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Capítulo 25: La Familia Sainz

Todos estaban sentados en los sofás y tomando café (excepto Lando, que bebía leche, por supuesto). Hablaban en inglés y eso hizo que el más pequeño de la sala se sintiera muy cómodo y muy aceptado. Había que admitir que eran todos súper buenos con él, y el niño no podía estar más feliz.

Nadie había puesto objeciones respecto a la relación de los pilotos, sino que había sido muy bien recibida en la familia Sainz. Todos parecían felices por la noticia, y todos los nervios de Lando desaparecieron. Sólo permaneció la vergüenza que siempre le acompañaba a todos lados.

- Ángel - susurró Carlos, inclinándose hacia el británico. - ¿Tienes hambre?

- No - mintió por vergüenza y sonrió de la forma más convincente que podía.

Carlos no se tragó la mentira y miró a Reyes.

- Mamá, ¿hay dulces?

- Sí, Blanca ha traído de la tienda. Espera, los traigo y comemos todos - la mujer se levantó y fue a la cocina, seguida por su marido.

- Espera, os ayudo - se ofreció Ana, levantándose también y yendo tras ellos.

Los novios de las chicas apenas le habían dirigido la palabra al inglés. Apenas un "hola" y un "¿qué tal?". Arturo y Javier, ambos muy simpáticos. Javier era más callado, más noble, mientras que Arturo no callaba ni bajo el agua y era bastante gracioso. El problema, era que no dominaban demasiado el inglés, y se sintieron un poco olvidados. Lando era el centro de atención. Reyes y Carlos padre sólo tenían ojos para el británico, y le trataban como si de un príncipe se tratara. Claro que ellos no tenían ni idea de lo complicado que era Carlos y lo importante que era que al fin tuviera pareja. No comprendían el agradecimiento que le debían los Sainz al pequeño. Sabían que Carlos era un poco promiscuo y que no solía andar de novio con nadie, pero no veían a Lando tan... Especial.

- Entonces, ¿cómo os conocisteis? - Preguntó Javier amablemente, tomando la mano de Blanca y sonriéndole a la pareja.

- Bueno, somos compañeros de equipo - respondió Carlos algo incómodo. - Nos presentaron antes de la temporada.

Javier asintió y se calló. Había sido una pregunta estúpida. Sabía que eran compañeros de equipo, ¿qué sentido tenía su interrogante?

- Dicen que no hay que mezclar trabajo con placer - rio Arturo, con sarcasmo.

Ana y él se conocieron en el trabajo, de ahí su broma. Pero a Carlos no le hizo gracia la insinuación, pues Arturo acabó teniendo que dimitir y buscar otro trabajo, dado que su jefe les dijo que no podían salir juntos mientras estuviesen allí.

- Eso dicen - asintió Carlos forzando una sonrisa.

Lando no hablaba, prefería no hacerlo. La situación era un tanto incómoda, y se notaba la tensión en el aire. Para él, los novios de las chicas sobraban allí. Le miraban raro cuando creían que no se daba cuenta. Pero se daba cuenta, y lo único que podía hacer era acercarse más al español y esconderse.

Ana, Reyes y Carlos regresaron de la cocina con platos y bandejas de pasteles, y todos empezaron a comer tranquilamente. Menos Lando. Le daba vergüenza. Sí, siempre le daba vergüenza todo. Pero cuando cogía confianza era imposible de callar.

- Prueba esto - dijo Carlos alegremente, dándole una especie de tostada.

Lando lo mordió y sonrió. Estaba buenísimo. Tragó y Carlos se rió.

- ¿Te gusta?

- ¡Está buenísimo! - Respondió felizmente. - ¿Qué es? - Preguntó a continuación, cuando Carlos le dió el resto para que siguiese comiéndoselo.

- Una torrija - contestó sonriendo, viendo los ojos del niño iluminarse al saborear el dulce. Si así iba a reaccionar el niño cada vez que probase algo nuevo y le gustara, quería hacerle probar todos los dulces de Madrid. - Mañana podemos ir a desayunar churros de verdad, y así los pruebas - murmuró viendo con adoración cómo el pequeño cogía otra torrija.

- No te hinches o luego te dolerá la barriga - le advirtió Reyes con una sonrisa amable.

Lando rio avergonzado y asintió con la cabeza.

- Vale - susurró luego, mirando al español. - ¿A qué te refieres con churros de verdad? - Añadió riendo.

