto porque sabía que, aunque Carlos no sentía lo que decía, lo decía para dañar, para alejarle. Y Lando no estaba seguro de qué era peor, si que dijese la verdad o que lo dijese para hacerle daño.
Se aseguró a sí mismo que lo primero era peor. Si el español sentía las palabras que decía, entonces no había salvación para ellos. Si era lo segundo, un motivo debía de haber, y junto con ese motivo, una forma de arreglarlo.
Sollozó sonoramente, aferrándose a la almohada con tanta fuerza que pareciese que en realidad se aferraba a la esperanza de que todo fuese un mal sueño. Se convenció de que aún había una forma de arreglarlo, unas palabras que pudiesen poner calma y orden en el asunto. Pero siendo realistas, ¿qué posibilidades había de aquello? Muy pocas. O ninguna. Sabía que aquello estaba muy jodido. Podía averiguar qué había pasado en el despacho, pero cuando lo hiciese, ¿qué? ¿Iría a rogarle al mayor hasta que cambiase de opinión? Tampoco podía hacer eso. No podía rebajar su dignidad hasta ese nivel. Él también merecía respeto, merecía que le tratasen bien, que lucharan por él. Y en ese momento, sencillamente sentía que él era el único que remaba en la barca. Y cuando remas sólo en una barca de dos, te acabas cansando. Sólo era cuestión de tiempo que el inglés se cansase.
Carlos siempre había tenido razón en una cosa: estaba demasiado roto. Lando podía pelear por su amor hasta caer de rodillas, rendido y dolido, pero si el español no colaboraba para avanzar y sanar, no había nada que hacer. Estarían siempre destinados a acabar separados.
Lando suspiró cuando sus lágrimas cesaron y se sintió más en calma. Pensaba qué hacer, cómo solucionarlo, pero no hallaba la forma. No entendía qué demonios había en la cabeza de Carlos, y si no podía comprender al otro hombre, no estaba seguro de poder arreglarlo. ¿Qué haría entonces? No podía quedarse de brazos cruzados, viendo cómo todo se iba a la mierda.
Una semana. Una puta semana de novios habían durado. Era deprimente. El inglés se negaba a dejar que aquella fuese la única semana de su relación. Se negaba a que ese fuese el punto final de lo suyo con Carlos.
Dos partes de él muy distintas entraron en conflicto. Una parte apelaba al orgullo, la dignidad, la autoestima. Sin embargo, la otra parte alegaba amor, esperanza, fuerza. ¿Mantenía su honor, o lo pisoteaba todo sin saber si resultaría algo positivo de aquello? ¿Seguía su vida o se arrastraba desesperadamente hasta la posible salvación de su relación? Y lo que era más, ¿se rendía o hacía todo lo que estuviese en su mano y más para arreglarlo?
En ese momento, durante aquella batalla interna, algo cambió. Algo en su pecho se sintió distinto. En su cabeza, unas piezas encajaron de forma distinta. El dolor transformado en rabia, la incertidumbre transformada en una atenazadora curiosidad. Aquello no se acabaría ahí. Por supuesto que no.
Así que, recogiendo el desastre que era él ahora, se levantó de la cama, se secó las lágrimas y salió de la habitación del hotel que se tornaba fría ahora que sabía que Carlos no le acompañaría cuando estuviese en ella.
No iba a ser uno de esos estúpidos protagonistas de esos ridículos libros románticos que se dedicaban a llorar por las esquinas y a lamentarse, esperando a que el milagro del amor lo salvase todo. No iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que Carlos regresara mágicamente. No iba a quedarse quieto, lloriqueando, mientras hubiera algo que hacer, algo que intentar. Iba a buscar e iba a hallar. Iba a pelear por el corazón que le pertenecía; el corazón de Carlos, de su Carlos. Porque algo había pasado en ese despacho, algo que lo cambiaba todo en la mente del español. Y el pequeño pensaba averiguarlo. Pensaba averiguarlo antes de llegar a un punto de no retorno en el que ya nada tuviese solución.
Bajó las escasas escaleras que separaban la planta en la que estaba su habitación de la planta en la que estaba la habitación que ocupaba Zak. Ese cabronazo le iba a escuchar. Fuera lo que fuera que le hubiese contado a Carlos, lo iba a lamentar. Porque Lando había decidido que pasaría por encima de todo aquel que les rompiera aquello. Creía merecer que, si aquello se rompía, fuese por sus propias culpas, por un fallo en su relación, no por algo inherente a lo que tenían.
Zak se había metido de por medio. No podía dejar que se saliera con la suya.
