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Capítulo 21: Cansados

Una repentina patada le despertó, y agitado, se incorporó en la cama. Lando miró al español, que pataleaba, lloraba y gritaba angustiado a su lado en la cama. Su corazón se detuvo en su pecho y, asustado y preocupado, intentó ayudar, pero Carlos estaba dormido.

- Carlos, ¡Carlos! Cariño, soy yo - gritó, poniéndose sobre él para inmovilizarlo y tratar de despertarlo.

De forma brusca, el español abrió los ojos, jadeando y con lágrimas en los ojos, con las pulsaciones exageradamente aceleradas. Lando estaba ahí. Sólo había sido una pesadilla.

- Ángel - susurró, temblando bajo el cuerpo del joven.

- Sí, Carlos, soy yo, estoy aquí - le tranquilizó, tomando el rostro del mayor entre sus manos. - Estoy aquí - repitió besando sus labios con cuidado. - Ya pasó...

Carlos respiró más tranquilo, y abrazó al inglés con fuerza, estrechándole contra sí. Necesitaba sentirlo, saber que era real, que aquello sólo había sido un mal sueño. Que su pequeño estaba bien.

El silencio se ciñó sobre ellos, dando lugar a la calma. Estaban envueltos en un tierno y reconfortante abrazo, uno que significaba seguridad y protección para el español, que era incapaz de mostrarse fuerte frente al inglés, al menos no cuando estaba tan roto por dentro. Se permitió ser débil y esconderse en el pequeño, descansar finalmente.

Lando no estaba seguro de lo que había ocurrido, pero habiendo el visto el pánico y el dolor en los ojos de su amor, no necesitaba más para abrazarlo y asegurarle que todo iría bien. Necesitaba expresárselo, hacerle sentir seguro, y lo estaba logrando.

Los minutos transcurrieron en absoluta paz, sus respiraciones eran la única constante además del latido de sus corazones enamorados. Estaban juntos; estaban bien.

- Carlos - llamó el pequeño en un susurro, acariciando las mejillas del más mayor.

- Dime, ángel - respondió el otro, rozando sus narices. El miedo seguía ahí, en el fondo de su cabeza y de su corazón, pero se sentía mejor y más relajado.

- ¿Qué has soñado? - Inquirió con cautela y titubeando un poco.

La curiosidad, como siempre, le vencía, pero no quería ofender o presionar a Carlos, he ahí el tono suave que empleó.

- Algo malo, Lan - murmuró sin querer dar demasiados detalles.

- Creo que eso es obvio - intentó bromear, pero al español no le hizo gracia.

Su pesadilla había sido tan real y tan cruel que se negaba a rememorarla y menos aún a contarla.

Como era costumbre para el español, soñó con aquel terrible día, sólo que esa vez él era un mero expectador. Escuchó gritos y corrió, pensando que tal vez podría detener lo que ya sabía que estaba ocurriendo, pero cuando llegó a la habitación, la imagen lo paralizo. Gritó y pataleó, pero no avanzó un sólo paso, y tampoco la horripilante escena se detuvo. Se tuvo que quedar de pie, contemplando cómo la historia se repetía, esta vez con el rostro y el cuerpo de Lando donde deberían encontrarse los suyos.

- No quiero hablar del tema, ángel - acotó Carlos, suspirando y acariciando los rizos británicos.

Lando se mordió el labio, queriendo saber qué le había perturbado en sueños pero al mismo tiempo sabiendo que debía ir con pies de plomo cuando se trataba del español.

- Está bien - se rindió finalmente, levantándose y caminando hacia su maleta para sacar ropa para cambiarse.

No sabía qué hora era, pero ya no podría dormir, así que prefirió vestirse y salir a comer algo. Estaba hambriento, ahora que se detenía a pensarlo bien. Aunque era normal. Después del entrenamiento, lo hicieron en la ducha, comieron, vieron pelis con Caco y Rupert, cenaron, y luego regresaron a su ardua tarea de follar como conejos. Se dormirían cerca de las 3AM.

- ¿Adónde vas? - Carlos frunció el ceño.

No quería levantarse, simplemente seguir durmiendo con Lando, pero el niño tenía otros planes, al parecer. Aunque tampoco se quejaría demasiado, las vistas que le estaba proporcionando el inglés al mayor en ese instante eran sencillamente maravillosas.