- Los churros de Inglaterra son asquerosos - bufó el castaño rodando los ojos. - Los de aquí están buenos de verdad - aseguró con tranquilidad.

- Mañana lo comprobaré, entonces - dijo el inglés acabándose la segunda torrija. - ¿Qué es eso? - Inquirió señalando unos dulces cilíndricos y blancos que parecían rellenos de algún tipo de crema.

- Huesos de santo - tomó uno y se lo dio a probar, y el inglés gimió de lo bueno que estaba.

- ¿Todo en España sabe tan bien? - Preguntó ilusionado.

- Mmm... Sí - asintió Carlos riendo y besando la cabeza del pequeño.

El español no se perdió la mirada de reojo que les echaba su madre. La sonrisa en el rostro de la mujer era permanente, y Carlos sabía que cuando su madre le pillara a solas, le diría algo.

Y mientras todos charlaban cálidamente en español, Carlos le daba a probar a Lando cosas, riendo con él y bromeando, como si no hubiese nadie a su alrededor.




Cuando ya todos iban a sus habitaciones para dormir, Reyes tomó el brazo a su hijo para poder hablar con él a solas. Como Carlos ya sabía, su madre quería charlar sobre su nuevo compañero.

- Mamá, estoy cansado - murmuró zafándose de su agarre. - Y Lando no sabe dónde dormiremos - añadió alzando las cejas, señal de que aquella excusa era realista.

- Tu padre le va a acompañar, cálmate - dijo la mujer cruzándose de brazos. - ¿Cómo?

- Pues... - se encogió de hombros. - No lo sé. Ha pasado y punto.

- Es tan guapo y tan bueno... No me explico qué hace contigo - bromeó sonriendo, y Carlos suspiró y rodó los ojos.

- Yo tampoco, la verdad. Y si supieras las cosas que le hice antes de que saliéramos, me matarías - admitió con una sonrisa torcida.

- Pues aprende de esos errores, Carletes. No le hagas daño, es buen muchacho, se nota - aseguró la mujer dándole un apretón en el brazo a su hijo.

- Eso intento - besó la frente de su madre y la abrazó. - ¿Y si se da cuenta de que no merezco la pena? - Susurró cuando su madre le abrazó.

- Sí que la mereces, cielo. Y él ha sabido verlo. La forma en que te mira...

- Podría dejar de mirarme así en cualquier momento - interrumpió abrazando más fuerte a Reyes.

La mujer acarició la espalda de su hijo suavemente, sintiendo las atroces cicatrices de su hijo que escondía la tela de la camiseta.

- No, no lo hará. Eres oro, hijo mío - replicó mirando a su niño a los ojos. - ¿Le amas?

- Amar es una palabra muy grande, mamá...

- ¿Sí o no? - Insistió, cabezota como ella sola.

- Creo que... Sí - murmuró nervioso.

- ¿Y él te ama?

- Puede - susurró encogiéndose de hombros.

- Si es así, el amor podrá con todo, mi niño - aseguró sonriendo, y Carlos le devolvió la sonrisa

- Ojalá tengas razón - dijo separándose de su madre. - Buenas noches...

- ¿Lo sabe? - Preguntó la mujer antes de que su hijo desapareciera por las escaleras.

Carlos se detuvo, apretando su mano alrededor de la barandilla. ¿Qué sabía Lando realmente? Muy poco.

- A medias - respondió sin mirar a su madre. - Sabe que no me gusta hablar del tema y que me las hizo mi ex - añadió con dolor en su voz.

- Cuéntaselo, merece saberlo - opinó Reyes hablando con cuidado, sin querer enfadar a su hijo. - Tarde o temprano hará preguntas.

- Lo sé - admitió Carlos. - Pero... ¿Y si...? - Se le quebró la voz y las lágrimas amenazaron con salir. - ¿Y si luego no me quiere? ¿Y si piensa que soy un monstruo y un imbécil? - Sollozó y negó con la cabeza, rechazando la propuesta de su madre.

Reyes no dijo nada y abrazo a su hijo. Dejó que se calmara, que llorara sobre su hombro, y luego le ayudó a recomponerse.

- Díselo, cariño. Cuando estés listo, claro. Tal vez contarlo te ayude - sugirió sonriendo un poco y acariciando su mejilla.

- Lo haré - asintió subiendo las escaleras y yendo hasta la habitación que compartía con Lando.