Aporreó con fuerza la puerta que portaba el número 23. Apretó los puños, contuvo el enfado, y aguardó pacientemente. Tal vez el hombre ni siquiera estaba ahí dentro, no merecía la pena reventarse los nudillos golpeando la puerta de una habitación vacía.
Escuchó cómo quitaban el cerrojo, y poco a poco, la puerta se abrió, mostrando a un afable Zak que vestía un pijama ridículo a la par que cómodo. Cuando Lando le miró a los ojos, se extrañó. Ya no había frialdad, sino que volvían a ser los amigables ojos del estadounidense. Algo había cambiado desde su visita a su despacho.
- Hola - saludó el hombre, claramente incómodo.
Lando sacudió la cabeza. Estaba allí por algo, no podía desviarse.
- ¿Qué le has dicho a Carlos? - Casi rugió el inglés, acercándose un paso.
- Yo nada - mintió el jefe de equipo, nervioso y receloso.
- ¡Que me lo digas, joder! - Gritó sin miedo a que alguien le escuchase.
- Por Dios, baja la voz - susurró Zak tomando al chico por los hombros y metiéndolo en la habitación para luego cerrar la puerta. El inglés se zafó del agarre con furia y miró con odio al hombre. - Yo no he tenido nada que ver, ¿de acuerdo? Solo cumplo órdenes.
- Y una mierda - bufó Lando, que no le creía ni una palabra. - Amenazaste a Caco, nos amenazaste a nosotros. Y ahora Carlos no... - no supo cómo decir lo que les había pasado. ¿Carlos le había rechazado? ¿Le había echado? No estaba seguro. - Da igual - gruñó finalmente. - Es tu culpa.
- ¿Tú de verdad te crees que me importa una mierda si te acuesta con Carlos, con un ingeniero o con un desconocido? Joder, Lando, os adoro a los dos, y si estáis juntos yo os apoyo, pero...
- Todo lo que se dice antes de un pero no vale una puta mierda - se quejó el inglés, que seguía sin creer al otro, a pesar de que la sinceridad en los ojos ajenos era visible y obvia.
- He hecho lo que tenía que hacer para que no me echaran a mí. Créeme o no, pero es la verdad. Sigo órdenes de arriba, punto final.
Lando miró al hombre, debatiendo consigo mismo si le creía o no. Parecía que no mentía, pero ¿cómo iba a saberlo? Estaba claro que sabía actuar: si mentía, sabía fingir perfectamente cómo hacerse la víctima; si decía la verdad, sabía emular a la perfección a un verdadero hijo de puta. Lo pensó durante unos minutos que se antojaron eternos para ambos. ¿Qué más podía perder? Si mentía, no había más que hacer. Si decía la verdad, algo se podría intentar.
- ¿Quién? - Preguntó entonces. Zak frunció el ceño. - ¿Quién nos quiere separados?
- No te lo puedo decir, Lando - murmuró el hombre negándose en rotundo.
El niño estuvo a punto de gritarle, de exigirle una respuesta, pero se sosegó. Tenía que calmarse, intentar ser diplomático. Si Zak no era más que otra víctima de aquella maraña de mentiras y de odio, tal vez pudiese hacerle hablar si le trataba bien.
- ¿Quién nos delató?
- Max - respondió sin dudarlo. Esperaba la pregunta, y no quiso contener la respuesta. - Tu amigo, Fewtrell.
La realidad cayó como una losa de piedra sobre la cabeza del inglés. Max. Se había olvidado por completo de él. Le dijo que hablarían, se dijo a sí mismo que arreglaría las cosas con su amigo. Pero se olvidó. Estaba demasiado centrado en Carlos, demasiado ocupado en el español. Y ahora, la rabia y el dolor que comprendía que su amigo sintiese, les había estallado en la cara. Era su culpa. Lo sabía.
- Joder - maldijo en voz baja, cubriéndose el rostro. Suspiró y volvió a mirar a Zak, desafiante de nuevo. No se iba a rendir. - ¿Qué le has dicho a Carlos?
- Lo que me han dicho que diga. Lo que me han dicho que le dolería más. Pero lo peor no es lo que le he dicho, Lando... Sino lo que le he enseñado - dijo en apenas un susurro.
- ¿Qué le has enseñado?