- Tengo hambre, así que voy a asaltar tu nevera - explicó el inglés comenzando a vestirse, tomando prestada una sudadera del mayor. - Y luego, voy a ver Modern Family en la hermosa pantalla plana de tu salón - añadió sonriéndole angelicalmente.

- ¿No me invitas a acompañarte? - Quiso saber el mayor, cruzándose de brazos y fingiendo molestia.

- Me duele caminar, burro, déjame un rato de paz - se quejó saliendo de la habitación, y Carlos mordió su labio, observándolo marchar.

Joder, es que Lando estaba tan... Suspiró, dándose cuenta de la sonrisa boba que había en su cara y del cosquilleo que se formó en su estómago. Le gustaba. Mucho. Demasiado. Le quería, y eso ya eran palabras mayores. Aunque sólo había que verle, tan adorable, tan lindo, tan comprensivo; pero tan sensual, tan caliente, tan atractivo. Era mucho para él, y el español lo sabía. Lando merecía algo mejor, estaba claro, pero le quería, y Carlos no podía cambiar eso, así que tendría que vivir con ello y, simplemente, intentar ser suficiente para el inglés.

Permaneció en la cama, boca arriba, mirando el techo, pensando en Lando, en lo mucho que le gustaba, rememorando todo lo ocurrido esa misma noche.

Por su parte, Lando se bebía un vaso de leche caliente mientras buscaba algo a lo que incarle el diente. Encontró unos pastelitos de canela, y cuando probó uno gimió encantado. Estaba buenísimo. Fue hasta el salón, como si fuese su casa, con la bolsa de los pastelitos, y se sorprendió al encontrarse a Caco y Rupert ya despiertos, ocupando el sofá y usando la televisión.

- Buenos días, Bambi - saludó Oñoro, sonriéndole.

- Hola - respondió el inglés, sentándose en el hueco que le acababan de dejar en el sofá.

- ¿Qué tal? - Esta vez habló Rupert.

Los dos le miraban inquisitivamente, con sonrisas burlonas y hablando en cierto tono sugerente. Empezaba a asustarse un poco.

- Cansado, pero bien - respondió con normalidad, llevándose otro pastelito a la boca.

- No me sorprende - rio Caco, recibiendo un codazo de parte del entrenador.

Lando se sonrojó y casi se atragantó con el pastelito. ¿Les habrían escuchado? De ser así... Dios, qué vergüenza.

- Cállate, Caco - bufó Rupert, conteniendo la risa. - Al menos camina derecho... - añadió, y ambos estallaron en carcajadas.

- Sois gilipollas - gruñó Carlos entrando en el salón.

- Estamos de coña, primo - replicó Oñoro rodando los ojos. - No nos habéis dejado dormir, al menos dejarnos reírnos - se defendió el otro español.

- Exacto - corroboró Rupert.

Lando quería que la tierra se lo tragase, y Carlos quería asesinarles. Pero tampoco les culpaba, al fin y al cabo, era cierto que eran muy ruidosos...

El inglés se hundió en el sofá, tratando de desaparecer o camuflarse como un camaleón. Sus planes no funcionaron y más que nada consiguió que los demás se rieran. Era como ver a un cachorrito adorable e indefenso.

- Vamos a salir a dar una vuelta - informó Rupert poniéndose en pie y mirando a Caco.

- Sí, vamos a... Este... - Oñoro titubeó y miró a la pareja. - A comprar comida, queda poca - sonrió y él y Rupert abandonaron el salón.

Carlos no se creyó su pésima actuación y rodó los ojos, caminando hasta el sofá y dejándose caer en él. Rápidamente, Lando se echó sobre él, abrazándole y acurrucándose. No era un secreto que amaban estar uno muy cerca del otro, disfrutar del calor que emaban sus cuerpos.

El español puso en la televisión Modern Family, pues recordaba que Lando había dicho que era la serie que quería ver. Escucharon la puerta de la casa cerrarse, indicando que estaban solos, y no les importó. Estaban cómodos, felices, y sobretodo, enamorados.

Los minutos pasaron, la serie avanzó, y pronto Carlos sintió cómo el niño se dormía en sus brazos de nuevo. Amaba esa sensación más que nada. Ver lo cómodo y tranquilo que estaba el pequeño junto a él le ablandaba el corazón. Se sentía bien, mejor que nada que hubiese sentido en años, y pensaba disfrutar de la sensación. Empezaba a sentirse en su lugar y le gustaba.