Cuando entró, le vio ya en pijama, sentado en la cama con las piernas cruzadas, viendo un viejo álbum de fotos. Carlos sonrió y se acercó, sentándose a su lado y ojeando las fotos que también miraba el inglés.

Recordaba aquellos momentos. Las vacaciones en la costa Italiana, cuando tenía 10 años. Uno de los mejores veranos de su vida. Se veía feliz, inocente, despreocupado.

- Me lo ha dado tu padre, para que lo viera - dijo Lando pasando la página.

- ¿Y qué te parece? - Preguntó el español tímidamente.

Lando miró a su novio y sonrió, mordiéndose el labio.

- Que sois una familia preciosa - opinó besando los labios del español. - No te imaginas lo bien que me hacéis sentir todos, como a uno más... - susurró abrazando a Carlos. - Gracias - añadió, dejando el álbum a un lado y sentándose a horcajadas en el regazo del español, pudiendo abrazarle más íntimamente.

- Es que eres uno más de la familia, ángel - respondió el castaño besando su cabeza rizada. - Gracias a ti por haber venido.

- Pero tú me has traído... - replicó escondiendo el rostro en el cuello del mayor, aspirando su rico aroma.

Besó su cuello, de forma provocativa, y Carlos se sorprendió. El inglés no solía tener el valor de empezar él. Y la idea de que estaban en casa de sus padres, con todos durmiendo cerca... Caco y Rupert podrían soportar el trauma, pero sus hermanas...

A la mierda. Seguramente no serían los únicos follando esa noche. Había tres parejas jóvenes, no le sorprendería a nadie.

El español dejó que el pequeño besara su cuello, probando algo distinto. Los labios de Lando se movían con más agilidad de la esperada en alguien tan inexperto. Echó la cabeza hacia atrás, dándole más espacio, y el británico aprovechó la ocasión, lamiendo y succionando la piel bronceada del español. Empezó a mover sus caderas despacio, tanteando el terreno, probando cómo sería tener un mínimo de control en aquello. Y le gustaba. Le gustaba llevar su propio ritmo, restregarse lenta y tortuosamente contra Carlos, oír sus jadeos mientras le besaba el cuello.

Llevó sus manos a los hombros del mayor, sujetándose de ahí, apretando sus dedos en la carne del castaño cuando la excitación hizo que se empalmara. Besó con ímpetu los labios de Carlos, y movió sus caderas más deprisa, sintiendo la erección de Carlos crecer contra la suya.

- Te gusta ir encima, ¿eh? - Se burló el español tomándole las caderas, pero dejando que mantuviese el control.

Empezaba a gustarle, debía admitirlo. El mayor no dejaba que lo dominaran nunca, y si lo intentaban, se ponía muy nervioso y tenso. Sin embargo, con Lando era placentero, se sentía cómodo, le ponía cachondo.

- Sí, me gusta. Y mucho - confesó Lando, jadeando y siguiendo con sus movimientos de cadera. - ¿Y a ti?

Iría con cautela. Quería que ambos lo disfrutasen, y si Carlos estaba bien con aquello, magnífico.

- A mí también - asintió sonriendo y besando los labios del inglés. - Te mueves bien, ángel - ronroneó mordiendo su labio inferior y tirando de él, arrancándole un gemido al pequeño. - No podemos hacer ruido - le recordó con voz maliciosa, tumbándose en la cama.

Lando sonrió, envalentonado y una cualidad impropia de él. Dejó de moverse, quedándose quieto sobre el miembro del español, y se empezó a desvestir. Primero fue la camiseta, luego los shorts y luego el bóxer, dejando que Carlos viera lo excitado que estaba.

- Joder - maldijo el español, pasándose la lengua por los labios, mojándolos, esperando a poder besar al inglés.

- Te toca - dijo Lando sonriendo de forma...

Insolente, pensó Carlos, triunfante, viendo la confianza y la insolencia en los ojos del niño.

Dio un giro brusco, quedando encima del inglés, y se posicionó entre sus piernas, empezando a desvestirse despacio, mirando encantado el hermoso cuerpo desnudo de Lando, admirando la piel clara y llena de lunares. Quería besarlos todos y cada uno de ellos, y rellenar los huecos restantes con chupetones. No sonaba nada mal.

Cuando el bóxer del español fue retirado, ambos estaban ansiosos y calientes, rogando por rozarse. Pero sabían que harían ruido; así eran ellos.