Zak suspiró, buscando su teléfono en el bolsillo de la chaqueta que estaba tirada sobre una mesa. El estadounidense se tomó su tiempo para encontrar lo que fuese que iba a enseñarle al inglés. A Lando se le secó la boca, nervioso, ansioso, preocupado. Sabía que no sería nada bueno, pero tampoco podía ni imaginarse remotamente qué podría ser. El hombre mayor por fin encontró lo que buscaba y le tendió el teléfono a Lando, que giró la pantalla al ver que era un vídeo. Le dio al play.
Al principio, todo era oscuro. Se escuchaban voces amortiguadas. Reconoció su propia voz. Sonaba... Borracho. Mucho. Luego, una segunda voz. Era Max. Seguía todo a oscuras. Luego, unas llaves que habrían una puerta. Más tarde, unas risas al cerrar la puerta. Silencio. Y besos. Sonaba el roce de las ropas. De pronto, el teléfono era sacado de su escondrijo: un bolsillo. No podía verse demasiado, pero entonces, una lamparita se encendía, permitiendo una mejor visión. Dejaban en teléfono sobre una superficie. Más besos. Más risas. Dos cuerpo semidesnudos cayendo en la cama. Todo se seguía grabando.
Lando lo paró mientras una lágrima le caía por la mejilla. Aún quedaban veinte minutos más de vídeo. Max los había grabado. Ese puto enfermo había grabado cómo se habían acostado. Y ahora Carlos lo había visto. Lando sabía que no había hecho bien las cosas con su ex mejor amigo, pero eso... Eso era pasarse. Era de ser un enfermo mental. La traición le dejó un odioso sabor de boca.
- Si no os separais, lo publicarán - murmuro Zak, recuperando su teléfono. - Lo siento mucho, Lando...
Pero el inglés no estaba allí en ese momento, al menos no su mente. Su mente estaba lejos, muy lejos, en una época totalmente distinta. En su época de kartings.
Dos niños jugaban a pasarse el balón, uno guapo y un poco regordete que manejaba bien la pelota; el otro, medio escuchimizado y torpe, que sólo conseguía estabilidad dentro de un kart. Reían. Jugaban. Se pasaban el balón. Se burlaban el uno del otro.
Un niño, el torpe y escuchimizado, se cayó, raspándose las rodillas, que empezaron a sangrar. Igual que de las heridas brotó sangre, de los ojos brotaron lágrimas.
El otro niño, el guapo y regordete, corría a por su amigo. Le intentaba hacer reír con sus payasadas, le ayudaba a ponerse en pie. Y mientras sostenía a su amigo para llevarlo a su casa para que su madre le curara las heridas, una promesa se quedaba en el aire. Una promesa que acabó incumpliendo.
- Siempre serás mi amigo - juraba con la confianza y la seguridad propias de esa edad. - Siempre te protegeré. Nunca te haré daño - le decía con orgullo y solemnidad.
- ¿De verdad? - Preguntaba el otro, sorbiendo los mocos y secándose las lágrimas con las mangas del abrigo.
- De verdad - asintió el regordete.
¿Dónde había quedado esa promesa? ¿Dónde había quedado esa amistad? ¿Dónde habían quedado esos buenos recuerdos?
El chico escuchimizado había crecido, y ahora era un joven delgado y lleno de acné. Las cosas no habían cambiado tanto en realidad. Al menos, no por fuera. Pero por dentro ya casi nada era igual. Ahora no era tan temeroso, y aunque seguía siendo un poco tímido, cada vez le costaba menos abrirse a la gente. Ahora se valoraba a sí mismo, o al menos lo intentaba. Ahora tenía un motivo por el que seguir luchando más allá de los autos. Ahora tenía el corazón roto y el alma deshecha, pero un amor incondicional esperándole al otro lado de la habitación 58. La habitación de Carlos.
- Zak - habló entonces, levantando la vista del punto aleatorio dónde había estado mirando fijamente durante mucho más tiempo del que le habría gustado al estadounidense, - ¿quién te ha mandado hacer todo esto?
El hombre suspiró. Sabía que se metía en un lío. Pero al ver los ojos cansados y medio derrotados del inglés, se rindió. Suspiró y relajó los hombros. Le desveló el nombre, y Lando no supo decir si prefería no haberlo sabido. No estaba seguro de si, ahora que lo sabía, quería saberlo. Porque aquella historia era tan dolorosa como cierta.
♤
Nota de la autora:
Bueeeno, después de muchos días, aquí estoy de nuevo. Necesitaba un descanso, de Wattpad y de todo. Centrarme un poco en mis exámenes y en mis lecturas pendientes. Creo que me han sentado bien. Y espero que se note en mi escritura. Ojalá os haya gustado mucho <3.
Os ha echado de menos todo este tiempo,
A💛.
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