Le dolía la cabeza sin ningún motivo aparente, y con desgana se tomó la pastilla y la tragó con algo de agua. Sabía que no podía ignorar sus sueños, y sabía que la cosa iba a peor cuando ni siquiera dormir con Lando evitaba las pesadillas. Quizás, ahora su cerebro había encontrado otro motivo para torturarle nuevamente.

- ¿Estás bien? - El pequeño de cabellos rizados entró en la cocina, con los ojos hinchados de dormir, y Carlos le dedicó una cálida sonrisa.

- Sí, sólo me duele la cabeza - respondió abriendo los brazos para que Lando se abrazara a él.

Sonrió genuinamente al oler al niño, que llevaba su sudadera y por tanto olía a él. Le gustaba que el inglés llevase su ropa y oliese a su perfume. Era como una marca que decía "mío". Porque lo era, completa y absolutamente.

- Será por haber dormido poco - sugirió Lando, besando sus labios y sonriendo. - Esta noche...

- No dormiremos temprano tampoco, Lan - interrumpió el español, sonriendo coquetamente.

- Carlos... - dijo en tono de reproche.

- Quiero disfrutar de ti - replicó apretando el agarre del abrazo y hundiendo la cara en el cuello del pequeño, dejando que su olor le llenara las fosas nasales.

- Tenemos tiempo para eso... - murmuró Lando, separándose del español. - Quiero que hagamos más que tener sexo, Carlos - explicó en voz baja y sonrojándose.

- Y ya lo hacemos; hablamos, entrenamos...

- Eso no es a lo que me refiero - resopló Lando con indignación. - Me refiero a salir por ahí, tener citas, hablar de nosotros, poder dormir juntos sin tener que tener sexo... Hacer cosas de pareja y que no tengan que ver con nuestro trabajo. ¿Lo entiendes o no?

Carlos miró en silencio al niño. Le pedía una relación seria, algo más que besos y diversión. Y aunque quería dárselo, le daba pánico. Pensó que le estaba pidiendo demasiado, y todo de golpe. Se sintió abrumado e insuficiente.

- Ángel, yo... - el español se encogió de hombros. - No se me da bien eso, no soy así - explicó con algo de vergüenza. - Te sonará estúpido y te irás a reír, pero tan sólo sé pilotar el Fórmula 1 y follar. No sé hacer otra cosa - se sonrojó a causa de la vergüenza y apartó la mirada. - Soy patético, ¿verdad? - Murmuró al ver que no obtenía respuesta del inglés.

Pero era todo lo contrario. Lando le entendía. Él sólo sabía pilotar el Fórmula 1 y jugar videojuegos. No eran muy distintos. Ninguno sabía qué era tener una relación normal de verdad, pero mientras el inglés intentaba averiguar por su cuenta las maravillas que podía ofrecer una relación, Carlos, por miedo, no quería ir demasiado lejos.

- No eres patético, Carlos - susurró Lando sonriendo. - Simplemente no tienes experiencia. Y yo tampoco, así que no te tienes que sentir mal. Sólo tenemos que encontrar nuestra forma de ser como pareja - sugirió feliz e inocentemente.

Carlos sonrió. Aquello sonaba bien. Ir probando qué les hacía felices aparte del sexo y conducir. Intentar ampliar las cuatro paredes que contenían su relación. Sonaba a nuevo y gratificante, y puede que diera un poco de miedo. Pero el español empezaba a darse cuenta de que pondría la mano en el fuego por Lando sin dudarlo.

- Carlos, mírame - pidió el inglés acercándose al español y poniéndose frente a frente. - No le tengas miedo a las cenizas, porque si te quemas, yo también me quemo - murmuró sonriendo y besando sus labios una vez más.

- Ese es el problema, Lando - replicó el mayor, tomando el rostro del pequeño entre sus manos. - No quiero que te quemes por mí.

- Y no lo haré por ti - aseguró sonriendo. - Lo haré contigo.

Nota de la autora:

Un capítulo lindo pues porque me apetece, me siento feliz y necesito plasmarlo en algo, y qué mejor que en esta bonita historia.

Si me conocéis, sabéis que tarde o temprano surgirá un drama, pero mientras os dejo disfrutar de Carlos y Lando un poco <3.

Os ama,

A💛.

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