Carlos abrió mucho los ojos cuando Lando se giró y alzó el trasero, presionándolo contra su polla.  Gimió suavemente y acaricio la cintura del inglés. Hacerlo a cuatro con Lando le daba miedo. ¿Y si le hacía daño? Lo último que quería era eso, dañarle.

No podía dejar que la historia se repitiese.

- ¿Estás seguro? - Preguntó dudoso.

Su pene no tenía dudas, palpitaba dolorosamente contra el culo del inglés. Y Lando tampoco dudaba. Quería eso. Quería que le follara así. Y así podría acallar los gemidos con la almohada. Estaba todo muy bien pensado.

- Por favor - rogó Lando restregándose contra Carlos.

El español no lo dudó. Confiaría en que no le haría daño y entró en el pequeño poco a poco, mordiéndose los labios con fuerza para evitar que se le escapara un gemido. Sujetó con fuerza las caderas del inglés, y empezó a embestir suavemente, poco a poco, disfrutando la maravillosa sensación de estar tan dentro de Lando.

El británico mordía la almohada con fuerza, apretando sus puños por el placer. Jamás había sentido nada parecido. Llevó su mano a su pene erecto y empezó a masturbarse mientras Carlos comenzaba a empujarse con fuerza en su interior. Su cuerpo era un caos. El placer le dominaba y la excitación le dejaba atontado. Movía su mano furiosamente, siguiendo el ritmo del español, que cada vez iba más rápido y más desbocado.

No era una ocasión especial, era sexo puro y duro sin más, pero pensaban gozarlo al máximo. Se dejaron llevar por sus impulsos, actuando como animales sin que les importara.

Lando sabía que, si seguía así, se correría antes que Carlos, y no le importó. Siguió tocándose mientras el español le penetraba duramente, haciéndole tener que tapar sus chillidos contra la almohada, que acabaría destrozada a ese ritmo.

El choque de las caderas del español contra el culo del inglés era todo lo que se oía en la habitación aparte de los jadeos de Carlos, que luchaba por contener todos esos sonidos que ansiaban salir de su garganta. Aquella postura era maravillosa. Sólo podía quejarse porque no podía besar a Lando, mirarlo y tocarlo adecuadamente. Tenía una magnífica vista de su espalda, que se ensanchaba conforme subía de la cintura a los hombros. Músculos no muy desarrollados eran visibles, y la imagen no podía descontrolar más a Carlos.

Fue salvaje. Fue desenfrenado. Fue pura pasión y fuego.

Lando se corrió primero, sintiendo su cuerpo pesado y su respiración agitada, pero los gemidos seguían queriendo escapar de su cuerpo. El español no había acabado, pero estaba cerca. El inglés hizo lo posible por colaborar, haciendo acopio de sus pocas fuerzas para mover sus caderas al compás de Carlos.

El castaño se corrió al fin, liberándose, sintiéndose relajado de nuevo. Salió de Lando con cuidado, dejando que el chico se diera la vuelta. Se colocó entre sus piernas y besó sus labios con ternura.

- He manchado las sábanas - susurró Lando, avergonzado, viendo la mancha blanca en las sábanas.

- No te preocupes, lo lavaré mañana - respondió Carlos apartando las mantas manchadas y levantándose de la cama.

Se pudo unos shorts y una camisa negra, devolviéndole a Lando su pijama. Se vistió y entonces el español regresó a la cama con él, tumbándose a su lado. Se abrazaron, disfrutando de la calma después de un momento tan intenso.

- Creo que mañana no voy a poder caminar - bromeó el inglés, haciendo reír a Carlos.

- Espero que sí puedas - dijo por su parte, besando su mejilla.

El silencio inundó la habitación, ambos pensativos. Lando pensaba en lo bonito que estaba siendo todo con el español. Y Carlos, pensaba sobre que tal vez era hora de que el inglés supiera ciertas cosas.

- Ángel - susurró apagando la luz del cuarto, pues había un interruptor encima de la mesita de noche.

- Dime, hermoso - respondió Lando acurrucándose.

- Te... Te quiero contar lo de mis cicatrices - murmuró nervioso y bastante inseguro.

- ¿De veras? Ya sabes que no tienes que hacerlo si no quieres...

- Quiero, Lando. Quiero que lo sepas - insistió titubeando un poco.

- Pues te escucho, amor - respondió Lando acariciando el rostro del mayor, que cerró los ojos y se deleitó con las caricias.

- Está bien...

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